REBELIÓN
EN LAS CALLES
El
19 y el 20 de diciembre del 2001 las calles de la ciudad de Buenos Aires fueron
copadas por multitudes de un muy diverso origen social que exigían el fin de
una política que había instalado el hambre en la mayoría de la población. Una
década de “neoliberalismo” duro: apertura económica, endeudamiento desorbitado,
privatizaciones generalizadas, alineamiento automático con las políticas
norteamericanas, desregulación del mercado de trabajo, habían dado el golpe
final al Estado peronista. Las consecuencias de ese modelo se condensaron en
los meses previos desencadenando una crisis que estalló en rebelión callejera,
expulsando dos presidentes en una semana. Se abrió así un periodo durante el
cual una crisis orgánica del sistema colocó a la nación argentina ante una
encrucijada cuya salida marcaría nuestra historia futura. Sin embargo un año y
medio después, mediante una elección normal, la misma clase política iniciaría
la reconstrucción de las instituciones y del sistema económico. Hoy, a diez
años, podemos calificar a esa experiencia: el kichnerismo, de exitosa y
pacífica política de reconstrucción de la gobernabilidad y de la hegemonía
capitalista.
¿Que
fue lo que sucedió esas jornadas? ¿Cuáles fueron sus antecedentes inmediatos? ¿Hubo
una acumulación de experiencia de resistencia popular que gestó la pueblada?
¿Qué pasó del lado de las clases dominantes? ¿Qué potencialidades y
limitaciones podemos ver hoy respecto de los protagonistas? ¿Qué cambios y
continuidades se manifiestan el kichnerismo? ¿Cuáles de estos cambios y
continuidades son consecuencia del protagonismo y la movilización de masas y
cuáles de la necesidad misma de reestructuración del sistema? Esta serie de
preguntas guían este artículo. Presentamos algunas hipótesis de respuesta para
la discusión con el objetivo de conocer más rigurosamente nuestro pasado
inmediato y con él evaluar nuestro accionar presente y las tareas militantes
que nos debemos los que seguimos comprometidos en fundar un nuevo sistema.
No
es posible comprender el estallido de la crisis en Argentina si no la
encuadramos en el agotamiento de un ciclo de acumulación capitalista, el
llamado “neoliberal”. La misma crisis que hoy sufren los países centrales
estalló hace diez años (años más, años menos) en América latina. Aunque no en
todos los países esta decantó en un estallido social y la crisis orgánica del
sistema, como si lo fue en Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia. En los
otros dos grandes países latinos como México y Brasil se vivieron la crisis
económica y la miseria generalizada, aunque no el estallido social. También en
el resto del continente el agotamiento del neoliberalismo se manifestó con
cambios de signo político (como en Perú, Paraguay, Uruguay o Nicaragua). Y aún
hoy la necesidad de transición hacia un nuevo modelo se manifiesta con
enfrentamientos sociales y crisis humanitarias, como en los países de mayor
afianzamiento de las elites políticas y mayor vinculación con los EEUU: Chile y
Colombia y en el mismo México donde la anterior crisis económica y la debacle
social no han conducido a cambios de modelo.
Así
como la crisis mundial se fue desarrollando desde los países del “tercer mundo”
hacia el primero. Las consecuencias sociales del “modelo” aparecieron de “la
periferia al centro” (no porque los cinturones de miseria que rodean a Buenos
Aires no manifestaran su degradación rápidamente, sino porque la activación de
la protesta social comenzó en el interior, en lugares donde los lazos de solidaridad
horizontal estaban más afianzados). La explosión en la pacífica provincia de
Santiago del Estero en 1993, culminó con la ocupación por la gendarmería de la
capital, se habla de varios muertos aunque después se desmiente, saqueos e
incendio de los edificios de gobierno y casas de políticos. Es interesante ver
la raíz del conflicto. El plan económico de Menem golpeó duramente a los
estatales (disminuir el gasto público y achicar el Estado era un lema de
propaganda) y a las economías del interior. En provincias donde el Estado es la
principal fuente de empleo, la situación se torna critica si las redes
clientelares no logran palear el hambre. El modelo de la rebelión santiagueña,
la primera de este nuevo ciclo, también es interesante. El elemento aglutinante
fue un plan de lucha de los trabajadores estatales con movilizaciones y
huelgas. La represión policial de una importante concentración el 16 de
diciembre, la reacción de los manifestantes y la sumatoria a los
enfrentamientos de otras fracciones de la población, el repliegue policial y la
generalización de los ataques e incendios de los edificios de los tres poderes,
almacenes de mercadería y casas de dirigentes de los dos partidos políticos
significativos de la provincia. Al día siguiente la intervención federal con
tropas de gendarmería para pacificar. Y finalmente las elecciones de renovación
de autoridades, sin que de las clases populares surgiera ninguna alternativa,
con un altísimo ausentismo de cerca del 50%. El tiempo diluyó la crisis
orgánica provincial y los mismos partidos políticos continuaron gobernando.
Aunque inicialmente cierto temor se instaló en el personal más conspicuo del
menemismo, que comenzó a agitar el fantasma de “agitadores profesionales” y la
prevención contra un “rebrote subversivo”. Con el doble fin de negar la
legitimidad popular de las protestas y de “crear anticuerpos” contra formas de
organización alternativas.
El
“santiagazo” fue el primer movimiento de protesta social de los que se
generalizaron a partir de entonces. El modelo menemista había logrado frenar la
hiperinflación a costa de un crecimiento de la desocupación del 8% con la
crisis del alfonsinismo en el 88/89, al 10% (casi el 21% de desocupados y
sub-ocupados) en el 93/94. Más allá de la derrota estratégica a nivel local, el
movimiento demostró que podía voltear un
gobernador y frenar (coyunturalmente) un ajuste. La experiencia estaba
instalada. El tipo de acción vista en Santiago se repitió en otras provincias
aunque en menor escala. Pero fue sin dudas la provincia de Jujuy donde las
puebladas desatadas en torno a sucesivos planes de lucha de los gremios
estatales, cobro su forma más organizada. Un liderazgo que prometía, como el de
Carlos “Perro” Santillán, secretario general del gremio municipal, referente de
la Corriente
Clasista y Combativa estructura de masas del PCR (Partido
Comunista Revolucionario, maoísta), a la cabeza del Frente de gremios estatales
(que incluía a ATE), generó una situación provincial en la que varios
gobernadores debieron renunciar. El mayor nivel de organización, con
autodefensa, planificación de escalada de conflicto, preparación de los
trabajadores para jornadas de confrontación, colocaron a los jujeños a la
vanguardia de la conflictividad y de la organización de masas. Situación que aun
hoy se prorroga con gobiernos provinciales débiles frente a organizaciones
sociales fuertes.
El
otro camino que tomaron las protestas populares fueron los movimientos de
desocupados. Cutral-Có en la (también activamente conflictiva) provincia de
Neuquén, fue el primer toque de atención. En una provincia petrolera la
privatización de YPF produjo devastación en los pueblos fundados en torno a los
campamentos petroleros. En 1991 se
produce la privatización y el levantamiento de las oficinas regionales de YPF,
lo que provoca el despido de 3.500 operarios. Aquí ya no había
organización sindical que pudiera servir de pivote organizativo, ni sedes de
gobierno central que atacar. Solo las rutas nacionales que cortar,
interrumpiendo la comunicación con algún sector del país hasta que alguien respondiera a la desesperante situación de pueblos condenados a ser
fantasmas. Cutral-Có fue toda una experiencia novedosa. Dos prolongados cortes
en junio de 1996 y abril de 1997 evolucionaron desde el reclamo multisectorial
encabezado por comerciantes hacia un movimiento de nuevo tipo: de trabajadores
desocupados. El movimiento no logró ser dominado por a las fuerzas provinciales
primero, ni por la gendarmería después. Logró que la jueza se declare
incompetente y que se coloque en el plano político nacional la resolución del
mismo. Un muerto quedó en el pueblo cuando la policía intentó recuperarlo. Se
obtuvieron gran parte de las reivindicaciones y que los políticos se acerquen a
negociar al piquete. Aunque fracasa en la reivindicación fundamental: la
reactivación productiva de la zona.
Los piquetes
en el interior se generalizarían a partir de ese momento. Principalmente en
pueblos que vivían las consecuencias del cierre o despidos masivos de empresas
que les daban vida. Es necesario mencionar el caso de Tartagal y General
Mosconi en Salta, donde desde mayo d 1997 el corte de ruta en reclamo de
puestos de trabajo se transformó en una constante. Allí quedaron 5 muertos (120
heridos de bala) en diferentes jornadas de lucha y sedimentó un movimiento de
desocupados organizado que se transformo en referencia política para la
población. La característica de los movimientos de desocupados del interior,
además de las largas acampadas en las rutas en condiciones duras y la
resistencia a la represión prolongada, fue la masividad, con la participación
de miles de personas, que incluían a una porción muy grande de la población en
momentos críticos.
La llegada del
movimiento de desocupados al Gran Buenos Aires (GBA) se produjo en 1997. Ya desde
tiempo atrás los grupos de la FTV
de Luis Delia y de la CCC
del PCR en La Matanza
desarrollaban trabajos sociales de importancia en el tema de tierra y de lucha
contra el hambre. Lo mismo en Florencio Varela donde, el más destacado
referente, Roberto Martino, sostenía la tesis del desarrollo de poder
territorial a partir de la organización de los sectores obreros desplazados el
mercado de trabajo mediante conquistas obtenidas reclamando al Estado
asistencia inmediata. Fue durante 1997/98 con la experiencia de las primeras
luchas del interior del país, y con una desocupación y subocupación rondando el
34% (promedio nacional, los barrios y pueblos obreros la situación era mucho
peor), cuando desde dos orientaciones políticas diferentes matanceros y varelenses
ocuparían las rutas hasta obtener las primeras victorias (planes sociales,
alimentos) que les permitieron transformarse en referentes y expandir el
movimiento. A partir de aquí los años que siguieron hasta el 2001 vieron la
expansión de movimientos de desocupados y del corte de ruta como medida de
lucha para arrancar reivindicaciones de alimentos y planes sociales al
gobierno.
Seria largo
mencionar todas las luchas de tipo pueblada o piqueteras o la combinación de
ambas, valorando su intensidad y organización, que se dieron desde 1993 hasta
el 2001. Pero todas fueron acumulando un capital de experiencia popular. Por
otra parte el Estado neoliberal no modificó sus políticas, ni elaboró planes
paliativos de alcance suficiente, para disminuir los efectos de las mismas, por
lo tanto se mantuvieron las condiciones de la puebladas y del florecimiento de
movimientos de desocupados combativos por fuera de las estructuras del Estado.
Un dato muy importante del nuevo modelo post neoliberal o “neodesarrollista” como
algunos lo definen, surgido después de la crisis, es la masividad y centralidad
de los planes de asistencia social, estructurales al modelo. Por el contrario,
las estructuras super-clientelares del PJ duhaldista, las “manzaneras” se
resquebrajaron, al no poder cumplir con las necesidades de sus bases
encorsetadas por lealtades a la estructura pejotista, frente a la acción
independiente de los movimientos de protesta, en una sociedad en la que la
pobreza superaba la mitad de la población.
El 2001 de crisis social a crisis orgánica
Si bien los
dos movimientos masivos y recurrentes de protesta popular fueron piquetes y
puebladas. No debemos dejar de indicar la existencia de otras manifestaciones
de descontento que fueron indicativos de la perdida de consenso del modelo o
que (con el tiempo) ayudaron a minarlo. Por un lado la, casi solitaria, lucha
de los jubilados. Otra capa social víctima del modelo, con jubilaciones
congeladas en 150/200 $/U$S su situación era desesperante. Sin dudas su
activación y el modo rupturista de protesta del grupo encabezado por Norma Pla,
debe haber sorprendido al gobierno y más de un analista. Su presencia todos los
miércoles durante años en pleno centro de la capital era una bofetada al clima
de calma que aparentada el menemismo.
Un segundo
movimiento, destinado a crear escuela, fueron los escraches de HIJOS (hijos de
desaparecidos). Entre los grupos que dieron estabilidad al gobierno menemista
estuvieron los militares y la derecha política. La amnistía, a los jerarcas
militares (combinada con una perversa amnistía a destacados ex guerrilleros)
neutralizó a las FFAA que aceptaron sin chistar el desmantelamiento de la
fuerza a cambio de su reconocimiento y alineamiento directo con los EEUU. Allí
intervinieron los hijos de desaparecidos, convocando sistemáticamente esos años
a marchar y “escrachar” a los represores en sus casas. Método que luego se
generalizó a otros ámbitos de protesta.
Por último, el
movimiento estudiantil incubó esos años un proceso de cambio. Conducido
férreamente por la agrupación neoliberal Franja Morada (UCR), y por políticos
radicales en la estructura de decanos y rectores, la conducción universitaria
acompaño las políticas menemistas. Pero hacia 1995, cuando el gobierno propuso
una reforma que implicaba adecuar el sistema educativo a las condiciones del
mercado, estalló (con epicentro en La Plata) una sorprendente protesta
estudiantil masiva, que desconoció a centros y conducciones formales y generó
conducciones paralelas, más democráticas; y bloqueó con éxito el funcionamiento
del parlamento, paradigma de la democracia formal (desconociéndolo). La ley se
aprobó luego de meses de conflicto y de una dura represión. Este proceso
continuó hasta el presente y significo el desplazamiento de la burocracia
estudiantil radical.
La forma en
que evolucionó se orientó hacia la reivindicación de la asamblea, el debate
horizontal, y cierto rechazo a la gran política en pos de la construcción de
espacios de “poder popular” entendido como local y alternativo. La influencia de
estas ideas puede encontrarse también en algunas corrientes del movimiento
territorial de desocupados, como también en la lógica que adoptaron las
“asambleas populares” surgidas en Buenos Aires después del 20 de diciembre.
Indudablemente esa nueva hegemonía en el movimiento estudiantil se expresa
también en una importante corriente de intelectuales y académicos y se
emparienta con él “que se vayan todos” del 19/20 de diciembre y con cierta
despreocupación o rechazo por “construir alternativas de poder” y por el Estado
nacional. No completamos el panorama del cambio de hegemonía en el estudiantado
si no indicamos el crecimiento de la izquierda trosquista. Más centrada en la
lucha contestataria y las actividades de solidaridad que la izquierda autónoma.
Estas
diferentes expresiones de protesta y reconfiguración de la lucha popular a los
largo de la segunda parte de la década de 1990, fueron, en diferente grado,
haciendo la experiencia que daría forma a la explosión política y social del
2001. Pero hubo otras dos movimientos que si bien no fueron parte de la
experiencia nueva, si lo fueron de la resistencia del movimiento obrero.
Estamos hablando de los agrupamientos sindicales del CTA y el MTA. La derrota
de las principales luchas contra las privatizaciones en los primeros dos años
de gestión menemista (Ferroviarios, Telefónicos, Hipasam, Somisa), sumado al
travestismo de la mayor parte de la dirigencia sindical peronista desarmaron a
la clase obrera (los dirigentes de los principales gremios buscaron negociar su
incorporación como capa a la nueva situación, abandonando a sus bases, a cambio
de mantener sus posiciones a la cabeza del aparato sindical). Por otra parte el
mismo modelo neoliberal implicaba su disminución numérica, su fragmentación y
su debilitamiento estructural. Una fracción, docentes y estatales, se abrió de la CGT en 1991 y fundó el CTA de
orientación socialcristiana encabezado por Víctor De Genaro. Estos aceptaban la
emergencia de nuevos tiempos donde la condición de “obrero” no fuera determinante
para estar organizado en la misma, y tenían la orientación estratégica de
construir un movimiento político “multisectorial”. Otra fracción organizada
alrededor de los gremios camioneros y colectiveros creó en 1994 el MTA, cuyo
referente más activo fue Hugo Moyano. Estos buscaron retomar la idea
tradicional del sindicalismo peronista, con cierto tinte “vandorista” y
defendiendo políticas nacional-desarrollistas. El surgimiento de este
agrupamiento sirvió para que (junto al CTA) se articularan los primeros paros
generales ya en 1996.
Ambos grupos
confrontaron con el menemismo y colaboraron en la generación de escenarios
propicios para las diferentes luchas sociales (mas orgánicamente el CTA). Pero
durante la crisis final del 2001/2002 las organizaciones sindicales estuvieron
al margen y colaboraron en diferentes propuestas de canalización o
reconstrucción institucional. Por ejemplo el MTA articuló un frente con grupos
empresariales ligados a la industria y con fracciones del PJ, con los que
realizó declaraciones conjuntas y protestas públicas proponiendo una política
de reactivación del mercado interno y la salida del 1 a 1. Mientras que el CTA
siguiendo la tradición iniciada con la “carpa blanca” en 1996 y el FRENAPO en
el 2000/2001 intento canalizar la protesta social violenta o disruptiva hacia
propuestas políticas institucionales y actividades demostrativas intentando
desmovilizar en los momentos más álgidos de la rebelión.
Convertibilidad y abismo
La década
menemista (1989-1999) causó devastación, no solo el lo económico, sino también
en lo político/social y en lo cultural. En 1996 (“el mejor año de la
convertibilidad”) la desocupación alcanzaba ya más del 17% y la subocupación un
13% según cifras del INDEC (todas estas cifras son un promedio nacional) y las
industrias cerraban sus puertas, se reconvertían para operar a nivel financiero
o como importadoras disminuyendo su personal apoyadas por el Estado y sin
resistencia de los gremios industriales. La marginalidad creció y las villas
miserias engordaron y se multiplicaron. El 1 a 1 además generó las condiciones para que la
llegada de inmigración de países tradicionalmente pobres, se transformara en mayor explotación en algunas ramas
marginales (es la época de origen de los talleres textiles clandestinos, la
contratación en negro, el trabajo híper flexible). Aprovechando su indefensión,
acrecentada por la flexibilidad laboral, se amplió una masa trabajadores sin
horizonte de estudios o “vivienda digna”, a los cuales las estructuras
sindicales no atendieron y la sociedad consideró “natural” o “cultural” su
situación de marginalidad.
El primer
síntoma de agotamiento del modelo neoliberal con la crisis mexicana de
1994/1995 (caída del PBI del 4,5%) fue
abordada con mayor flexibilidad, endeudamiento y privatizaciones. Pero aún así
la situación el 1998 era crítica. La “híper-desocupación” había llegado para
quedarse y amenazaba seguir creciendo ante cualquier contratiempo y la deuda se
elevaba hasta superar los astronómicos 100000 millones de U$S en 1996. La deuda externa, flexibilización y las
privatizaciones, mecanismos mágicos presentados por el ministro Cavallo
mostraban sus consecuencias. La primera siguió creciendo superando los 140000
millones de U$S en 1999 (año de acceso de la ALIANZA al gobierno) en una
espiral de refinanciamientos con tasas de pago cada vez más elevadas y con
vencimientos que superaban ampliamente la capacidad de pagos de la economía
nacional, obligando a nuevos refinanciamientos cautivos de monitoreos e
imposiciones internacionales. Por el lado del ingreso de divisas por
privatizaciones ya prácticamente nada quedaba por entregar al capital
extranjero, tal es así que en el gobierno se hablaba de vender o hipotecar
tierras a organismos internacionales con el objeto de seguir financiando el
modelo de “1 a
1” .
El acceso de
Alianza al gobierno, frente entre la
UCR y el FREPASO, sucedió
en este contexto de agotamiento del plan de convertibilidad. Las
expectativas de la sociedad eran el “cambio”. Pero ¿Qué tipo de cambio buscaban
los votantes de la Alianza. La
desocupación y la deuda externa eran dos puntos centrales que se debían
afrontar, pero ambos eran consecuencias inherentes del modelo. Por otro lado la
continuidad de la convertibilidad fue sostenida por la Alianza enfocando su
discurso y propuestas en temas relacionados con la corrupción o el respeto a
las formas republicanas. Temas que en general seducen a las clases medias.
Y aquí esta
otro de los temas que también deben ser abordados para comprender mejor la
naturaleza del 20 de diciembre y la potencialidad del mismo. La explosión
social de esos días contó con la participación de una pluralidad de
protagonistas sociales, pero fueron los sectores medios urbanos,
específicamente los sectores medios de la Capital y Gran Buenos Aires los que dieron el
empujón final a De la Rúa. Sin embargo esta clase fue el sustento del triunfo
electoral de la Alianza
y fue sin dudas la “clase” que más se sintió atraída por los beneficios de la convertibilidad y su modelo
sociocultural. Consumo de bienes superfluos importados o comprados en el
exterior, viajes por todo el mundo, individualismo y despreocupación por
cuestiones colectivas y por el sufrimiento de los demás. Por eso la clase media
apoyo una alianza tibia entre radicales y frepasistas encabezada por un radical
conservador que prometía continuidad con cambios de forma.
La
rebelión
El 19 y el 20
de diciembre algo cambió en nuestro país. Durante dos días las masas populares
demostraron su capacidad de acción política directa para exigir el fin de la
larga década neoliberal. Pero a diferencia de los sucesos que marcaron el
colapso del alfonsinismo, esta vez las clases dominantes no contaban con un
consenso homogéneo para la salida de la crisis. La caída del alfonsinismo
estuvo inmersa en una falta de poder político para imponer el programa de
desnacionalización de la industria y destrucción de las conquistas de la clase
obreras, por el lado del Estado; pero
por el lado de las clases dominantes existía un consenso entorno a un proyecto y solo les faltaba el
hombre y la estructura que lo impusiera la traición desde el estado: ese hombre
era Menem y el justicialismo el polo de traición.
En diciembre del 2001 el bloque
dominante estaba fracturado entre “dolarizadores” (la Bolsa de Comercio, la ABRA, la
Cámara Argentina del Comercio) que
pretendían profundizar la vinculación orgánica al mercado mundial a través de
la misma lógica neoliberal renunciando a nuestra soberanía monetaria y
adoptando al dólar como moneda salvando así la convertibilidad, el “1 a 1”. Y
“devaluadores” (la UIA capitaneada por Techint, la UAC y la Cámara Argentina de
la Construcción, la CRA: el llamado bloque productivo) que pretendían romper la
paridad generando así una caída enorme de los costos de la producción local frente
a la competencia extranjera y eliminando las enormes ventajas de los
importadores de bienes y de los exportadores de capital, con el costo de una
caída brutal de salario real. Contaban con acuerdos con la CGT de Moyano y
sondeaban al PJ de Duhalde.
Pero
los recambios del sistema estaban desgastados. Los terratenientes, la
burguesía nacional (bloque productivo), la gran burguesía monopólica local y
extranjera (beneficiarios de las privatizaciones y el capital financiero
(representado por los bancos) no acordaban un modelo que los satisficiera a
todos y así se dificultaba lograr una hegemonía política que encuadrara al
resto de la sociedad. El corrimiento de una importante parte de la burguesía
hacia una propuesta devaluacionista ya se empieza a gestar el 1999 con la
crisis brasileña (resuelta con la devaluación del real) y se va afianzando,
enfrentando a los sectores conservadores que plantean una profundización de la
convertibilidad hacia la dolarización. Pero esta propuesta se torna imposible
por sus costos sociales en sectores trabajadores y medios, por el nivel de
resistencia que la sociedad y la dificultad de reprimir cuando la utilización
de la coerción por parte del Estado deja de ser vista como legítima.
El corto tiempo de gobierno de la
Alianza merece ser descripto ya que durante su gestión se gestó la crisis
política terminal del sistema que transformo la crisis económica y social en
crisis orgánica. Este frente accedió al gobierno con un discurso en el que
transmitía que haría frente a la crisis mediante una política de gestión
honesta y respetando las normas republicanas. O sea, en lo que hacía al modelo
criticaba cuestiones de forma, especialmente la “corrupción” y el
“autoritarismo” menemista. No encaraba el tema fundamental de la crisis: la
convertibilidad, a la que se proponía no tocar (en consonancia con las
contradictorias aspiraciones de la clase media que era su sustento electoral).
Pero en los primeros tiempos de su
gestión llevó adelante dos brutales represiones en Salta y Corrientes que
dejaron varios muertos: primera cuestión, resolución violenta de conflictos. La
segunda cuestión política fue el escándalo de las coimas en el Senado nacional
para aprobar la reforma laboral exigida por el FMI para continuar con la ayuda
económica. La denuncia pública de Moyano de que los senadores cobraban por
aprobar leyes (y que a él mismo y otros sindicalistas, los habían intentado
sobornar) debilitó al presidente y al ministro de trabajo. Esto llevo a una
dura crisis política con la renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez, vicepresidente
y figura más destacada del FREPASO, lo que dejo claramente al gobierno en
minoría a menos de un año de su asunción. Pero, cosa que no tomaron nota los
senadores justicialistas que aspiraban a ser el recambio de De la Rúa, la
constatación de que el Congreso se manejaba con coimas debilitó la credibilidad
en el conjunto de las instituciones republicanas.
Si en su primer año de gobierno De
la Rúa consiguió contener la desocupación y la caída de la actividad económica
recurriendo a las mismas recetas de su antecesor. Para el 2001 las variables
económicas y sociales se desbocaron. La desocupación superó el 18% y la
subocupación el 16% y la deuda se elevaba al increíble monto de 180000 millones
de dólares. La movilización de los movimientos de desocupados era cotidiana y
se extendían activamente a todo el país, contaban en muchos casos con la
participación de toda la población. Se formo una coordinadora de movimientos
piqueteros (la Asamblea Nacional Piquetera) para articular luchas conjuntas. Y
en julio del 2001 los movimientos más combativos demostraron su capacidad de
lucha cortando desde el medio día hasta la noche los accesos a la capital en
una muestra de poder alternativo muy destacada. Las protestas sindicales
también cobraban fuerza con tres paros generales durante el 2000 que llegaron a
confluir con cortes de ruta de los movimientos de desocupados y 4 durante el
2001 también con cortes de ruta y movilizaciones (4 de estos paros sumaron
además del CTA y la CGT de Moyano a la conciliadora CGT de Daer).
Ante esta situación la UCR optó por
profundizar la opción neoliberal ortodoxa. Primero, en Marzo, nombró al
ultra-liberal López Murphy que presento un durísimo plan de ajuste con el
objeto de lograr el “déficit cero”: medida exigida por el FMI, que implicaba
recortes a salarios, jubilaciones, educación, salud, etc. Duró pocos días ante
el clima de agitación popular que amenazaba con explosión social y que ya
mostraba a la clase media volcada a la oposición. El nombramiento de Domingo
Cavallo, creador del plan de convertibilidad durante el menemismo y estatizador
de la deuda externa privada durante la dictadura, calló como un balde de agua
fría en la sociedad, pareció que ninguna lucha frenaba la decisión del gobierno
radical. Podemos ver que la UCR buscaba solucionar la crisis del modelo
profundizándolo. Esto produjo rápidas consecuencias electorales. En las
elecciones legislativas de octubre del 2001 la UCR fue aplastantemente
derrotada y el PJ se alzó con la victoria. Pero (como en el caso de las coimas
en el senado) fue una victoria pírrica: el rechazo al sistema político mediante
diferentes formas de voto protesta alcanzó el 48% (aunque esto debes ser
ponderado con la no participación estructural) y la izquierda superó el 10% por
primera vez en la historia. La crisis orgánica estaba naciendo.
Los meses finales de De la Rúa
fueron terribles. El PBI calló solo en el 2001 un 3,8% (un 7,5% durante el
periodo de la Alianza). Cavallo
nuevamente recurrió al FMI para lograr un “megacanje”: otro préstamo (esta vez
de 40000 millones de U$S) destinado pagar intereses, con ajuste, eliminación de
déficit fiscal y refinanciación de la
deuda a tasas más altas. Pero esta vez el fondo se “endureció” y exigió a la
Argentina que cumpla las metas del ajuste. A partir de allí la historia es
conocida, corrida bancaria, y el famoso corralito de Cavallo que produjo que la
mayoría del circulante saliera de las calles. El hambre golpeó a la puerta de
la clase media como un espectro; el espejo de una familia pequeño burguesa
argentina ya no fue el burgués sino la familia
cartonera (una nueva “ocupación” que se masificó esos meses). Los
comerciantes de Caballito, Flores, Liniers, Belgrano, etc. cortaban las calles
desde principios de diciembre; las amenazas de saqueos partían de los mismos
movimientos piqueteros.
El
17 de diciembre los rumores comenzaron a ser realidad, desde Entre Ríos y
Mendoza llegaron noticias e imágenes. Los saqueadores se veían por TV, en
directo durante horas, el gobierno nacional estaba paralizado no avanzaba en
ningún sentido. El drenaje permanente de riqueza nacional que produjo el 1 a 1 necesitaba ser frenado
hacia tiempo, pero algún sector social debía pagar la orgía menemista, en la
coyuntura la cuestión era clara se protegían los bancos o se protegían los
sectores populares con capacidad de ahorro. Pero en la nueva estructura
neoliberal era imposible que la decisión pasara por una expropiación a los
expropiadores por lo tanto el golpe lo debía asumir nuevamente el pueblo y el
costo político lo debía pagar el gobierno. La elevación de la protesta y el
descontento a la calidad de estallido social llevo a que la crisis política
llagara a niveles que las clases dominantes no preveían, desarticulando los
planes de recambio que el PJ venía preparando.
Así la incapacidad de la Alianza de pilotear la
crisis y su rápido desgaste y la imposibilidad del PJ de limpiar su imagen de
cara a un recambio controlado, tuvo su origen en esta crisis de hegemonía en el
fraccionamiento del bloque dominante y en la intervención de las clases
subalternas. Fue la lucha de clases, la intervención de las masas la que rompió
la lógica burguesa de recambio al manifestarse en crisis orgánica. La
activación de la lucha de masas impidió la represión generalizada, deslegitimó
el sistema en su conjunto y logró que ninguna propuesta de salida burguesa de
la crisis pudiera ser presentada como “popular”. Esta situación fue la que hizo
que la crisis argentina se pareciera mas a la venezolana, boliviana o ecuatoriana,
donde el sistema se desplomó bajo la presión de las masas; que a la brasileña o
uruguaya donde la institucionalidad se conservó y el recambio fue piloteado
ordenadamente.
El pueblo movilizado había corrido
el velo de la ideología privatizadora, e identificado la responsabilidad de las
empresas privatizadas, los bancos, las AFJP y el seguidismo a las políticas de
EEUU en el vaciamiento del país. Quizás este sea uno de los grandes logros de
la lucha popular de esas jornadas. Pero, más allá de esto, no debemos olvidar
que el llamado bloque productivo “nacional” aliado con la dirigencia sindical
también fue responsable, como pilar fundamental, de la década neoliberal y que
es en la actualidad un artífice central del nuevo consenso krichnerista. Un
cambio de timón parcial por el cual venían trabajando hacia dos años
importantes fracciones de la burguesía monopólica, que debió ser completado con
políticas sociales y de DDHH como consecuencia de la organización popular.
La rebelión popular
Tres características hacen de las
jornadas del 19 y 20 uno de los hechos políticos de masas más grandes de la
historia argentina: Una rebelión popular que significo un punto de inflexión en
nuestra historia. -La rebelión tuvo epicentro en Buenos Aires donde habita un
tercio de la población del país, pero también hubo estallidos en Santa Fe,
Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Neuquén, etc.; -tuvo claros objetivos políticos:
terminar con un gobierno, se esbozaron en ella elementos antiautoritarios,
antineoliberales y antiimperialistas; y contó con la participación en
diferentes formas de amplias masas populares con un elevado nivel de
combatividad en la lucha de calles.
La nacionalidad de la movilización
es fácilmente verificable, saqueos prácticamente en todo el país al igual que
movilizaciones y enfrentamientos con la policía en diferentes provincias desde
los días anteriores y durante las mismas jornadas. Para ver la politicidad y la
ideología de las masas movilizadas podemos desgajar el movimiento en tres
partes que desarrollaron su actividad en forma compartimentada: los
saqueadores, el cacerolazo y los (más avanzados del conjunto) que marcharon y
sostuvieron el cerco a la Plaza
de Mayo hasta voltear al gobierno de De la Rúa.
La mecha de los saqueos se encendió
en Mendoza y rápidamente se extendió por todo el país hasta llegar a la Capital Federal
(que había sido inmune a los saqueos del ‘89). En los barrios pobres (la
mayoría de los barrios en esos tiempos) se comenzó a sitiar supermercados para
exigir alimentos (siguiendo la metodología piquetera inaugurada años antes) y
luego a saquearlos, empezando primero por grandes supermercados (mejor
defendidos) y siguiendo después por otros más pequeños. Es interesante ver cómo
donde había movimientos de desocupados o estructuras organizadas éstas se
mantuvieron ajenas al proceso, perdiendo la oportunidad de darle a la
movilización expropiadora de las masas trabajadoras objetivos mayores, más
claros o más contundentes.
Si analizamos la composición social de las masas saqueadoras vemos
que estuvo integrada por trabajadores, desocupados y marginales, hombres
maduros y mujeres, jóvenes y niños. Su ideología era difícil de definir, aunque
el reclamo de un cambio en la política económica era generalizado en el país.
El mundo del saqueo operó como “espectro” como “infierno tan temido”, y se
movió independientemente del resto de los grupos sociales movilizados. Los
saqueos generalizados y fuera de todo control marcó el punto final del
clientelismo pejotista que había disciplinado a las masas esos últimos años El
crecimiento numérico de los movimientos de desocupados fue el principal canal
de participación donde se manifestó la organización de esos sectores y una
consecuencia directa del 20/12.
Muchos se mantuvieron al margen por
miedo a ser manipulados por las estructuras clientelares del PJ que preparaban
una oleada de saqueos para darle un empujoncito al inepto presidente radical.
Lo que no comprendieron los compañeros que no actuaron en esa oportunidad es
que en los momentos de crisis aguda, cuando las clases dominantes están
fracturadas, fracciones de ellas salen a enfrentar y, obviamente buscan dirigir
o manipular el malestar de las masas. Pero el desafío de los militantes que
tienen objetivos de cambio político radical y que pretenden luchar por el
poder, no es permanecer al margen, sino
identificar la maniobra, ser conciente de la crisis general de dominio y
actuar para desbordarla, tomando, la posta en una segunda instancia de la
conducción del proceso. En última instancia el 19 y 20 de diciembre las masas
rompieron con las estructuras políticas tradicionales pero sin que existiera
ninguna alternativa de dirección.
Creemos que otra de las posibles
falencias de muchos movimientos está en la absolutización naturaleza económica
y/o local de sus reivindicaciones. Por un lado el aglutinante inmediato de los
movimientos de desocupados, y que permitió su masificación, fue el plan y el
bolsón. Esto colocó las reivindicaciones de los desocupados en un piso muy
bajo, el del asistencialismo. Es bueno recordar que una de las primeras medidas
tomadas por Rodríguez Saá y luego continuada por Duhalde, fue ceder decenas de
miles de planes sociales y bolsones de comida a movimiento de cualquier
tendencia política que amenazara con salir a la calle. La elevación de la
naturaleza reivindicativa de los movimientos a la categoría de “nueva teoría
política” los desarmó para los momentos de lucha política. Por eso los
protagonistas de las movilizaciones del 19/20 fueron trabajadores y desocupados
no encuadrados, masas de clase media sin
organización y la militancia de los partidos de izquierda. Las organizaciones
sociales no participaron como tales y si lo hicieron fue en la persona de sus
miembros más concientes. Es más, algunos alienados en una lógica conspirativa,
como la CCC y la FTV, terminaron actuando como contención. Recién a los largo
del mes de febrero los piqueteros tomaron la posta de la lucha, que mantendrían
hasta junio de ese año cuando el equipo gobernante decidió reprimirlos
brutalmente y preparar una salida autoritaria de la crisis de gobernabilidad.
El fracaso de esta maniobra (que dejó dos muertos en Puente Pueyrredón) por el
rechazo del conjunto de la sociedad provocó la caída de Duhalde y abrió la
puerta a la salida “blanda” del kichnerismo.
Vemos la presencia en el seno del
movimiento piquetero y de la izquierda de las corrientes ideológicas que
pregonan la idea de que la lucha por el poder ha perdido sentido y que por ello
a los militantes sólo les cabe acompañar las reivindicaciones y organizarlas desde
lo pequeño, pero no construir proyectos alternativos para todos los
trabajadores, nacionales, y luchar por imponerlos. Pero, para los que buscamos
una alternativa nacional, la idea de ir detrás del nivel de conciencia
reivindicativa de la base social inmediata (sector en la jerga “autónoma”),
implica renunciar a la construcción de una alternativa integral, condenarnos a
ser rebeldes perpetuos. Justamente aquí hay que buscar la explicación de cierta
incapacidad de responder con estrategias de más vasto alcance y propuestas que
excedan lo sectorial de los grupos que adscriben a las nuevas teorías políticas
“autónomas” y que crecieron a partir de la rebelión del 2001.
En el salto de lo reivindicativo a
lo político está la clave del triunfo de la lucha popular, esto no sucedió en
las organizaciones de desocupados pero sí en las masas que se movilizaron al
centro. Las grandes masas argentinas discutieron política en sus hogares
durante meses, y es ese nivel de conciencia el que debió ser capitalizado a
nivel tanto político como reivindicativo. Esto fue entendido por un sector de
la clase política que tomó algunas banderas que movilizaban al reclamo popular,
como la reivindicación de lo nacional, del Estado, de los derechos humanos, y
así construirse como alternativa política y reconstruir el consenso en las
instituciones: el Kichnerismo.
La conciencia no es un camino en
permanente ascenso, la ideología de las masas es también un terreno de lucha,
entender aquel nivel de conciencia y saber trabajar con él en función de la
construcción de un camino revolucionario era el desafío del momento. O sea, era
el momento de dar un paso más allá de la construcción reivindicativa, o de
articulación de sectores. Pero como la construcción de una alternativa nacional
dialécticamente superior a sus partes, no es espontánea, sino que es un trabajo
que debe prepararse con la misma intensidad que la militancia reivindicativa el
20/12 no pudo ser afrontado con capacidad de dirección por los sujetos que
habían ayudado a gestarlo.
El “cacerolazo”
La noche del 19 fue un increíble
ejercicio del derecho de veto popular. Luego del estúpido discurso por cadena
nacional del presidente De la Rúa, en el cual anunciaba la continuación del
plan económico con estado de sitio y un poco de comida para los más pobres,
millones de comenzaron a golpear sus ollas. De norte a sur, de San Isidro hasta
La Plata , en
todos los barrios, la “clase media” y trabajadores coparon las calles
desafiando el estado de sitio, confluyendo en el centro, enfrentando la
represión y haciendo caer a Cavallo. Este era sólo un ensayo del histórico
combate que se libraría al día siguiente por la Plaza de Mayo y que
precipitaría la huida del incapaz presidente radical.
Es interesante ver como la amenaza
de represión mediante la declaración del estado de sitio, que implica la
suspensión de las garantías constitucionales y del derecho de reunión y
protesta, produjo el efecto contrario al esperado. El rechazo masivo por parte
de millones de personas que se volcaron a las calles bajo la consigna “el
estado de sitio se lo meten el culo” volvió imposible la efectividad de las
medidas represivas. El Estado había perdido el consenso como detentador del
monopolio de la violencia legítima. Al Estado de violencia y saqueos de los
barrios populares donde ya a esa hora se daban cuenta de varios muertos por la
represión en Buenos Aires y Santa Fe, se sumaba la clase media y media alta de
capital y GBA. Se podía apelar a la represión de los más pobres y hambreados,
que a la larga “seria controlados”. Pero los barrios más “visibles” donde vive
el sujeto del consenso, la “opinión pública”, era imposible. El gobierno tenía
las horas contadas.
El hecho que a muchos nos sorprendió
fue la incorporación de la “clase media” a la acción política directa, algo
había pasado. Es evidente que estas masas no eran las mismas que en el mismo
momento saqueaban y morían en los barrios populares, ni tampoco los mismos que
dejaron 5 muertos al días siguiente en la lucha por la Plaza de Mayo, pero sin
duda eran parte de esta gran rebelión nacional que en ese momento comenzó a
tomar su forma política concreta: ocupar en núcleo geográfico del poder
político, imponer su renuncia inmediata y exigir un cambio de signo en la
política económica paralelo a la democratización real del poder. Porque el
pueblo sabe que quien tiene el poder político tiene una herramienta
imprescindible para la implementación de cualquier mejora.
La
ausencia de las centrales sindicales fue una desgracia ¿dónde estaba Moyano? ¿Y
la progresista CTA? Renunciaron conscientemente a ser parte de la rebelión y
optaron por diferentes caminos de rearticulación institucional. Por el lado de
la CGT de Moyano, continuar con el armado del frente con los burgueses
devaluacionistas productivos. Por el lado del CTA la articulación de alguna
propuesta de reforma parlamentaria que habilite la influencia de un partido de
centro izquierda de alcance nacional.
La izquierda tuvo el mérito de
haberse hecho presente pero sólo unos pocos comprendieron la naturaleza de la rebelión
que se estaba dando y la acompañaron. Encontraron, sorprendidos, que su
tradicional marcha de denuncia estaba inmersa en un mar de confrontación
violenta y masiva. Y ninguno supo como capitalizar políticamente el descontento
popular. Pero no podemos ignorar que el trosquismo en general mantuvo una línea
coherente de intervención sobre la realidad. Esa línea, si bien no le permitió
conducir o constituirse en alternativa para las grandes masas, si le permitió
crecer, acumular sobre el auge como en el reflujo. Y lo que es más destacado,
el trosquismo ha sabido transformarse en una fuerza de cierta influencia en los
conflictos obreros. Los cuales (aunque localizados) comenzaron a extenderse con
posibilidades de éxito en el periodo kichnerista como consecuencia de la puja
distributiva abierta con la expansión económica desde el 2003 y en donde el
sindicalismo tradicional se mostró más inoperante.
El mismo merito podemos encontrar en
los reducidos grupos de la “izquierda revolucionaria”, aunque con mayor voluntad
de confrontación. En ellos el problema fue el “ultraizquierdismo” de querer ver
en la rebelión popular la prefiguración de una insurrección armada, en las
asambleas populares “proto-soviets” o en los cordones de seguridad de los
movimientos piqueteros, embriones de milicias populares. En pretender la
concreción de una revolución social desde las condiciones organizativas y de
conciencia existentes en el 2001 y 2002, sin ofrecer ningún camino para llegar
a esa revolución. Como si una “avalancha popular” fuera a decantar en
insurrección que arrastrara todas las instituciones burguesas y colocara en su
reemplazo otras nuevas por “generación espontánea” por influencia del discurso
marxista puro. Por eso también triunfó el kichnerismo. Pero no debemos dejar de
notar que entre las consecuencias del 20 de diciembre esta el florecimiento de
una gran cantidad de grupos “santuchistas”, “guevaristas” que haciendo gala de
un radicalismo ideológico/identitario fuerte, mantienen una crítica
intransigente (sectaria y ciertamente poco histórica) a todo lo existente.
En general el límite de toda la
izquierda para capitalizar el auge de masas (autónomos, trosquistas y
“radicalizados”) se relacionó con la identificación entre internacionalismo y
cosmopolitismo, de clasismo con sectarismo y egoísmo economicista, nación con
opresión burguesa, y cosas así. Así en general se salta de la reivindicación
inmediata al internacionalismo más abstracto o se imposta una postura
radicalizada en un conflicto local. Estas ideas tienen como consecuencia la
incapacidad de impulsar la construcción de una alternativa contra-hegemónica de
los trabajadores que pudiera disputar la conducción de la nación.
La ausencia de organización política
marcó una clara limitación del movimiento de masas de cara al futuro. Pero,
contradictoriamente, fue el factor que permitió una superación de todas las
formas de lucha de los últimos años al romper con el corset que estas
estructuras les imponían. Además, la carencia del horizonte político de un
modelo de país alternativo fue un déficit que no pudo ser superado y por ello
no hubo una salida popular a la crisis. O más bien la salida, el producto del
20 de diciembre, nació de la misma clase política que se pretendía destruir: el
Kichnerismo. Quizás la más patética de las herencias de esos tiempos de crisis
sea que muchos consideren que la ausencia de perspectiva de poder haya sido una
enseñanza rescatable de ese periodo de lucha.
La recuperación de uso de la
violencia por una parte de las masas fue uno de los principales logros del
19/20. Si bien el nivel de violencia popular fue muy bajo (no se usaron armas
de fuego por parte de los manifestantes, muy pocas molotovs, poca organización
de autodefensa, etc.), estuvo cercano a los desarrollados durante el Cordobazo.
El enemigo tomó conciencia de esta masificación de la violencia y de los
peligros que significaba; miles tirando piedras, levantando barricadas,
incendiando, etc. escapa al esquema mediático de los agitadores. Por ello “la
violencia” fue el primer objeto de ataque, recuperar el monopolio de su uso
legítimo por el gobierno era fundamental para desarmar a las masas. En ese
sentido fue la ofensiva contra los “Palos y las capuchas” de los piqueteros. El
problema no era la capacidad ofensiva de los “tirapiedras”, ni de los
piqueteros encapuchados, sino que la sociedad los vea como legítimos ya que de
esta forma la violencia estatal no lo es.
No está de más afirmar que no debemos hacer ningún fetiche de la
violencia. Ya que la derecha la usa en todas sus formas y aún manipulando en
descontento popular. Como intentó hacer en esas jornadas y pocos meses después
el 26 de junio con la trampa que se montada contra las organizaciones
piqueteras en Puente Pueyrredón. Donde si bien la conspiración falló y se llevo
consigo al presidente Duhalde (intento de salida “dura” de la crisis), el
movimiento social encontró su límite.
Las
asambleas populares
Las Asambleas populares fueron las
hijas directas del cacerolazo del 19 a la noche. Sus integrantes no eran
piqueteros, ni participaron centralmente en los enfrentamientos con la policía,
sino que salían a las calles cada noche a “tomar” alguna esquina típica del
barrio, y durante varias semanas marchar hacia la Plaza de Mayo a exigir que
“se vayan todos”. Durante varios meses fueron muy masivas y contribuyeron al
clima de movilización social de ese periodo. Pero, remarquemos, eran
principalmente de clase media porteña: Caballito, Flores, Parque Avellaneda,
por ejemplo, eran barrios típico de las asambleas (aunque se extendieron a
muchos barrios más, por ejemplo se intentó hacer asamblea en Merlo donde fue
duramente reprimida por la estructura del PJ). Una gran cantidad de personas
amaneció a la política en ellas. Y consideraron que la política y la historia
de lucha popular habían comenzado con estas asambleas. Pero las asambleas
contaban con una experiencia popular previa (la de los movimientos piqueteros
sus asambleas y cortes) y con una situación de la lucha de clases que impulsaba
su reproducción: un bloque dominante en crisis y las clases populares
movilizadas.
Una vertiente emparentada con la CTA
que ya había intentado darle forma al descontento a través del FRENAPO y el
pedido de plebiscito. Impulso que las asambleas evolucionaran hacia la acción
vecinalista dentro de una propuesta política de reforma progresista de la
gestión municipal. Otra vertiente, formada por gran parte de la izquierda,
actuó como si las asambleas fueran simplemente ámbitos de propaganda política o
posibles comités de base de un partido o frente donde garantizar la aprobación
de una consigna o una solidaridad. Es por ello que se forzó la existencia de
coordinaciones como diferentes interbarriales o asambleas nacionales de
sectores en lucha. Pese a ser teóricamente necesarias para dar una perspectiva
nacional y efectiva a la lucha, debían haber sido articuladas con una
maduración de la organización local y no simplemente superpuestas por arriba
porque es “correcto” su existencia. Ninguna consigna o táctica es correcta si
no cuenta con una recepción activa por parte de los destinatarios; esto no
implica caer en el oportunismo por el contrario, significa buscar caminos de
lucha que las masas puedan transitar y que mostró el pueblo argentino el 19/20
de diciembre y en las jornadas posteriores: pelea para ganar, por objetivos
concretos y no sólo para denunciar su disconformidad y proclamar el programa
correcto.
Por otro lado en el seno de las
asambleas también se desarrolló (como en
el movimiento piquetero y en el estudiantil), las ideas del autonomismo
posmoderno. Renegando de las luchas por
reivindicaciones de conjunto o de la lucha por el poder central. En muchos
casos se tomó lo local, lo pequeño o sectorial como superador o alternativo a
las contradicciones de clase o nacionales. Esta posición negaba la naturaleza
misma de la etapa que se abrió el 20 la cual tuvo como eje el rechazo por parte
del pueblo en su conjunto de decisiones del gobierno y como corolario un
combate por el centro administrativo del poder estatal. Además preguntamos ¿qué
cambio se puede lograr sin tener en nuestras manos los principales resortes del
poder político, económico o militar? Además ¿acaso las clases dominantes y el
imperialismo no tienen como central el tema del Estado para dominarnos? Las
respuestas son parte de un debate que todos nos debemos dar.
Creemos que existe una apropiación
errónea de las ideas de poder popular, poder local y autonomía por parte de las
corrientes posmodernas. Ya que la necesidad de trabajar para fortalecer los
organismos de masas locales y populares para que se desarrollen en forma
autónoma y contra-hegemónica, no niega a las fuerzas políticas u organizaciones
sociales que desarrollan luchas generales. Deberían ser dos partes en un todo
en el que se manifiesta la lucha popular. El hecho de crear una ideología que
contrapone las partes al todo destruye la potencialidad alternativa de los
organismos populares.
Las asambleas (si no las reducimos
solo a las de la clase media y vemos toda la experiencia de los movimientos
populares anteriores y posteriores al 20/12) nos dieron señales de cuales eran
las expectativas políticas de las masas movilizadas: construcción de un nuevo
régimen político en el cual, a través de una nueva forma de democracia, las
grandes decisiones nacionales sean discutidas por el pueblo. Como ensayo, la
deliberación directa sobre temas que atañen a todas las áreas de gobierno y
todos los niveles de la administración, sumado a la intención de imponer
resoluciones prácticas a través de la lucha contra enemigos concretos (privatizadas,
bancos, políticos, empresas, supermercados, etc.) parecía el camino para ir
aprendiendo a ejercer el poder por nosotros mismos y para potenciar las luchas
económicas aisladas de los diferentes sectores populares.
También a través de la lucha
política se vieron las limitaciones del movimiento asambleario: el carácter en
muchos casos pequeñoburgués de la mayoría de las asambleas: el “corralito”, la
expropiación de los ahorros de muchas personas de clase media, estuvo entre las
razones de su radicalización temporal. La incapacidad de la clase obrera
organizada de ser parte de este proceso. La hegemonía de una egoísta ideología
de “sector” (mujeres, indígenas, precarizados, afectados por tal o cual tema),
cada uno con su reivindicación, y después “vemos como coordinamos”. El “miedo”
a la política “grande”. La necesidad de
que en los barrios populares más pobres se crearan organismos similares para
darle al hambre perspectivas mas allá del saqueo y la falta de nacionalización
del movimiento; terminaron acotando la experiencia a un sector de las clases
medias urbanas. Las asambleas debían crecer y multiplicarse para no quedar
acotadas a los marcos de la clase que las motorizaba. Finalmente quedaron en
reuniones de clase media ofuscada y así como surgieron desaparecieron o se
transformarían en un muy reducido plenario de militantes barriales. Pero la experiencia fue aleccionadora.
El agotamiento del conjunto del
movimiento popular que derroco al neoliberalismo es consecuencia de la
incapacidad de crear un nuevo movimiento nacional que expresara a las masas
populares desde una perspectiva de liberación nacional y el anticapitalismo.
Así, una fracción del mismo personal político que había acompañado el modelo
anterior gestó una alternativa. Lo hizo interpretando que el neoliberalismo se
había agotado para ser viable como modo de acumulación exitoso de las clases
dominantes. También que las clases subalternas habían pasado a ser actores
dinámicos y debían ser tenidos en cuenta sus intereses inmediatos. El gobierno
kichnerista cumplió con éxito la misión que se había propuesta al acceder al
gobierno: asimilar las organizaciones populares reconstruyendo las
instituciones y reestructurando la clase política. Como dijo Cristina Fernández
en el 2009 en la apertura de sesiones en el congreso nacional. “hace unos pocos
años los políticos no podíamos salir a la calle. Hoy gracias a esta política, a
este gobierno, la cosa es diferente”.
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