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jueves, 8 de noviembre de 2012

LA CUESTIÓN MILITAR Y LAS ORGANIZACIONES GUERRILLERAS ARGENTINAS



LA CUESTIÓN MILITAR Y LAS ORGANIZACIONES GUERRILLERAS ARGENTINAS
Title in English: The military question and argentinean guerrilla’s organizations

Guillermo Martín Caviasca
UBA/UNLP

Resumen

Las dos principales organizaciones políticas argentinas que optaron por la lucha armada: el Partido Revolucionario de los trabajadores y la Organización Montoneros. Mantuvieron concepciones diferentes respecto de la corporación militar. Concibiendo ambos la necesidad de construir un Ejército popular, el PRT-ERP desplegó una política sistemática de enfrentamiento mientras que Montoneros implementó opciones destinadas a operar sobre (o crear) posibles corrientes nacionalistas. La dinámica del conflicto de clases en el plano social y político llevó al fracaso de ambas opciones lo que permitió que un bloque militar empresario consolidado asaltara completara la ocupación del Estado argentino el 24 de marzo de 1976 con la oposición político militar debilitada.

Palabras clave: Guerrilla, Fuerzas armadas, poder, estrategia, argentina

Abstract
The two main political organizations in Argentina that chose armed struggle,  “Partido Revolucionario de los Trabajadores” and “Montoneros”, had different conceptions of the militarization. Conceiving both organizations the need to build a popular army, “PRT-ERP” displayed a systematic policy of confrontation while “Montoneros” attempted to create nationalist movements within the organization. The dynamics of the class conflict in the social and political caused the failure of both options allowing that a solid business military bloc completed the occupation of Argentine state on March 24 of 1976 with a weakened political military opposition.
Keywords: Guerrilla, armed forces, power, strategy, Argentina






Abordaremos en este trabajo algunos aspectos de las concepciones de la cuestión militar en las organizaciones armadas que operaron en Argentina durante la década de 1970. Trataremos el tema específicamente para el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP) y para la Organización Montoneros que fueron las dos más importantes fuerzas guerrilleras de nuestro país.
Definimos nuestro objeto de estudio, lo militar, no desde una perspectiva táctico-operativa, ni desde el plano de la estructura organizativa para la realización de operaciones, sino desde la óptica respecto a la resolución del tema del acceso al poder del Estado y en ese sentido abordamos la política respecto de las fuerzas armadas. Entonces la cuestión militar en nuestro trabajo se relaciona con la estrategia respecto del problema del poder, entendido como acceso al control del Estado, y por ello el “qué hacer” respecto de las fuerzas militares del mismo cobra relevancia. De esta forma, para tomar ese Estado, visto como un aparato en disputa, se requería poder militar propio, o (como planteaban los montoneros, acumular de este lado la mayor cantidad de poder posible). A lo largo de los doscientos años de historia anteriores a nuestro periodo, una cantidad de procesos revolucionarios había generado líderes, experiencias y teorías de los cuales los militantes del PRT y Montoneros abrevaban. Desde que el capitalismo se había consolidado, se había teorizado y realizado práctica sobre la necesidad de construir herramientas que reemplazaran, enfrentaran y alternativizaran a las del Estado burgués[1]. Lo cierto es que, en general, el “momento revolucionario” aparecía en los sesentas y setentas como el acto de apropiarse de las instituciones hasta ayer herramientas de opresión (salvo, y no siempre, de las fuerzas armadas y de seguridad que serían destruidas en el camino de la lucha).
Es por ello que el poder militar propio era central ya que el atributo principal del Estado -“el monopolio de la coerción”- era lo que le daba capacidad para hacer efectivas sus políticas transformadoras. Sin lugar a dudas, la coerción era lo que desde 1955 había primado en la política argentina, por lo tanto no era desubicado que las organizaciones revolucionarias consideraran que la organización de una fuerza militar propia debía ser la tarea central de la etapa.
Esta realidad de violencia desde el poder, de precariedad de las posibilidades de hacer política en términos de la democracia tradicional no era una conclusión de la "nueva izquierda" sino que impregnaba el sentido común de la sociedad. Las sucesivas oleadas de lucha popular que se desarrollaron desde 1955 permitían pensar que existía consenso sobre la utilización de la violencia por parte de quienes querían cambiar el estado de cosas. Y al menos hasta 1973 era evidente que las diferentes políticas implementadas desde las clases dominantes carecían de legitimidad, o la perdían rápidamente.

Los montoneros y el problema militar

Montoneros, como estrategia para resolver el problema de la fuerza en el proceso revolucionario argentino, no recurrió exclusivamente a la construcción de una fuerza militar propia, sino que, complementariamente, dio gran importancia al trabajo de cooptación y intentó articular con sectores de las fuerzas armadas, aunque con escaso éxito. En este sentido existen dos vertientes para analizar el pensamiento de “la M” sobre las fuerzas armadas: una, la tradición peronista y de la Resistencia que reivindicaba la presencia de militares “nacionales” en la institución, militares con conciencia nacionalista en un sentido abstracto y no de clase, que priorizaban la lealtad a su patria en general, no a los burgueses, obispos y terratenientes como la mayoría de los oficiales. Hablamos de la tradición peronista de la resistencia y de los sectores que se reivindicaron posteriormente como peronistas revolucionarios. Ya que dentro del peronismo la ideología oficial plantea en nexo pueblo FFAA en un sentido más abstracto y genérico, sin justificación de “izquierda”. Siendo pueblo el conjunto de la nación y las fuerzas armadas el conjunto de la institución.
Enlazándose con esta tradición Jorge Abelardo Ramos y su corriente la “Izquierda nacional” desarrollaban su teoría. Para la cual la búsqueda del “frente nacional” con militares populistas era una tarea central, y su realización era el camino para resolver el problema de la fuerza en el inicio de un proceso revolucionario. Este proceso sería, inicialmente, nacionalista conducido por una elite militar industrialista respaldada por las masas obreras y solo estratégicamente tendería al socialismo, por necesidades internas del proceso (como una variante de la revolución permanente, tal como la pensaba Ramos). Esta tradición contaba como respaldo la experiencia histórica de corrientes militares modernizadoras y “antioligárquicas” que se desarrollaban (y desarrollan) en América latina, y sobre todo, la experiencia del mismo Perón.
La segunda vertiente, desde la tradición de la izquierda y de los movimientos de liberación nacional, valoraba que en los países dependientes existían militares, sectores de las fuerzas armadas u generaciones de oficiales jóvenes que, en un determinado momento, rompían con sus superiores o su tradición y participaban o acaudillaban un proceso antiimperialista. En ese tiempo Montoneros tenía ante sus ojos el proceso peruano[2] donde desde la misma conducción militar se intentó una serie de reformas. Pero, sin dudas, Egipto, fue paradigmático de toda una corriente nacionalista antiimperialista árabe sustentada en un fuerte apoyo de masas pero con las fuerzas armadas como respaldo: una corriente de oficiales nacionalista se hace del control del ejército y mediante un golpe de estado derriba al gobierno dejado por la antigua metrópoli, proclamando el inicio de la revolución. Revolución que en general tiene dos medidas paradigmáticas: recuperar la propiedad del petróleo y hacer algún tipo de reforma agraria. Esta corriente logró hacerse del poder en varios países y realizar reformas nacionalistas, sociales y progresistas con diferente consecuencia y convicción (Libia e Iraq fueron casos muy notorios).
En mucho menor medida que Ramos, los marxistas peronistas o peronizados (como Puiggros, Cooke, Walsh, etc.) aceptaban o justificaban la posibilidad de que sectores militares fueran parte del Frente de Liberación Nacional. La diferencia primordial entre ambas vertientes estaba en que tanto para Ramos como para una buena parte del peronismo la presencia militar era condición sine qua non, la unión pueblo - fuerzas armadas será la forma de dotar al "frente nacional" de fuerza material para avanzar en tareas de soberanía y justicia social. Pero aceptando la dirección militar en términos de un bonapartismo que en las condiciones latinoamericanas seria progresivo y a partir de allí pensar la construcción de un proyecto socialista. Mientras que para los peronistas que se acercaban al marxismo o se identificaban con los procesos revolucionarios de los sesentas y setentas la cuestión era la hegemonía obrera y la dirección revolucionaria del heterogéneo frente que era el peronismo. La diferencia parece muy pequeña, pero en realidad no lo es. Ya que para la segunda vertiente era indispensable la necesidad de superar la etapa nacionalista (que para ellos ya se había agotado durante 1945-1955). Estas son las diferentes políticas que se desprenden respecto del las FFAA en la concepción del “Frente nacional” (concepción de Ramos y la izquierda nacional) y las de “Frente de liberación nacional” (concepción del marxismo nacionalista, Puiggros, Walsh, Cooke, etc.).
Recuerda Roberto Perdía[3] (número dos de la organización Montoneros) que “Empezamos como grupos comando. El horizonte siempre fue construir un Ejército (…) Ello respondía a algunos principios básicos: El poder tiene 3 patas, la fuerza de masas (poder político); el control del sistema económico (poder económico) y la fuerza militar (poder militar).  La otra idea es que no se puede aspirar a tener mayor poder político que el poder militar que se tenga”.
Luego del 25 de mayo de 1973, los montoneros, se encontraron durante un corto periodo dentro de las estructuras del Estado, compartiendo espacios de poder. Sin dudas el auge de masas permitió la emergencia de tendencias populistas en las FFAA y, con audacia, la Organización implementó una serie de políticas. Los montoneros   depositaban expectativas en el Comandante en Jefe del Ejército General Jorge Carcagno. Un militar que había dirigido la represión al cordobazo y que despertaba una gran desconfianza en el resto de la izquierda, pero que comenzó a mostrar gestos de diálogo y de distanciamiento con las políticas de los EEUU para América Latina. Los contactos con el grupo de Carcagño habían comenzado a través de militantes montoneros de la UOCRA de Bahía Blanca donde se encontraba la sede del quinto cuerpo de ejército del que este general era comandante y en el que revistaban Cesio y Dalla Tea.
En su viaje a Madrid a visitar a Perón, Firmenich, Quieto y Perdía llevaron al general las propuestas montoneras de gobierno, entre ella una idea de qué hacer con las fuerzas armadas “que saquen a todos los generales y la posibilidad que Cesio o Dalla Tea estén al frente del Ejercito. La explícita oposición de López Rega y la decisión de Perón de mantener al General más joven (Carcagno), lo que supuso  el retiro de todos los demás. Eso era parte de la idea del Consejo Nacional de Montoneros sobre la actitud y relación con el Ejército que después se continuó con el Dorrego y las relaciones más sistemáticas”.
Con la idea de despertar en los militares "conciencia patriótica", Montoneros realizó entre el 5 y el 23 de octubre de 1973 junto al Primer Cuerpo de Ejército el llamado “Operativo Dorrego”, durante el cual los militantes de la Juventud Peronista (en realidad de las Juventudes políticas argentinas en las que había amplia mayoría montonera) y los militares realizaron tareas de “recuperación en zonas inundadas de la Provincia” de Buenos Aires.[4] El “Operativo Dorrego”, era responsabilidad de la conducción de la regional Buenos Aires de la organización pero  los responsables directos por la JP y Montoneros fueron Quique Juárez, Juan Carlos Dante Gullo y Norberto Habergger. Fue la máxima apuesta pública en su política de intentar influir o captar militares: “Sabemos que en las filas del ejército se expresan las mismas contradicciones que se manifiestan en el seno de la sociedad argentina, es decir los que anhelan la Liberación y los que se identifican con la Dependencia; pero también sabemos que un Proyecto de Liberación necesita contar con nuevos actores sociales y políticos para romper la estrategia del aislamiento de la clase trabajadora que ha intentado imponer desde siempre el Imperialismo” manifestaba la cartilla de la JP destinada a explicar a sus militantes los objetivos del operativo.
 Vale la pena aclarar que, si bien la conducción del Ejército estaba a cargo de Carcagno, el mando en el terreno de los cuatro mil hombres del Ejército que trabajaron con militantes de la JP era ejercido por el entonces coronel Albano Harguindeguy, del ala liberal, notorio reaccionario que se preocupó de sabotear las posibilidades que los jóvenes peronistas revolucionarios hubieran tenido de confraternizar e intercambiar opiniones con oficiales intelectualmente abiertos. Los responsables de la Juventud Peronista se presentaron en los vivacs militares ante los oficiales para compartir las instalaciones de campaña y “realizar charlas sobre temas de actualidad regional y nacional” en todos los casos recibieron una respuesta negativa dado que se había insistido desde los mando que las normativas castrenses impedían ese tipo de diálogos, que solo estaban a cargo de los instructores propios. De la misma forma la conducción del operativo militar invitó los integrantes de la J.P. a participar de una misa de campaña a la que estos no concurrieron. El coronel Juan Jaime Cesio, hombre al que Carcagno había designado en la estratégica secretaria general del arma, había sido el impulsor de la idea, pero,  la imposibilidad de colocar en la dirección del operativo Dorrego a un militar que comulgara con los objetivos del grupo de conducción muestra la soledad de la propuesta de Carcagno en la cúspide del ejército.
Las acciones de acercamiento a las FFAA también significaron un costo político a Montoneros, dado lo radicalizado del periodo. Desde la izquierda peronista (la revista Militancia, dirigida por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde y vinculada al Peronismo de Base dedicó artículos a criticar a Montoneros) y desde el PRT, las críticas a esta política montonera fueron muy fuertes. Para el ERP, como veremos más adelante, no existían dudas sobre cómo actuar frente a las FFAA y por ello atacó el Comando de Sanidad el 6 de setiembre paralelamente al discurso antiimperialista de Carcagno en la conferencia de ejércitos americanos de Caracas  el 5 de setiembre. El ataque no se vinculó con el repudio al Operativo Dorrego ni con la idea de minar las bases de Carcagno para desplegar su política, sino, simplemente, era la materialización de la concepción de que las FFAA eran un bloque reaccionario cuyas fracturas se lograrían solo mediante su crisis. En respuesta a la posición montonera de realizar el Operativo el PRT aficheó la ciudad con una foto del comandante del Ejército  encabezando la represión durante el Cordobazo.
Hasta la defenestración del grupo de Carcagno por parte de Perón en diciembre de 1973, los Montoneros mantuvieron un diálogo fluido vehiculizado a través de los coroneles Jaime Cesio y Carlos Dalla Tea. En el marco de estas charlas, además del “Operativo Dorrego Hubo variadas actividades. Charlas en  la UBA, con jóvenes oficiales y militantes JUP. Debates para que los oficiales del Ejército dejen de vivir en “sus barrios militares”. Invitación del Estado Mayor para participar en el Ejercicio Final en la Mesa de Arena del año 73, no participamos porque también estaría Lanusse, por haber sido Comandante ese año. Debate para participar en las maniobras de la hipótesis de guerra” explica Perdía.
Esta idea de participar junto al ejército en tareas de defensa en las maniobras militares de 1974 se enmarcaba en una estrategia montonera de más largo plazo “Todo ocurría vertiginosamente (estábamos discutiendo) una nueva participación de las Juventudes Políticas Argentinas, techo bajo el cual se les daba el formato multipartidario. Ahora serían fuerzas milicianas del Ejército regular que hacía esas maniobras, portando armas de guerra, como población civil. Para el Ejército significaba volver a la idea original de Ejército, que incluía a las milicias y que fue liquidado por lo que se conoció como el Ejército de Línea. Para nosotros era la legitimación de la posesión de armas, en manos del pueblo. Pensamos que allí se encontraría un punto de partida para una síntesis de las dos políticas militares de Montoneros: No entregar las armas y realizar actividades conjuntas con el ejército regular- Esto sería a nuestro modo de entender un gran avance en la estrategia de alejar el golpe de estado y al ejército como instrumento de la política imperialista”[5] explica el ex comandante guerrillero. La idea era que además de una legitimación del uso de armas por la guerrilla esta relación permitiría que en un momento de agudización de la lucha de clases un sector del ejército influido por esta relación se sumara a la guerra del lado del pueblo.
A fines de 1973 la conducción montonera pidió una reunión con el Estado Mayor de las FFAA en el marco del diálogo que mantenían. Perdía encabezó la delegación, recuerda que: “la discusión tiene su punto más alto cuando nos enteramos de que Perón tiene una expectativa de vida limitada por el proceso de su enfermedad; el informe que nos llega es que tenía para 5 ó 6 meses (el informe nos lo planteaba Taiana médico personal de Perón). Y ahí decidimos un par de cosas. Una fue establecer un acuerdo estratégico para el post Perón; viajan compañeros que dieron vueltas por el mundo, para establecer acuerdos con los argelinos, el tema del petróleo, inversiones en la Argentina, etc. (...) Sabíamos que el poder iba a recaer en Isabel, pero esa lucha iba a ser muy dura y queríamos en esa lucha por el poder tener de nuestro lado el máximo de fuerzas. Esa fuerza eran los países del Tercer Mundo de los cuales éramos amigos y dentro del país lo que planteamos era definir el tema de los militares, para qué lado están en este despelote”.[6]
Estos oficiales les propusieron trabajar en conjunto y afirmaron que podían contar con su respaldo para enfrentar al sindicalismo y a la derecha. La noticia de la reunión llegó a los oídos del viejo general que estalló en cólera. Además de la, ya en esos meses, clara decisión de Perón de acotar los espacios a la izquierda, la actitud de Carcagno implicaba un claro desafío a su estilo de conducción: el comandante en jefe del ejército discutiendo con una organización guerrillera que hacer después de su muerte a sus espaldas, era impensable.
Al poco tiempo Perón obligó a Carcagno a pedir el retiro, según Perdía, el peor error estratégico de Perón. El relevo “profesionalista” del general Anaya volvió a poner las cosas en su lugar al reubicar el foco ideológico de las FFAA en la seguridad interna y fue solo un escalón en la recomposición de las FFAA como partido de la derecha liberal argentina. También Carlos Flaskamp que por entonces era un cuadro intermedio recuerda la existencia de contactos con el ejército: “Había algunos compañeros nuestros que eran muy izquierdistas, que lo veían como un peligro, la mayoría de nosotros no. Lo veíamos como una forma positiva de trabajar también sobre el Ejército porque creíamos que no había que descartar que hubiera sectores nacionales en el Ejército y a Carcagno lo veíamos en esa posición. Creíamos que era bueno hacer cosas como el Operativo Dorrego y mantener una relación con Carcagno. (...) Un elemento grave nos llegó una vez por parte de un compañero de la conducción regional (...) nos dijo que había existido por parte de Carcagno algo así (Perón todavía era presidente): una propuesta de asociación con vistas eventualmente a un golpe “nacional y popular” y que la organización lo rechazaba. Era interesante el trabajo con Carcagno, pero dentro de todo Perón era más confiable que Carcagno, hacer un golpe contra Perón con Carcagno no (...). Hubo (también) un trato bastante avanzado con gente que había participado en el golpe de Olavarría en el año 71, militares nacionalistas que se levantaron contra Lanusse; parece que algunos de esos tipos estuvieron muy cerca de Montoneros pero cuán cerca no sé”[7]. En este sentido Perdía recalcó que Montoneros les dejó bien en claro a los militares que en caso de golpe iban a estar en veredas diferentes. También explica que la idea de relacionarse con esta corriente de militares tenía entre sus objetivos, justamente, impedir maniobras golpistas.
Este grupo de militares era minoritario en el Ejército, y la mayoría de sus propios camaradas de armas repudiaba la política de acercamiento a los guerrilleros y, especialmente, que Carcagno y su grupo propusieran cambiar la doctrina de las fuerzas armadas que era la de Seguridad Nacional (que colocaba la hipótesis de conflicto central en la lucha contra el marxismo y la guerrilla) por otra, que ponía el eje en el antiimperialismo y a partir de allí orientar las políticas de defensa, con un compromiso de las fuerzas armadas en las tareas de lucha contra el avance del capital monopólico extranjero, en el marco de lo que se llamó tendencia peruanista. Carcagno fue defenestrado por Perón (en diciembre de 1973 lo obligó a pasar a retiro), quien optó por una conducción militar más acorde a su propósito de lograr un mayor disciplinamiento dentro del capitalismo para sostener el pacto social. Este “error de Perón” según lo caracteriza Perdia fue acompañado por otra decisión trágica al colocar a la cabeza de la policía federal a los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride notorios represores responsables de crímenes durante la anterior dictadura.
“La M” sumó a sus filas a algunos militares y policías (aunque éstos fueron montoneros cuando ya no eran militares). Mantuvieron relaciones con militares peronistas o nacionalistas, lo que les permitió acceder a ciertas informaciones.[8] Roberto Perdía recuerda que realizaban trabajo político algunos militares. Lilia Pastoriza, compañera de célula de Walsh, afirma, que los contactos eran más informales y había entre ellos conscriptos[9]. Es probable que existieran los dos tipos de contactos, por un lado una política oficial de la organización hacia los militares, con contactos más calificados, y por otros amigos, compañeros o relaciones que por algún interés puntual daban información a Montoneros. No nos olvidemos que Montoneros era una organización muy numerosa con un gran desarrollo en el movimiento estudiantil secundario y en los barrios, sin dudas muchos jóvenes debían cumplir su servicio de armas siendo ya miembros de laguna estructura vinculada a la organización.
También  se editaron los Cuadernos de la soberanía sobre temas de política, historia y economía, conflictivos para la ideología militar dominante. Los Cuadernos... se planteaban “una disputa ideológica (...) con la idea de que no era inevitable que todos los militares fueran secuestradores, asesinos y lapidadores del patrimonio nacional. Pensábamos que, en general, cuando un adolescente comienza la carrera militar, lo hace con intenciones generosas (...) Sin hacernos demasiadas ilusiones, procurábamos fortalecer esas contradicciones”.[10]
En este sentido es interesante analizar el discurso histórico del “Ensayo sobre San Martín”, publicado en los Cuadernos.... Allí se realza la desobediencia de San Martín a las autoridades porteñas, mostrándolo enemigo de la represión interna y simpatizante de las montoneras, más bien dispuesto a coordinar con ellas en la guerra emancipadora, además de ser portador de un proyecto político nacional popular que manifiesta en diferentes intervenciones haciendo jugar en política las fuerzas a su cargo. Se presenta al gobierno de Buenos Aires partidario del librecambio y la penetración británica, enfrentado a un San Martín impulsor del desarrollo de las fuerzas productivas con base en los recursos nacionales.[11] En general, el texto montonero busca desmontar el concepto (basado en la versión mitrista de la historia) que los militares tienen sobre “el padre de la Patria”, para emparentarlo con su propio proyecto político (la liberación nacional), trazando paralelismos con las situaciones del momento que indujeran a la oficialidad a la reflexión y la hicieran entrar en contradicción con la dictadura militar inaugurada en marzo del 76. Los Montoneros no atacaban en este texto la concepción más general de las fuerzas armadas como institución del Estado (en términos burgueses) a favor de un ejército revolucionario (como veremos más adelante, hacia el PRT), sino que pretendían realzar los valores nacionales, populares y antiimperialistas a través de una figura que los militares consideraban ejemplar y sin cuestionar las fuerzas armadas en términos marxistas, como aparato de represión de clase.
Más allá de intentar un trabajo hacia las fuerzas armadas, aún en el 1973 con la reciente apertura democrática, Montoneros sostenía respecto a la cuestión militar: “La acumulación de poder militar es el poder militar del pueblo, el ejército del pueblo. La única posibilidad de que esto sea el elemento catalizador, el elemento que produzca la fractura en las fuerzas armadas, y de este modo, un sector de las fuerzas armadas se vuelque realmente a defender el proceso”.[12] O sea Montoneros no delegaba como la “Izquierda nacional” la capacidad militar de un proceso transformador a la existencia de algún tipo de conducción militar nacional y popular (un bonapartismo progresivo) al cual seguir e influenciar esperando su radicalización en una hipotética lucha antiimperialista. Sino que consideraba posible que fracciones del las FFAA nacionalistas operaran políticamente al lado de los revolucionarios (o en confluencia) en una posible situación revolucionaria, de guerra civil.
Por eso a diferencia del ERP, no buscó el enfrentamiento directo con el ejército hasta 1975 cuando atacó el cuartel de Formosa que fue su única operación de envergadura contra unidades militares. En 1974 la organización elaboró el “nuevo plan estratégico”. En él se planteaba una caracterización de Argentina primero como conjunto, luego por región y por último por cada ciudad, pueblo o barrio. A partir de esta subdivisión se delineaba una estrategia específica para cada instancia, dentro de una articulación con el plan general. El ataque a ese cuartel no se enmarcaba en la estrategia regional del noreste (NEA) -donde tenía una fuerte inserción en el campesinado a través de las Ligas Agrarias conducidas por Osvaldo Lovey-, sino que partía de una definición de la conducción de que era necesario dar un gran golpe propagandístico que demostrara el poder de la organización y que a su vez le permitiera recuperar pertrechos militares.
Si bien la operación de Formosa demostró que Montoneros tenía una capacidad operativa muy grande: tomaron un avión, el aeropuerto de Formosa, pero no pudieron penetrar en el cuartel, ya que (contra las previsiones montoneras) los conscriptos resistieron. Esto produjo varios muertos entre los soldados y complico la operación. A este resultado se sumaron dos agravantes: el primero, que el gobierno nacional decidió extender la juridicción militar sobre la represión a todo el territorio nacional quedando muy expuestas las agrupaciones en una región cuyo desarrollo militar y político propio no estaba en condiciones de resistir; el segundo, que la conducción pasó por alto el mismo plan estratégico definido unos meses antes, con una operación realizada desde afuera y sin ninguna articulación con la base social montonera de la provincia, violando concepciones básicas de la lucha guerrillera.
Para el noroeste (NOA), en cambio, la estrategia era una combinación urbano-rural. Plantea Perdía: “Rotundamente no fue ése el objetivo de Formosa (el establecimiento de una columna rural), en esa época no estaba en nuestros planes. Lo que sí estaba en nuestros planes era desarrollar una estrategia político-militar de acuerdo a un estudio que se había hecho región por región. En ese marco las regiones del NEA y NOA eran caracterizadas como zonas donde la economía agraria seguía teniendo un peso significativo. Por eso planteamos la necesidad de una construcción militar acorde con ella. En función de eso en Tucumán se inician experiencias militares de pequeñas unidades en las zonas de mayor concentración obrera industrial; la idea era que esas unidades tuvieran capacidad de reabsorberse en las proximidades de los ingenios y operaran en sus proximidades, no bajo la tradicional forma del foco, sino como un modo de fortalecer la lucha sindical. Hay que tener en cuenta que teníamos una mayoría de delegados de FOTIA, incluso realizamos un encuentro donde participaron más del 50% de delegados de la misma; estoy hablando de un encuentro de más de 200 delegados. En el caso del NEA la cuestión pasaba por el fortalecimiento de las Ligas[13] sin ninguna previsión inmediata de acción militar, sino de fortalecimiento político, económico y organizativo de esa estructura y del sector social que representaban”.
En esta etapa Montoneros realizaba “campañas” que consistían en acciones milicianas de agitación y propaganda y operaciones de mayor envergadura. Por ejemplo cortar una calle con bombas molotov, e incendiar una concesionaria automotriz, tirar volantes y cantar consignas y retirarse rápido. Ataques y ametrallamientos de puestos policiales y comisarías (principalmente), o colocación de explosivos en objetivos de la burguesía o represivos. Aunque como vimos también realizó algunas grandes operaciones y muertes que excedían el despliegue local e implicaban poner a toda la organización en tensión, como el ataque al cuartel de Formosa (que fue parte de “La Tercera Campaña Militar Nacional Montonera” desarrollada desde comienzo de 1975), el intento de instalarse en el Monte tucumano, la ejecución de Rucci o el famoso secuestro de Born. Estas acciones, de acuerdo a su envergadura y necesidad  de equipamiento y profesionalización estaban a cargo de milicianos o soldados montoneros.

El PRT-ERP y la guerra popular

El PRT-ERP, a diferencia de Montoneros no consideraba posible ni correcta la idea de buscar corrientes nacionalistas dentro de las FFAA. El PRT-ERP creía que la derrota del ejército burgués era condición sine qua non para la revolución socialista, ni experiencias como la de Velazco o la de Nasser eran consideradas posibles ni deseables en las condiciones argentinas de 1973. “En lo militar lucharemos por la supresión del ejército burgués, la policía y todo otro organismo represivo y su reemplazo por el Ejército Revolucionario del Pueblo y las Milicias Armadas Populares (...) Todo militar o funcionario patriota que abandona los organismos represivos tiene su puesto de lucha en la fuerza armada revolucionaria”, dice el programa del ERP elaborado en el V Congreso del PRT.[14] Es decir, no buscaban una fractura en las Fuerzas Armadas, tampoco veían posible ni necesario generar entre ellas corrientes favorables a la revolución, sino que proponían el salto individual de sus miembros desde las fuerzas armadas burguesas hacia las fuerzas armadas revolucionarias. En el mismo sentido Daniel De Santis afirma que “No sé de militares que se hayan pasado, si de un comisario mayor o comisario general, eso lo cuenta Gorriaran en su libro. Como línea general pensábamos que desblocaríamos partes del Ejército sobre la derrota militar. Lo cual no niega sino presupone un trabajo en sus filas, entre los soldados principalmente, los suboficiales y los oficiales”[15]. Es así como en las posiciones públicas difundidas ante la asunción de Cámpora manifestaron su voluntad de continuar golpeando militarmente al ejército y a los monopolios: transformar lo que se entendía como la derrota política de Lanusse, también, en derrota militar.[16] Por eso el ERP no dejó en ningún momento de preparar la instalación de una columna guerrillera en el monte ni de realizar grandes operaciones contra unidades militares. Esto iba en consonancia con la convicción del PRT de que el gobierno peronista se inclinaría rápidamente a la derecha acicateado por la lucha popular.
Respecto de la política hacia las Fuerzas Armadas, entonces, el PRT planteaba la necesidad de su derrota para lograr su desintegración y en ese caso el pasaje de grupos de militares al ERP. En ese sentido plantearon la constitución de un frente específico de trabajo: el Frente ejército enemigo. En 1973 con la apertura democrática el PRT experimento un gran crecimiento, muchos jóvenes se sumaban al partido o a sus organizaciones de base como la Juventud guevarista. Entonces la dirección planteo que los jóvenes que eran llamados al servicio militar debían seguir su trabajo militante, pero en este caso en un nuevo frente de trabajo.[17]. “El PRT dio alguna cifra de 200 casos ligados al Frente. La relación que tenían era que estaban ligados con distinto nivel de compromiso a la JG (Juventud Guevarista) que atendía el Frente del Soldado. Se llamaba Frente del Ejército Enemigo, así como el frente automotriz, el frente X, el frente Z, estaba el Frente del Ejército Enemigo…”.[18]. Este frente por sus características era totalmente clandestino dependía directamente de la dirección del partido y poco se conoce se su funcionamiento. Lo que sí se sabe es que sus tareas más importantes o con resultados más efectivos, estuvieron relacionadas con la inteligencia sobre las unidades militares.  En este sentido es de destacar que en todos los ataques del ERP hubo una importante colaboración de conscriptos, gracias a los cuales podían conocer la situación del cuartel a ser atacado y decidir la mejor forma y tiempo de hacerlo.
En cuanto a las fuentes teóricas para fundamentar su política militar (la fundación y fortalecimiento del ERP), el PRT se sustentaba en el pensamiento y práctica del Che, en la experiencia vietnamita y rescataba los escritos (poco leídos) sobre la guerra de guerrillas de Lenin. Allí el revolucionario ruso plantea: “La cuestión de las operaciones de guerrillas interesa vivamente a nuestro Partido y a la masa obrera (…) la lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen intervalos más o menos considerables entre ‘grandes batallas’ de la guerra civil”.[19] Es racional e históricamente sustentable en la etapa abierta en 1969 con el Cordobazo, la idea de que el avance de la lucha de clases se daría a través de levantamientos insurreccionales o de puebladas y que la construcción del ERP debía articularse con ese proceso. Teniendo en cuenta también que desde 1955 los trabajadores venían sufriendo un constate ataque a sus condiciones de trabajo y a su participación política. Fue en sintonía con esa estrategia que Santucho presentó en setiembre de 1974 su escrito Poder burgués, poder revolucionario[20], en el que sistematizó un esbozo de teoría revolucionaria para las condiciones argentinas.
Más adelante, Lenin continúa: “Es completamente natural e inevitable que la insurrección tome las formas más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada,[21] abarcando a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del pueblo”. Y agrega: “La socialdemocracia debe, en la época en que la lucha de clases se exacerba hasta el punto de convertirse en guerra civil, proponerse no solamente tomar parte en esta guerra civil,[22] sino también desempeñar la función dirigente. La socialdemocracia debe educar y preparar a sus organizaciones de suerte que obren como una parte beligerante, no dejando pasar ninguna ocasión de asestar un golpe a las fuerzas del adversario”.[23] En el mismo registro, sostiene: “El marxista se coloca en el terreno de la lucha de clases y no en el de la paz social. En ciertas épocas de crisis económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse, se transforma en guerra civil abierta, es decir en lucha armada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el marxista está obligado a colocarse en el terreno de la guerra civil. Toda condena moral de ésta es completamente inadmisible desde el punto de vista del marxismo. En una época de guerra civil, el ideal del Partido del proletariado es el Partido de combate”.[24]
Es clara la idea de Lenin de que el rol del partido revolucionario es colocarse a la cabeza del proceso en todos los terrenos, incluyendo el militar, aunque no pareciera –leyendo el conjunto de sus escritos– que la forma concreta en que la revolución se expresa en el plano militar esté definida previamente al desarrollo del proceso revolucionario concreto. Por el contrario, Lenin fomentó las guerrillas, construyó la Guardia Roja con los obreros de las fábricas (que eran su fuerza propia) e impulsó los soviets de soldados en el seno del ejército. Y cuando la guerra civil impuso la necesidad de cuadros, sumó al Ejército Rojo a todos los oficiales dispuestos a defender la patria de la agresión externa aliada a la reacción blanca. Para los bolcheviques, el ejercicio de la violencia organizada en el plano militar era una de las definiciones que los separa cada vez más de los sectores que en el futuro serán reconocidos como reformistas. Pero los bolcheviques no tenían una receta universal en ese sentido, salvo que los trabajadores deben construir su propio poder de coacción en consonancia con la idea fundamental de que eran los obreros la clase dirigente del proceso socialista.
Sin dudas la interpretación de los textos de Lenin hecha por el PRT-ERP está sobre determinada por otra influencia fundamental: La interpretación de la experiencia Cubana y especialmente de la lucha y escritos del Che Guevara. El peso de lo militar en el Che es mucho mayor que en Lenin. Aunque deberíamos no aceptar la idea de que el “foco” planteado por el Che es asimilable linealmente a lo que después se conoció como “foquismo” en la versión de Regis Debray o vulgarizaciones posteriores a la derrota de las experiencias guerrilleras[25]. En el mismo sentido, otra de las grandes fuentes de inspiración para el PRT, la lucha vietnamita, aparece como eminentemente militar. De allí (y de la experiencia de Mao en China) sale el concepto de Guerra Popular y Prolongada como estrategia para la toma del poder. En la época era muy conocida la consigna del General Giap (jefe militar vietnamita) “el poder emana de la punta del fusil”.
Es interesante echar una ojeada sobre el enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas del Estado. En combate abierto la guerrilla salió bien parada. Montoneros nunca sufrió una grave derrota, sus muertos y desaparecidos se relaciona con operativos de inteligencia militar, emboscadas a casas de seguridad y secuestros.. El ERP mucho más audaz que el resto de las organizaciones en su decisión de enfrentar a las FFAA en combate sufrió varias derrotas: Sanidad, Azul (aunque en el balance del PRT-ERP no fue visto como derrota), Catamarca y el monte tucumano (donde la derrota fue más política que militar). También realizó algunas operaciones contra unidades militares exitosas: la toma del batallón 141 de Córdoba en febrero de 1973, el de Villa María Córdoba en agosto de 1974 y el de Fray Luis Beltrán al norte de Rosario en abril de 1975. Este último batiendo en combate abierto a los militares que habían logrado montar la defensa del cuartel. En base al balance positivo hecho por el ERP esbozaron lo que parecía una doctrina militar guerrillera novedosa: que unidades irregulares menores ataquen concentraciones acantonadas de unidades del ejército regular mayores a las propias. Relata De Santis: “La novedad, o al menos, lo que yo digo es que esos hecho merecerían ser analizados. Creo que eran posible porque se basaban en una doble sorpresa: Estratégica,  porque las acciones del ERP siempre estuvieron muy por delante de lo que preveía la inteligencia del Ejército, corroborado en Monte Chingolo por las declaraciones del infiltrado. Táctica, porque no sabían donde y cuando los íbamos a atacar. Además, por el trabajo entre los soldados ya que en todos los cuarteles que tomamos o intentamos tomar actuaron colimbas. Lo cierto también es que, después de Manchalá en el Norte y de Monte Chingolo en todo el país, deberíamos haber tenido más en cuanta la enseñanza que dice que al enemigo hay que atacarlo en movimiento porque es más débil”[26].
El ataque al cuartel de Monte Chingolo por parte del ERP fue la mayor apuesta militar de las guerrillas argentinas. Fue también, el mayor ataque realizado en Latinoamérica contra una unidad militar por parte de fuerzas irregulares hasta ese momento[27]. La planificación, el ataque y el balance que el PRT-ERP hizo del asalto al cuartel de Monte Chingolo, define en gran parte la forma en que la organización concebía los procesos políticos y de conciencia, y la función de la lucha armada dentro de ellos. En última instancia, consideraban, no hubo errores sino una ligereza fatal en el manejo de la información sobre la posibilidad de que el ataque estuviera entregado y, por lo tanto, la posibilidad de que fuera exitoso, ya que la sorpresa es un factor indispensable en la estrategia guerrillera. Está en discusión que grado de conocimiento tenía la dirección del ERP sobre el hecho de que el ataque era esperado por los militares (con lo que toda la doctrina militar del ERP era inaplicable). Plis Stemberg en el libro Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina relata detalladamente la planificación y desarrollo de la operación y presenta los numerosos indicios que podrían haber evitado el desastre. Sin embargo De Santis y otros ex miembros del partido que conocieron a miembros que habían participado de la dirección del ataque niegan que se pueda afirmar que todos los indicios presentados por Stemberg hubieran llegado hasta Santucho.
En general el ERP realizaba operaciones que requerían gran nivel de audacia. Como vimos la doctrina militar del ERP se fundaba en ataques muy decididos y frontales contra objetivos centrales de unidades militares que colapsan ante al temerario enemigo. Pero lo interesante es la convicción (que aún hoy persiste en varios ex miembros del PRT-ERP) de que el éxito del ataque habría contribuido a frenar el golpe y a garantizar una mejor subsistencia de la guerrilla en Tucumán: “En cuanto a si fue correcto haber encarado (es decir votado su preparación) esta acción, el BP considera que sí, que expresa un enfoque ambicioso, audaz y determinado del accionar revolucionario que es patrimonio de nuestro partido y un factor característico y esencial en toda fuerza verdaderamente revolucionaria”[28], decían dos días después de la derrota en las conclusiones del Buró Político. Continuando la misma argumentación, y luego de relatar una cantidad de adversidades que tuvieron que soportar los revolucionarios en diferentes experiencias, agregaban un balance donde los puntos positivos superaban a los negativos: que Monte Chingolo fue un éxito político, que extendió la capacidad nacional del ERP, que demostró el heroísmo y valor de los combatientes[29]. De más está decir que es más fácil, a treinta y cinco años y con el resultado histórico conocido, considerar el optimismo del PRT-ERP un error fatal.
Si aventuramos una explicación contrafactual, y evaluamos que el ataque pudiera haber sido exitoso y se hubieran recuperado 20 toneladas de armamentos[30], como se proponía el ERP, ¿qué hubiesen hecho con los cañones? Seguramente guardarlos para una etapa posterior de la guerra, cuando ésta ya fuera de posiciones, y para defender zonas liberadas; quizá las ametralladoras antiaéreas hubieran sido más útiles para la guerrilla del monte, pero el problema de la guerrilla no fue sólo, ni principalmente, la ausencia de armas; más aun, es probable que moviéndose en pequeñas unidades acosadas por el enemigo (como era la situación de la guerrilla en 1975), las ametralladoras antiaéreas fuesen una molestia y se perdieran. Es sabido que el desbalance material de las fuerzas guerrilleras frente a las fuerzas de línea es siempre muy grande, y que su ventaja la constituye la movilidad, la sorpresa y fundamentalmente el apoyo de la población. Por lo tanto, no parece determinante en ese momento histórico el tema de las armas: los montoneros tenían muchas más y una capacidad financiera inagotable y no por ello les fue mejor. Es indudable que la idea de los revolucionarios sobre la forma que tomaría la reacción popular contra el golpe por venir (una espiral de resistencia superior a la conocida hasta entonces) justificaba el acopio de armas. De todos modos, para los revolucionarios de la época el consenso era algo que derivaba de la justicia de la causa y de la capacidad de imponerla por la vía armada. Cuando Santucho hablaba de que “la lucha popular armada o no armada” era en su conjunto la garantía de la victoria, no se equivoca desde el plano teórico; pero en la práctica, a mayor nivel de violencia del enemigo no se corresponde necesariamente un mayor nivel de violencia y movilización de las masas, y así sucedió en el 76, cuando las masas se replegaron. El ataque, aunque hubiera sido victorioso, no habría, cambiado la situación ya que el golpe se relacionaba con causas estructurales que excedían a la guerrilla.
En este sentido la crítica montonera al ataque del ERP era correcta desde el plano militar: “Del planteo táctico del ERP se desprende la pretensión de reducir una unidad militar de gran envergadura, y para ello tomar virtualmente la Zona Sur del Gran Buenos Aires. Y además se decide la acción conociendo que el enemigo estaba alerta. Esta valoración, en su conjunto, revela una incomprensión de la relación de fuerzas en una etapa de defensiva estratégica. (...) Esta incomprensión de la etapa se revela en la valoración de las consecuencias. En una etapa de defensiva, es suicida arriesgar el conjunto de las fuerzas en una batalla decisiva. Debemos eludir “batallas decisivas” y multiplicar pequeños combates que desgastan al enemigo pero preservan a nuestras fuerzas de una derrota de envergadura”[31]. Interesante planteo hecho de “ejército a ejército”, pero ahí acababa la discusión dentro del plano militar. Pero la crítica carece de una reflexión política que exceda el plano de la guerra.
Es cierto que para el ERP la carencia de logística fue un problema que se repitió varias veces, de hecho, el ataque a Monte Chingolo fue emprendido con militantes que portaban armas de puño y escopetas y sólo había pocos FAL. En ese sentido, desde el punto de vista logístico, era entendible la necesidad de pertrecharse urgentemente teniendo en cuenta que se preveía el golpe y se pensaba enfrentarlo con un mayor nivel de violencia. De todas formas, el balance y la concepción de la operación misma son cuestiones políticas. Pudo haber acciones más o menos espectaculares, que insumieran más o menos recursos, o que fueran pensadas como articuladoras de toda la política (el ejército como eje central de la construcción), o como apoyo y desgaste (la resistencia como eje central); pero lo importante sería que después de la acción el campo del pueblo sea más fuerte o el del enemigo más débil, aunque sea en el mediano plazo. Este es un parámetro racional que consideramos aceptable para medir el éxito o fracaso de una política.
El ataque a ese cuartel fue respondido por el ejército con la ejecución de los rendidos y el terror y la muerte sobre la población de los barrios vecinos; pero a esto se sumó que la derrota –sin duda muy grande– fue manipulada por los medios de comunicación y la versión de los revolucionarios fue poco (o nada) conocida por las masas. Si los revolucionarios no tienen canales directos de llegada a las masas que buscan encabezar y éstas sólo se informan de lo que sucede a través de los aparatos de difusión de sus enemigos, se complica que un fuerza popular (armada o no) pueda obtener consenso, aún entre el grueso de la clase que la debía respaldar. En una sociedad donde las clases dominantes llegan todos los días con su ideología al conjunto de la sociedad, mientras que los revolucionarios sólo se comunican por sus acciones es difícil romper con la hegemonía ideológica de la clase dominante.
Daniel De Santis entre otros ex militantes de PRT reconoce la gravedad de la derrota, pero niega su carácter estratégico. Argumenta que el prestigio e inserción del PRT en las masas trabajadoras seguía intacto y que su apogeo hacia julio del 75 no indicaba mermas en esos primeros meses del 76. Por el contrario se vislumbraba una nueva oleada de conflictividad obrera (que el golpe cortó de cuajo). Indica el dirigente perretista que si en ese momento hubieran optado por un repliegue para preservar fuerzas la derrota solo hubiera sido táctica. El problema es que esto no fue así. Quizás sea por eso que la derrota de Monte Chingolo es catalogada en general por todos los autores que han tratado el tema como de carácter estratégico. El ataque estaba pensado para debilitar a las fuerzas armadas porque “los golpes militares debilitan aun más al enemigo y lo obligan a realizar concesiones como forma de buscar una salida”[32] y estar mejor preparados para la siguiente fase de lucha que se preveía será de mayor disposición popular al enfrentamiento. Pero inversamente la derrota mostró debilidad. En la experiencia guerrillera “la lucha armada extiende la potencia de la movilización popular”; esto puede ser cierto cuando la guerrilla se muestra fuerte y la lucha de masas está en un período de avance pero en momentos de agotamiento de la lucha popular la derrota acentúa el repliegue. Y en el marco del proceso de reflujo ya en curso, la profundización de la opción militar más elevada ayudó por un lado, a aumentar el aislamiento de los revolucionarios; y por otro a debilitar la capacidad de los sectores de masas que aún se encontraban movilizados (y en los cuales las guerrillas tenían fuerte inserción) de resistir mejor la ofensiva militar.
La práctica de ERP fue consecuente con las ideas que sostuvo desde su creación. Si, como decía el Che, aunque las condiciones no estén dadas se debe contribuir a generarlas mediante la guerra de guerrillas que golpee al enemigo en su núcleo militar y demuestre su vulnerabilidad, siendo la base de masas algo a conquistar en el proceso de lucha armada, Monte Chingolo no aparece como una locura. Aún hoy muchos militantes del PRT ven a este ataque como una oportunidad perdida.
Pero, como señala Pozzi: “Lo que no percibió el PRT-ERP era que la situación había cambiado. La movilización no era la misma que tres años antes, y los partidos políticos burgueses (...) ya habían otorgado el visto bueno a la intervención militar”, como expresó en forma tan elocuente Ricardo Balbín con su calificación como “guerrilla fabril” a los trabajadores combativos de las riberas del Paraná. Aun así debemos tener en cuenta que el PRT se consideraba representante de los intereses estratégicos de la clase obrera y que, como vimos, durante 1975, ésta siguió dando importantes luchas, muchas de las cuales terminaron en derrotas y otras en victorias. El reflujo señalado por Pozzi es claramente visible desde el presente y teniendo en cuenta al pueblo en general, pero para organizaciones que tomaban al nivel de actividad de la vanguardia obrera como referencia esto podía no ser tan claro[33].
Vemos que es interesante tomar nota de la diferencia entre los objetivos militares de Montoneros y el PRT. El ataque y ejecución de sindicalistas y policías[34] fue para los guerrilleros peronistas una tarea militar importante, creemos que en función de dos frentes de lucha heredados de su tradición peronista. Por un lado la disputa contra la burocracia sindical y la derecha peronista (cosa que el PRT no consideraba)  y por otro por la vieja lucha barrio por barrio que había tenido como protagonistas a la Resistencia Peronista, por un lado, y a la policía por el otro. Aunque en este último punto deberíamos matizar. Ya que la corporación policial como fuerza represiva monolítica estructurada bajo la doctrina de seguridad nacional recién aparece en los sesentas. Hasta ese entonces en el peronismo se percibía a la policía como una fuerza donde había simpatizantes (lo cual es cierto). Pero las nuevas generaciones, hacia fines de los sesentas ya no lo podía ver así. Igualmente es claro que el recuerdo de una tradición de militares nacionalistas y policías peronistas operó en la práctica de Montoneros para que en sus primeros años intentara las particulares políticas que analizamos en el apartado anterior.  Para el PRT-ERP, en cambio, los militares eran el eje de la confrontación armada, aunque también operaban contra los grupos económicos, en lo cual coincidían con Montoneros.
La diferencia táctica entre Montoneros y el PRT-ERP respecto de las fuerzas armadas se verificaba también en la distintiva percepción que la corporación militar tenía de ambas organizaciones. Si bien el objetivo era destruirlas política y militarmente y exterminarlas físicamente, los militantes del PRT-ERP eran considerados “irrecuperables” y su organización cumplía con todos los requisitos del “comunismo ateo y apátrida” de los fantasmas ideológicos militares. Esto se relaciona con la identidad de ambas organizaciones: el PRT-ERP era “bien rojo”, claramente marxista leninista y desde su fundación consideró que el ataque a unidades militares era una tarea de primera importancia a implementar. Montoneros, en cambio, se presentaba con un perfil nacionalista más ligado en su discurso al revisionismo histórico, y sus objetivos militares estaban más ligados al poder económico, político y sindical. Además, en sus ataques a las fuerzas armadas buscaban objetivos más selectivos.

Conclusiones

Las políticas del PRT-ERP y Montoneros hacia las fuerzas armadas fueron diferentes. Eso se puede constatar tanto a través del accionar militar concreto, como de los discursos públicos que las organizaciones. Por el contrario las fuerzas armadas, la “derecha” en general y la idea que quedo instalada en la apertura democrática de 1983, englobaban a la política de las organizaciones guerrilleras hacia las FFAA como un todo de enfrentamiento intransigente. Vemos también que una parte de los posicionamientos teóricos del PRT y de Montoneros eran coincidentes como la necesidad de milicias populares y de creación de un poder militar propio. Aunque como vimos lo de “poder militar propio” puede ser ambiguo, ya que para el PRT era sin dudas el ERP que debía derrotar el Ejército burgués en el campo de batalla, mientras que para Montoneros el concepto poder militar podía incluir captar ideológicamente parte de las FFAA. Está claro que la capacidad Montonera de influir o captar oficiales fracasó. Pero este punto ameritaría un estudio mayor desde el lado de la corporación militar, que demostró ser muy sólida en su capacidad de cerrar vías de penetración de ideas novedosas.
La política militar del PRT era claramente la posición que una fuerza que se considerara de izquierda revolucionaria e intransigente tenía en los sesentas y setentas, mientras que Montoneros expresaba una posición más cercana al nacionalismo revolucionario. Son diferencias en algunos puntos escurridizas y con fronteras permeables. Una gran cantidad de montoneros no hubieran dudado en llamarse marxistas y afirmar que la aplicación del marxismo a las condiciones objetivas avalaba su accionar, acusando al PRT de dogmáticos. Pero un miembro del PRT no hubiera dudado en catalogar la política montonera de ecléctica, con demasiadas concesiones al populismo y una claudicación sus relaciones con militares profesionales.
La acusación de “foquistas” se utilizó demasiado ampliamente y se incluyó a muchas organizaciones que no eran foquistas. Esta difuminación de la categoría se origina en que quedo reducida a una diatriba no solo entre los revolucionarios sino desde afuera del campo de la izquierda. Se redujo el hecho de que los guerrilleros terminaran aislados a que eran foquistas y esto es un error metodológico. La cuestión es inversa: las guerrillas argentinas surgieron en un clima social favorable con consenso y tuvieron movimientos de masas propios. Sus planteos teóricos se encuadraban en ideas insurrecciónales y de guerra popular y terminaron aisladas por la represión y la derrota.
Igualmente desde el punto de vista militar las organizaciones guerrilleras no hicieron un mal papel (contra lo que se piensa). El ERP no alcanzo a más de 500 combatientes y el Ejercito montonero no superaba en mucho los  1000 integrantes[35]. Mil quinientos combatientes no parecen muchos para enfrentar a unos doscientos mil hombres de las fuerzas de seguridad sin limitaciones legales. Es por esto que las FFAA nunca dieron a conocer estas cifras y hablaban de números de decenas de miles de “terroristas”[36]. En realidad la experiencia de lucha de clases desde 1955 había implicado que miles de militantes hicieran algún tipo de práctica “militar” si entendemos como militar saber manejar armas, hacer “caños” organizarse en una lucha callejera que implique barricadas y molotovs, tomar fábricas con rehenes y defenderlas. En este sentido la mayoría de los militantes del PRT y montoneros (y muchas agrupaciones de trabajadores combativos o militantes de otras organizaciones de izquierda) podían ser encuadrados como “terroristas”. Sin embargo desde el plano del enfrentamiento directo Montoneros nunca sufrió una derrota significativa y la mayoría de sus caídas fueron secuestros o emboscadas a casas de seguridad en las que había unos pocos militantes y los militares implicaban cientos de hombres.
Finalmente vemos como la percepción de la corporación militar a las estrategias del PRT y de Montoneros fue en lo sustancial monolítica, a pesar de los esfuerzos de los guerrilleros peronistas en buscar militares nacionales. En realidad sí existieron fisuras en las FFAA que hubieran avalado las esperanzas montoneras. El problema fue que la corporación militar tuvo los suficientes “anticuerpos” (para usar la metáfora de Perón) para eliminar de sus filas a todos los que no compartieran las implicancias de la doctrina de seguridad nacional o (concediendo) hacer callar a los que no la compartieran pero quisieran seguir dentro de las filas castrenses. El recientemente reivindicado coronel Jaime Cesio (un militar democrático, con ideas progresistas o antiimperialistas) fue defenestrado por sus camaradas, acusado de “Marxista” y “rojo” con la implicancia que dichas palabras tienen para los militares argentinos.

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Entrevistas
Flaskamp, C, (2004), entrevista con el autor..
Perdía, R, (2004 y 2011), entrevistas con el autor.
De Santis, D (2008 y 2011). Entrevista con el autor. Clases de Cátedra Che Guevara Universidad Nacional de La Plata.




[1] Podemos citar a Lenin, Vo Nguyen Giap, el Che Guevara y Mao y eran los más conocidos y más leídos por los revolucionarios setentistas. Pero sin dudas los de estrategas “burgueses” como Carl Von Clasewitz o Lidel Hart también eran estudiados en diferente grado a los guerrilleros.
[2] El caso peruano es (para la misma época de los movimientos nacionalistas árabes) el más destacado de América Latina. Allí el general Velazco Alvarado encabezó, entre 1968 y 1975, un proceso de nacionalizaciones, reforma agraria y social. Procesos similares se dieron con Torres en Bolivia y con Torrijos en Panamá; el primero fue asesinado en Argentina por la Triple A en el marco del Plan Cóndor. Torrijos murió en un sospechoso accidente aéreo.
[3] Perdía Roberto. Entrevista con el autor. Marzo 2011.
[4] Ver, Baschetti, op. cit. Es de destacar que Montoneros tuvo desde antes del 73 un cierto atractivo sobre algunos cuadros militares. Por ejemplo: el guardiamarina Urien se levantó en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada) en Noviembre de 1972 y pasó a la clandestinidad, incorporándose a la organización desde ese momento.
[5] Perdía, entrevista 2011
[6] Perdía, entrevista  2004.
[7] Flashkampf, C, entrevista con el autor 2004.
[8] Ver Vinelli, N, (1998), ANCLA una experiencia de comunicación clandestina, Buenos Aires, La Rosa Blindada.
[9] Vinelli, idem.
[10] Horacio Verbisky en Vinelli, N, op. cit.
[11] “San Martín sentó en el Cuyo las bases de una economía independiente, aunque no cerrada.” Ver: Verbisky, H, (1985), Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Buenos Aires, De la Urraca.
[12] “Charla que la conducción nacional baja a los frentes” Baschetti, R. (1996) De Cámpora a la ruptura, De la campana Pág. 279.
[13] Las Ligas Agrarias eran una organización rural con gran influencia montonera. Su líder, Osvaldo Lovey, era dirigente montonero.
[14] De Santis, D, (2004) A vencer o morir, Bs. As. Eudeba.
[15] DE Santis D, entrevistas con el autor.
[16] Ver “Carta al presidente Cámpora” y conferencia de prensa dada durante su breve período de legalidad. En De Santis, op. cit.
[17] Se puede consultar la ponencia de Santiago Garaño: “Frente Ejército Enemigo”: Sentidos y prácticas acerca de la conscripción entre los militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (1973-1976). Jornadas de trabajo sobre historia reciente UNGS.
[18] Garaño idem.
[19] Lenin, Vladimir I, (1960), “Guerra de guerrillas”, en Obras completas, Buenos Aires, Cartago.
[20] Ver Santucho (1994), Mario Roberto Poder Burgués Poder Revolucionario. Ed. 19 de julioBs.As.
[21] Justamente “guerra civil prolongada” era el planteamiento estratégico del PRT para nuestro país.
[22] Destacado por Lenin.
[23] Lenin, op. cit.
[24] Lenin, op. cit.
[25] Ver Caviasca, G,  (2009) Dos caminos ERP Montoneros en los setentas Bs. As. Segunda Ed El R{io suena. Kohan N, “Foquismo” ed Catedra Che Guevara colectivo Amauta.
[26] Se refiere a que la doctrina militar guerrillera dice que se deben atacar unidades del ejército enemigo siempre que estén en movimiento que es cuando son más vulnerables.
[27]  Para un estudio detallado del ataque a Monte Chingolo ver: Plis Strenberg, G, (2003) Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Buenos Aires, Planeta.
[28] De Santis, Daniel, A vencer o morir, op. cit.
[29] Idem op. cit., Pág. 504.
[30] El PRT esperaba recuperar: “900 FAL con 60.000 tiros, 100M-15 con 100.000 tiros, 6 cañones antiaéreos automáticos de 20 mm. con 2.400 tiros, 15 cañones sin retroceso con 15 tiros. Italasas con sus proyectiles, 150 subametralladoras, etc.” De Santis, op. cit., pág. 501. Boletín Interno Nº 982, 27 de diciembre del 75.
[31] Tomado de Plis Strenberg, op. cit. Pág. 378.

[32] De Santis, op. cit. Pág 514.

[33] Pozzi, Pablo. op cit. Pág. 370.
[34] En un primer momento el ataque a policías estaba ligado, más bien, a la recuperación de armas, el castigo a represores o a comisarías “bravas”. Pero, ya en 1975 se fijó la política del ataque y ejecución sistemática (que duró hasta 1976).
[35] Tanto el ERP como Montoneros tenían en torno a su aparato militar una importante cantidad de colaboradores.
[36] Informe de la junta militar El 28 de abril de 1983, Diarios La Nacion, Clarín y otros. 

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