material en video, entrevistas, programas de TV

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los montoneros y el enfrentamiento con Perón


Guillermo Martín Caviasca

 

Los montoneros y el enfrentamiento con Perón


El objetivo de este artículo es abordar el tema de las relaciones de la Organización Montoneros con el que fuera el líder del Movimiento Peronista, el General Perón. Acotaremos el análisis al periodo de tiempo que va entre el retorno del General al país y su muerte: o sea, desde el frustrado recibimiento de Ezeiza el 20 de junio del 73, hasta el primero de julio del 74. Dos aclaraciones son pertinentes sobre esta elección; primero, que se basa en el lapso de tiempo en el que efectivamente los Montoneros y Perón debieron compartir el escenario político en forma concreta y que coincide a su vez con el momento de mayor masividad y presencia política de la organización ya fusionada con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Segundo, que en el análisis de las relaciones de Perón con la guerrilla en general  los años 73-74 son solo un período de tiempo en el que el cambio de las condiciones políticas (apertura democrática y vuelta de Perón al país en forma definitiva), produce también un cambio en las posiciones del general respecto de la guerrilla.
En este sentido, si el objetivo de este artículo fuera analizar en su conjunto las relaciones entre Perón y la guerrilla deberíamos pensar en dividir este artículo en dos partes una, hasta el 73 y otra, a partir de ese momento. De esta forma excluimos de este trabajo los años previos a 73 que nos acercarían una explicación racional de la existencia de organizaciones armadas que luchaban por el socialismo y se definían como peronistas. Un observador agudo podría haber notado en el 69-73 la existencia de hipótesis de conflicto entre la guerrilla y Perón. Muchos peronistas revolucionarios así lo vieron y fueron delineando la construcción de una alternativa peronista más allá de Perón: en el 73, la Alternativa Obrera Independiente[1]. En general estos militantes eran luchadores de una generación anterior a la de los guerrilleros, que habían vivido en carne propia los efectos de la política pendular del general y estaban curados de espanto.
Armando Jaime[2] nos cuenta sus discusiones con Roberto Quieto en la cárcel de Chaco, en las cuales el líder de las FAR le afirmaba su gran y sincera confianza en que Perón sería cabeza de un proceso de liberación nacional tal como lo pensaban las organizaciones armadas. Jaime, viejo dirigente de la resistencia en Salta, ponía en duda la convicción de Quieto, pero las aparentes (y en muchos casos reales) coincidencias con el general en ese momento y la enorme movilización de masas en torno al luche y vuelve, dieron al veredicto final a favor de los que apostaron a las elecciones del 73 y al liderazgo de Perón.   
Montoneros tuvo en principio una valoración altamente optimista de las posibilidades abiertas el 25 de mayo. Fue parte del gobierno y declaró públicamente el cese de sus operaciones armadas. Consideraba que se había iniciado un proceso de liberación nacional y consecuentemente, a medida que se agudizaran las contradicciones, sin duda Perón, los trabajadores y su vanguardia, Montoneros, se impondrían a la gran burguesía, la burocracia sindical y la reacción interna, captando en esta lucha a sectores de la burguesía nacional, de las fuerzas armadas y de la clase media. Este razonamiento no podía ser sostenido sin su premisa política básica: que Perón era revolucionario y quería algún tipo de socialismo[3]. Pero este optimismo duró poco tiempo. Y hacia fines del 73 su caracterización era opuesta, calificando su posición optimista anterior como “pensamiento mágico”. En la “Charla a los frentes” se autocriticaron duramente: “Este pensamiento mágico lo podemos caracterizar como una especie de infantilismo político, es decir, un pensamiento maduro que produce a su vez, picos de nuestra reacción, picos de exitismo y de derrotismo”[4].
Más adelante en el mismo documento polemizaban con las ideas de Perón. Si como insistía el general Montoneros era una “formación especial”[5] (como las denominaba Perón, con gran sutileza) sus objetivos ya se habían cumplido con ayudar a la crisis del régimen militar que había permitido la vuelta del peronismo al gobierno. Decían ya en noviembre del 73: “Nosotros pensamos hoy que Perón nos denominó formaciones especiales porque dentro de su proyecto ideológico-político no cabe la noción de vanguardia (...) Éramos una especie de brazo armado del peronismo (...), una formación especial es algo que existe para un momento especial”. Una formación especial funciona ad hoc en circunstancias especiales, y para Perón su proscripción era una de esas circunstancias; pero el General tenía bien en claro los riesgos que para su estilo de conducción implicaba una organización armada que se autonomizara de él, que sostuviera su prestigio en las masas con bases propias y que, además, tuviera otra ideología. En pocas palabras, Perón no estaba dispuesto a aceptar compañeros en la conducción, ni a discutir la ideología del movimiento, sólo aceptaba subordinados[6]. Pero además de la personalidad del líder y del estilo de conducción (típico para movimientos populares como el peronista), la concepción política de Perón se encuadra perfectamente dentro de las ideas modernas del Estado: monopolio de la fuerza interna y externa y la concepción del Estado como realización superior de una comunidad de individuos libres sin lucha de clases[7]. La Comunidad organizada no admitía fuerzas coercitivas por fuera del Estado (en teoría ni fascistas ni revolucionarias).
Entonces, para Perón, Montoneros debía desarmarse y funcionar como una agrupación más del movimiento por él conducido. La alternativa (elegida por «la M) era definirse como vanguardia para la conducción del peronismo, transformándolo en un movimiento de liberación nacional[8]. “Esa confusión –sostenía ‘la M’ en noviembre de 1973, respecto a su rol después de la vuelta de Perón- existía en nosotros mismos (...), es lo que determina que a partir del 25 de mayo la confusión acerca de la actividad que nos cabe, porque si somos formación especial y no vanguardia (...) teníamos que disolvernos (...) pero si no, hay que lograr la conducción del movimiento peronista para transformarlo en MLN total”[9]. Estos desafíos tuvieron un fuerte impacto en la evolución ideológica hacia la izquierda de Montoneros, ya que, además, se dieron paralelamente al proceso de fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias y a la ofensiva de la derecha.
Ese proceso que podemos delimitar entre el 11 de marzo de 1973 y el 1° de mayo de 1974, no se produjo sin que se dieran algunas escisiones basadas en el rechazo al marxismo como método de análisis y la opción por la ortodoxia hacia Perón (como fue el caso de la JP “Lealtad”), que los montoneros calificaron a posteriori como “oportunismo de derecha”. Es necesario aclarar que la influencia de las concepciones marxistas y su acercamiento paulatino a modelos leninistas, en Montoneros no se debieron sólo (ni principalmente) a la fusión con FAR. Por un lado, como organización que pretendía una revolución socialista, debía debatir sus posiciones con el resto de la izquierda, y esto sólo se podía hacer conociendo el marxismo, que era el lenguaje político ideológico común a todos los revolucionarios de la época. Además, el socialismo[10] tal como lo concebían todos los revolucionarios era el socialismo que tiene su origen en Marx. Por otro lado, es importante tener en cuenta para no mensurar erróneamente la influencia de las FAR, que cuando la fusión se concretó muchos ex FAR se volvieron “más peronistas” y muchos montoneros originales terminaron siendo “más marxistas”. El tema central a considerar es el grado de discusión que los diferentes procesos de fusión y rupturas motivaron en el seno de la organización y el saldo de éstos, en el marco de una agudización de la lucha de clases que obligaba a las organizaciones de la época a definiciones permanentes.
Finalmente en el 76 “la M” transformada en partido definía respecto de los problemas que debió afrontar en el 73 “El esfuerzo por construir una sola organización y por mantener diferenciado y autónomo el proyecto revolucionario, los intereses de la clase obrera, dentro del proceso de masas del movimiento peronista, luchando por alcanzar su conducción, representa en esta etapa el principio de la lucha contra las concepciones oportunistas de derecha que pugnan por disolver el proyecto revolucionario en nombre de la subordinación al líder y de la preservación de 'la unidad del movimiento'”. Ésta era la visión de Montoneros cuando ya había dado por terminada su pelea por la conducción del peronismo formal e intentaba constituirse como movimiento de masas heredero y superador del peronismo (el movimiento montonero)[11].
Como vemos las diferencias de Montoneros con Perón fueron notorias desde el mismo momento de la asunción de Cámpora, se profundizaron con Perón en el país y se hicieron insostenibles con el General en el gobierno. Gran parte de las acciones políticas del líder estuvieron destinadas, directa o indirectamente, a restarle espacios a la izquierda (espacios, sin duda, genuinamente ganados); por otro lado la derecha y la burocracia sindical recibieron de Perón un respaldo que les permitió sortear su nula o menguada representatividad.
Cuándo Perón regresó definitivamente al país el 20 de junio de 1973, los montoneros prepararon en Ezeiza lo que se esperaba fuera una fiesta en el inicio de un proceso de liberación nacional. Sus columnas eran, sin dudas, abrumadoramente más numerosas y los enormes cartelones de FAR, Montoneros, JP, JTP, etc., debían dar el marco para que en medio de consignas “Por la Patria Socialista”, Perón diese un discurso que anunciara profundas reformas. Este acto debía servir también para legitimar las aspiraciones montoneras de compartir la conducción del proceso. La masacre que se perpetró sobre las columnas de la izquierda peronista está bien documentada[12] y no admite dudas sobre de qué bando estuvo la responsabilidad. La Comisión Organizadora, hegemonizada por la derecha y la burocracia sindical, planificó el ataque y lo ejecutó con el objetivo preciso de frustrar la política montonera. Su éxito fue, sin duda, rotundo: las víctimas fueron puestas en el lugar de los victimarios por el mismo Perón. Este episodio marcó claramente el inicio del ataque sistemático contra la izquierda peronista.
Como vimos esta ofensiva tuvo dos momentos: el primero, centralmente político, desde el retorno de Perón, y se orientó a separar a Montoneros de las instituciones y minar su referencia política. El segundo, se basó en el terrorismo ejercido sobre los dirigentes, simpatizantes y sus familiares, a partir de la muerte del líder[13]. Ezeiza fue el primer episodio de masas donde comenzaron a ventilarse las diferencias.
El discurso del General del 21 de junio de 1973, trasmitido por cadena nacional al día siguiente de la masacre de Ezeiza, contenía ya todos los elementos discursivos de la política que desplegó contra la izquierda peronista hasta el 1º de mayo del 74: “Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba (…) Por eso deseo advertir a los que se tratan de infiltrar en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal”. Estas dos frases encierran la definición de la política de los meses siguientes. Primero, minar el prestigio de Montoneros en las masas, si mantenía pretensiones de autonomía política. Segundo, desplazarlos de las instituciones públicas, a ellos, a sus simpatizantes y a todo aquel que pudiera ser sindicado como próximo a la Tendencia[14]. En ese mismo momento el Consejo nacional Justicialista, con la presencia de Perón, resuelve “perseguir la infiltración marxista hasta exterminarla” y usar todos los recursos para ello.
En ese mismo discurso, Perón aclaró cuáles eran los límites ideológicos del peronismo: “Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes (…) No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología (…) Somos lo que las Veinte Verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos”. Definir el credo peronista al que se refiere el General no es difícil: la comunidad organizada, trabajadores y empresarios compartiendo en armonía un proyecto (capitalista) nacional[15], en el cual un Estado fuerte es árbitro definitorio[16]. Evidentemente esto se alejaba de las aspiraciones de la izquierda peronista que pensaba en una evolución de las ideas del 45/55 hacia el socialismo. Estas definiciones disímiles, pero no necesariamente antagónicas en el corto plazo, podrían haber sido parte de una discusión política de tendencias entre el viejo líder y las nuevas corrientes si no las hubiese expresado horas después de una masacre hecha en nombre de los mismos principios que el General decía defender. Los planteos de Perón de “La tercera posición” y la Comunidad organizada eran el modelo definitivo del general, por lo tanto solo eran compatibles con un “proceso de transición al socialismo” en condiciones muy precisas, como planteaban los montoneros, si permitían acumular fuerzas y organización a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias. La situación política y económica del 73 demostró su error, como ellos mismos reflexionan en el Manual…
Ezeiza fue el primer round de una disputa pública entre Montoneros y Perón. El fondo ideológico de la discusión contaba con el antecedente de la sostenida por Perón y Cooke más de una década antes[17]. La divergencia entre ambos sobre cómo encarar la lucha en Argentina hizo imposible la continuación del diálogo entre Perón y Cooke y el General dejó de responder sus muy fuertes argumentos[18].
Pero la diferencia en los 70 era que Cooke sólo había contado con sus ideas y Montoneros contaba con argumentos que excedían la retórica. Más adelante decía el General en el mismo discurso de evaluación sobre Ezeiza: “Los que pretendan lo inconfesable, aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie (…) Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo…”. Y cierra con una frase que repetirá casi textualmente en la Plaza, el 1º de mayo del año siguiente, en su enfrentamiento público con Montoneros: “A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque los pueblos que agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”[19].
Hacia fines del 73, la OPM intentó reflexionar seriamente sobre esta situación y en la “Charla a los frentes...” explicó por qué Perón prefería a la burocracia y no a ellos: “En el movimiento peronista hay, salvando a Perón, dos fuerzas orgánicas que son: la burocracia y nosotros, que son dos proyectos. Si Perón pretende combatir los dos imperialismos y opta por su proyecto ideológico, para combatirnos a nosotros no le queda más remedio, aunque no le guste, que apoyarse en la burocracia (...) Hay una coincidencia circunstancial entre la burocracia y Perón”[20]. Es notorio que Montoneros consideraba a la burocracia como algo que Perón repudiaba en bloque a causa de su defección post 1955 y del intento vandorista de independizarse de la conducción del líder. Se equivocaban, ya que en el modelo sindical peronista original, si bien no tenía cabida el “vandorismo” como proyecto autónomo, sí era profundamente burocrático. Para Perón los sindicatos eran correas de transmisión desde el Estado hacia los trabajadores y viceversa pero siempre encuadrados dentro de una lógica estatal.
Por eso para el General, José Ignacio Rucci no era lo mismo que Lorenzo Miguel, ya que el primero carecía de proyecto propio y por eso era un “leal”. Cuando Montoneros mató a Rucci en setiembre del 1973, pocos días después del triunfo electoral abrumador de Perón, éste se enfureció. Si seguimos la hipótesis de Juan Carlos Torre, vemos que Rucci no era simplemente un burócrata más, era EL burócrata de Perón. Un segundón que era visto por los demás sindicalistas como alguien que no implicaba competencia y que servía de prenda de unidad entre los dispersos sindicatos peronistas. A su vez, Perón hizo de Rucci un personaje controlable y muy útil para su política: limitar la autonomía de la burocracia, enfrentar el crecimiento de la izquierda y sostener el pacto social conteniendo las reivindicaciones de las bases. La muerte de Rucci por parte de Montoneros dejó al General sin uno de sus principales peones y frente a una burocracia vandorista y participacionista hegemónica a la cabeza de la CGT; de allí la furia de aquel discurso en la Plaza, cuando amenazó a “la M” con que haría “tronar el escarmiento”.
Hacia fines del 73 “la M”, era consciente de la contradicción con Perón y que, además, tenía una contradicción antagónica con una parte importante del peronismo tradicional. En el medio de estos enfrentamientos entendía que sus diferencias con Perón debían ser manejadas de tal forma que no estallaran en el corto plazo mientras enfrentaba al resto del movimiento. Una idea clave del pensamiento montonero era que el peronismo estaba integrado solamente por la clase obrera, y que los demás sectores eran arribistas cuyo peso era sólo superestructural: únicamente existían Perón, la burocracia sindical encaramada en la cúpula de las organizaciones y los propios montoneros; entonces la cuestión era actuar con la línea correcta para que las masas los reconocieran como sus verdaderos representantes.
Cuando el enfrentamiento con Perón se volvió indisimulable, la situación para Montoneros era políticamente más incómoda que para el PRT-ERP y el resto de los revolucionarios no peronistas, ya que una de las definiciones básicas de “la M”, después del 17 de noviembre, había sido acentuar en sus discursos el reconocimiento de líder. A la vez pasaron a ser las principales víctimas de la derecha, junto con los dirigentes públicos de la Tendencia[21]. Debieron afrontar la explicación de una realidad política que era la antítesis de la que habían esperado, sobre todo de la que transmitían a sus bases. Si bien nunca tuvieron en mente la posibilidad de desarmarse[22] -ya que esa discusión fue resuelta tempranamente en la fusión con las FAR y con el descarte de la idea de “formación especial”-, su idea acerca de cómo se desarrollaría la lucha no preveía que la ofensiva en su contra vendría desde el mismo Estado y con Perón a la cabeza. El General llegó a compararlos con “gérmenes” para los cuales pedía “anticuerpos”[23].
Si analizamos el editorial de El Descamisado, en el que se anunciaba la fusión definitiva entre Montoneros y las FAR, la conferencia de prensa de julio de 1973 dada por Firmenich y Quieto y la “Charla a los frentes...” de fines del 73, y lo contextualizamos en la realidad sociopolítica vivida en el período, veremos cuán difícil era el escenario para los revolucionarios peronistas: las posiciones expresadas en estos documentos se volvieron contradictorias sólo en unos meses; la esquizofrenia que implicaba sostener un discurso público de verticalidad cuando la práctica y la ideología marcaban otra cosa se ve claramente en una respuesta de la “Charla...”: “La dificultad frente a todo esto se presenta ante las explicaciones públicas de esta política. Y los compañeros cuando se presentan ante el micrófono y les preguntan qué piensan de Perón se van a ver en figurillas (...) el requisito fundamental de no mentirle a las masas sobre la posición que se tiene y por otra parte la necesidad de mantenerse dentro del movimiento”[24]. Objetivamente no había cabida para su proyecto: el peronismo como camino hacia el socialismo operaba en la coyuntura en sentido inverso al intentar frenar la lucha de clases, fortalecer a la burguesía como clase principal del frente y a la burocracia sindical como herramienta de control social.
Las diferencias entre Perón y Montoneros se transformaron en un abismo ideológico en la interpretación de la realidad (una realidad cada vez más complicada y que exigía soluciones drásticas) y que hacer frente a ella. En enero del 74, en su discusión pública con los diputados de la JP el General manifestaba sin equívocos, que la violencia política y las organizaciones revolucionarias de izquierda en todo el mundo eran parte de una conspiración internacional secreta marxista, la “sinarquía”[25], de la cual el ERP obviamente era parte y, leyendo sus discursos sin mucha suspicacia, Montoneros también.
El pedido de Perón de que cesaran las operaciones militares de la guerrilla era lógico siendo él la cabeza del Estado. Lo que fue (aún a los ojos del presente) difícil de aceptar fueron sus argumentos. Ya planteamos las definiciones de Montoneros respecto a su rol como fuerza militar y como vanguardia. Esperaban poder definir fronteras y llegar a un acuerdo que les permitiera preservar los espacios conquistados, como planteaban en el Manual.... Pero Perón no aceptó fronteras que no fueran las definidas por él mismo, mucho menos si éstas implicaban un viraje hacia el socialismo tal como proponía la izquierda.
Es tan impresionante la catarata de agresiones que Perón dirigió a la Juventud Peronista y, sin nombrarlos nunca, a Montoneros, que vale la pena contextualizar y explicar algunas de ellas. En cada lugar donde el General se expresaba públicamente, destinaba una parte significativa de sus alocuciones a atacar a quienes “pretendían desviar al movimiento de su camino”, definido por “la comunidad organizada”, las “veinte verdades” y la “tercera posición”. En las charlas a la JP no montonera (grupos sindicales, Comando de Organización, Guardia de Hierro, etc., claramente minoritarios dentro del espectro juvenil peronista) cargó contra los simpatizantes de Montoneros: “En la JP, en estos últimos tiempos, específicamente, se han perfilado deslizamientos cuyo origen conocemos (...) una infiltración”. Más adelante fijaba límites que invitaban a la exclusión: “El movimiento ha sido cualquier cosa menos sectario (...) pero esa amplitud tiene un límite. (...) Hay mucha gente que ha tomado la camiseta peronista para hacer deslizamientos (...) no interesa lo que se grite, interesa lo que se siente y lo que se piensa”[26]. En este sentido podemos ver que Perón no se confundía, conocía los planteamientos de los sectores revolucionarios del movimiento y no los aprobaba. Lo que Montoneros consideraba una evolución necesaria hacia el socialismo, para Perón eran “deslizamientos”; y proponía “ver quién es quién, quiénes constituyen el justicialismo dentro de la juventud y quienes no”, porque “es la primera vez que se da en la historia de la República Argentina; gente que se infiltra en un partido o un movimiento político con otras finalidades”[27]. Y finalmente cerraba sus planteamientos sobre los revolucionarios peronistas diciendo: “Han tenido hasta la imprudencia de comunicar abiertamente lo que ellos son y lo que quieren. (...) Tengo todos los documentos y, además los he estudiado. Bueno, ésos son cualquier cosa menos justicialistas”.
Pero aun más: “Los que quieran seguir peleando, van a estar un poco fuera de la ley porque ya no hay pelea en este país, hay pacificación (...) Hay héroes y mártires, que es lo que se necesita en esa clase de lucha, pero eso ha sido la lucha cruenta, que ya ha pasado. ¿Por qué nos vamos a estar matando entre nosotros?”. Para el General el objetivo primario de la violencia revolucionaria ya se había cumplido. “Para pelear, si hay que pelear, yo decreto movilización y esto se acaba rápidamente; convoco a todos para pelear y van a pelear organizadamente, uniformados y con las armas de la nación”[28]. No había cabida para una estrategia revolucionaria que se planteara el enfrentamiento a largo plazo con las estructuras del sistema; los guerrilleros debían desarmarse y el Estado monopolizar la violencia nuevamente, ya que para Perón la conciliación entre capital y trabajo implicaba, justamente, conciliar y no la lucha de clases, y mucho menos la violencia revolucionaria destinada a destruir las estructuras de ese Estado o cambiarlas radicalmente.
Es claro que Perón desde su regreso al país estaba empeñado en una cruzada para encuadrar al movimiento detrás de sus principios tradicionales, y de éstos había dos que eran contradictorios con la existencia misma del peronismo revolucionario: dirección centralizada en el líder sobre todas las organizaciones políticas y sociales (ya que las agrupaciones del peronismo revolucionario funcionaban en realidad como fuerzas políticas externas al PJ), y la consolidación de una estructura capitalista independiente con una fuerte burguesía nacional como objetivo último. Para llevarlos a la práctica debía encuadrar su propia fuerza y pelear en diferentes frentes.
Uno, como ya vimos, era el de la JP, otro era el de los gobernadores, cinco de los cuales adherían a la Tendencia Revolucionaria[29]. En el mensaje a los gobernadores del 2 de agosto de 1973, Perón cargó nuevamente contra la juventud y las “desviaciones” dentro del movimiento, destinando la mitad de su mensaje a este tema y equiparando a la guerrilla con la delincuencia. “La delincuencia juvenil que ha florecido (...) Las desviaciones ideológicas y el florecimiento de la ultraizquierda, que ya no se tolera ni en la ultraizquierda. Yo he estado en los países detrás de la cortina y ya la ultraizquierda ha muerto (...) es un material de exportación.” Además -lo que debió haber sido mejor evaluado por “la M”-, los hacía responsables (y no por primera vez) de los hechos de Ezeiza: “Tenemos que educar a un pueblo que está mal encaminado, y debemos encaminar una juventud que está, por lo menos cuestionada (...) Lo que ocurrió en Ezeiza es como para cuestionar ya a la juventud que actuó en ese momento (...) ¡cuidado con que pueda tomar un camino equivocado!” Y concluye Perón esta parte de su mensaje: “No admitimos la guerrilla porque yo conozco perfectamente el origen de la guerrilla”, insistiendo con su estrafalaria idea de que todo se había originado en el Mayo Francés con el propósito de anarquizar y destruir la sociedad industrial, dirigido desde allí hacia el resto del mundo por un organismo (la Cuarta Internacional) que tenía su sede en París. Luego encaró por su nombre a los que en Argentina debían dar muestras de respeto a la ley: el Partido Comunista, el ERP y Mongo Aurelio”[30]. Los montoneros tomaron nota de quién era para el General Mongo Aurelio: ellos mismos.
Otro round entre Perón y Montoneros tuvo lugar en la entrevista con los diputados de la JP[31] cuando éstos intentaron frenar la adecuación del Código Penal para la represión de la guerrilla y la organización social combativa. Montoneros ya había realizado el 21 de julio de 1973 una impresionante movilización (convocada en pocas horas) hacia la residencia de Olivos bajo la consigna de “romper el cerco” y lograr un canal de diálogo directo con Perón. El General los recibió y nombró como interlocutor a López Rega. En enero del 74 los diputados fueron solos hacia Olivos a discutir abiertamente con el General; pero Perón los recibió muy hostilmente, flanqueado por miembros conspicuos del lopezrreguismo y con las cámaras de televisión, como para evitar cualquier desplante.
Las categorías penales propuestas por el Poder Ejecutivo (como toda categoría jurídica encerraban una concepción político ideológica), que el bloque peronista pretendía aprobar sin discusión, establecían la figura “asociación ilícita” de una forma tan amplia que podía incluir cualquier agrupación combativa (y, obviamente, guerrillera), dejando esto a criterio del juez. Perón aclaró en varias ocasiones a los diputados montoneros que “el juez configura el delito” y que debían discutir dentro del bloque parlamentario y no con él. “Quien está en otra tendencia diferente a la peronista lo que debe hacer es irse (...) Lo que no es lícito, diría, es estar defendiendo otras causas y usar la camiseta peronista.” Y refiriéndose específicamente al ERP por su ataque al cuartel de Azul: “En este momento como acabamos de ver, que una banda de asaltantes que invoca cuestiones ideológicas o políticas o para cometer un crimen (...) es un crimen cualquiera sea el móvil que se invoca para cometer el delito.”
Los diputados de la JP plantearon su repudio a los “lamentables acontecimientos de Azul”, pero marcaron una diferencia con Perón sobre la naturaleza de la violencia política, esperando al menos que éste los avalara aunque más no fuese con su retórica tradicional. Para los diputados el tema a desterrar eran “las estructuras violentas” de una sociedad injusta que eran el caldo de cultivo del ERP, pero Perón les respondió con dos argumentos que impidieron todo diálogo exitoso y demostraron que la intención del General no era conciliar. El primero –muy presente en la actualidad–, que la delincuencia es delincuencia sea política o social; el segundo, que afirma las concepciones que había mamado durante su formación en los 30, sostenía que “yo a esto lo he conocido ‘naranjo’, cuando se gestó ese movimiento, que no es argentino. Ese movimiento se dirige desde Francia, precisamente, desde París y la persona que lo gobierna se llama Posadas, de seudónimo”[32].
 Evidentemente el General conocía la existencia de las diferentes internacionales y entre ellas la contemporánea cuarta internacional a la que adhería el PRT. Seguramente los fantasmas ideológicos de su formación en los treintas y cuarentas le llevaron a deducir que eran un brazo más de la “sinarquía”. Sus apreciaciones sobre el comunismo y el trotskismo eran de anticuario y se asemejaban más a los fantasmas que asustaban a la oligarquía en las primeras décadas del siglo que a las realidades de las luchas que se libraban en los 60 y 70. Pero es claro que Perón invitaba a los diputados de la JP a abandonar el movimiento (o “sacarse la camiseta peronista”, como decían en la época); y si bien siguieron reivindicándose peronistas, la participación de los diputados de la JP en el Congreso terminó con ese enfrentamiento, ya la organización optó por la renuncia a sus bancas.
Finalmente, si tomamos las charlas que dio en la CGT[33], éstas marcan un nuevo aval de Perón a la burocracia sindical, que preanunciaba discurso del 1° de mayo de 1974 y la salida a la luz de las bandas parapoliciales que ya funcionaban, al menos desde Ezeiza. “En nuestro movimiento cada uno tiene derecho a opinar, se formó con procedencia de extrema derecha y de extrema izquierda. Pero no de ultraderecha ni de ultraizquierda. Ésos son inventos modernos en los que nosotros no nos detenemos a pensar, porque estamos muy conformes con lo que hemos hecho. Así, nuestro movimiento, como hombres que vienen de distintas procedencias, ha podido formar un cuerpo homogéneo con una ideología clara y una doctrina en permanente ejecución en el mismo pueblo. Algunas veces aparecen quienes de buena fe (...) piensan de otra manera (...) Nosotros desde el movimiento con el poder de nuestra verticalidad los podríamos haber eliminado totalmente. (Se los elimina a través de las autodefensas del movimiento.) ¿Cómo se generan las autodefensas? Es muy simple. El mismo microbio que entra, el germen patógeno que invade el organismo fisiológico, genera sus propios anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan como autodefensa. En el organismo institucional sucede lo mismo”, decía el General utilizando una metáfora organicista, y continuaba: “Observen ustedes que contra Perón no trabaja nadie el tiro es contra nuestras organizaciones”[34].
La sintonía de este discurso con el de la Plaza seis meses después muestra la coherencia del pensamiento de Perón. “Nosotros tenemos que proteger a las organizaciones”, reclamaba. Nótese que las definiciones de Perón de noviembre de 1973 son iguales a las del 1° de mayo del 74. Allí acusó públicamente a los que “traidoramente trabajan de adentro” y reconoció como artífices de la lucha de 18 años a los dirigentes de la burocracia tradicional “sabios y prudentes”. De este modo se verifica que Perón no tuvo un exabrupto en la Plaza, sino que expresó lo que pensaba en forma consecuente desde mucho antes de que Montoneros lo “apretara”. Perón se encontraba por primera vez con una oposición interna con vuelo propio, organizada y con base de masas, dispuesta a pelearle la orientación de algunas políticas. La verdad es que Montoneros se mostraba inclinado a llegar a un acuerdo, pero el General no estaba dispuesto a correrse un ápice de sus definiciones y no tenía experiencia con oposiciones internas del tipo que representaba “la M”.
En la época de los Movimientos de liberación nacional y las guerrillas revolucionarias, el estilo de conducción de Perón debía entrar en crisis. El general era un hombre de los cuarenta y sus ideas se relacionaban con los movimientos de masas inorgánicos, democratizadores y modernizadores de las viejas sociedades oligárquicas. El mismo Laborismo que llevó a Perón a la presidencia en 1946 y que fue un intento de autonomía política de la dirigencia sindical respecto del Estado, fue cancelado drásticamente por Perón. Pero en la década del 70 el desafío histórico al que debía responder el General era irresoluble dentro del esquema organizativo que el general sustentaba. El debate que Perón había eludido darle al Cooke en los sesentas, se reabría diez años después en la arena política pública.
En la “Charla a los frentes”, Montoneros ya manifestaba: “Obviamente todos los sectores demoliberales comparten que se nos aniquile, porque saben que el desarrollo de nuestro proyecto significa su desaparición. Toda la burocracia comparte que se nos aniquile (...). La propia burguesía nacional (...) también (comparte) que se nos aniquile. Para todos esos sectores somos un enemigo común”[35]. Y más adelante también consideraban que el propio Perón se había definido por esta propuesta de aniquilamiento aunque aclarando que no creían que “aniquilamiento” significara literalmente lo que literalmente significó. Cabría preguntarse cómo pensaban compatibilizar este análisis del frente enemigo (ya en el 73) con la idea de un capitalismo de Estado que contara con el apoyo de la burguesía nacional en una transición al socialismo.
Perón nunca había dado demasiado de su tiempo para combatir a ningún adversario interno. Augusto Timoteo Vandor y John William Cooke, desde polos opuestos, habían desafiado al General en diferentes momentos. Cooke fue neutralizado por Perón simplemente quitándole su aval, nunca confrontó posiciones con él: sencillamente dejó de contestarle la correspondencia y de considerarlo para alguna misión en el interior del movimiento. Cooke mantuvo su prestigio como intelectual y revolucionario pero sólo dentro del activismo más consecuente, no como referente de masas. Desde la vereda de enfrente, Vandor, a la cabeza de la estructura sindical, intentó independizarse políticamente de Perón; en este caso el General se vio obligado a dar batalla en el terreno electoral, pero con sólo dejar en claro que su lista no era la de Vandor bastó para ganarle a todo el aparato sindical.
En los dos casos la razón de la tranquilidad de Perón era simple: el prestigio ante las bases tanto de Cooke como de Vandor se basaba en mantener puesta “la camiseta peronista”; ambos comenzaron a pensar en una construcción diferenciada de la planteada por el General cuando su prestigio ya estaba ligado fuertemente al de Perón. Con Montoneros, Perón por primera vez se encontraba con un desafío que lo obligaba a implicarse personalmente; durante un año destinó una parte de sus esfuerzos a combatirlos y limar su prestigio entre las masas, como si quisiera dejar bien claro que en caso de su predecible muerte no iban a ser los montoneros sus herederos. La famosa frase “Mi único heredero es el pueblo” también puede leerse en este sentido. La clave está en que Montoneros (y el resto de las organizaciones guerrilleras peronistas), desde sus comienzos ganó parte de su prestigio por méritos propios, y aquello que iba construyendo era orgánicamente independiente de todas las estructuras que el General controlaba.
Los montoneros tenían gran confianza en su capacidad de movilización -que superaba ampliamente la del sindicalismo y la derecha-, y esperaban que a través de ésta Perón comprendiera de qué lado estaba el “verdadero peronismo”. De todas formas, esto también se originaba en la mistificación con que veían la relación de Perón con las masas en el período 1945-1955. Si bien las masas constituyeron al peronismo, Perón como líder nunca planteó un diálogo con ellas ni con ninguna estructura. Había una sola dirección desde donde emanaba el discurso; y el verdadero peronismo reclamado por Montoneros, si bien no era la burocracia sindical, tampoco era la asamblea popular.
En otras palabras, para Perón las cosas eran claras: debían asimilarse a las estructuras hegemonizadas por los políticos tradicionales y la burocracia sindical o irse. El verdadero peronismo era el de las veinte verdades y la conducción la ejercida por él y manualizada en Conducción política. Treinta años antes los laboristas de Gay y Cipriano Reyes habían sufrido marginación por sus intentos de autonomía. El encuadramiento propuesto por Perón dejaba poco margen para una organización revolucionaria: “Todas las agrupaciones peronistas, cualquiera sea su signo ideológico deben conectarse oficialmente al Consejo Superior Peronista (mesa de políticos conservadores sin ningún vuelo propio, n de r) y éste tendrá la responsabilidad de decirles sí o no, porque las dos cosas no podrá decir”[36]. Para los montoneros la cuestión era la opuesta: aguantar hasta que el general muriera evitando el enfrentamiento directo para poder pelear por su herencia política con el mayor grado de legitimidad posible.
Quizá resulte complicado para un lector contemporáneo comprender qué fue lo que llevó a los militantes revolucionarios peronistas a ser peronistas, si el General pensaba tal como se ve en los discursos de su último año de vida. Pero los discursos y mensajes de Perón no fueron siempre en el mismo sentido, y más allá de lo que realmente pensaba, su política se caracterizaba por la llamada «política pendular», acercándose hacia la izquierda o la derecha según la conveniencia del momento pero siempre intentando contener a ambas corrientes dentro del movimiento y neutralizadas entre sí. A principios de los 70, cuando surgen las organizaciones armadas, Perón no sólo respaldaba las acciones de la guerrilla peronista, sino que no repudiaba a ninguna organización, peronista o no, que desarrollara la lucha armada. En el mismo sentido sus definiciones sobre el socialismo, el Che, los movimientos de liberación nacional, China, etc. se orientaban en la dirección de abrir espacios dentro del movimiento peronista a las nuevas corrientes radicalizadas que, sin duda, percibía en crecimiento tanto nacional como internacionalmente. Pero lo que sí Perón tenía bien claro era que la incorporación de estos sectores no debía «deslizar» al movimiento de sus principios tradicionales.
Los montoneros y la izquierda peronista en general se encontraron así entrampados en un atolladero político e ideológico. Perón, el líder del movimiento al cual pertenecían, abría espacios a la derecha y a la burocracia para frenar y disciplinar a la izquierda y no estaba dispuesto a hacer concesiones. En realidad, esto no era nuevo: tiempo antes el General había forzado la unidad de la CGT detrás de la burocracia, provocando la disolución de la CGT de los Argentinos, dejando a los luchadores peronistas y clasistas sin organización reivindicativa propia a nivel nacional. Y algo parecido pretendió con las organizaciones combativas. Pero las fuerzas políticas del peronismo revolucionario eran relativamente más fuertes que a nivel sindical y resistieron esos intentos. Entonces Perón se volcó cada vez más hacia el respaldo de los grupos de derecha y burocráticos.
Las visiones actuales de este proceso son diferentes en muchos ex militantes. Creemos que expresan una tendencia que liga más a Montoneros con el «populismo» y la idea de “lealtad” que con el resto de las guerrillas comunistas, guevaristas o marxistas nacionalistas. Por eso muchos de los ex montoneros evalúan hoy el enfrentamiento con Perón como algo que debió (y pudo) ser evitado. No es nuestra tarea hipotetizar que hubiera pasado si ese enfrentamiento no hubiera existido. Pero si podemos concluir que, de acuerdo a los datos con los que contamos, las diferencias con Perón eran suficientes como para que el enfrentamiento fuera una posibilidad seria, difícil de evitar si “la M” mantenía sus principios básicos. Plantearse la posibilidad de que eso no fuera así implica una autocrítica a toda la posición política montonera y de la opción por algún tipo de socialismo. La mayoría de los autocríticos (Jose Amorin y dentro de esa línea, aunque con matices políticos debido a la militancia actual encontramos también a Ernesto Jauretche o Carlos Flashcampf, entre otros) plantea una verdadera naturaleza movimientista de montoneros, desvirtuada desde la dirección. Una naturaleza que implicaría la lucha por la justicia social y la independencia nacional dentro de los cánones peronistas clásicos y no la construcción de una vanguardia revolucionaria que lucha por el socialismo. Sin embargo el proceso de lucha contra el resto del peronismo en función de construir un camino más radical fue acompañado, en su momento, por el grueso de los miembros de la organización, los alejamientos fueron individuales y silenciosos. Y, como hemos visto en este capítulo, Perón marco los límites con claridad y públicamente.
Es importante destacar que a nivel económico, la política del líder no iba en el mismo sentido. José Ber Gelbard era su ministro de Economía y pretendía articular una política de equilibrio entre capital y trabajo con apertura hacia las economías del Tercer Mundo y el bloque socialista. Se trataba de un intento de capitalismo independiente, mientras que el proyecto económico de la derecha peronista se expresó en el plan de ajuste de Celestino Rodrigo. Esto permite pensar que la apuesta de Perón por la derecha de su movimiento no era un viraje ideológico ni expresión de una supuesta ideología fascista, sino parte de su tradicional política pendular. Esta política, en una etapa histórica de radicalización, llevó a su movimiento a la catástrofe. Perón murió con el péndulo volcado a la derecha y la burocracia política y sindical contó entonces con un nivel de legitimidad que nunca había tenido, asumiéndose heredera del movimiento peronista, título que conservó por mucho tiempo.




[1] La “Alternativa Independiente de la clase obrera y el pueblo peronista” (este fue su nombre completo) elaborada por los sectores del PB (peronismo de base) y FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) que no confluyeron en Montoneros. No fue la única alternativa peronista de izquierda surgida en ese periodo que manifestó reservas hacia Perón. Pero sin dudas las más destacada.
[2] Jaime, Armando, entrevista con el autor, 5/5/2005. Armando Jaime, participó en la resistencia peronista, fue dirigente del Frente Revolucionario Peronista, alcanzó la secretaría general de la CGT salteña y fue referente nacional del Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) impulsado por el PRT.
[3] Para Gillespie todas las premisas montoneras para la etapa – “Perón era revolucionario, la burocracia peronista aceptaría el liderazgo obrero radicalizado y el frente de liberación nacional se constituiría con importantes sectores de la burguesía” – eran falsas, y la última, la más importante y estratégica por ser viable en otros países en la misma época y basarse en la percepción del modelo distribucionista del peronismo en los 40, era imposible en las condiciones imperantes en 1973. En este sentido los presupuestos teóricos del PRT parecen ser más acertadas si el objetivo era la construcción del socialismo. “La incapacidad del peronismo de emprender conjuntamente (...) tareas de desarrollo nacional y redistribuir radicalmente la renta nacional, fue algo que los alternativistas (...) comprendieron mejor que los movimientistas (Montoneros)”, Soldados de Perón, op. cit. Pág 163-164.
[4] Ver “Charla que la conducción nacional baja a los frentes”, Baschetti Roberto De Cámpora a la ruptura, Ed. De la campana Pág. 259.
[5] Toda la concepción de Perón acerca de la violencia política, a lo largo de los 18 años de proscripción, merece un estudio especial. Sus discursos y cartas en torno a la misma fueron una de las fuentes en que se fundaron las apreciaciones de la izquierda peronista acerca del cariz que tomaría el gobierno de Perón luego de su retorno. Perón en sus cartas y posiciones públicas entre 1970 y 1973 (y muchos de sus dichos desde el 55) además de avalar la lucha armada en todas sus formas parecía (sobre todos a los recién llegados al peronismo) que Perón aceptaría las ideas de los sectores de izquierda.
[6] Es significativa una anécdota en la Secretaría de Trabajo, cuando la estrella de Perón ascendía pero aún no era el líder. El entonces coronel fue a dar un discurso ante un conjunto de personas y el ya conocido Arturo Jauretche se colocó a su lado, en el mismo nivel. En ese momento Perón le señaló: “Don Arturo, un escalón mas abajo”. No es que el estilo de Perón se deba sólo a cuestiones de personalidad, pero estas actitudes marcan claramente una concepción ideológica de conducción. Muchas de sus ideas pueden encontrarse en su libro Conducción política.
[7] y sin dudas los diferentes movimientos populistas latinoamericanos modernizaron el Estado y las relaciones de este con la sociedad civil eliminando muchas formas oligárquicas enquistadas y abrieron a clases antes excluidas las “puertas” del sistema.
[8] Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero S/L, Ed. Secretaría de Agitación, Prensa y Adoctrinamiento, reedición de 1979 pág. 73.
[9] “Charla a los frentes”, en Baschetti, op. cit.
[10] Pero el socialismo de los montoneros no solo está definido con claridad en los documentos internos. Si uno lee la revista El Descamisado por ejemplo, encuentra definiciones claras. Es más en un artículo firmado por Dardo Cabo sobre Cuba, este importante referente define cual es el modelo de socialismo montonero a partir del ejemplo cubano. Y aclara que lo hace para dejar bien definido tanto a la derecha (que los acusa de marxistas infiltrados) como a la izquierda (que los acusa de no ser socialistas) cual es su
.objetivo: “Y llegamos a un país socialista. Un país donde se practica el socialismo nacional, ese que nosotros cantamos en nuestras consignas, el que tanta polvareda ha levantado en el Movimiento Peronista desde que Perón habló de él. El mismo que combaten “los nacionales” que defienden la propiedad privada cubriéndose en una supuesta campaña antimarxista”. El descamisado
[11] Manual…, op. cit., pág. 72.
[12] Para una descripción pormenorizada de los sucesos de Ezeiza ver: Verbitsky, Horacio, Ezeiza, Buenos Aires, Contrapunto, 1985. Quien escribe este trabajo recuerda a un ex miembro de la Juventud sindical textil (de nombre Pedro) jactarse en el 83 de haber participado en Ezeiza matando zurdos con las ametralladoras que su grupo recibió desde ambulancias.
[13] Aunque hubo también asesinatos en el primer momento, como en Ezeiza, a nivel masivo, y el asesinato de decenas de militantes con la misma metodología que luego utilizó la Triple A, pero sin firma. Después de la muerte de Perón, la persecución política continuó contra los intentos montoneros de expresarse legalmente, como por ejemplo con la prohibición de sus publicaciones: El Descamisado, Causa Peronista, Noticias, y con la proscripción del Partido Auténtico.
[14] Durante el período inmediato posterior a la asunción de Cámpora se dio un proceso de ocupación de instituciones públicas por las diferentes organizaciones del movimiento peronista. La movilización popular impuso funcionarios en distintas reparticiones públicas, y el Ejecutivo correspondiente estaba en la obligación de aceptarlo. Este proceso de imponer funcionarios de hecho no sólo fue impulsado por organizaciones de izquierda sino que tuvo también como protagonistas a la derecha peronista, se desató de este modo una competencia para ocupar edificios públicos y garantizarse espacios de poder en el Estado.
[15] En la jerga peronista clásica la definición «capitalista» del proyecto nacional estaba borrada, de la misma forma que la categoría «burguesía» tenía connotaciones negativas.
[16] Ver. Perón, Juan, La tercera posición, ed. Nuevo Tiempo, Bs. As. 1962.
[17] Perón, Juan, Cooke, John, Correspondencia, ed. Parlamento, Bs. As. 1972.
[18] Perón siempre argumentó para enfrentar a los “gorilas” en torno a la necesidad de resistencia civil y acciones que provocaran el caos. Si bien no descartó el accionar armado o terrorista, siempre buscó que todo el movimiento fuera parte de esta política y no surgieran fuerzas que dieran una estructura y una ideología a la resistencia. Cooke en cambio, desde el principio (aún antes de que la revolución cubana ejerciera su influjo, como en forma novedosa nos muestra Miguel Mazzeo en su trabajo Textos traspapelados 1957-1961 (La Rosa Blindada Bs. As. 2000) buscó formas organizativas y políticas más definidas en un principio como forma mas efectiva de dotar al peronismo de fuerza combativa pero mas adelante como toda una concepción teórica de la necesidad de que el peronismo evolucionara hacia ser un partido revolucionario de masas, socialista y que construyera estructuras político militares propias.
[19] Verbitsky, op. cit. Documento 15, pág. 204.
[20]  «Charla...», op. cit. pág. 280.
[21] Desde la emboscada sufrida por sus columnas en Ezeiza los dirigentes de la izquierda peronista fueron perseguidos y asesinados, sus locales atacados con bombas y a partir de la muerte de Perón el 1° de julio de 1974 los asesinatos perpetrados por la Triple A se contaron por cientos.
[22] El Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero tiene una selección de los documentos más importantes desde la fusión con las FAR hasta 1975. También las canciones del LP “El cancionero de liberación” varios temas compuestos para la ocasión remarcan que “llegar al gobierno no es tomar el poder” y que hay que seguir “pertrechándose”. En el mismo sentido tenemos a “La cantata montonera” del mismo momento. Todos de difusión masiva.
[23] Ver: “Mensaje de Perón a los gobernadores de las provincias”, 2 de agosto de 1973; “Perón habla a la juventud peronista”, diálogo de Perón con los diputados de la Juventud Peronista en torno a las reformas al código penal del 22 de enero 1974, etc. Gran cantidad de documentos testimonian las opiniones de Perón desde Ezeiza hasta su muerte, inequívocamente violentas hacia la izquierda del movimiento a pesar de las intenciones de ésta de desvincularse de las acciones del ERP, como en el caso de Azul.
[24]  “Charla...”, op. cit. pág. 305.
[25] La “sinarquía” sería una especie de inteligencia común que existiría entre marxistas de todos los estilos, yanquis, masones y sectores judíos destinada a destruir los valores nacionales y minar la independencia del país. En algunas definiciones más precisas como las de La hora de los pueblos de 1968 (en un momento histórico particular en el que Perón profundizó la veta izquierdista de su discurso) la sinarquía estaba compuesta por: “el capitalismo y el comunismo soviético (…) aparentemente contrapuestas pero, en realidad de verdad, perfectamente  unidas y coordinadas. Para comprobarlo, basta recordar 1939 cuando se aliaron para aniquilar a un tercero en discordia, representado entonces por Alemania e Italia. (…) Pero es que todo tiende a internacionalizarse alrededor de ello, lo que, en último análisis, es el triunfo del internacionalismo comunista. La masonería, el sionismo, las sociedades internacionales de todo tipo, no son sino consecuencias de esa internalización del mundo actual. Son las fuerzas ocultas de la revolución como son las fuerzas ocultas del dominio imperialista” también en algunas declaraciones incluía al Vaticano. Cualquier fuerza supra nacional pareciera entrar dentro de la categoría sinarquía.
[26] “Charla de Perón a la JP del 14 de febrero de 1974”. Ediciones de la Secretaría de Prensa y Difusión. Es importante mencionar que en la organización de este encuentro con la Juventud Peronista, Perón intentó que Montoneros participara pero en pie de igualdad con los grupos de derecha y que se subordinara al conjunto.

[27] Idem.
[28] Idem.
[29] Según otras versiones, el gobernador de San Luis también podía incluirse en la Tendencia, con lo cual el número ascendería a seis.
[30] “Charla de Perón con los gobernadores peronistas”. Ediciones de la Secretaría de Prensa y Difusión
[31] Realizada el 22 de enero de 1974 en Olivos.
[32] Perón, Juan, “Diálogo con los diputados de la Juventud Peronista”, 22 de enero de 1974, Secretaría de Prensa y Difusión.

[33] Realizadas los días 2 y 8 de noviembre de 1973.
[34] Perón, Juan, “Discurso en la CGT el 2 de noviembre de 1973”, Secretaría de Prensa y Difusión. Las cursivas son nuestras para señalar las similitudes con el discurso del 1° de mayo de 1974, cuando el general se enfrentó públicamente en la Plaza de Mayo con Montoneros que le reclamaban, con fuertes consignas e interrumpiendo su discurso, por la presencia de “gorilas” en el gobierno y el viraje a la derecha.

[35] En “Charla...”, op. cit., pág. 278.

[36] Ver “Charla de Perón a la JP”, op. cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario