Guillermo Martín Caviasca
Los montoneros y el enfrentamiento con Perón
El objetivo de este artículo es abordar el tema de las relaciones de la
Organización Montoneros con el que fuera el líder del Movimiento Peronista, el
General Perón. Acotaremos el análisis al periodo de tiempo que va entre el
retorno del General al país y su muerte: o sea, desde el frustrado recibimiento
de Ezeiza el 20 de junio del 73, hasta el primero de julio del 74. Dos
aclaraciones son pertinentes sobre esta elección; primero, que se basa en el
lapso de tiempo en el que efectivamente los Montoneros y Perón debieron
compartir el escenario político en forma concreta y que coincide a su vez con
el momento de mayor masividad y presencia política de la organización ya
fusionada con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Segundo, que en el
análisis de las relaciones de Perón con la guerrilla en general los años 73-74 son solo un período de tiempo
en el que el cambio de las condiciones políticas (apertura democrática y vuelta
de Perón al país en forma definitiva), produce también un cambio en las
posiciones del general respecto de la guerrilla.
En este sentido, si el objetivo de este artículo fuera analizar en su
conjunto las relaciones entre Perón y la guerrilla deberíamos pensar en dividir
este artículo en dos partes una, hasta el 73 y otra, a partir de ese momento.
De esta forma excluimos de este trabajo los años previos a 73 que nos
acercarían una explicación racional de la existencia de organizaciones armadas
que luchaban por el socialismo y se definían como peronistas. Un observador
agudo podría haber notado en el 69-73 la existencia de hipótesis de conflicto
entre la guerrilla y Perón. Muchos peronistas revolucionarios así lo vieron y
fueron delineando la construcción de una alternativa peronista más allá de
Perón: en el 73, la Alternativa Obrera Independiente[1]. En general estos
militantes eran luchadores de una generación anterior a la de los guerrilleros,
que habían vivido en carne propia los efectos de la política pendular del general y estaban curados de espanto.
Armando Jaime[2] nos cuenta sus discusiones
con Roberto Quieto en la cárcel de Chaco, en las cuales el líder de las FAR le
afirmaba su gran y sincera confianza en que Perón sería cabeza de un proceso de
liberación nacional tal como lo pensaban las organizaciones armadas. Jaime,
viejo dirigente de la resistencia en Salta, ponía en duda la convicción de
Quieto, pero las aparentes (y en muchos casos reales) coincidencias con el
general en ese momento y la enorme movilización de masas en torno al luche y vuelve, dieron al veredicto
final a favor de los que apostaron a las elecciones del 73 y al liderazgo de
Perón.
Montoneros tuvo en
principio una valoración altamente optimista de las posibilidades abiertas el
25 de mayo. Fue parte del gobierno y declaró públicamente el cese de sus
operaciones armadas. Consideraba que se había iniciado un proceso de liberación
nacional y consecuentemente, a medida que se agudizaran las contradicciones,
sin duda Perón, los trabajadores y su vanguardia, Montoneros, se impondrían a
la gran burguesía, la burocracia sindical y la reacción interna, captando en
esta lucha a sectores de la burguesía nacional, de las fuerzas armadas y de la
clase media. Este razonamiento no podía ser sostenido sin su premisa política
básica: que Perón era revolucionario y quería algún tipo de socialismo[3]. Pero
este optimismo duró poco tiempo. Y hacia fines del 73 su caracterización era
opuesta, calificando su posición optimista anterior como “pensamiento mágico”.
En la “Charla a los frentes” se autocriticaron duramente: “Este pensamiento
mágico lo podemos caracterizar como una especie de infantilismo político, es
decir, un pensamiento maduro que produce a su vez, picos de nuestra reacción,
picos de exitismo y de derrotismo”[4].
Más adelante en el mismo
documento polemizaban con las ideas de Perón. Si como insistía el general
Montoneros era una “formación especial”[5] (como
las denominaba Perón, con gran sutileza) sus objetivos ya se habían cumplido
con ayudar a la crisis del régimen militar que había permitido la vuelta del
peronismo al gobierno. Decían ya en noviembre del 73: “Nosotros pensamos hoy
que Perón nos denominó formaciones especiales porque dentro de su proyecto
ideológico-político no cabe la noción de vanguardia (...) Éramos una especie de
brazo armado del peronismo (...), una formación especial es algo que existe
para un momento especial”. Una formación especial funciona ad hoc en
circunstancias especiales, y para Perón su proscripción era una de esas
circunstancias; pero el General tenía bien en claro los riesgos que para su estilo
de conducción implicaba una organización armada que se autonomizara de él, que
sostuviera su prestigio en las masas con bases propias y que, además, tuviera
otra ideología. En pocas palabras, Perón no estaba dispuesto a aceptar
compañeros en la conducción, ni a discutir la ideología del movimiento, sólo
aceptaba subordinados[6]. Pero
además de la personalidad del líder y del estilo de conducción (típico para
movimientos populares como el peronista), la concepción política de Perón se
encuadra perfectamente dentro de las ideas modernas del Estado: monopolio de la
fuerza interna y externa y la concepción del Estado como realización superior
de una comunidad de individuos libres sin lucha de clases[7]. La
Comunidad organizada no admitía fuerzas coercitivas por fuera del Estado (en
teoría ni fascistas ni revolucionarias).
Entonces, para Perón,
Montoneros debía desarmarse y funcionar como una agrupación más del movimiento
por él conducido. La alternativa (elegida por «la M) era definirse como
vanguardia para la conducción del peronismo, transformándolo en un movimiento
de liberación nacional[8]. “Esa
confusión –sostenía ‘la M’ en noviembre de 1973, respecto a su rol después de
la vuelta de Perón- existía en nosotros mismos (...), es lo que determina que a
partir del 25 de mayo la confusión acerca de la actividad que nos cabe, porque
si somos formación especial y no vanguardia (...) teníamos que disolvernos
(...) pero si no, hay que lograr la conducción del movimiento peronista para
transformarlo en MLN total”[9].
Estos desafíos tuvieron un fuerte impacto en la evolución ideológica hacia la
izquierda de Montoneros, ya que, además, se dieron paralelamente al proceso de
fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias y a la ofensiva de la derecha.
Ese proceso que podemos
delimitar entre el 11 de marzo de 1973 y el 1° de mayo de 1974, no se produjo
sin que se dieran algunas escisiones basadas en el rechazo al marxismo como
método de análisis y la opción por la ortodoxia hacia Perón (como fue el caso
de la JP “Lealtad”), que los montoneros calificaron a posteriori como
“oportunismo de derecha”. Es necesario aclarar que la influencia de las
concepciones marxistas y su acercamiento paulatino a modelos leninistas, en
Montoneros no se debieron sólo (ni principalmente) a la fusión con FAR. Por un
lado, como organización que pretendía una revolución socialista, debía debatir
sus posiciones con el resto de la izquierda, y esto sólo se podía hacer
conociendo el marxismo, que era el lenguaje político ideológico común a todos
los revolucionarios de la época. Además, el socialismo[10] tal
como lo concebían todos los revolucionarios era el socialismo que tiene su
origen en Marx. Por otro lado, es importante tener en cuenta para no mensurar
erróneamente la influencia de las FAR, que cuando la fusión se concretó muchos
ex FAR se volvieron “más peronistas” y muchos montoneros originales terminaron
siendo “más marxistas”. El tema central a considerar es el grado de discusión
que los diferentes procesos de fusión y rupturas motivaron en el seno de la organización
y el saldo de éstos, en el marco de una agudización de la lucha de clases que
obligaba a las organizaciones de la época a definiciones permanentes.
Finalmente en el 76 “la M”
transformada en partido definía respecto de los problemas que debió afrontar en
el 73 “El esfuerzo por construir una sola organización y por mantener
diferenciado y autónomo el proyecto revolucionario, los intereses de la clase
obrera, dentro del proceso de masas del movimiento peronista, luchando por
alcanzar su conducción, representa en esta etapa el principio de la lucha
contra las concepciones oportunistas de derecha que pugnan por disolver el
proyecto revolucionario en nombre de la subordinación al líder y de la
preservación de 'la unidad del movimiento'”. Ésta era la visión de Montoneros
cuando ya había dado por terminada su pelea por la conducción del peronismo
formal e intentaba constituirse como movimiento de masas heredero y superador
del peronismo (el movimiento montonero)[11].
Como vemos las diferencias de Montoneros con Perón fueron notorias desde
el mismo momento de la asunción de Cámpora, se profundizaron con Perón en el
país y se hicieron insostenibles con el General en el gobierno. Gran parte de
las acciones políticas del líder estuvieron destinadas, directa o indirectamente,
a restarle espacios a la izquierda (espacios, sin duda, genuinamente ganados);
por otro lado la derecha y la burocracia sindical recibieron de Perón un
respaldo que les permitió sortear su nula o menguada representatividad.
Cuándo Perón regresó definitivamente al país el 20 de junio de 1973, los
montoneros prepararon en Ezeiza lo que se esperaba fuera una fiesta en el
inicio de un proceso de liberación nacional. Sus columnas eran, sin dudas,
abrumadoramente más numerosas y los enormes cartelones de FAR, Montoneros, JP,
JTP, etc., debían dar el marco para que en medio de consignas “Por la Patria
Socialista”, Perón diese un discurso que anunciara profundas reformas. Este
acto debía servir también para legitimar las aspiraciones montoneras de compartir
la conducción del proceso. La masacre que se perpetró sobre las columnas de la
izquierda peronista está bien documentada[12] y no
admite dudas sobre de qué bando estuvo la responsabilidad. La Comisión
Organizadora, hegemonizada por la derecha y la burocracia sindical, planificó
el ataque y lo ejecutó con el objetivo preciso de frustrar la política
montonera. Su éxito fue, sin duda, rotundo: las víctimas fueron puestas en el
lugar de los victimarios por el mismo Perón. Este episodio marcó claramente el
inicio del ataque sistemático contra la izquierda peronista.
Como vimos esta ofensiva tuvo dos momentos: el primero, centralmente
político, desde el retorno de Perón, y se orientó a separar a Montoneros de las
instituciones y minar su referencia política. El segundo, se basó en el
terrorismo ejercido sobre los dirigentes, simpatizantes y sus familiares, a
partir de la muerte del líder[13].
Ezeiza fue el primer episodio de masas donde comenzaron a ventilarse las
diferencias.
El discurso del General del 21 de junio de 1973, trasmitido por cadena
nacional al día siguiente de la masacre de Ezeiza, contenía ya todos los
elementos discursivos de la política que desplegó contra la izquierda peronista
hasta el 1º de mayo del 74: “Los peronistas tenemos que retornar a la
conducción de nuestro movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que
pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba (…) Por eso deseo advertir a
los que se tratan de infiltrar en los estamentos populares o estatales que por
ese camino van mal”. Estas dos frases encierran la definición de la política de
los meses siguientes. Primero, minar el prestigio de Montoneros en las masas,
si mantenía pretensiones de autonomía política. Segundo, desplazarlos de las
instituciones públicas, a ellos, a sus simpatizantes y a todo aquel que pudiera
ser sindicado como próximo a la Tendencia[14]. En
ese mismo momento el Consejo nacional Justicialista, con la presencia de Perón,
resuelve “perseguir la infiltración marxista hasta exterminarla” y usar todos
los recursos para ello.
En ese mismo discurso, Perón aclaró cuáles eran los límites ideológicos
del peronismo: “Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan
distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes (…) No hay nuevos
rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología (…) Somos lo
que las Veinte Verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que
se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos”. Definir el
credo peronista al que se refiere el General no es difícil: la comunidad
organizada, trabajadores y empresarios compartiendo en armonía un proyecto
(capitalista) nacional[15], en
el cual un Estado fuerte es árbitro definitorio[16].
Evidentemente esto se alejaba de las aspiraciones de la izquierda peronista que
pensaba en una evolución de las ideas del 45/55 hacia el socialismo. Estas
definiciones disímiles, pero no necesariamente antagónicas en el corto plazo,
podrían haber sido parte de una discusión política de tendencias entre el viejo
líder y las nuevas corrientes si no las hubiese expresado horas después de una
masacre hecha en nombre de los mismos principios que el General decía defender.
Los planteos de Perón de “La tercera posición” y la Comunidad organizada eran el modelo definitivo del general, por lo
tanto solo eran compatibles con un “proceso de transición al socialismo” en
condiciones muy precisas, como planteaban los montoneros, si permitían acumular
fuerzas y organización a la clase obrera y a las organizaciones
revolucionarias. La situación política y económica del 73 demostró su error,
como ellos mismos reflexionan en el Manual…
Ezeiza fue el primer round de una disputa pública entre Montoneros y
Perón. El fondo ideológico de la discusión contaba con el antecedente de la
sostenida por Perón y Cooke más de una década antes[17]. La
divergencia entre ambos sobre cómo encarar la lucha en Argentina hizo imposible
la continuación del diálogo entre Perón y Cooke y el General dejó de responder
sus muy fuertes argumentos[18].
Pero la diferencia en los 70 era que Cooke sólo había contado con sus
ideas y Montoneros contaba con argumentos que excedían la retórica. Más
adelante decía el General en el mismo discurso de evaluación sobre Ezeiza: “Los
que pretendan lo inconfesable, aunque cubran sus falsos designios con gritos
engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie (…)
Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento o tomar el
poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o
encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo…”. Y cierra
con una frase que repetirá casi textualmente en la Plaza, el 1º de mayo del año
siguiente, en su enfrentamiento público con Montoneros: “A los enemigos
embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos
porque los pueblos que agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”[19].
Hacia fines del 73, la OPM intentó reflexionar seriamente sobre esta
situación y en la “Charla a los frentes...” explicó por qué Perón prefería a la
burocracia y no a ellos: “En el movimiento peronista hay, salvando a Perón, dos
fuerzas orgánicas que son: la burocracia y nosotros, que son dos proyectos. Si
Perón pretende combatir los dos imperialismos y opta por su proyecto
ideológico, para combatirnos a nosotros no le queda más remedio, aunque no le
guste, que apoyarse en la burocracia (...) Hay una coincidencia circunstancial
entre la burocracia y Perón”[20]. Es
notorio que Montoneros consideraba a la burocracia como algo que Perón
repudiaba en bloque a causa de su defección post 1955 y del intento vandorista
de independizarse de la conducción del líder. Se equivocaban, ya que en el
modelo sindical peronista original, si bien no tenía cabida el “vandorismo”
como proyecto autónomo, sí era profundamente burocrático. Para Perón los
sindicatos eran correas de transmisión desde el Estado hacia los trabajadores y
viceversa pero siempre encuadrados dentro de una lógica estatal.
Por eso para el General, José Ignacio Rucci no era lo mismo que Lorenzo
Miguel, ya que el primero carecía de proyecto propio y por eso era un “leal”.
Cuando Montoneros mató a Rucci en setiembre del 1973, pocos días después del
triunfo electoral abrumador de Perón, éste se enfureció. Si seguimos la
hipótesis de Juan Carlos Torre, vemos que Rucci no era simplemente un burócrata
más, era EL burócrata de Perón. Un segundón que era visto por los demás
sindicalistas como alguien que no implicaba competencia y que servía de prenda
de unidad entre los dispersos sindicatos peronistas. A su vez, Perón hizo de
Rucci un personaje controlable y muy útil para su política: limitar la
autonomía de la burocracia, enfrentar el crecimiento de la izquierda y sostener
el pacto social conteniendo las reivindicaciones de las bases. La muerte de
Rucci por parte de Montoneros dejó al General sin uno de sus principales peones
y frente a una burocracia vandorista y participacionista hegemónica a la cabeza
de la CGT; de allí la furia de aquel discurso en la Plaza, cuando amenazó a “la
M” con que haría “tronar el escarmiento”.
Hacia fines del 73 “la M”, era consciente de la contradicción con Perón y
que, además, tenía una contradicción antagónica con una parte importante del
peronismo tradicional. En el medio de estos enfrentamientos entendía que sus
diferencias con Perón debían ser manejadas de tal forma que no estallaran en el
corto plazo mientras enfrentaba al resto del movimiento. Una idea clave del
pensamiento montonero era que el peronismo estaba integrado solamente por la
clase obrera, y que los demás sectores eran arribistas cuyo peso era sólo
superestructural: únicamente existían Perón, la burocracia sindical encaramada
en la cúpula de las organizaciones y los propios montoneros; entonces la
cuestión era actuar con la línea correcta para que las masas los reconocieran
como sus verdaderos representantes.
Cuando el enfrentamiento con Perón se volvió indisimulable, la situación
para Montoneros era políticamente más incómoda que para el PRT-ERP y el resto
de los revolucionarios no peronistas, ya que una de las definiciones básicas de
“la M”, después del 17 de noviembre, había sido acentuar en sus discursos el
reconocimiento de líder. A la vez pasaron a ser las principales víctimas de la
derecha, junto con los dirigentes públicos de la Tendencia[21].
Debieron afrontar la explicación de una realidad política que era la antítesis
de la que habían esperado, sobre todo de la que transmitían a sus bases. Si
bien nunca tuvieron en mente la posibilidad de desarmarse[22] -ya
que esa discusión fue resuelta tempranamente en la fusión con las FAR y con el
descarte de la idea de “formación especial”-, su idea acerca de cómo se
desarrollaría la lucha no preveía que la ofensiva en su contra vendría desde el
mismo Estado y con Perón a la cabeza. El General llegó a compararlos con
“gérmenes” para los cuales pedía “anticuerpos”[23].
Si analizamos el editorial de El
Descamisado, en el que se anunciaba la fusión definitiva entre Montoneros y
las FAR, la conferencia de prensa de julio de 1973 dada por Firmenich y Quieto
y la “Charla a los frentes...” de fines del 73, y lo contextualizamos en la
realidad sociopolítica vivida en el período, veremos cuán difícil era el
escenario para los revolucionarios peronistas: las posiciones expresadas en
estos documentos se volvieron contradictorias sólo en unos meses; la
esquizofrenia que implicaba sostener un discurso público de verticalidad cuando
la práctica y la ideología marcaban otra cosa se ve claramente en una respuesta
de la “Charla...”: “La dificultad frente a todo esto se presenta ante las
explicaciones públicas de esta política. Y los compañeros cuando se presentan
ante el micrófono y les preguntan qué piensan de Perón se van a ver en
figurillas (...) el requisito fundamental de no mentirle a las masas sobre la
posición que se tiene y por otra parte la necesidad de mantenerse dentro del
movimiento”[24]. Objetivamente no había
cabida para su proyecto: el peronismo como camino hacia el socialismo operaba
en la coyuntura en sentido inverso al intentar frenar la lucha de clases,
fortalecer a la burguesía como clase principal del frente y a la burocracia
sindical como herramienta de control social.
Las diferencias entre Perón y Montoneros se transformaron en un abismo
ideológico en la interpretación de la realidad (una realidad cada vez más
complicada y que exigía soluciones drásticas) y que hacer frente a ella. En
enero del 74, en su discusión pública con los diputados de la JP el General
manifestaba sin equívocos, que la violencia política y las organizaciones
revolucionarias de izquierda en todo el mundo eran parte de una conspiración internacional
secreta marxista, la “sinarquía”[25], de
la cual el ERP obviamente era parte y, leyendo sus discursos sin mucha
suspicacia, Montoneros también.
El pedido de Perón de que cesaran las operaciones militares de la
guerrilla era lógico siendo él la cabeza del Estado. Lo que fue (aún a los ojos
del presente) difícil de aceptar fueron sus argumentos. Ya planteamos las
definiciones de Montoneros respecto a su rol como fuerza militar y como
vanguardia. Esperaban poder definir fronteras y llegar a un acuerdo que les
permitiera preservar los espacios conquistados, como planteaban en el Manual.... Pero Perón no aceptó
fronteras que no fueran las definidas por él mismo, mucho menos si éstas
implicaban un viraje hacia el socialismo tal como proponía la izquierda.
Es tan impresionante la catarata de agresiones que Perón dirigió a la
Juventud Peronista y, sin nombrarlos nunca, a Montoneros, que vale la pena
contextualizar y explicar algunas de ellas. En cada lugar donde el General se
expresaba públicamente, destinaba una parte significativa de sus alocuciones a
atacar a quienes “pretendían desviar al movimiento de su camino”, definido por
“la comunidad organizada”, las “veinte verdades” y la “tercera posición”. En
las charlas a la JP no montonera (grupos sindicales, Comando de Organización,
Guardia de Hierro, etc., claramente minoritarios dentro del espectro juvenil
peronista) cargó contra los simpatizantes de Montoneros: “En la JP, en estos
últimos tiempos, específicamente, se han perfilado deslizamientos cuyo origen
conocemos (...) una infiltración”. Más adelante fijaba límites que invitaban a
la exclusión: “El movimiento ha sido cualquier cosa menos sectario (...) pero
esa amplitud tiene un límite. (...) Hay mucha gente que ha tomado la camiseta
peronista para hacer deslizamientos (...) no interesa lo que se grite, interesa
lo que se siente y lo que se piensa”[26]. En
este sentido podemos ver que Perón no se confundía, conocía los planteamientos
de los sectores revolucionarios del movimiento y no los aprobaba. Lo que
Montoneros consideraba una evolución necesaria hacia el socialismo, para Perón
eran “deslizamientos”; y proponía “ver quién es quién, quiénes constituyen el
justicialismo dentro de la juventud y quienes no”, porque “es la primera vez
que se da en la historia de la República Argentina; gente que se infiltra en un
partido o un movimiento político con otras finalidades”[27]. Y
finalmente cerraba sus planteamientos sobre los revolucionarios peronistas
diciendo: “Han tenido hasta la imprudencia de comunicar abiertamente lo que
ellos son y lo que quieren. (...) Tengo todos los documentos y, además los he
estudiado. Bueno, ésos son cualquier cosa menos justicialistas”.
Pero aun más: “Los que quieran seguir peleando, van a estar un poco fuera
de la ley porque ya no hay pelea en este país, hay pacificación (...) Hay
héroes y mártires, que es lo que se necesita en esa clase de lucha, pero eso ha
sido la lucha cruenta, que ya ha pasado. ¿Por qué nos vamos a estar matando
entre nosotros?”. Para el General el objetivo primario de la violencia
revolucionaria ya se había cumplido. “Para pelear, si hay que pelear, yo
decreto movilización y esto se acaba rápidamente; convoco a todos para pelear y
van a pelear organizadamente, uniformados y con las armas de la nación”[28]. No
había cabida para una estrategia revolucionaria que se planteara el
enfrentamiento a largo plazo con las estructuras del sistema; los guerrilleros
debían desarmarse y el Estado monopolizar la violencia nuevamente, ya que para
Perón la conciliación entre capital y trabajo implicaba, justamente, conciliar
y no la lucha de clases, y mucho menos la violencia revolucionaria destinada a
destruir las estructuras de ese Estado o cambiarlas radicalmente.
Es claro que Perón desde su regreso al país estaba empeñado en una
cruzada para encuadrar al movimiento detrás de sus principios tradicionales, y
de éstos había dos que eran contradictorios con la existencia misma del
peronismo revolucionario: dirección centralizada en el líder sobre todas las
organizaciones políticas y sociales (ya que las agrupaciones del peronismo
revolucionario funcionaban en realidad como fuerzas políticas externas al PJ),
y la consolidación de una estructura capitalista independiente con una fuerte
burguesía nacional como objetivo último. Para llevarlos a la práctica debía
encuadrar su propia fuerza y pelear en diferentes frentes.
Uno, como ya vimos, era el de la JP, otro era el de los gobernadores,
cinco de los cuales adherían a la Tendencia Revolucionaria[29]. En
el mensaje a los gobernadores del 2 de agosto de 1973, Perón cargó nuevamente
contra la juventud y las “desviaciones” dentro del movimiento, destinando la
mitad de su mensaje a este tema y equiparando a la guerrilla con la
delincuencia. “La delincuencia juvenil que ha florecido (...) Las desviaciones
ideológicas y el florecimiento de la ultraizquierda, que ya no se tolera ni en
la ultraizquierda. Yo he estado en los países detrás de la cortina y ya la
ultraizquierda ha muerto (...) es un material de exportación.” Además -lo que
debió haber sido mejor evaluado por “la M”-, los hacía responsables (y no por
primera vez) de los hechos de Ezeiza: “Tenemos que educar a un pueblo que está
mal encaminado, y debemos encaminar una juventud que está, por lo menos
cuestionada (...) Lo que ocurrió en Ezeiza es como para cuestionar ya a la
juventud que actuó en ese momento (...) ¡cuidado con que pueda tomar un camino
equivocado!” Y concluye Perón esta parte de su mensaje: “No admitimos la
guerrilla porque yo conozco perfectamente el origen de la guerrilla”,
insistiendo con su estrafalaria idea de que todo se había originado en el Mayo
Francés con el propósito de anarquizar y destruir la sociedad industrial,
dirigido desde allí hacia el resto del mundo por un organismo (la Cuarta
Internacional) que tenía su sede en París. Luego encaró por su nombre a los que
en Argentina debían dar muestras de respeto a la ley: el Partido Comunista, el
ERP y Mongo Aurelio”[30]. Los
montoneros tomaron nota de quién era para el General Mongo Aurelio: ellos
mismos.
Otro round entre Perón y Montoneros tuvo lugar en la entrevista con los
diputados de la JP[31]
cuando éstos intentaron frenar la adecuación del Código Penal para la represión
de la guerrilla y la organización social combativa. Montoneros ya había
realizado el 21 de julio de 1973 una impresionante movilización (convocada en
pocas horas) hacia la residencia de Olivos bajo la consigna de “romper el
cerco” y lograr un canal de diálogo directo con Perón. El General los recibió y
nombró como interlocutor a López Rega. En enero del 74 los diputados fueron
solos hacia Olivos a discutir abiertamente con el General; pero Perón los
recibió muy hostilmente, flanqueado por miembros conspicuos del lopezrreguismo
y con las cámaras de televisión, como para evitar cualquier desplante.
Las categorías penales propuestas por el Poder Ejecutivo (como toda categoría
jurídica encerraban una concepción político ideológica), que el bloque
peronista pretendía aprobar sin discusión, establecían la figura “asociación
ilícita” de una forma tan amplia que podía incluir cualquier agrupación
combativa (y, obviamente, guerrillera), dejando esto a criterio del juez. Perón
aclaró en varias ocasiones a los diputados montoneros que “el juez configura el
delito” y que debían discutir dentro del bloque parlamentario y no con él.
“Quien está en otra tendencia diferente a la peronista lo que debe hacer es
irse (...) Lo que no es lícito, diría, es estar defendiendo otras causas y usar
la camiseta peronista.” Y refiriéndose específicamente al ERP por su ataque al
cuartel de Azul: “En este momento como acabamos de ver, que una banda de
asaltantes que invoca cuestiones ideológicas o políticas o para cometer un
crimen (...) es un crimen cualquiera sea el móvil que se invoca para cometer el
delito.”
Los diputados de la JP plantearon su repudio a los “lamentables
acontecimientos de Azul”, pero marcaron una diferencia con Perón sobre la
naturaleza de la violencia política, esperando al menos que éste los avalara
aunque más no fuese con su retórica tradicional. Para los diputados el tema a
desterrar eran “las estructuras violentas” de una sociedad injusta que eran el
caldo de cultivo del ERP, pero Perón les respondió con dos argumentos que
impidieron todo diálogo exitoso y demostraron que la intención del General no
era conciliar. El primero –muy presente en la actualidad–, que la delincuencia
es delincuencia sea política o social; el segundo, que afirma las concepciones
que había mamado durante su formación en los 30, sostenía que “yo a esto lo he
conocido ‘naranjo’, cuando se gestó ese movimiento, que no es argentino. Ese
movimiento se dirige desde Francia, precisamente, desde París y la persona que
lo gobierna se llama Posadas, de seudónimo”[32].
Evidentemente el General conocía
la existencia de las diferentes internacionales y entre ellas la contemporánea
cuarta internacional a la que adhería el PRT. Seguramente los fantasmas
ideológicos de su formación en los treintas y cuarentas le llevaron a deducir
que eran un brazo más de la “sinarquía”. Sus apreciaciones sobre el comunismo y
el trotskismo eran de anticuario y se asemejaban más a los fantasmas que
asustaban a la oligarquía en las primeras décadas del siglo que a las
realidades de las luchas que se libraban en los 60 y 70. Pero es claro que
Perón invitaba a los diputados de la JP a abandonar el movimiento (o “sacarse
la camiseta peronista”, como decían en la época); y si bien siguieron
reivindicándose peronistas, la participación de los diputados de la JP en el
Congreso terminó con ese enfrentamiento, ya la organización optó por la
renuncia a sus bancas.
Finalmente, si tomamos las charlas que dio en la CGT[33],
éstas marcan un nuevo aval de Perón a la burocracia sindical, que preanunciaba
discurso del 1° de mayo de 1974 y la salida a la luz de las bandas
parapoliciales que ya funcionaban, al menos desde Ezeiza. “En nuestro
movimiento cada uno tiene derecho a opinar, se formó con procedencia de extrema
derecha y de extrema izquierda. Pero no de ultraderecha ni de ultraizquierda.
Ésos son inventos modernos en los que nosotros no nos detenemos a pensar,
porque estamos muy conformes con lo que
hemos hecho. Así, nuestro movimiento, como hombres que vienen de distintas
procedencias, ha podido formar un cuerpo homogéneo con una ideología clara y
una doctrina en permanente ejecución en el mismo pueblo. Algunas veces aparecen
quienes de buena fe (...) piensan de otra manera (...) Nosotros desde el
movimiento con el poder de nuestra verticalidad los podríamos haber eliminado
totalmente. (Se los elimina a través de las autodefensas del movimiento.) ¿Cómo
se generan las autodefensas? Es muy simple. El mismo microbio que entra, el
germen patógeno que invade el organismo fisiológico, genera sus propios
anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan como autodefensa. En el
organismo institucional sucede lo mismo”, decía el General utilizando una
metáfora organicista, y continuaba: “Observen ustedes que contra Perón no
trabaja nadie el tiro es contra nuestras organizaciones”[34].
La sintonía de este discurso con el de la Plaza seis meses después
muestra la coherencia del pensamiento de Perón. “Nosotros tenemos que proteger
a las organizaciones”, reclamaba. Nótese que las definiciones de Perón de
noviembre de 1973 son iguales a las del 1° de mayo del 74. Allí acusó
públicamente a los que “traidoramente trabajan de adentro” y reconoció como
artífices de la lucha de 18 años a los dirigentes de la burocracia tradicional
“sabios y prudentes”. De este modo se verifica que Perón no tuvo un exabrupto
en la Plaza, sino que expresó lo que pensaba en forma consecuente desde mucho
antes de que Montoneros lo “apretara”. Perón se encontraba por primera vez con
una oposición interna con vuelo propio, organizada y con base de masas,
dispuesta a pelearle la orientación de algunas políticas. La verdad es que
Montoneros se mostraba inclinado a llegar a un acuerdo, pero el General no estaba
dispuesto a correrse un ápice de sus definiciones y no tenía experiencia con
oposiciones internas del tipo que representaba “la M”.
En la época de los Movimientos de liberación nacional y las guerrillas
revolucionarias, el estilo de conducción de Perón debía entrar en crisis. El
general era un hombre de los cuarenta y sus ideas se relacionaban con los
movimientos de masas inorgánicos, democratizadores y modernizadores de las
viejas sociedades oligárquicas. El mismo Laborismo que llevó a Perón a la presidencia
en 1946 y que fue un intento de autonomía política de la dirigencia sindical
respecto del Estado, fue cancelado drásticamente por Perón. Pero en la década
del 70 el desafío histórico al que debía responder el General era irresoluble
dentro del esquema organizativo que el general sustentaba. El debate que Perón
había eludido darle al Cooke en los sesentas, se reabría diez años después en
la arena política pública.
En la “Charla a los frentes”, Montoneros ya manifestaba: “Obviamente
todos los sectores demoliberales comparten que se nos aniquile, porque saben
que el desarrollo de nuestro proyecto significa su desaparición. Toda la
burocracia comparte que se nos aniquile (...). La propia burguesía nacional
(...) también (comparte) que se nos aniquile. Para todos esos sectores somos un
enemigo común”[35]. Y más adelante también
consideraban que el propio Perón se había definido por esta propuesta de
aniquilamiento aunque aclarando que no creían que “aniquilamiento” significara
literalmente lo que literalmente significó. Cabría preguntarse cómo pensaban
compatibilizar este análisis del frente enemigo (ya en el 73) con la idea de un
capitalismo de Estado que contara con el apoyo de la burguesía nacional en una
transición al socialismo.
Perón nunca había dado demasiado de su tiempo para combatir a ningún
adversario interno. Augusto Timoteo Vandor y John William Cooke, desde polos
opuestos, habían desafiado al General en diferentes momentos. Cooke fue
neutralizado por Perón simplemente quitándole su aval, nunca confrontó
posiciones con él: sencillamente dejó de contestarle la correspondencia y de
considerarlo para alguna misión en el interior del movimiento. Cooke mantuvo su
prestigio como intelectual y revolucionario pero sólo dentro del activismo más
consecuente, no como referente de masas. Desde la vereda de enfrente, Vandor, a
la cabeza de la estructura sindical, intentó independizarse políticamente de
Perón; en este caso el General se vio obligado a dar batalla en el terreno
electoral, pero con sólo dejar en claro que su lista no era la de Vandor bastó
para ganarle a todo el aparato sindical.
En los dos casos la razón de la tranquilidad de Perón era simple: el
prestigio ante las bases tanto de Cooke como de Vandor se basaba en mantener
puesta “la camiseta peronista”; ambos comenzaron a pensar en una construcción
diferenciada de la planteada por el General cuando su prestigio ya estaba
ligado fuertemente al de Perón. Con Montoneros, Perón por primera vez se
encontraba con un desafío que lo obligaba a implicarse personalmente; durante
un año destinó una parte de sus esfuerzos a combatirlos y limar su prestigio
entre las masas, como si quisiera dejar bien claro que en caso de su predecible
muerte no iban a ser los montoneros sus herederos. La famosa frase “Mi único heredero
es el pueblo” también puede leerse en este sentido. La clave está en que
Montoneros (y el resto de las organizaciones guerrilleras peronistas), desde
sus comienzos ganó parte de su prestigio por méritos propios, y aquello que iba
construyendo era orgánicamente independiente de todas las estructuras que el
General controlaba.
Los montoneros tenían gran confianza en su capacidad de movilización -que
superaba ampliamente la del sindicalismo y la derecha-, y esperaban que a
través de ésta Perón comprendiera de qué lado estaba el “verdadero peronismo”.
De todas formas, esto también se originaba en la mistificación con que veían la
relación de Perón con las masas en el período 1945-1955. Si bien las masas
constituyeron al peronismo, Perón como líder nunca planteó un diálogo con ellas
ni con ninguna estructura. Había una sola dirección desde donde emanaba el
discurso; y el verdadero peronismo reclamado por Montoneros, si bien no era la
burocracia sindical, tampoco era la asamblea popular.
En otras palabras, para Perón las cosas eran claras: debían asimilarse a
las estructuras hegemonizadas por los políticos tradicionales y la burocracia
sindical o irse. El verdadero peronismo era el de las veinte verdades y la
conducción la ejercida por él y manualizada en Conducción política. Treinta años antes los laboristas de Gay y
Cipriano Reyes habían sufrido marginación por sus intentos de autonomía. El
encuadramiento propuesto por Perón dejaba poco margen para una organización
revolucionaria: “Todas las agrupaciones peronistas, cualquiera sea su signo
ideológico deben conectarse oficialmente al Consejo Superior Peronista (mesa de
políticos conservadores sin ningún vuelo propio, n de r) y éste tendrá la
responsabilidad de decirles sí o no, porque las dos cosas no podrá decir”[36].
Para los montoneros la cuestión era la opuesta: aguantar hasta que el general
muriera evitando el enfrentamiento directo para poder pelear por su herencia
política con el mayor grado de legitimidad posible.
Quizá resulte complicado para un lector contemporáneo comprender qué fue
lo que llevó a los militantes revolucionarios peronistas a ser peronistas, si
el General pensaba tal como se ve en los discursos de su último año de vida.
Pero los discursos y mensajes de Perón no fueron siempre en el mismo sentido, y
más allá de lo que realmente pensaba, su política se caracterizaba por la
llamada «política pendular», acercándose hacia la izquierda o la derecha según
la conveniencia del momento pero siempre intentando contener a ambas corrientes
dentro del movimiento y neutralizadas entre sí. A principios de los 70, cuando
surgen las organizaciones armadas, Perón no sólo respaldaba las acciones de la
guerrilla peronista, sino que no repudiaba a ninguna organización, peronista o
no, que desarrollara la lucha armada. En el mismo sentido sus definiciones
sobre el socialismo, el Che, los movimientos de liberación nacional, China,
etc. se orientaban en la dirección de abrir espacios dentro del movimiento
peronista a las nuevas corrientes radicalizadas que, sin duda, percibía en
crecimiento tanto nacional como internacionalmente. Pero lo que sí Perón tenía
bien claro era que la incorporación de estos sectores no debía «deslizar» al
movimiento de sus principios tradicionales.
Los montoneros y la izquierda peronista en general se encontraron así
entrampados en un atolladero político e ideológico. Perón, el líder del
movimiento al cual pertenecían, abría espacios a la derecha y a la burocracia
para frenar y disciplinar a la izquierda y no estaba dispuesto a hacer concesiones.
En realidad, esto no era nuevo: tiempo antes el General había forzado la unidad
de la CGT detrás de la burocracia, provocando la disolución de la CGT de los
Argentinos, dejando a los luchadores peronistas y clasistas sin organización
reivindicativa propia a nivel nacional. Y algo parecido pretendió con las
organizaciones combativas. Pero las fuerzas políticas del peronismo
revolucionario eran relativamente más fuertes que a nivel sindical y
resistieron esos intentos. Entonces Perón se volcó cada vez más hacia el
respaldo de los grupos de derecha y burocráticos.
Las visiones actuales de este proceso son diferentes en muchos ex
militantes. Creemos que expresan una tendencia que liga más a Montoneros con el
«populismo» y la idea de “lealtad” que con el resto de las guerrillas
comunistas, guevaristas o marxistas nacionalistas. Por eso muchos de los ex
montoneros evalúan hoy el enfrentamiento con Perón como algo que debió (y pudo)
ser evitado. No es nuestra tarea hipotetizar que hubiera pasado si ese enfrentamiento
no hubiera existido. Pero si podemos concluir que, de acuerdo a los datos con
los que contamos, las diferencias con Perón eran suficientes como para que el
enfrentamiento fuera una posibilidad seria, difícil de evitar si “la M”
mantenía sus principios básicos. Plantearse la posibilidad de que eso no fuera
así implica una autocrítica a toda la posición política montonera y de la
opción por algún tipo de socialismo. La mayoría de los autocríticos (Jose
Amorin y dentro de esa línea, aunque con matices políticos debido a la
militancia actual encontramos también a Ernesto Jauretche o Carlos Flashcampf,
entre otros) plantea una verdadera naturaleza movimientista de montoneros,
desvirtuada desde la dirección. Una naturaleza que implicaría la lucha por la
justicia social y la independencia nacional dentro de los cánones peronistas
clásicos y no la construcción de una vanguardia revolucionaria que lucha por el
socialismo. Sin embargo el proceso de lucha contra el resto del peronismo en
función de construir un camino más radical fue acompañado, en su momento, por
el grueso de los miembros de la organización, los alejamientos fueron
individuales y silenciosos. Y, como hemos visto en este capítulo, Perón marco
los límites con claridad y públicamente.
Es importante destacar que a nivel económico, la política del líder no
iba en el mismo sentido. José Ber Gelbard era su ministro de Economía y
pretendía articular una política de equilibrio entre capital y trabajo con
apertura hacia las economías del Tercer Mundo y el bloque socialista. Se
trataba de un intento de capitalismo independiente, mientras que el proyecto
económico de la derecha peronista se expresó en el plan de ajuste de Celestino
Rodrigo. Esto permite pensar que la apuesta de Perón por la derecha de su
movimiento no era un viraje ideológico ni expresión de una supuesta ideología
fascista, sino parte de su tradicional política pendular. Esta política, en una
etapa histórica de radicalización, llevó a su movimiento a la catástrofe. Perón
murió con el péndulo volcado a la derecha y la burocracia política y sindical
contó entonces con un nivel de legitimidad que nunca había tenido, asumiéndose
heredera del movimiento peronista, título que conservó por mucho tiempo.
[1] La
“Alternativa Independiente de la clase obrera y el pueblo peronista” (este fue
su nombre completo) elaborada por los sectores del PB (peronismo de base) y FAP
(Fuerzas Armadas Peronistas) que no confluyeron en Montoneros. No fue la única
alternativa peronista de izquierda surgida en ese periodo que manifestó
reservas hacia Perón. Pero sin dudas las más destacada.
[2]
Jaime, Armando, entrevista con el autor, 5/5/2005. Armando Jaime, participó en
la resistencia peronista, fue dirigente del Frente Revolucionario Peronista,
alcanzó la secretaría general de la CGT salteña y fue referente nacional del
Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) impulsado por el PRT.
[3] Para Gillespie todas las premisas montoneras para la
etapa – “Perón era revolucionario, la burocracia peronista aceptaría el
liderazgo obrero radicalizado y el frente de liberación nacional se
constituiría con importantes sectores de la burguesía” – eran falsas, y la
última, la más importante y estratégica por ser viable en otros países en la misma
época y basarse en la percepción del modelo distribucionista del peronismo en
los 40, era imposible en las condiciones imperantes en 1973. En este sentido
los presupuestos teóricos del PRT parecen ser más acertadas si el objetivo era
la construcción del socialismo. “La incapacidad del peronismo de emprender
conjuntamente (...) tareas de desarrollo nacional y redistribuir radicalmente
la renta nacional, fue algo que los alternativistas (...) comprendieron mejor
que los movimientistas (Montoneros)”, Soldados de Perón, op. cit.
Pág 163-164.
[4] Ver “Charla que la conducción nacional baja a los
frentes”, Baschetti Roberto De Cámpora
a la ruptura, Ed. De la campana Pág. 259.
[5] Toda la concepción de Perón acerca de la violencia
política, a lo largo de los 18 años de proscripción, merece un estudio
especial. Sus discursos y cartas en torno a la misma fueron una de las fuentes
en que se fundaron las apreciaciones de la izquierda peronista acerca del cariz
que tomaría el gobierno de Perón luego de su retorno. Perón en sus cartas y
posiciones públicas entre 1970 y 1973 (y muchos de sus dichos desde el 55)
además de avalar la lucha armada en todas sus formas parecía (sobre todos a los
recién llegados al peronismo) que Perón aceptaría las ideas de los sectores de
izquierda.
[6] Es significativa una anécdota en la Secretaría de
Trabajo, cuando la estrella de Perón ascendía pero aún no era el líder. El
entonces coronel fue a dar un discurso ante un conjunto de personas y el ya
conocido Arturo Jauretche se colocó a su lado, en el mismo nivel. En ese
momento Perón le señaló: “Don Arturo, un escalón mas abajo”. No es que el
estilo de Perón se deba sólo a cuestiones de personalidad, pero estas actitudes
marcan claramente una concepción ideológica de conducción. Muchas de sus ideas
pueden encontrarse en su libro Conducción política.
[7] y sin dudas los diferentes movimientos populistas
latinoamericanos modernizaron el Estado y las relaciones de este con la
sociedad civil eliminando muchas formas oligárquicas enquistadas y abrieron a
clases antes excluidas las “puertas” del sistema.
[8] Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del
Ejército Montonero S/L, Ed. Secretaría de Agitación, Prensa y Adoctrinamiento,
reedición de 1979 pág. 73.
[9] “Charla a los frentes”, en Baschetti, op. cit.
[10] Pero el socialismo de los montoneros
no solo está definido con claridad en los documentos internos. Si uno lee la
revista El Descamisado por ejemplo,
encuentra definiciones claras. Es más en un artículo firmado por Dardo Cabo
sobre Cuba, este importante referente define cual es el modelo de socialismo
montonero a partir del ejemplo cubano. Y aclara que lo hace para dejar bien
definido tanto a la derecha (que los acusa de marxistas infiltrados) como a la
izquierda (que los acusa de no ser socialistas) cual es su
.objetivo: “Y llegamos a un país
socialista. Un país donde se practica el socialismo nacional, ese que nosotros
cantamos en nuestras consignas, el que tanta polvareda ha levantado en el
Movimiento Peronista desde que Perón habló de él. El mismo que combaten “los
nacionales” que defienden la propiedad privada cubriéndose en una supuesta
campaña antimarxista”. El descamisado
[11] Manual…, op. cit., pág. 72.
[12] Para una descripción pormenorizada de los sucesos de
Ezeiza ver: Verbitsky, Horacio, Ezeiza,
Buenos Aires, Contrapunto, 1985. Quien escribe este trabajo recuerda a un ex
miembro de la Juventud sindical textil (de nombre Pedro) jactarse en el 83 de
haber participado en Ezeiza matando zurdos con las ametralladoras que su grupo
recibió desde ambulancias.
[13] Aunque hubo también asesinatos en el primer momento,
como en Ezeiza, a nivel masivo, y el asesinato de decenas de militantes con la
misma metodología que luego utilizó la Triple A, pero sin firma. Después de la
muerte de Perón, la persecución política continuó contra los intentos
montoneros de expresarse legalmente, como por ejemplo con la prohibición de sus
publicaciones: El Descamisado, Causa
Peronista, Noticias, y con la proscripción del Partido Auténtico.
[14] Durante el período inmediato posterior a la asunción
de Cámpora se dio un proceso de ocupación de instituciones públicas por las
diferentes organizaciones del movimiento peronista. La movilización popular
impuso funcionarios en distintas reparticiones públicas, y el Ejecutivo
correspondiente estaba en la obligación de aceptarlo. Este proceso de imponer
funcionarios de hecho no sólo fue impulsado por organizaciones de izquierda
sino que tuvo también como protagonistas a la derecha peronista, se desató de
este modo una competencia para ocupar edificios públicos y garantizarse
espacios de poder en el Estado.
[15] En la jerga peronista clásica la definición
«capitalista» del proyecto nacional estaba borrada, de la misma forma que la
categoría «burguesía» tenía connotaciones negativas.
[16] Ver. Perón, Juan, La
tercera posición, ed. Nuevo Tiempo, Bs. As. 1962.
[17] Perón, Juan, Cooke, John, Correspondencia, ed. Parlamento, Bs. As. 1972.
[18] Perón siempre argumentó para enfrentar a los “gorilas”
en torno a la necesidad de resistencia civil y acciones que provocaran el caos.
Si bien no descartó el accionar armado o terrorista, siempre buscó que todo el
movimiento fuera parte de esta política y no surgieran fuerzas que dieran una
estructura y una ideología a la resistencia. Cooke en cambio, desde el
principio (aún antes de que la revolución cubana ejerciera su influjo, como en
forma novedosa nos muestra Miguel Mazzeo en su trabajo Textos traspapelados 1957-1961 (La Rosa Blindada Bs. As. 2000)
buscó formas organizativas y políticas más definidas en un principio como forma
mas efectiva de dotar al peronismo de fuerza combativa pero mas adelante como
toda una concepción teórica de la necesidad de que el peronismo evolucionara
hacia ser un partido revolucionario de masas, socialista y que construyera
estructuras político militares propias.
[19] Verbitsky, op. cit. Documento 15, pág. 204.
[20] «Charla...»,
op. cit. pág. 280.
[21] Desde la emboscada sufrida por sus columnas en Ezeiza
los dirigentes de la izquierda peronista fueron perseguidos y asesinados, sus
locales atacados con bombas y a partir de la muerte de Perón el 1° de julio de
1974 los asesinatos perpetrados por la Triple A se contaron por cientos.
[22] El Manual de
instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero tiene una
selección de los documentos más importantes desde la fusión con las FAR hasta
1975. También las canciones del LP “El cancionero de liberación” varios temas
compuestos para la ocasión remarcan que “llegar al gobierno no es tomar el
poder” y que hay que seguir “pertrechándose”. En el mismo sentido tenemos a “La
cantata montonera” del mismo momento. Todos de difusión masiva.
[23] Ver: “Mensaje de Perón a los gobernadores de las
provincias”, 2 de agosto de 1973; “Perón habla a la juventud peronista”,
diálogo de Perón con los diputados de la Juventud Peronista en torno a las
reformas al código penal del 22 de enero 1974, etc. Gran cantidad de documentos
testimonian las opiniones de Perón desde Ezeiza hasta su muerte,
inequívocamente violentas hacia la izquierda del movimiento a pesar de las
intenciones de ésta de desvincularse de las acciones del ERP, como en el caso
de Azul.
[24] “Charla...”,
op. cit. pág. 305.
[25] La “sinarquía” sería una especie de inteligencia común
que existiría entre marxistas de todos los estilos, yanquis, masones y sectores
judíos destinada a destruir los valores nacionales y minar la independencia del
país. En algunas definiciones más precisas como las de La hora de los pueblos de 1968 (en un momento histórico particular
en el que Perón profundizó la veta izquierdista de su discurso) la sinarquía
estaba compuesta por: “el capitalismo y el comunismo soviético (…)
aparentemente contrapuestas pero, en realidad de verdad, perfectamente
unidas y coordinadas. Para comprobarlo, basta recordar 1939 cuando se aliaron
para aniquilar a un tercero en discordia, representado entonces por Alemania e
Italia. (…) Pero es que todo tiende a internacionalizarse alrededor de ello, lo
que, en último análisis, es el triunfo del internacionalismo comunista. La
masonería, el sionismo, las sociedades internacionales de todo tipo, no son
sino consecuencias de esa internalización del mundo actual. Son las fuerzas ocultas de la revolución
como son las fuerzas ocultas del dominio imperialista” también en algunas
declaraciones incluía al Vaticano. Cualquier fuerza supra nacional pareciera
entrar dentro de la categoría sinarquía.
[26] “Charla de Perón a la JP del 14 de febrero de 1974”.
Ediciones de la Secretaría de Prensa y Difusión. Es importante mencionar que en
la organización de este encuentro con la Juventud Peronista, Perón intentó que
Montoneros participara pero en pie de igualdad con los grupos de derecha y que se
subordinara al conjunto.
[27] Idem.
[28] Idem.
[29] Según otras versiones, el gobernador de San Luis
también podía incluirse en la Tendencia, con lo cual el número ascendería a
seis.
[30] “Charla de Perón con los gobernadores peronistas”.
Ediciones de la Secretaría de Prensa y Difusión
[31] Realizada el 22 de enero de 1974 en Olivos.
[32] Perón, Juan, “Diálogo con los diputados de la Juventud
Peronista”, 22 de enero de 1974, Secretaría de Prensa y Difusión.
[33] Realizadas los días 2 y 8 de noviembre de 1973.
[34] Perón, Juan, “Discurso en la CGT el 2 de noviembre de
1973”, Secretaría de Prensa y Difusión. Las cursivas son nuestras para señalar
las similitudes con el discurso del 1° de mayo de 1974, cuando el general se
enfrentó públicamente en la Plaza de Mayo con Montoneros que le reclamaban, con
fuertes consignas e interrumpiendo su discurso, por la presencia de “gorilas”
en el gobierno y el viraje a la derecha.
[35] En “Charla...”, op. cit., pág. 278.
[36] Ver “Charla de Perón a la JP”, op. cit.
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