Ucrania: una guerra de la nueva generación
Guillermo Martín Caviasca
Articulo escrito para la revista Zoom
Analizamos las características del conflicto geopolítico
entre Ucrania y Rusia; además realizamos un recorrido histórico qué nos explica
el porqué de la disputa actual.
Como hace décadas no sucedía, el mundo está atento ante la
escalada de tensión entre la Federación Rusa y Occidente a causa de las
disputas en torno a Ucrania. En ese país de Europa del Este estalló en el 2014
una crisis. Esta estuvo caracterizada por tres elementos. Una “revolución de
color”; una insurrección en varias provincias de signo contrario a los
movimientos proccidentales del centro del país; y el visible avance de la Unión
Europea, especialmente de la OTAN, para incorporar a Ucrania en sus marcos de
alianza. Esto dio lugar en una guerra civil que se congeló en dos provincias
orientales (Lugansk y Donetsk) en forma de guerra separatista. En ese mismo
periodo, Rusia ocupó la Península de Crimea sin dificultades. A partir de ese
momento las fronteras de Rusia no dejaron de ser “fronteras calientes”.
Un pantallazo histórico
Europa del Este y las llanuras rusas, ucranianas,
bielorrusas, polacas, tienen una larga y propia dinámica histórica de
conflictividad. Sin embargo, podemos tomar como un punto de referencia el final
de la segunda guerra mundial, en donde surge un sistema mundial de cuya
desintegración la crisis ucraniana actual es consecuencia.
Al finalizar la guerra, el Ejército Rojo había avanzado con
grades sacrificios en una guerra de dureza desconocida, venciendo al ejército
alemán después de cuatro años de lucha sin tregua. Sus fuerzas ocupaban gran
parte de Alemania, y los Balcanes. Es importante tener en cuenta que la idea de
que la segunda guerra mundial fue un enfrentamiento de estados divididos en dos
bandos: el “Eje” vs. “los Aliados”, es equivocada en ambas premisas, o al menos
parcialmente. La segunda guerra mundial, fue una combinación de guerra nacional
y guerra civil, y contó con más de dos bandos. El “Eje” relativamente más
homogéneo, con una visión más militarista y anticomunista, es recordado por el
acuerdo entre Alemania, Italia y Japón. Sin embargo, se suele dejar en un
segundo plano o directamente olvidar que Rumania, Hungría, Bulgaria, países
nuevos como Eslovaquia y Croacia, y la misma Finlandia en diferente grado,
fueron aliados de Alemania. O sea, un gran parte de Europa del este. Como
también se suele olvidar que el estado polaco era tan anti alemán como
antisoviético (y podríamos decir anti ruso, sin demasiado error). Que los
países bálticos a pesar de la prepotencia alemana, aportaron al menos Estonia y
Letonia, una cantidad muy numerosa de combatientes al Eje. Y aun casos
similares se dieron dentro de Ucrania y otras minorías del estado soviético,
aun con las directamente genocidas políticas del 3er. Reich. Y no está de más
recordar que heterogéneos movimientos nacionales de Irán, Irak, etc. se alzaron
en guerras anticoloniales esperando el apoyo de Alemania, y fueron salvajemente
ocupados por los aliados. Lo que nos permitiría explican el carácter también
antisoviético de la revolución islámica de Irán, por ejemplo.
La bota alemana fue muy dura y lo fue hasta para sus mismos
aliados (en general en Europa del este, gobiernos conservadores), la llegada
del ejército rojo fue un hecho de liberación. Pero no está de más recordar dos
cosas, especialmente en los países que previo a la guerra no eran parte de la
URSS. Salvo para el caso de Yugoeslavia (quizás sería más preciso decir Serbia),
la liberación fue hecha por una fuerza externa, el ejército rojo, y que en esos
países no había fuertes ni mayoritarios partidos comunistas, lo que implicaría
dificultades en la posguerra para las necesidades soviéticas y rusas de
seguridad en una guerra que, como dijimos, tenía más de dos bandos.
El bando “Aliado” en realidad eran dos fuerzas cuya
posibilidad de acuerdo más allá de los días felices de la victoria sobre el
Eje, eran imposibles. Los Aliados eran y son el occidente capitalista y
liberal. La URSS, con las fuerzas sociales que en ese entonces combatían al
capitalismo en sus propios países, era otro bloque. Y más allá de
consideraciones ideológicas, eso sigue siendo así hoy, con la diferencia que la
URSS y el socialismo han desaparecido de escena y la izquierda se incorporó al
mundo liberal capitalista. Rusia, las fuerzas y países que no comparten la
visión del mundo, la sociedad liberal y la geopolítica del occidente
noratlántico, son otro bloque.
El prestigio ganado por la URSS con su fundamental aporte a
la victoria sobre Alemania, más la presencia del ejército rojo, facilitó en la
posguerra que surgiera el bloque de países socialistas en Europa; y así que la
URSS consolidara fronteras propias amplias, sin contradicciones importantes
dentro de su esfera geopolítica. En Yalta fue el inicio de un mapa y una época
histórica para Rusia, esas serían las fronteras de su seguridad como nación. La
URSS tenía claro desde antes de la guerra que Alemania podía ser un enemigo
inmediato peligroso por ser la potencia geográficamente más cercana, además de
la naturaleza del régimen político (aunque de hecho se establecieron entre
ambas potencias acuerdos y se repartieron Polonia). Pero occidente también era
un enemigo, lo mismo pensaban las clases dirigentes de occidente respecto de la
URSS: un amigo necesario para vencer a Alemania, pero un enemigo estratégico.
Previendo esto y “curada de espanto” con tener enemigos muy cerca de su
corazón, Rusia creo un sistema que le daba profundidad social, económica y militar.
El COMECON y el Pacto de Varsovia eran su reaseguro, frente a la OTAN y el Plan
Marshall (y después frente a las instituciones occidentales). Esa profundidad
estratégica se derrumbó con la URSS en 1990. Y las fronteras geopolíticas de
Rusia retrocedieron en forma alarmante. Mientras que las fronteras políticas lo
hicieron a una situación, previa a Pedro el Grande (al menos en el frente
europeo) con la separación de toda Ucrania y Bielorrusia.
La realidad de geografía política surgida después de la mítica
“caída del Muro de Berlín” es de la desintegración acelerada del bloque
comunista y el pasaje de esos países en forma bastante rápida a la esfera de
influencia (y colonización en muchos casos) de EEUU y el occidente europeo.
Teniendo en cuenta que cuando sucedió la reunificación de Alemania los
occidentales le habían prometido a la aún vigente URSS que los tratados
militares occidentales no se proyectarían más allá de la misma Alemania. Pero
la crisis soviética fue más allá y afecto el espacio ruso en forma directa. La
desintegración de la misma URSS (en el frente europeo) produjo surgimiento de
seis países: Moldavia, Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia y Lituania. Los
tres países bálticos después de un tiempo se incorporaron a la esfera económica
y militar occidental, acercando las fuerzas de la OTAN peligrosamente hasta
pocos kilómetros de San Petersburgo. Bielorrusia quedo aliado a Rusia y la más
importante, Ucrania, en una situación ambigua. Esto es producto de la
diversidad histórica, económica y cultural que reina en su sociedad. Pero lo
cierto es que desde hacía cerca de 400 años estas últimas dos naciones eran con
Rusia un mismo Estado. Aunque, insistimos, de limites cambiantes y formaciones
sociales con matices.
Por último, es de destacar que la disolución de la URSS y la
desaparición de las alianzas económicas y militares del “bloque comunista”
dejan flotando la pregunta: ¿cuál es el rol de la OTAN? Era una alianza
construida específicamente para enfrentar a este bloque ya inexistente. La sospecha
de Rusia que la OTAN es un intento de subordinación tras una potencia dominante
de un mundo unipolar, no es paranoica. Por el contrario, es nuestra misma
pregunta.
Qué fueron las “revoluciones de colores” y qué
características tiene el Donbass
Entrado ya el nuevo milenio, se desarrollaron una serie de
crisis políticas, sociales y económicas en una serie de países. Esto se vio en
la escena política internacional como movimientos de masas que producían
cambios de régimen político (no solo de gobiernos). Conocidas como las
“Revoluciones de colores” otras como las “primaveras árabes”, pero lo que nos
importa es la estructura del desarrollo de las mismas. En general las podemos
interpretar como crisis de hegemonía, crisis orgánicas de sistemas políticos. En
todas, los movimientos se iniciaron como manifestaciones de la sociedad civil,
contra situaciones que denunciaban como autoritarias. Protagonizadas por
“jóvenes”, “defensores de los derechos humanos”, de la “democracia”, grupos
feministas, ONGs y partidarios de “la libertad”. No tenían un clivaje clasista,
tampoco específicamente nacionales, eran movimientos de actores diversos y
hasta contradictorios. Todas contra regímenes más o menos sólidos, pero en
situaciones difíciles. Muchos en países no alineados con occidente; Serbia,
Georgia, Ucrania, Libia, Siria, Túnez, Egipto, etc. Algunas produjeron cambios
de régimen, otras guerras civiles, otras fueron aplastadas. No podemos negar la
existencia de condiciones propicias para estas crisis y levantamientos, regímenes
corruptos y decadentes en algunos casos, guerras perdidas en otros, simple
agotamiento del régimen y coyunturas de debilidad, etc.
En realidad, cualquier protesta masiva que degenere en
crisis del régimen puede ser asimilada a estas situaciones. Y nunca hay que
perder de vista que el escenario de crisis de un país, (crisis orgánica o de
hegemonía), tiene causas internas muchas veces abrumadoras. La cuestión es el
“cómo” sobre estas crisis se despliega la política internacional y cómo operan
fuerzas diversas para conseguir fines políticos extraños (o no, pero externos
siempre) a la sociedad en crisis. Y realizamos una advertencia: esto no debe
inducir a pensar que el mantenimiento del orden, cualquiera sea este, por más
injusto o agotado que este, es la mejor opción para pensar evitar
intervenciones u operaciones extrañas sobre las movilizaciones. Sino por el
contrario, saber que siempre, más allá de lo legitimo o creado de las luchas o
intereses, existe un mundo en el cual se encuentran insertas las conflictividades,
y que los actores (estados potencia, corporaciones transnacionales, ONGs) de
ese mundo buscan aprovechar cualquier oportunidad para conseguir sus objetivos
de avanzar en funcionalizar territorios. Eso siempre fue así, sino preguntemos
por Inglaterra en nuestra guerra de independencia.
En las movilizaciones del nuevo milenio, si bien no todas
fueron contra países de política exterior independiente o alejados de los
“Aliados occidentales”, lo cierto es que la mayoría sí. Todas las protestas
eran parecidas, aunque fueran en sociedades y situaciones muy distintas. La
conclusión de esta etapa (aun en vigencia) fue desde el punto de vista
geopolítico ruso un retroceso de su marco de alianzas, un mayor aislamiento en
el mundo, un fortalecimiento de sus adversarios y el corrimiento de las
fronteras geopolíticas a los límites de las mismas fronteras rusas.
El concepto de “Guerra Híbrida” no es ruso, sino occidental,
y es una herencia de la tradición occidental con la Doctrina de Seguridad
Nacional y la Guerra de Cuarta Generación. Es la combinación de todos los
métodos de lucha para vencer en un conflicto, producir cambios de gobierno,
etc. Sin embargo, la interpretación más novedosa de los conflictos políticos/
sociales/militares hecha en base que las primeras experiencias de “Revoluciones
de colores” correspondieron al general Valeri Guerasimov. Quien, en un artículo
de febrero del 2013, no puso un nombre a esta nueva doctrina, sino que
interpretó hechos históricos, y “agregó” las nuevas formas y actores en la
guerra, y en primera línea de combate.
Para Guerasimov la guerra contemporánea tiene en el centro
una serie de métodos de lucha no militares, ni de baja intensidad, sino
“integrales”, políticos y sociales. Para el general ruso, las ONGs, las
operaciones políticas periodísticas, movimientos informativos o de agitaciones
en las redes, maniobras de inteligencia, delictivas, “carpetazos”, manobras
judiciales, etc. son parte del nuevo tipo de guerra, y requieren ser pensadas
en términos de defensa y guerra por las FFAA y el Estado en su conjunto. Se suman
a las operaciones clásicas militares de diferente nivel de violencia y distinto
nivel de encubrimiento (desde operaciones clásicas, hasta asesores; desde
insurgencias y terrorismo, hasta sabotaje de inteligencia), a las nuevas
relacionadas con las tecnologías de punta robótica, información en tiempo real,
y toda una panoplia de armamentos y apoyos de nuevo tipo. Para Gerasimov, la
nueva guerra, que expresan con claridad conflictos desde Siria a Ucrania, (u
otros donde el triunfo de la estrategia “hibrida” permiten obtener objetivos
sin acción militar clásica), es la guerra llevada al seno de las redes, de las
instituciones y de las organizaciones civiles. Ya que, siguiendo a Clausewitz,
la guerra tiene un fin político: el cambio de régimen, la institucionalización
del libre mercado y el alineamiento con occidente. O sea, un Estado Mayor o una
“mesa de arena”, cuando planifica o analiza los escenarios posibles debe prever
(como insiste el general ruso) y desplegar sus fuerzas de viejo o nuevo tipo en
conflictos de estas características.
Un antecedente que alarmó gravemente a Rusia fue la
“Revolución naranja” de Ucrania de 2004/2005, cuando una serie de
manifestaciones civiles impidió el acceso al gobierno de Víctor Yanukovich
acusado de fraude (un oligarca partidario de mantener vínculos con Rusia y por
los tanto contrario a sumarse a la UE y a la OTAN). En nuevas elecciones el
ganador fue el oligarca opositor y proccidental Víctor Yúshchenko. Sin embargo,
este no avanzo en forma decidida a la integración a occidente, dada la gran
oposición de una parte sustancial de la población y el conflicto que eso
implicaba con Rusia y Bielorusia.
Era evidente que cuando sucedió una revuelta contra el
nuevamente electo Yanukovich en la Plaza Maidan, nueve años después en
noviembre del 2013, la lectura no muy rebuscada rusa debía ser que estaba en
presencia de una nueva ofensiva para arrebatarles espacios geopolíticos propios
en esta guerra mundial. Entre noviembre del 2013 y febrero del 2014
manifestaciones de masas protestaron contra el presidente electo. No esta demás
señalar que, en la política ucraniana, los diferentes bandos son todos de
“oligarcas” de diferente orientación y vinculaciones, la línea divisoria no era
la corrupción, tampoco la clase de pertenencia, ni la forma de gestionar el
gobierno. Aunque sí los resultados electorales tenían un fuerte anclaje
regional y social: las zonas donde ganaban los candidatos “prorrusos” eran las
del este y el sur y más industriales, mientras que los “prooccidentales” ganaban
en el centro y oeste (lo que también está relacionado con el tipo de
actividades predominantes en cada región y con las vinculaciones comerciales e
históricas).
El levantamiento conocido como “Euromaidan” fue muy fuerte
en la capital Kiev y con repercusión positiva en el oeste de Ucrania. Mientras
que ese apoyo bajaba a medida que avanzamos hacia el este, llegando a un fuerte
rechazo en varias provincias. O sea, las regiones donde se hablaba ruso, donde
las viejas instalaciones industriales soviéticas aún perviven, donde los
vínculos identitarios son los rusos, rechazaban un movimiento que proponía
sumar a Ucrania a Europa occidental cuya base era la población más
occidentalizada, menos industrial, más nacionalista ucraniana y partidaria de
valores hegemónicos en occidente. Esa división tiene profundas raíces en la
historia de la región. Se manifestó, por ejemplo, en la revolución rusa y en la
segunda guerra mundial. Lo cierto es que a partir de lo radical de la revuelta
“antirrusa”, el país se dividió y comenzó una guerra civil donde milicias de
las provincias del este apoyadas por Rusia se enfrentaron al ejército
ucraniano. Este a su vez estaba respaldado por grupos de ultraderecha que
produjeron verdaderas masacres de “prorrusos” (como en incendio de la “Casa de
los Sindicatos” de Odesa, donde entre cuarenta y cincuenta personas fueron
quemadas vivas por nacionalistas ucranianos; todo un símbolo).
Pero en el 2014 Rusia no era la del 2004. Diez años de
reconstrucción del poder militar, político y económico; y la decisión de
colocar al país de nuevo como una potencia de primer orden en el escenario
internacional, le dieron a Vladimir Putin el respaldo necesario para hacer dos
movidas de gran peso. La recuperación de Crimea, y el apoyo a la insurrección de
las provincias del Donbass. Desde ese momento una guerra limitada se despliega
en la frontera ruso ucraniana y al interior de Ucrania. Una guerrea que ha
dejado miles de muertos y cientos de miles de desplazados.
El desafío de la OTAN y la geopolítica rusa
Si bien la anexión de Crimea como el apoyo a la insurrección
del Donbass puede parecer apuestas fuertes. Lo cierto es que los intereses
rusos no eran esos. Por el contrario, la clave para Rusia era y es que Ucrania
no se incorpore a la esfera occidental, dejando las fronteras de la UE y al
OTAN a pocos kilómetros de Moscú, dentro del mar Negro y en la puerta del
Cáucaso. Recordemos que solo dos veces en los últimos quinientos años de
historia de la Rusia moderna, Europa occidental llegó hasta esas posiciones. Y
no fue la “más occidental de la Europas”, sino las fuerzas armadas alemanas en
la primera y segunda guerra mundial. Aunque también se puede considerar la
intervención anglo-francesa en la Guerra de Crimea a favor de los turcos en el
siglo XIX, pero esto fue más bien para restaurar un equilibro regional. Parce
claro que la incorporación de Ucrania a occidente con un gobierno profundamente
antirruso, con tropas de la OTAN en la zona, y más aun con una parte sustancial
de la población que rechaza esa opción y se respalda en Rusia, no necesita
muchas explicaciones para comprender las tensiones existentes ni las posiciones
del gobierno de Vladimir Putin.
Lo que llama la atención es la audacia con que Occidente,
pero principalmente los EEUU y sus aliados más sólidos, los ingleses, apuestan
a esta opción. Aparece casi como una provocación, ya que ni los mismos
estatutos de la UE o la OTAN permiten la incorporación de miembros con
conflictos internos del tipo que actualmente tiene Ucrania. Sin embargo, también
es claro que la sociedad ucraniana está fuertemente dividida “por mitades”; una
parte quiere seguir el camino del resto de las ex “repúblicas populares” de
Europa del Este, y que un tipo de nacionalismo extremo neoliberal tiene base,
dada en un espejismo de acceder al modo de vida propagandizado de occidente.
La situación en este año 2022 es compleja. Rusia ha
demostrado la voluntad de usar la fuerza para mantener un equilibrio en el
orden mundial y específicamente en lo que hace a sus intereses inmediatos. No
puede admitir una derrota, ya que sería la derrota de todo el accionar ruso de
la última década. Y el retroceso a potencia subordinada. El mundo se ha
alterado en equilibrios que favorecen el accionar de países que desplieguen sus
propias estrategias en el plano de las RRII. Una óptica “realista” permite
entender la situación existente. Si bien desde América Latina no se alcanza a
apreciar en toda su dimensión las oportunidades que se abren, dado el retroceso
de nuestros países y especialmente de Argentina, lo cierto es que nos
encontramos en un mundo donde el ascenso de China al estatus de gran potencia
desafía la hegemonía norteamericana especialmente por su base económica.
También tenemos por otra parte la recuperación del rol de Rusia. El rol de
India, la emergencia de países que actúan con mayor independencia como
ponenticas medias o regionales con proyectos propios como Irán, Turquía,
Paquistán, inclusive Arabia Saudita, las Coreas, etc. Y las contradicciones en
Europa. La negativa de Alemania a proyectarse como gran potencia dados sus
traumas de arrastre, la intención de Francia de si hacerlo. Japón que aún se
mueve bajo el paragua norteamericano, pero podría jugar su propio juego también
en la geopolítica, tal como se ve con su silenciosa reconstrucción de poder
militar. La separación de Inglaterra y su “imperio” para ser actor con poder
propio socio de EEUU por fuera de la UE, etc. como se ve con el despliegue de
la alianza militar AUKUS con Australia para la “contención” de China, dejando afuera
en forma poco elegante a Francia como proveedor militar. O sea, Europa
continental misma no juega el rol de las potencias anglosajonas, ni en relación
con China ni con Rusia. Esta realidad de las RRII donde nuevos equilibrios y
crisis se muestran ante nuestros ojos y son un espacio de oportunidades para
países de cierta potencialidad como Argentina
Retomando nuestro tema respecto de la crisis de Ucrania;
desde el fin del orden bipolar de la segunda posguerra, el capitalismo
occidental, liberal, sujeto a las normas del “Consenso de Washington”, con una
serie de interpretaciones sobre la perdida de centralidad del Estado (muy
profunda en los países dependientes) y licuación del concepto de soberanía en
diversidades globales, el avance sobre el antiguo tercer mundo y sobre los ex
países socialistas parecía arrollador. En un momento esto se llamó “El fin de
la historia” y el “mundo unipolar” el “Imperio” etc. Sin embargo, el nuevo
milenio muestra que otras potencias ascienden y varios países juegan con sus propias
cartas. Evidentemente esto lleva a la confrontación. Tal que, como señalaba
Clausewitz, “la guerra no comienza cuando el agresor ataca, sino cuando el
agredido decide defenderse”. También el general Prusiano señalaba que “cada
tipo de sociedad desarrolla un tipo específico de guerra”. Es así como el
desarrollo tecnológico, la estructura económica, cultural, de relaciones
sociales e internacionales, nos muestra un nuevo tipo de desarrollo de la
guerra y los conflictos, que se despliegan de formas novedosas, abarcando la
guerra escenarios de la vida social no directamente militares, aunque parte de
un todo integral de la estrategia de conquista.
En ese escenario donde la conflictividad militar es permanente, aunque
sea larvada o tercerizada, Rusia se encuentra en un desafío por parte de
occidente, la conquista “hibrida” de Ucrania es parte de este. Quién lo gane,
ganara una batalla importante por el nuevo orden mundial de las próximas
décadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario