LA CUESTIÓN MILITAR Y LAS
ORGANIZACIONES GUERRILLERAS ARGENTINAS
Title in English:
The military question and argentinean guerrilla’s organizations
Guillermo
Martín Caviasca
UBA/UNLP
Resumen
Las
dos principales organizaciones políticas argentinas que optaron por la lucha
armada: el Partido Revolucionario de los trabajadores y la Organización Montoneros.
Mantuvieron concepciones diferentes respecto de la corporación militar.
Concibiendo ambos la necesidad de construir un Ejército popular, el PRT-ERP
desplegó una política sistemática de enfrentamiento mientras que Montoneros
implementó opciones destinadas a operar sobre (o crear) posibles corrientes
nacionalistas. La dinámica del conflicto de clases en el plano social y
político llevó al fracaso de ambas opciones lo que permitió que un bloque
militar empresario consolidado asaltara completara la ocupación del Estado
argentino el 24 de marzo de 1976 con la oposición político militar debilitada.
Palabras
clave: Guerrilla, Fuerzas armadas, poder, estrategia, argentina
Abstract
The
two main political organizations in Argentina that chose armed
struggle, “Partido Revolucionario de los Trabajadores” and
“Montoneros”, had different conceptions of the militarization. Conceiving both
organizations the need to build a popular army,
“PRT-ERP” displayed a systematic policy of
confrontation while “Montoneros” attempted to create nationalist
movements within the organization. The dynamics of the class conflict in
the social and political caused the failure of both
options allowing that a solid business military bloc completed the
occupation of Argentine state on March 24 of 1976 with a
weakened political military opposition.
Keywords:
Guerrilla, armed forces, power, strategy, Argentina
Abordaremos en este trabajo algunos
aspectos de las concepciones de la cuestión militar en las organizaciones
armadas que operaron en Argentina durante la década de 1970. Trataremos el tema
específicamente para el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP) y
para la Organización Montoneros que fueron las dos más importantes fuerzas
guerrilleras de nuestro país.
Definimos nuestro objeto de estudio,
lo militar, no desde una perspectiva táctico-operativa, ni desde el plano de la
estructura organizativa para la realización de operaciones, sino desde la
óptica respecto a la resolución del tema del acceso al poder del Estado y en
ese sentido abordamos la política respecto de las fuerzas armadas. Entonces la
cuestión militar en nuestro trabajo se relaciona con la estrategia respecto del
problema del poder, entendido como acceso al control del Estado, y por ello el
“qué hacer” respecto de las fuerzas militares del mismo cobra relevancia. De
esta forma, para tomar ese Estado, visto como un aparato en disputa, se
requería poder militar propio, o (como planteaban los montoneros, acumular de este lado la mayor
cantidad de poder posible). A lo largo de los doscientos años de historia
anteriores a nuestro periodo, una cantidad de procesos revolucionarios había
generado líderes, experiencias y teorías de los cuales los militantes del PRT y
Montoneros abrevaban. Desde que el capitalismo se había consolidado, se había
teorizado y realizado práctica sobre la necesidad de construir herramientas que
reemplazaran, enfrentaran y alternativizaran a las del Estado burgués[1]. Lo
cierto es que, en general, el “momento revolucionario” aparecía en los sesentas
y setentas como el acto de apropiarse de las instituciones hasta ayer
herramientas de opresión (salvo, y no siempre, de las fuerzas armadas y de
seguridad que serían destruidas en el camino de la lucha).
Es por ello que el poder militar
propio era central ya que el atributo principal del Estado -“el monopolio de la
coerción”- era lo que le daba capacidad para hacer efectivas sus políticas
transformadoras. Sin lugar a dudas, la coerción era lo que desde 1955 había
primado en la política argentina, por lo tanto no era desubicado que las
organizaciones revolucionarias consideraran que la organización de una fuerza
militar propia debía ser la tarea central de la etapa.
Esta realidad de violencia desde el
poder, de precariedad de las posibilidades de hacer política en términos de la
democracia tradicional no era una conclusión de la "nueva izquierda"
sino que impregnaba el sentido común de la sociedad. Las sucesivas oleadas de
lucha popular que se desarrollaron desde 1955 permitían pensar que existía
consenso sobre la utilización de la violencia por parte de quienes querían
cambiar el estado de cosas. Y al menos hasta 1973 era evidente que las
diferentes políticas implementadas desde las clases dominantes carecían de
legitimidad, o la perdían rápidamente.
Los
montoneros y el problema militar
Montoneros, como estrategia para
resolver el problema de la fuerza en el proceso revolucionario argentino, no
recurrió exclusivamente a la construcción de una fuerza militar propia, sino
que, complementariamente, dio gran importancia al trabajo de cooptación y intentó
articular con sectores de las fuerzas armadas, aunque con escaso éxito. En este
sentido existen dos vertientes para analizar el pensamiento de “la M” sobre las
fuerzas armadas: una, la tradición peronista y de la Resistencia que
reivindicaba la presencia de militares “nacionales” en la institución,
militares con conciencia nacionalista en un sentido abstracto y no de clase,
que priorizaban la lealtad a su patria en general, no a los burgueses, obispos
y terratenientes como la mayoría de los oficiales. Hablamos de la tradición
peronista de la resistencia y de los sectores que se reivindicaron
posteriormente como peronistas revolucionarios. Ya que dentro del peronismo la
ideología oficial plantea en nexo pueblo FFAA en un sentido más abstracto y
genérico, sin justificación de “izquierda”. Siendo pueblo el conjunto de la
nación y las fuerzas armadas el conjunto de la institución.
Enlazándose con esta tradición Jorge
Abelardo Ramos y su corriente la “Izquierda nacional” desarrollaban su teoría.
Para la cual la búsqueda del “frente nacional” con militares populistas era una
tarea central, y su realización era el camino para resolver el problema de la
fuerza en el inicio de un proceso revolucionario. Este proceso sería,
inicialmente, nacionalista conducido por una elite militar industrialista
respaldada por las masas obreras y solo estratégicamente tendería al
socialismo, por necesidades internas del proceso (como una variante de la
revolución permanente, tal como la pensaba Ramos). Esta tradición contaba como
respaldo la experiencia histórica de corrientes militares modernizadoras y
“antioligárquicas” que se desarrollaban (y desarrollan) en América latina, y
sobre todo, la experiencia del mismo Perón.
La segunda vertiente, desde la
tradición de la izquierda y de los movimientos de liberación nacional, valoraba
que en los países dependientes existían militares, sectores de las fuerzas
armadas u generaciones de oficiales jóvenes que, en un determinado momento,
rompían con sus superiores o su tradición y participaban o acaudillaban un
proceso antiimperialista. En ese tiempo Montoneros tenía ante sus ojos el
proceso peruano[2] donde desde la misma
conducción militar se intentó una serie de reformas. Pero, sin dudas, Egipto,
fue paradigmático de toda una corriente nacionalista antiimperialista árabe
sustentada en un fuerte apoyo de masas pero con las fuerzas armadas como
respaldo: una corriente de oficiales nacionalista se hace del control del
ejército y mediante un golpe de estado derriba al gobierno dejado por la antigua
metrópoli, proclamando el inicio de la revolución. Revolución que en general
tiene dos medidas paradigmáticas: recuperar la propiedad del petróleo y hacer
algún tipo de reforma agraria. Esta corriente logró hacerse del poder en varios
países y realizar reformas nacionalistas, sociales y progresistas con diferente
consecuencia y convicción (Libia e Iraq fueron casos muy notorios).
En mucho menor medida que Ramos, los
marxistas peronistas o peronizados (como Puiggros, Cooke, Walsh, etc.)
aceptaban o justificaban la posibilidad de que sectores militares fueran parte
del Frente de Liberación Nacional. La diferencia primordial entre ambas
vertientes estaba en que tanto para Ramos como para una buena parte del
peronismo la presencia militar era condición sine qua non, la unión pueblo -
fuerzas armadas será la forma de dotar al "frente nacional" de fuerza
material para avanzar en tareas de soberanía y justicia social. Pero aceptando
la dirección militar en términos de un bonapartismo que en las condiciones
latinoamericanas seria progresivo y a partir de allí pensar la construcción de
un proyecto socialista. Mientras que para los peronistas que se acercaban al
marxismo o se identificaban con los procesos revolucionarios de los sesentas y
setentas la cuestión era la hegemonía obrera y la dirección revolucionaria del
heterogéneo frente que era el peronismo. La diferencia parece muy pequeña, pero
en realidad no lo es. Ya que para la segunda vertiente era indispensable la
necesidad de superar la etapa nacionalista (que para ellos ya se había agotado
durante 1945-1955). Estas son las diferentes políticas que se desprenden
respecto del las FFAA en la concepción del “Frente nacional” (concepción de
Ramos y la izquierda nacional) y las de “Frente de liberación nacional” (concepción
del marxismo nacionalista, Puiggros, Walsh, Cooke, etc.).
Recuerda Roberto Perdía[3]
(número dos de la organización Montoneros) que “Empezamos como grupos comando.
El horizonte siempre fue construir un Ejército (…) Ello respondía a algunos
principios básicos: El poder tiene 3 patas, la fuerza de masas (poder
político); el control del sistema económico (poder económico) y la fuerza
militar (poder militar). La otra idea es que no se puede aspirar a tener
mayor poder político que el poder militar que se tenga”.
Luego del 25 de mayo de 1973, los
montoneros, se encontraron durante un corto periodo dentro de las estructuras
del Estado, compartiendo espacios de poder. Sin dudas el auge de masas permitió
la emergencia de tendencias populistas en las FFAA y, con audacia, la
Organización implementó una serie de políticas. Los montoneros depositaban expectativas en el Comandante en
Jefe del Ejército General Jorge Carcagno. Un militar que había dirigido la
represión al cordobazo y que despertaba una gran desconfianza en el resto de la
izquierda, pero que comenzó a mostrar gestos de diálogo y de distanciamiento
con las políticas de los EEUU para América Latina. Los contactos con el grupo
de Carcagño habían comenzado a través de militantes montoneros de la UOCRA de
Bahía Blanca donde se encontraba la sede del quinto cuerpo de ejército del que
este general era comandante y en el que revistaban Cesio y Dalla Tea.
En su viaje a Madrid a
visitar a Perón, Firmenich, Quieto y Perdía llevaron al general las propuestas
montoneras de gobierno, entre ella una idea de qué hacer con las fuerzas
armadas “que saquen a todos los generales y la posibilidad que
Cesio o Dalla Tea estén al frente del Ejercito. La explícita oposición de López
Rega y la decisión de Perón de mantener al General más joven (Carcagno), lo que
supuso el retiro de todos los demás. Eso era parte de la idea del Consejo
Nacional de Montoneros sobre la actitud y relación con el Ejército que después
se continuó con el Dorrego y las relaciones más sistemáticas”.
Con la idea de despertar en los militares "conciencia patriótica", Montoneros realizó
entre el 5 y el 23 de octubre de 1973 junto al Primer Cuerpo de Ejército el
llamado “Operativo Dorrego”, durante el cual los militantes de la Juventud
Peronista (en realidad de las Juventudes políticas argentinas en las que había
amplia mayoría montonera) y los militares realizaron tareas de “recuperación en
zonas inundadas de la Provincia” de Buenos Aires.[4] El
“Operativo Dorrego”, era responsabilidad de la conducción de la regional Buenos
Aires de la organización pero los responsables
directos por la JP y Montoneros fueron Quique Juárez, Juan Carlos Dante Gullo y
Norberto Habergger. Fue la máxima apuesta pública en su política de intentar
influir o captar militares: “Sabemos que en las
filas del ejército se expresan las mismas contradicciones que se manifiestan en
el seno de la sociedad argentina, es decir los que anhelan la Liberación y los
que se identifican con la Dependencia; pero también sabemos que un Proyecto de
Liberación necesita contar con nuevos actores sociales y políticos para romper
la estrategia del aislamiento de la clase trabajadora que ha intentado imponer
desde siempre el Imperialismo” manifestaba la cartilla de la JP destinada a
explicar a sus militantes los objetivos del operativo.
Vale la pena aclarar que, si bien la
conducción del Ejército estaba a cargo de Carcagno, el mando en el terreno de
los cuatro mil hombres del Ejército que trabajaron con militantes de la JP era
ejercido por el entonces coronel Albano Harguindeguy, del ala liberal, notorio
reaccionario que se preocupó de sabotear las posibilidades que los jóvenes
peronistas revolucionarios hubieran tenido de confraternizar e intercambiar
opiniones con oficiales intelectualmente abiertos. Los
responsables de la Juventud Peronista se presentaron en los vivacs militares
ante los oficiales para compartir las instalaciones de campaña y “realizar
charlas sobre temas de actualidad regional y nacional” en todos los casos
recibieron una respuesta negativa dado que se había insistido desde los mando
que las normativas castrenses impedían ese tipo de diálogos, que solo estaban a
cargo de los instructores propios. De la misma forma la conducción del
operativo militar invitó los integrantes de la J.P. a participar de una misa de
campaña a la que estos no concurrieron. El coronel Juan Jaime Cesio,
hombre al que Carcagno había designado en la estratégica secretaria general del
arma, había sido el impulsor de la idea, pero,
la imposibilidad de colocar en la dirección del operativo Dorrego a un
militar que comulgara con los objetivos del grupo de conducción muestra la
soledad de la propuesta de Carcagno en la cúspide del ejército.
Las acciones de acercamiento a las
FFAA también significaron un costo político a Montoneros, dado lo radicalizado
del periodo. Desde la izquierda peronista (la revista Militancia,
dirigida por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde y vinculada al
Peronismo de Base dedicó artículos a criticar a Montoneros) y desde el PRT, las
críticas a esta política montonera fueron muy fuertes. Para el ERP, como
veremos más adelante, no existían dudas sobre cómo actuar frente a las FFAA y
por ello atacó el Comando de Sanidad el 6 de setiembre paralelamente al
discurso antiimperialista de Carcagno en la conferencia de ejércitos americanos
de Caracas el 5 de setiembre. El ataque
no se vinculó con el repudio al Operativo Dorrego ni con la idea de minar las
bases de Carcagno para desplegar su política, sino, simplemente, era la
materialización de la concepción de que las FFAA eran un bloque reaccionario
cuyas fracturas se lograrían solo mediante su crisis. En respuesta a la
posición montonera de realizar el Operativo el PRT aficheó la ciudad con una foto del comandante del Ejército encabezando la represión durante el
Cordobazo.
Hasta la defenestración del grupo de
Carcagno por parte de Perón en diciembre de 1973, los Montoneros mantuvieron un
diálogo fluido vehiculizado a través de los coroneles Jaime Cesio y Carlos
Dalla Tea. En el marco de estas charlas, además del “Operativo Dorrego Hubo
variadas actividades. Charlas en la UBA, con jóvenes oficiales y
militantes JUP. Debates para que los oficiales del Ejército dejen de vivir en
“sus barrios militares”. Invitación del Estado Mayor para participar en el
Ejercicio Final en la Mesa de Arena del año 73, no participamos porque también
estaría Lanusse, por haber sido Comandante ese año. Debate para participar en
las maniobras de la hipótesis de guerra” explica Perdía.
Esta idea de participar
junto al ejército en tareas de defensa en las maniobras militares de 1974 se
enmarcaba en una estrategia montonera de más largo plazo “Todo
ocurría vertiginosamente (estábamos discutiendo) una nueva participación de las
Juventudes Políticas Argentinas, techo bajo el cual se les daba el formato
multipartidario. Ahora serían fuerzas milicianas del Ejército regular que hacía
esas maniobras, portando armas de guerra, como población civil. Para el
Ejército significaba volver a la idea original de Ejército, que incluía a las
milicias y que fue liquidado por lo que se conoció como el Ejército de Línea.
Para nosotros era la legitimación de la posesión de armas, en manos del pueblo.
Pensamos que allí se encontraría un punto de partida para una síntesis de las
dos políticas militares de Montoneros: No entregar las armas y realizar
actividades conjuntas con el ejército regular- Esto sería a nuestro modo de
entender un gran avance en la estrategia de alejar el golpe de estado y al
ejército como instrumento de la política imperialista”[5]
explica el ex comandante guerrillero. La idea era que además de una legitimación
del uso de armas por la guerrilla esta relación permitiría que en un momento de
agudización de la lucha de clases un sector del ejército influido por esta
relación se sumara a la guerra del lado del pueblo.
A fines de 1973 la conducción
montonera pidió una reunión con el Estado Mayor de las FFAA en el marco del
diálogo que mantenían. Perdía encabezó la delegación, recuerda que: “la
discusión tiene su punto más alto cuando nos enteramos de que Perón tiene una
expectativa de vida limitada por el proceso de su enfermedad; el informe que
nos llega es que tenía para 5 ó 6 meses (el informe nos lo planteaba Taiana
médico personal de Perón). Y ahí decidimos un par de cosas. Una fue establecer
un acuerdo estratégico para el post Perón; viajan compañeros que dieron vueltas
por el mundo, para establecer acuerdos con los argelinos, el tema del petróleo,
inversiones en la Argentina, etc. (...) Sabíamos que el poder iba a recaer en Isabel,
pero esa lucha iba a ser muy dura y queríamos en esa lucha por el poder tener
de nuestro lado el máximo de fuerzas. Esa fuerza eran los países del Tercer
Mundo de los cuales éramos amigos y dentro del país lo que planteamos era
definir el tema de los militares, para qué lado están en este despelote”.[6]
Estos oficiales les propusieron
trabajar en conjunto y afirmaron que podían contar con su respaldo para
enfrentar al sindicalismo y a la derecha. La noticia de la reunión llegó a los
oídos del viejo general que estalló en cólera. Además de la, ya en esos meses,
clara decisión de Perón de acotar los espacios a la izquierda, la actitud de
Carcagno implicaba un claro desafío a su estilo de conducción: el comandante en
jefe del ejército discutiendo con una organización guerrillera que hacer
después de su muerte a sus espaldas, era impensable.
Al poco tiempo Perón obligó a Carcagno
a pedir el retiro, según Perdía, el peor error estratégico de Perón. El relevo
“profesionalista” del general Anaya volvió a poner las cosas en su lugar al
reubicar el foco ideológico de las FFAA en la seguridad interna y fue solo un
escalón en la recomposición de las FFAA como partido de la derecha liberal
argentina. También Carlos Flaskamp que por entonces era un cuadro intermedio recuerda
la existencia de contactos con el ejército: “Había algunos compañeros nuestros
que eran muy izquierdistas, que lo veían como un peligro, la mayoría de
nosotros no. Lo veíamos como una forma positiva de trabajar también sobre el
Ejército porque creíamos que no había que descartar que hubiera sectores
nacionales en el Ejército y a Carcagno lo veíamos en esa posición. Creíamos que
era bueno hacer cosas como el Operativo Dorrego y mantener una relación con
Carcagno. (...) Un elemento grave nos llegó una vez por parte de un compañero
de la conducción regional (...) nos dijo que había existido por parte de
Carcagno algo así (Perón todavía era presidente): una propuesta de asociación
con vistas eventualmente a un golpe “nacional y popular” y que la organización
lo rechazaba. Era interesante el trabajo con Carcagno, pero dentro de todo
Perón era más confiable que Carcagno, hacer un golpe contra Perón con Carcagno
no (...). Hubo (también) un trato bastante avanzado con gente que había
participado en el golpe de Olavarría en el año 71, militares nacionalistas que
se levantaron contra Lanusse; parece que algunos de esos tipos estuvieron muy
cerca de Montoneros pero cuán cerca no sé”[7]. En
este sentido Perdía recalcó que Montoneros les dejó bien en claro a los militares
que en caso de golpe iban a estar en veredas diferentes. También explica que la
idea de relacionarse con esta corriente de militares tenía entre sus objetivos,
justamente, impedir maniobras golpistas.
Este grupo de militares era
minoritario en el Ejército, y la mayoría de sus propios camaradas de armas
repudiaba la política de acercamiento a los guerrilleros y, especialmente, que
Carcagno y su grupo propusieran cambiar la doctrina de las fuerzas armadas que
era la de Seguridad Nacional (que colocaba la hipótesis de conflicto central en
la lucha contra el marxismo y la guerrilla) por otra, que ponía el eje en el
antiimperialismo y a partir de allí orientar las políticas de defensa, con un
compromiso de las fuerzas armadas en las tareas de lucha contra el avance del
capital monopólico extranjero, en el marco de lo que se llamó tendencia
peruanista. Carcagno fue defenestrado por Perón (en diciembre de 1973 lo obligó
a pasar a retiro), quien optó por una conducción militar más acorde a su
propósito de lograr un mayor disciplinamiento dentro del capitalismo para
sostener el pacto social. Este “error de Perón” según lo caracteriza Perdia fue
acompañado por otra decisión trágica al colocar a la cabeza de la policía
federal a los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride notorios represores
responsables de crímenes durante la anterior dictadura.
“La M” sumó a sus filas a algunos
militares y policías (aunque éstos fueron montoneros cuando ya no eran
militares). Mantuvieron relaciones con militares peronistas o nacionalistas, lo
que les permitió acceder a ciertas informaciones.[8] Roberto Perdía recuerda que realizaban
trabajo político algunos militares. Lilia
Pastoriza, compañera de célula de Walsh, afirma, que los contactos eran más
informales y había entre ellos conscriptos[9]. Es
probable que existieran los dos tipos de contactos, por un lado una política
oficial de la organización hacia los militares, con contactos más calificados,
y por otros amigos, compañeros o relaciones que por algún interés puntual daban
información a Montoneros. No nos olvidemos que Montoneros era una organización
muy numerosa con un gran desarrollo en el movimiento estudiantil secundario y
en los barrios, sin dudas muchos jóvenes debían cumplir su servicio de armas
siendo ya miembros de laguna estructura vinculada a la organización.
También se editaron los Cuadernos de la soberanía sobre
temas de política, historia y economía, conflictivos para la ideología militar
dominante. Los Cuadernos... se planteaban “una disputa ideológica (...)
con la idea de que no era inevitable que todos los militares fueran
secuestradores, asesinos y lapidadores del patrimonio nacional. Pensábamos que,
en general, cuando un adolescente comienza la carrera militar, lo hace con
intenciones generosas (...) Sin hacernos demasiadas ilusiones, procurábamos
fortalecer esas contradicciones”.[10]
En este sentido es interesante
analizar el discurso histórico del “Ensayo sobre San Martín”, publicado en los Cuadernos....
Allí se realza la desobediencia de San Martín a las autoridades porteñas,
mostrándolo enemigo de la represión interna y simpatizante de las montoneras,
más bien dispuesto a coordinar con ellas en la guerra emancipadora, además de
ser portador de un proyecto político nacional popular que manifiesta en
diferentes intervenciones haciendo jugar en política las fuerzas a su cargo. Se
presenta al gobierno de Buenos Aires partidario del librecambio y la
penetración británica, enfrentado a un San Martín impulsor del desarrollo de
las fuerzas productivas con base en los recursos nacionales.[11] En
general, el texto montonero busca desmontar el concepto (basado en la versión
mitrista de la historia) que los militares tienen sobre “el padre de la
Patria”, para emparentarlo con su propio proyecto político (la liberación
nacional), trazando paralelismos con las situaciones del momento que indujeran
a la oficialidad a la reflexión y la hicieran entrar en contradicción con la
dictadura militar inaugurada en marzo del 76. Los Montoneros no atacaban en
este texto la concepción más general de las fuerzas armadas como institución
del Estado (en términos burgueses) a favor de un ejército revolucionario (como
veremos más adelante, hacia el PRT), sino que pretendían realzar los valores
nacionales, populares y antiimperialistas a través de una figura que los
militares consideraban ejemplar y sin cuestionar las fuerzas armadas en
términos marxistas, como aparato de represión de clase.
Más allá de intentar un trabajo hacia las fuerzas armadas,
aún en el 1973 con la reciente apertura democrática, Montoneros sostenía
respecto a la cuestión militar: “La acumulación de poder militar es el poder
militar del pueblo, el ejército del pueblo. La única posibilidad de que esto
sea el elemento catalizador, el elemento que produzca la fractura en las
fuerzas armadas, y de este modo, un sector de las fuerzas armadas se vuelque
realmente a defender el proceso”.[12] O
sea Montoneros no delegaba como la “Izquierda nacional” la capacidad militar de
un proceso transformador a la existencia de algún tipo de conducción militar
nacional y popular (un bonapartismo progresivo) al cual seguir e influenciar
esperando su radicalización en una hipotética lucha antiimperialista. Sino que
consideraba posible que fracciones del las FFAA nacionalistas operaran
políticamente al lado de los revolucionarios (o en confluencia) en una posible
situación revolucionaria, de guerra civil.
Por eso a diferencia del
ERP, no buscó el enfrentamiento directo con el ejército hasta 1975 cuando atacó
el cuartel de Formosa que fue su única operación de envergadura contra unidades
militares.
En 1974 la organización elaboró el “nuevo plan estratégico”. En él se planteaba
una caracterización de Argentina primero como conjunto, luego por región y por
último por cada ciudad, pueblo o barrio. A partir de esta subdivisión se
delineaba una estrategia específica para cada instancia, dentro de una
articulación con el plan general. El ataque a ese cuartel no se enmarcaba en la
estrategia regional del noreste (NEA) -donde tenía una fuerte inserción en el
campesinado a través de las Ligas Agrarias conducidas por Osvaldo Lovey-, sino
que partía de una definición de la conducción de que era necesario dar un gran
golpe propagandístico que demostrara el poder de la organización y que a su vez
le permitiera recuperar pertrechos militares.
Si bien la operación de Formosa demostró
que Montoneros tenía una capacidad operativa muy grande: tomaron un avión, el
aeropuerto de Formosa, pero no pudieron penetrar en el cuartel, ya que (contra
las previsiones montoneras) los conscriptos resistieron. Esto produjo varios
muertos entre los soldados y complico la operación. A este resultado se sumaron
dos agravantes: el primero, que el gobierno nacional decidió extender la juridicción
militar sobre la represión a todo el territorio nacional quedando muy expuestas
las agrupaciones en una región cuyo desarrollo militar y político propio no
estaba en condiciones de resistir; el segundo, que la conducción pasó por alto
el mismo plan estratégico definido unos meses antes, con una operación
realizada desde afuera y sin ninguna articulación con la base social montonera
de la provincia, violando concepciones básicas de la lucha guerrillera.
Para el noroeste (NOA), en cambio, la
estrategia era una combinación urbano-rural. Plantea Perdía: “Rotundamente no
fue ése el objetivo de Formosa (el establecimiento de una columna rural), en
esa época no estaba en nuestros planes. Lo que sí estaba en nuestros planes era
desarrollar una estrategia político-militar de acuerdo a un estudio que se
había hecho región por región. En ese marco las regiones del NEA y NOA eran
caracterizadas como zonas donde la economía agraria seguía teniendo un peso
significativo. Por eso planteamos la necesidad de una construcción militar
acorde con ella. En función de eso en Tucumán se inician experiencias militares
de pequeñas unidades en las zonas de mayor concentración obrera industrial; la
idea era que esas unidades tuvieran capacidad de reabsorberse en las
proximidades de los ingenios y operaran en sus proximidades, no bajo la
tradicional forma del foco, sino como un modo de fortalecer la lucha sindical.
Hay que tener en cuenta que teníamos una mayoría de delegados de FOTIA, incluso
realizamos un encuentro donde participaron más del 50% de delegados de la
misma; estoy hablando de un encuentro de más de 200 delegados. En el caso del
NEA la cuestión pasaba por el fortalecimiento de las Ligas[13]
sin ninguna previsión inmediata de acción militar, sino de fortalecimiento
político, económico y organizativo de esa estructura y del sector social que
representaban”.
En esta etapa Montoneros
realizaba “campañas” que consistían en acciones milicianas de agitación y
propaganda y operaciones de mayor envergadura. Por ejemplo cortar una calle con
bombas molotov, e incendiar una concesionaria automotriz, tirar volantes y
cantar consignas y retirarse rápido. Ataques y ametrallamientos de puestos
policiales y comisarías (principalmente), o colocación de explosivos en
objetivos de la burguesía o represivos. Aunque como vimos también realizó
algunas grandes operaciones y muertes que excedían el despliegue local e
implicaban poner a toda la organización en tensión, como el ataque al cuartel
de Formosa (que fue parte de “La Tercera Campaña Militar Nacional Montonera” desarrollada desde comienzo
de 1975), el intento de instalarse en el Monte tucumano, la
ejecución de Rucci o el famoso secuestro de Born. Estas acciones, de acuerdo a
su envergadura y necesidad de
equipamiento y profesionalización estaban a cargo de milicianos o soldados
montoneros.
El
PRT-ERP y la guerra popular
El PRT-ERP, a diferencia de Montoneros
no consideraba posible ni correcta la idea de buscar corrientes nacionalistas
dentro de las FFAA. El PRT-ERP creía que la derrota del ejército burgués era
condición sine qua non para la revolución socialista, ni experiencias como la
de Velazco o la de Nasser eran consideradas posibles ni deseables en las
condiciones argentinas de 1973. “En lo militar lucharemos por la supresión del
ejército burgués, la policía y todo otro organismo represivo y su reemplazo por
el Ejército Revolucionario del Pueblo y las Milicias Armadas Populares (...)
Todo militar o funcionario patriota que abandona los organismos represivos
tiene su puesto de lucha en la fuerza armada revolucionaria”, dice el programa
del ERP elaborado en el V Congreso del PRT.[14] Es
decir, no buscaban una fractura en las Fuerzas Armadas, tampoco veían posible
ni necesario generar entre ellas corrientes favorables a la revolución, sino
que proponían el salto individual de sus miembros desde las fuerzas armadas
burguesas hacia las fuerzas armadas revolucionarias. En el mismo sentido Daniel
De Santis afirma que “No sé de militares que se hayan pasado, si de un
comisario mayor o comisario general, eso lo cuenta Gorriaran en su libro. Como
línea general pensábamos que desblocaríamos partes del Ejército sobre la
derrota militar. Lo cual no niega sino presupone un trabajo en sus filas, entre
los soldados principalmente, los suboficiales y los oficiales”[15]. Es
así como en las posiciones públicas difundidas ante la asunción de Cámpora
manifestaron su voluntad de continuar golpeando militarmente al ejército y a
los monopolios: transformar lo que se entendía como la derrota política de
Lanusse, también, en derrota militar.[16] Por
eso el ERP no dejó en ningún momento de preparar la instalación de una columna
guerrillera en el monte ni de realizar grandes operaciones contra unidades
militares. Esto iba en consonancia con la convicción del PRT de que el gobierno
peronista se inclinaría rápidamente a la derecha acicateado por la lucha popular.
Respecto de la política
hacia las Fuerzas Armadas, entonces, el PRT planteaba la necesidad de su
derrota para lograr su desintegración y en ese caso el pasaje de grupos de
militares al ERP. En ese sentido plantearon la constitución de un frente
específico de trabajo: el Frente
ejército enemigo. En 1973 con la apertura democrática el PRT
experimento un gran crecimiento, muchos jóvenes se sumaban al partido o a sus
organizaciones de base como la Juventud
guevarista. Entonces la dirección planteo que los jóvenes que eran
llamados al servicio militar debían seguir su trabajo militante, pero en este
caso en un nuevo frente de trabajo.[17]. “El
PRT dio alguna cifra de 200 casos ligados al Frente. La relación que tenían era
que estaban ligados con distinto nivel de compromiso a la JG (Juventud
Guevarista) que atendía el Frente del Soldado. Se llamaba Frente del Ejército
Enemigo, así como el frente automotriz, el frente X, el frente Z, estaba el
Frente del Ejército Enemigo…”.[18].
Este frente por sus características era totalmente clandestino dependía
directamente de la dirección del partido y poco se conoce se su funcionamiento.
Lo que sí se sabe es que sus tareas más importantes o con resultados más
efectivos, estuvieron relacionadas con la inteligencia sobre las unidades
militares. En este sentido es de
destacar que en todos los ataques del ERP hubo una importante colaboración de
conscriptos, gracias a los cuales podían conocer la situación del cuartel a ser
atacado y decidir la mejor forma y tiempo de hacerlo.
En cuanto a las fuentes teóricas para
fundamentar su política militar (la fundación y fortalecimiento del ERP), el
PRT se sustentaba en el pensamiento y práctica del Che, en la experiencia
vietnamita y rescataba los escritos (poco leídos) sobre la guerra de guerrillas
de Lenin. Allí el revolucionario ruso plantea: “La cuestión de las operaciones
de guerrillas interesa vivamente a nuestro Partido y a la masa obrera (…) la
lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el
movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se
producen intervalos más o menos considerables entre ‘grandes batallas’ de la
guerra civil”.[19] Es racional e
históricamente sustentable en la etapa abierta en 1969 con el Cordobazo, la
idea de que el avance de la lucha de clases se daría a través de levantamientos
insurreccionales o de puebladas y que la construcción del ERP debía articularse
con ese proceso. Teniendo en cuenta también que desde 1955 los trabajadores
venían sufriendo un constate ataque a sus condiciones de trabajo y a su
participación política. Fue en sintonía con esa estrategia que Santucho
presentó en setiembre de 1974 su escrito Poder burgués, poder revolucionario[20], en el que
sistematizó un esbozo de teoría revolucionaria para las condiciones argentinas.
Más adelante, Lenin continúa: “Es
completamente natural e inevitable que la insurrección tome las formas más
elevadas y complejas de una guerra civil prolongada,[21]
abarcando a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del
pueblo”. Y agrega: “La socialdemocracia debe, en la época en que la lucha de
clases se exacerba hasta el punto de convertirse en guerra civil, proponerse no
solamente tomar parte en esta guerra
civil,[22] sino también desempeñar
la función dirigente. La socialdemocracia debe educar y preparar a sus
organizaciones de suerte que obren como una parte beligerante, no dejando pasar
ninguna ocasión de asestar un golpe a las fuerzas del adversario”.[23] En
el mismo registro, sostiene: “El marxista se coloca en el terreno de la lucha
de clases y no en el de la paz social. En ciertas épocas de crisis económicas y
políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse, se transforma en guerra
civil abierta, es decir en lucha armada entre dos partes del pueblo. En tales
períodos, el marxista está obligado a colocarse en el terreno de la guerra
civil. Toda condena moral de ésta es completamente inadmisible desde el punto
de vista del marxismo. En una época de guerra civil, el ideal del Partido del
proletariado es el Partido de combate”.[24]
Es clara la idea de Lenin de que el
rol del partido revolucionario es colocarse a la cabeza del proceso en todos
los terrenos, incluyendo el militar, aunque no pareciera –leyendo el conjunto
de sus escritos– que la forma concreta en que la revolución se expresa en el
plano militar esté definida previamente al desarrollo del proceso
revolucionario concreto. Por el contrario, Lenin fomentó las guerrillas,
construyó la Guardia Roja con los obreros de las fábricas (que eran su fuerza
propia) e impulsó los soviets de soldados en el seno del ejército. Y cuando la
guerra civil impuso la necesidad de cuadros, sumó al Ejército Rojo a todos los
oficiales dispuestos a defender la patria de la agresión externa aliada a la
reacción blanca. Para los bolcheviques, el ejercicio de la violencia organizada
en el plano militar era una de las definiciones que los separa cada vez más de
los sectores que en el futuro serán reconocidos como reformistas. Pero los
bolcheviques no tenían una receta universal en ese sentido, salvo que los
trabajadores deben construir su propio poder de coacción en consonancia con la
idea fundamental de que eran los obreros la clase dirigente del proceso
socialista.
Sin dudas la interpretación de los
textos de Lenin hecha por el PRT-ERP está sobre determinada por otra influencia
fundamental: La interpretación de la experiencia Cubana y especialmente de la
lucha y escritos del Che Guevara. El peso de lo militar en el Che es mucho
mayor que en Lenin. Aunque deberíamos no aceptar la idea de que el “foco”
planteado por el Che es asimilable linealmente a lo que después se conoció como
“foquismo” en la versión de Regis Debray o vulgarizaciones posteriores a la
derrota de las experiencias guerrilleras[25]. En
el mismo sentido, otra de las grandes fuentes de inspiración para el PRT, la
lucha vietnamita, aparece como eminentemente militar. De allí (y de la
experiencia de Mao en China) sale el concepto de Guerra Popular y Prolongada
como estrategia para la toma del poder. En la época era muy conocida la
consigna del General Giap (jefe militar vietnamita) “el poder emana de la punta
del fusil”.
Es interesante echar una
ojeada sobre el enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas del Estado. En
combate abierto la guerrilla salió bien parada. Montoneros nunca sufrió una
grave derrota, sus muertos y desaparecidos se relaciona con operativos de
inteligencia militar, emboscadas a casas de seguridad y secuestros.. El ERP
mucho más audaz que el resto de las organizaciones en su decisión de enfrentar
a las FFAA en combate sufrió varias derrotas: Sanidad, Azul (aunque en el
balance del PRT-ERP no fue visto como derrota), Catamarca y el monte tucumano
(donde la derrota fue más política que militar). También realizó algunas
operaciones contra unidades militares exitosas: la toma del batallón 141 de
Córdoba en febrero de 1973, el de Villa María Córdoba en agosto de 1974 y el de
Fray Luis Beltrán al norte de Rosario en abril de 1975. Este último batiendo en
combate abierto a los militares que habían logrado montar la defensa del
cuartel. En base al balance positivo hecho por el ERP esbozaron lo que parecía
una doctrina militar guerrillera novedosa: que unidades irregulares menores
ataquen concentraciones acantonadas de unidades del ejército regular mayores a
las propias. Relata De Santis: “La novedad, o al menos, lo que yo digo es que
esos hecho merecerían ser analizados. Creo que eran posible porque se basaban
en una doble sorpresa: Estratégica, porque las acciones del ERP
siempre estuvieron muy por delante de lo que preveía la inteligencia del
Ejército, corroborado en Monte Chingolo por las declaraciones del
infiltrado. Táctica, porque no sabían donde y cuando los íbamos a atacar.
Además, por el trabajo entre los soldados ya que en todos los cuarteles
que tomamos o intentamos tomar actuaron colimbas. Lo cierto también es
que, después de Manchalá en el Norte y de Monte Chingolo en todo el país,
deberíamos haber tenido más en cuanta la enseñanza que dice que al enemigo hay
que atacarlo en movimiento porque es más débil”[26].
El ataque al cuartel de
Monte Chingolo por parte del ERP fue la mayor apuesta militar de las guerrillas
argentinas. Fue también, el mayor ataque realizado en Latinoamérica contra una
unidad militar por parte de fuerzas irregulares hasta ese momento[27]. La
planificación, el ataque y el balance que el PRT-ERP hizo del asalto al cuartel
de Monte Chingolo, define en gran parte la forma en que la organización concebía
los procesos políticos y de conciencia, y la función de la lucha armada dentro
de ellos. En última instancia, consideraban, no hubo errores sino una ligereza
fatal en el manejo de la información sobre la posibilidad de que el ataque
estuviera entregado y, por lo tanto, la posibilidad de que fuera exitoso, ya
que la sorpresa es un factor indispensable en la estrategia guerrillera. Está
en discusión que grado de conocimiento tenía la dirección del ERP sobre el
hecho de que el ataque era esperado por los militares (con lo que toda la
doctrina militar del ERP era inaplicable). Plis Stemberg en el libro Monte Chingolo. La mayor batalla de la
guerrilla argentina relata detalladamente la planificación y desarrollo de
la operación y presenta los numerosos indicios que podrían haber evitado el
desastre. Sin embargo De Santis y otros ex miembros del partido que conocieron
a miembros que habían participado de la dirección del ataque niegan que se
pueda afirmar que todos los indicios presentados por Stemberg hubieran llegado
hasta Santucho.
En general el ERP
realizaba operaciones que requerían gran nivel de audacia. Como vimos la
doctrina militar del ERP se fundaba en ataques muy decididos y frontales contra
objetivos centrales de unidades militares que colapsan ante al temerario
enemigo. Pero lo interesante es la convicción (que aún hoy persiste en varios
ex miembros del PRT-ERP) de que el éxito del ataque habría contribuido a frenar
el golpe y a garantizar una mejor subsistencia de la guerrilla en Tucumán: “En
cuanto a si fue correcto haber encarado (es decir votado su preparación) esta
acción, el BP considera que sí, que expresa un enfoque ambicioso, audaz y
determinado del accionar revolucionario que es patrimonio de nuestro partido y
un factor característico y esencial en toda fuerza verdaderamente
revolucionaria”[28], decían dos días después
de la derrota en las conclusiones del Buró Político. Continuando la misma
argumentación, y luego de relatar una cantidad de adversidades que tuvieron que
soportar los revolucionarios en diferentes experiencias, agregaban un balance
donde los puntos positivos superaban a los negativos: que Monte Chingolo fue un
éxito político, que extendió la capacidad nacional del ERP, que demostró el
heroísmo y valor de los combatientes[29]. De
más está decir que es más fácil, a treinta y cinco años y con el resultado
histórico conocido, considerar el optimismo del PRT-ERP un error fatal.
Si aventuramos una
explicación contrafactual, y evaluamos que el ataque pudiera haber sido exitoso
y se hubieran recuperado 20 toneladas de armamentos[30],
como se proponía el ERP, ¿qué hubiesen hecho con los cañones? Seguramente
guardarlos para una etapa posterior de la guerra, cuando ésta ya fuera de
posiciones, y para defender zonas liberadas; quizá las ametralladoras
antiaéreas hubieran sido más útiles para la guerrilla del monte, pero el
problema de la guerrilla no fue sólo, ni principalmente, la ausencia de armas;
más aun, es probable que moviéndose en pequeñas unidades acosadas por el
enemigo (como era la situación de la guerrilla en 1975), las ametralladoras
antiaéreas fuesen una molestia y se perdieran. Es sabido que el desbalance
material de las fuerzas guerrilleras frente a las fuerzas de línea es siempre
muy grande, y que su ventaja la constituye la movilidad, la sorpresa y
fundamentalmente el apoyo de la población. Por lo tanto, no parece determinante
en ese momento histórico el tema de las armas: los montoneros tenían muchas más
y una capacidad financiera inagotable y no por ello les fue mejor. Es indudable
que la idea de los revolucionarios sobre la forma que tomaría la reacción
popular contra el golpe por venir (una espiral de resistencia superior a la
conocida hasta entonces) justificaba el acopio de armas. De todos modos, para
los revolucionarios de la época el consenso era algo que derivaba de la
justicia de la causa y de la capacidad de imponerla por la vía armada. Cuando
Santucho hablaba de que “la lucha popular armada o no armada” era en su
conjunto la garantía de la victoria, no se equivoca desde el plano teórico;
pero en la práctica, a mayor nivel de violencia del enemigo no se corresponde
necesariamente un mayor nivel de violencia y movilización de las masas, y así
sucedió en el 76, cuando las masas se replegaron. El ataque, aunque hubiera
sido victorioso, no habría, cambiado la situación ya que el golpe se
relacionaba con causas estructurales que excedían a la guerrilla.
En este sentido la crítica
montonera al ataque del ERP era correcta desde el plano militar: “Del planteo
táctico del ERP se desprende la pretensión de reducir una unidad militar de
gran envergadura, y para ello tomar virtualmente la Zona Sur del Gran Buenos
Aires. Y además se decide la acción conociendo que el enemigo estaba alerta.
Esta valoración, en su conjunto, revela una incomprensión de la relación de
fuerzas en una etapa de defensiva estratégica. (...) Esta incomprensión de la
etapa se revela en la valoración de las consecuencias. En una etapa de
defensiva, es suicida arriesgar el conjunto de las fuerzas en una batalla
decisiva. Debemos eludir “batallas decisivas” y multiplicar pequeños combates
que desgastan al enemigo pero preservan a nuestras fuerzas de una derrota de
envergadura”[31]. Interesante planteo
hecho de “ejército a ejército”, pero ahí acababa la discusión dentro del plano
militar. Pero la crítica carece de una reflexión política que exceda el plano
de la guerra.
Es cierto que para el ERP
la carencia de logística fue un problema que se repitió varias veces, de hecho,
el ataque a Monte Chingolo fue emprendido con militantes que portaban armas de
puño y escopetas y sólo había pocos FAL. En ese sentido, desde el punto de
vista logístico, era entendible la necesidad de pertrecharse urgentemente
teniendo en cuenta que se preveía el golpe y se pensaba enfrentarlo con un
mayor nivel de violencia. De
todas formas, el balance y la concepción de la operación misma son cuestiones
políticas. Pudo haber acciones más o menos espectaculares, que insumieran más o
menos recursos, o que fueran pensadas como articuladoras de toda la política (el
ejército como eje central de la construcción), o como apoyo y desgaste (la
resistencia como eje central); pero lo importante sería que después de
la acción el campo del pueblo sea más fuerte o el del enemigo más débil, aunque
sea en el mediano plazo. Este es un parámetro racional que consideramos
aceptable para medir el éxito o fracaso de una política.
El ataque a ese cuartel
fue respondido por el ejército con la ejecución de los rendidos y el terror y
la muerte sobre la población de los barrios vecinos; pero a esto se sumó que la
derrota –sin duda muy grande– fue manipulada por los medios de comunicación y
la versión de los revolucionarios fue poco (o nada) conocida por las masas. Si
los revolucionarios no tienen canales directos de llegada a las masas que
buscan encabezar y éstas sólo se informan de lo que sucede a través de los
aparatos de difusión de sus enemigos, se complica que un fuerza popular (armada
o no) pueda obtener consenso, aún entre el grueso de la clase que la debía
respaldar. En una sociedad donde
las clases dominantes llegan todos los días con su ideología al conjunto de la
sociedad, mientras que los revolucionarios sólo se comunican por sus acciones
es difícil romper con la hegemonía ideológica de la clase dominante.
Daniel De Santis entre
otros ex militantes de PRT reconoce la gravedad de la derrota, pero niega su
carácter estratégico. Argumenta que el prestigio e inserción del PRT en las
masas trabajadoras seguía intacto y que su apogeo hacia julio del 75 no
indicaba mermas en esos primeros meses del 76. Por el contrario se vislumbraba
una nueva oleada de conflictividad obrera (que el golpe cortó de cuajo). Indica
el dirigente perretista que si en ese momento hubieran optado por un repliegue
para preservar fuerzas la derrota solo hubiera sido táctica. El problema es que
esto no fue así. Quizás sea por eso que la derrota de Monte Chingolo es
catalogada en general por todos los autores que han tratado el tema como de
carácter estratégico. El ataque estaba pensado para debilitar a las fuerzas
armadas porque “los golpes militares debilitan aun más al enemigo y lo obligan
a realizar concesiones como forma de buscar una salida”[32] y
estar mejor preparados para la siguiente fase de lucha que se preveía será de
mayor disposición popular al enfrentamiento. Pero inversamente la derrota
mostró debilidad. En la experiencia guerrillera “la lucha armada extiende la
potencia de la movilización popular”; esto puede ser cierto cuando la guerrilla
se muestra fuerte y la lucha de masas está en un período de avance pero en
momentos de agotamiento de la lucha popular la derrota acentúa el repliegue. Y
en el marco del proceso de reflujo ya en curso, la profundización de la opción
militar más elevada ayudó por un lado, a aumentar el aislamiento de los
revolucionarios; y por otro a debilitar la capacidad de los sectores de masas
que aún se encontraban movilizados (y en los cuales las guerrillas tenían
fuerte inserción) de resistir mejor la ofensiva militar.
La práctica de ERP fue
consecuente con las ideas que sostuvo desde su creación. Si, como decía el Che,
aunque las condiciones no estén dadas se debe contribuir a generarlas mediante
la guerra de guerrillas que golpee al enemigo en su núcleo militar y demuestre
su vulnerabilidad, siendo la base de masas algo a conquistar en el proceso de
lucha armada, Monte Chingolo no aparece como una locura. Aún hoy muchos
militantes del PRT ven a este ataque como una oportunidad perdida.
Pero, como señala Pozzi:
“Lo que no percibió el PRT-ERP era que la situación había cambiado. La
movilización no era la misma que tres años antes, y los partidos políticos
burgueses (...) ya habían otorgado el visto bueno a la intervención militar”,
como expresó en forma tan elocuente Ricardo Balbín con su calificación como
“guerrilla fabril” a los trabajadores combativos de las riberas del Paraná. Aun
así debemos tener en cuenta que el PRT se consideraba representante de los
intereses estratégicos de la clase obrera y que, como vimos, durante 1975, ésta
siguió dando importantes luchas, muchas de las cuales terminaron en derrotas y
otras en victorias. El reflujo señalado por Pozzi es claramente visible desde
el presente y teniendo en cuenta al pueblo en general, pero para organizaciones
que tomaban al nivel de actividad de la vanguardia obrera como referencia esto
podía no ser tan claro[33].
Vemos que es interesante tomar nota de
la diferencia entre los objetivos militares de Montoneros y el PRT. El ataque y
ejecución de sindicalistas y policías[34] fue
para los guerrilleros peronistas una tarea militar importante, creemos que en
función de dos frentes de lucha heredados de su tradición peronista. Por un
lado la disputa contra la burocracia sindical y la derecha peronista (cosa que
el PRT no consideraba) y por otro por la
vieja lucha barrio por barrio que había tenido como protagonistas a la
Resistencia Peronista, por un lado, y a la policía por el otro. Aunque en este
último punto deberíamos matizar. Ya que la corporación policial como fuerza
represiva monolítica estructurada bajo la doctrina de seguridad nacional recién
aparece en los sesentas. Hasta ese entonces en el peronismo se percibía a la
policía como una fuerza donde había simpatizantes (lo cual es cierto). Pero las
nuevas generaciones, hacia fines de los sesentas ya no lo podía ver así.
Igualmente es claro que el recuerdo de una tradición de militares nacionalistas
y policías peronistas operó en la práctica de Montoneros para que en sus
primeros años intentara las particulares políticas que analizamos en el
apartado anterior. Para el PRT-ERP, en cambio,
los militares eran el eje de la confrontación armada, aunque también operaban
contra los grupos económicos, en lo cual coincidían con Montoneros.
La diferencia táctica entre Montoneros
y el PRT-ERP respecto de las fuerzas armadas se verificaba también en la
distintiva percepción que la corporación militar tenía de ambas organizaciones.
Si bien el objetivo era destruirlas política y militarmente y exterminarlas
físicamente, los militantes del PRT-ERP eran considerados “irrecuperables” y su
organización cumplía con todos los requisitos del “comunismo ateo y apátrida”
de los fantasmas ideológicos militares. Esto se relaciona con la identidad de
ambas organizaciones: el PRT-ERP era “bien rojo”, claramente marxista leninista
y desde su fundación consideró que el ataque a unidades militares era una tarea
de primera importancia a implementar. Montoneros, en cambio, se presentaba con
un perfil nacionalista más ligado en su discurso al revisionismo histórico, y
sus objetivos militares estaban más ligados al poder económico, político y
sindical. Además, en sus ataques a las fuerzas armadas buscaban objetivos más
selectivos.
Conclusiones
Las políticas del PRT-ERP y Montoneros hacia las fuerzas
armadas fueron diferentes. Eso se puede constatar tanto a través del accionar
militar concreto, como de los discursos públicos que las organizaciones. Por el
contrario las fuerzas armadas, la “derecha” en general y la idea que quedo
instalada en la apertura democrática de 1983, englobaban a la política de las
organizaciones guerrilleras hacia las FFAA como un todo de enfrentamiento
intransigente. Vemos también que una parte de los posicionamientos teóricos del
PRT y de Montoneros eran coincidentes como la necesidad de milicias populares y
de creación de un poder militar propio. Aunque como vimos lo de “poder militar
propio” puede ser ambiguo, ya que para el PRT era sin dudas el ERP que debía
derrotar el Ejército burgués en el campo de batalla, mientras que para
Montoneros el concepto poder militar podía incluir captar ideológicamente parte
de las FFAA. Está claro que la capacidad Montonera de influir o captar
oficiales fracasó. Pero este punto ameritaría un estudio mayor desde el lado de
la corporación militar, que demostró ser muy sólida en su capacidad de cerrar
vías de penetración de ideas novedosas.
La política militar del PRT era claramente la posición
que una fuerza que se considerara de izquierda revolucionaria e intransigente
tenía en los sesentas y setentas, mientras que Montoneros expresaba una
posición más cercana al nacionalismo revolucionario. Son diferencias en algunos
puntos escurridizas y con fronteras permeables. Una gran cantidad de montoneros
no hubieran dudado en llamarse marxistas y afirmar que la aplicación del
marxismo a las condiciones objetivas avalaba su accionar, acusando al PRT de
dogmáticos. Pero un miembro del PRT no hubiera dudado en catalogar la política
montonera de ecléctica, con demasiadas concesiones al populismo y una
claudicación sus relaciones con militares profesionales.
La acusación de “foquistas” se utilizó demasiado
ampliamente y se incluyó a muchas organizaciones que no eran foquistas. Esta
difuminación de la categoría se origina en que quedo reducida a una diatriba no
solo entre los revolucionarios sino desde afuera del campo de la izquierda. Se
redujo el hecho de que los guerrilleros terminaran aislados a que eran
foquistas y esto es un error metodológico. La cuestión es inversa: las
guerrillas argentinas surgieron en un clima social favorable con consenso y
tuvieron movimientos de masas propios. Sus planteos teóricos se encuadraban en
ideas insurrecciónales y de guerra popular y terminaron aisladas por la represión
y la derrota.
Igualmente desde el punto de vista militar las
organizaciones guerrilleras no hicieron un mal papel (contra lo que se piensa).
El ERP no alcanzo a más de 500 combatientes y el Ejercito montonero no superaba
en mucho los 1000 integrantes[35]. Mil
quinientos combatientes no parecen muchos para enfrentar a unos doscientos mil
hombres de las fuerzas de seguridad sin limitaciones legales. Es por esto que
las FFAA nunca dieron a conocer estas cifras y hablaban de números de decenas
de miles de “terroristas”[36]. En
realidad la experiencia de lucha de clases desde 1955 había implicado que miles
de militantes hicieran algún tipo de práctica “militar” si entendemos como
militar saber manejar armas, hacer “caños” organizarse en una lucha callejera
que implique barricadas y molotovs, tomar fábricas con rehenes y defenderlas.
En este sentido la mayoría de los militantes del PRT y montoneros (y muchas
agrupaciones de trabajadores combativos o militantes de otras organizaciones de
izquierda) podían ser encuadrados como “terroristas”. Sin embargo desde el
plano del enfrentamiento directo Montoneros nunca sufrió una derrota
significativa y la mayoría de sus caídas fueron secuestros o emboscadas a casas
de seguridad en las que había unos pocos militantes y los militares implicaban
cientos de hombres.
Finalmente vemos como la percepción de
la corporación militar a las estrategias del PRT y de Montoneros fue en lo
sustancial monolítica, a pesar de los esfuerzos de los guerrilleros peronistas
en buscar militares nacionales. En realidad sí existieron fisuras en las FFAA
que hubieran avalado las esperanzas montoneras. El problema fue que la
corporación militar tuvo los suficientes “anticuerpos” (para usar la metáfora
de Perón) para eliminar de sus filas a todos los que no compartieran las
implicancias de la doctrina de seguridad nacional o (concediendo) hacer callar
a los que no la compartieran pero quisieran seguir dentro de las filas
castrenses. El recientemente reivindicado coronel Jaime Cesio (un militar
democrático, con ideas progresistas o antiimperialistas) fue defenestrado por
sus camaradas, acusado de “Marxista” y “rojo” con la implicancia que dichas
palabras tienen para los militares argentinos.
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con el autor. Clases de Cátedra Che
Guevara Universidad Nacional de La Plata.
[1] Podemos citar a
Lenin, Vo Nguyen Giap, el Che Guevara y Mao y eran los más conocidos y más
leídos por los revolucionarios setentistas. Pero sin dudas los de estrategas
“burgueses” como Carl Von Clasewitz o Lidel Hart también eran estudiados en
diferente grado a los guerrilleros.
[2] El caso peruano es
(para la misma época de los movimientos nacionalistas árabes) el más destacado
de América Latina. Allí el general Velazco Alvarado encabezó, entre 1968 y
1975, un proceso de nacionalizaciones, reforma agraria y social. Procesos
similares se dieron con Torres en Bolivia y con Torrijos en Panamá; el primero
fue asesinado en Argentina por la Triple A en el marco del Plan Cóndor.
Torrijos murió en un sospechoso accidente aéreo.
[4] Ver, Baschetti, op.
cit. Es de destacar que Montoneros tuvo desde antes del 73 un cierto
atractivo sobre algunos cuadros militares. Por ejemplo: el guardiamarina Urien
se levantó en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada) en Noviembre de 1972 y
pasó a la clandestinidad, incorporándose a la organización desde ese momento.
[5] Perdía, entrevista
2011
[6] Perdía, entrevista 2004.
[7] Flashkampf, C,
entrevista con el autor 2004.
[8] Ver Vinelli, N, (1998),
ANCLA una experiencia de comunicación clandestina,
Buenos Aires, La Rosa Blindada.
[9] Vinelli, idem.
[10] Horacio Verbisky en
Vinelli, N, op. cit.
[11] “San Martín sentó en
el Cuyo las bases de una economía independiente, aunque no cerrada.” Ver:
Verbisky, H, (1985), Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Buenos
Aires, De la Urraca.
[12] “Charla que la
conducción nacional baja a los frentes” Baschetti,
R. (1996) De Cámpora a la ruptura, De la campana Pág. 279.
[13] Las Ligas Agrarias
eran una organización rural con gran influencia montonera. Su líder, Osvaldo
Lovey, era dirigente montonero.
[14] De Santis, D, (2004) A vencer o morir, Bs. As. Eudeba.
[15] DE Santis D, entrevistas
con el autor.
[16] Ver “Carta al
presidente Cámpora” y conferencia de prensa dada durante su breve período de
legalidad. En De Santis, op. cit.
[17] Se puede consultar la
ponencia de Santiago Garaño: “Frente Ejército Enemigo”: Sentidos y prácticas
acerca de la conscripción entre los militantes del Partido Revolucionario de
los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (1973-1976). Jornadas de
trabajo sobre historia reciente UNGS.
[18] Garaño idem.
[19] Lenin, Vladimir I, (1960),
“Guerra de guerrillas”, en Obras completas, Buenos Aires, Cartago.
[20] Ver Santucho (1994),
Mario Roberto Poder Burgués Poder
Revolucionario. Ed. 19 de julioBs.As.
[21] Justamente “guerra
civil prolongada” era el planteamiento estratégico del PRT para nuestro país.
[22] Destacado por Lenin.
[23] Lenin, op. cit.
[24] Lenin, op. cit.
[25] Ver Caviasca, G, (2009) Dos
caminos ERP Montoneros en los setentas Bs. As. Segunda Ed El R{io
suena. Kohan N, “Foquismo” ed Catedra Che Guevara colectivo Amauta.
[26] Se refiere a que la
doctrina militar guerrillera dice que se deben atacar unidades del ejército
enemigo siempre que estén en movimiento que es cuando son más vulnerables.
[27] Para un estudio detallado del ataque a Monte
Chingolo ver: Plis Strenberg, G, (2003) Monte
Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Buenos Aires,
Planeta.
[28] De Santis, Daniel, A vencer o morir, op. cit.
[29] Idem op. cit., Pág.
504.
[30] El PRT esperaba
recuperar: “900 FAL con 60.000 tiros, 100M-15 con 100.000 tiros, 6 cañones
antiaéreos automáticos de 20 mm. con 2.400 tiros, 15 cañones sin retroceso con
15 tiros. Italasas con sus proyectiles, 150 subametralladoras, etc.” De Santis,
op. cit., pág. 501. Boletín Interno Nº 982, 27 de diciembre del 75.
[31] Tomado de Plis
Strenberg, op. cit. Pág. 378.
[32] De Santis, op. cit.
Pág 514.
[33] Pozzi, Pablo. op cit.
Pág. 370.
[34] En un primer momento
el ataque a policías estaba ligado, más bien, a la recuperación de armas, el
castigo a represores o a comisarías “bravas”. Pero, ya en 1975 se fijó la
política del ataque y ejecución sistemática (que duró hasta 1976).
[35] Tanto el ERP como
Montoneros tenían en torno a su aparato militar una importante cantidad de
colaboradores.
[36] Informe de la junta
militar El 28 de abril de 1983, Diarios La
Nacion, Clarín y otros.
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