Guillermo Martín
Caviasca
UBA/UNLP
La Rebelión de Azul y Olavarría
Crisis y política en el ejército a principios de la
década de 1970
The revolt of Olavarría y Azul
Crisis and politics in the army in the
early 1970s
Abstarct
En octubre de 1971
se produjo un levantamiento militar en las localidades de Azul y Olavarría. En
el estaba involucrados numerosos oficiales nacionalistas que se oponían a la
política del general Lanusse. Ese levantamiento era la expresión de una crisis
política general en la sociedad argentina que se manifestaba dentro del
ejército, y mostraba la emergencia de una corriente “peruanista” que se
vincularía al peronismo.
There was a
military uprising in
October 1971 in
Azul and Olavarria. There were involved numerous nationalist officers who were
opponents of the policy of General Lanuse. That uprising was the expression of
a general political crisis in argentine society that manifested itself in the
army , and showed the emergence of a " peruanista " current that
would be linked to Peronism
Palabras clave
Fuerzas Armadas,
rebelión, nacionalismo, liberales, democracia
Key Words
Army Forces, rebellion,
nationalism, liberals, democracy
Analizaremos
en este artículo la rebelión de las unidades del ejército acantonadas en las
localidades de Azul y Olavarría en la Provincia de Buenos Aires. La rebelión se
desarrolló entre el 8 y el 9 de octubre de 1971. Fue el episodio mas destacado
de un largo enfrentamiento al interior del ejército cuyo germen se encuentra en
el primer año de gestión de Juan Carlos Onganía al frente de la denominada
“Revolución Argentina”.
Una
parte sustancial de la oficialidad golpista había apoyado el derrocamiento del
presidente radical Arturo Illia, impulsados por ideas de realizar una
revolución nacionalista. Es más, una parte importante del sindicalismo, del
peronismo y de muchos marxistas nacionalistas o futuros guerrilleros, veían en
una parte de la oficialidad a posibles aliados y participes en una “Revolución
nacional”[1].
Sin
embargo la dictadura de Onganía, instaurada en junio, rápidamente mostró su
verdadero rostro. Victima de la presión de los grades grupos económicos
nacionales y transnacionales que eran su base de sustento, en diciembre el
nuevo presidente nombró como ministro de economía (y de hecho superministro con
todas las áreas relacionadas con lo económico/financiero y laboral a cargo) a
Adalbert Krieger Vasena, un hombre vinculado a los monopolios y de confianza
del mundo de las finanzas internacionales). Paralelamente los militares
nacionalistas eran colocados en el CONADE (Consejo Nacional de Desarrollo),
CONASE (Consejo Nacional de Seguridad) y CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y
Técnica) instituciones planificadoras pero de nula eficacia ejecutiva. Y el
General liberal Julio Alsogaray era nombrado Jefe del Ejército.
El
avance del plan de Krieger implico un relegamiento de los grandes proyectos
transformadores de la estructura económica que los nacionalistas imaginaban,
además de una fuerte desnacionalización de la propiedad de las industrias. En
realidad Krieger Vasena elaboró un plan que promovía la inversión extranjera y
desarrollaba grandes obras de infraestructura, pero la inversión era fomentada
a través de un régimen que otorgaba al capital grandes facilidades y poco
control, a su vez la devaluación abarataba el valor de las empresas que también
se desnacionalizaban. Y como complemento la racionalización implicaba la
desatención de las ramas de la industria nacional no competitivas y el abandono
de las economías regionales más débiles en aras de la eficiencia. Esto a su vez
se articulaba con el aplastamiento del movimiento obrero considerado un factor
distorsionante de las relaciones económicas.
Si bien
los nacionalistas descontentos, como veremos en este artículo, abarcaban un
abanico de ideologías que iban desde la extrema derecha hasta en nacionalismo
antiimperialista con resonancias de izquierda, lo cierto es que todos eran
antiliberales y desconfiaban del gran capital extranjero. El levantamiento
militar de octubre de 1971 fue la única de todas las conspiraciones del periodo
que llego a transformase en rebelión abierta con movilización masiva de
unidades militares[2].
Fue la puesta en acto de las aspiraciones, pero a su vez de la impotencia, de
los nacionalistas militares. Y dejó en evidencia el poco enlace de su corriente
con las fuerzas sociales y económicas dinámicas del periodo. Después de la
sublevación las búsquedas de esta corriente avanzarían hacia un reflujo
reaccionario o hacia una confluencia (aunque no identificación) con el peronismo
y con sus corrientes mas combativas.
Antecedentes
Los
primeros descontentos se canalizaron internamente y su protagonista mas
destacado fue el general Juan Guglialmelli de gran prestigio intelectual y
proveniente del desarrollismo nacionalista. Pero, cuando las tensiones que
acumularon el plan de Krieger y la política represiva de Onganía produjeron el
estallido social conocido como el Cordobazo en mayo de 1969, las
manifestaciones de descontento pasaron a ser públicas. Frente a las puebladas,
el discurso oficial se orientó hacia echar responsabilidades a la subversión y
la agitación comunista, sin embargo dentro de las FFAA una parte importante de
la oficialidad politizada descreyó de esta explicación en forma total o
señalando su unilateralidad[3].
Se generalizaron en el interior de la fuerza y principalmente en la oficialidad
joven la idea de que los estallidos y surgimientos de guerrillas, que a partir
de mayo de 1969 se sucedieron, eran responsabilidad del mismo gobierno al
aplicar un plan pro monopólico y renuncia a llevar adelante la “Revolución
nacional”. También existe numerosos testimonios y trascendidos recogidos por
los medios de la época de disconformidad y deliberación en la suboficialidad.
Esta
visión no estaba fuera de las interpretaciones locales de la DSN (Doctrina de Seguridad
Nacional) que interrelacionaban la “seguridad” y el “desarrollo” con diferente
peso. En algunos casos como el de Guglialmelli, la cuestión de la seguridad no
se relacionaba exclusiva ni principalmente con el tema subversivo o de
“enemigos internos”, sino con una cuestión de garantizar una organización
social y crecimiento económico de diferentes zonas del país, para que la
proyección geopolítica Argentina pudiera llevarse a su máximo potencial y
lograr el bienestar de la población. Para los militares de su pensamiento el statu quo era el enemigo a combatir, y
este se representaba con las fuerzas internas y externas opuestas al cambio y
que pretendían controlar los resortes básicos de decisión económicos, políticos,
militares etc.[4]
De esta forma las aspiraciones de los nacionalistas chocaban con las políticas
concretas de la Revolución Argentina
y elaboraban una sensación de “traición” a los “ideales” que los habían
impulsado a realizar el golpe. Aunque pueda parecer sorprendente hasta muy
avanzado el periodo pensaron en la posibilidad de reencauzar el gobierno y
ganarse el apoyo popular.
1970,
el último año de Onganía después del Cordobazo, fue el de la decadencia de su
poder hasta el 8 de junio en que fue desplazado. Durante ese tiempo los
caudillos del ala liberal los generales Alejandro Lanusse y Hernán Sánchez de
Bustamante, se prepararon para deshacerse al presidente de facto y reorientar
la dictadura, planificando la retirada hacia de un orden de partidos, con la
menor concesión posible a los sectores populares como para salvar alguna parte
de las aspiraciones de los golpistas de 1955. El golpe final a Onganía lo dio
la operación guerrillera con la que se dio a conocer la organización
Montoneros: el secuestro y muerte del general Aramburu, caudillo político
militar de la derecha liberal antiperonista. La presidencia de Roberto
Levingston entre junio de 1970 y marzo de 1971 fue contradictoria con disputas
entre nacionalistas y liberales, entre la ideas de “continuar con la Revolución” u organizar
la retirada. Esta contradicción y el aumento de la conflictividad que se puso
en evidencia en el vivorazo o segundo cordobazo de marzo de 1971 llevó a
Lanusse a derrocar a Levingston y asumir la presidencia para conducir personalmente
retirada militar[5].
El
Cordobazo fue la señal de generalización de las contradicciones entre
facciones. Las divisiones en el ejército se generalizaron, y a las criticas de
los nacionalistas como Guglialmelli se sumaron intentos concretos de insubordinación
como los del General (nacionalista peronista) Eduardo Labanca, Jefe de la X brigada con asiento en Buenos
Aires. El complot estalló en julio y en él estuvieron implicados importantes
jefes y oficiales en actividad y retirados. Labanca fue descubierto y Lanusse
movió sus fichas para neutralizarlo sin escándalo antes de la fecha pensada
para el levantamiento (25 de julio). Tres generales entre los que se encontraba
Alcides López Aufranc visitaron a Labanca y le ofrecieron un retiro silencioso
si presentaba la renuncia. El general aceptó, aunque siguió conspirando dese su
retiro. Pero la deliberación no se notaba solo en las cúpulas sino que
comenzaron a hacerse explícitas las críticas a la superioridad de oficiales de
baja graduación[6].
Es
necesario remarcar que los grupos antiliberales del Ejército eran fuertemente
contrarios a la figura de Aramburu (y de Lanusse) y lo que representaba
políticamente. En ese sentido, algunos oficiales nacionalistas eran más
abiertos y buscaban alianzas con grupos civiles de perspectiva que consideraban
similar: la de la “Revolución nacional”. Recuerda el general Fabián Brown:
“tenía unos 14 años cuando lo matan a Aramburu, y pocos días después en una
comida en la que estaba (yo era de una familia peronista), donde había muchos
nacionalistas, entra Juan Manuel Abal Medina y hay una ovación”.[7]
Como vemos, el recuerdo de este general, proveniente de una familia peronista
frecuentadora del “Círculo del Plata”, es contundente al presentarnos el efecto
de la muerte de Aramburu entre militares y civiles nacionalistas. El tema es
que el caudillo liberal era odiado no solo por las masas peronistas, sino por
muchos militares. Había sido responsable de la ejecución de oficiales entre
ellos el general Juan José Valle y era (junto con el Almirante Rojas)
responsable de la separación del ejército de los oficiales
nacionalista-católicos “lonardistas” que habían apoyado el golpe de 1955 desde
una perspectiva “moderada”.
El clima deliberativo dentro de las FF.AA.,
especialmente en el Ejército, cruzaba desde el generalato hasta la base y
llegaba hasta la suboficialidad. La implicancia de la fuerza en el gobierno
efectivo, el roce permanente con una rebelión popular creciente y el fracaso (y
falta de consenso interno) del modelo económico, promueven la politización, el
debate y la rebelión[8]. Debemos
tener en cuenta que se estaba produciendo en la sociedad un cambio en la
conciencia media, un cambio que implicaba la discusión en torno a nuevos
principios que no sólo replantean el problema del Estado, sino también el de
sus fundamentos. Y, en ese camino, aparecen nuevas cuestiones que van más allá
de la tradicional lucha peronista o sindical: se relativiza el principio de
representatividad republicano liberal (bastante vapuleado desde el ’55 y de
poco, o nulo peso dentro del ideario peronista), se discute la propiedad, se
enfatiza la participación social directa y aparece a nivel masas la idea de la
reforma de las instituciones o, inclusive, la revolución social[9].
El desarrollo de esta situación se observa
con creciente inquietud entre militares y la búsqueda de una solución los
impulsa hacia tres alternativas: 1) “profundización” de la revolución,
avanzando hacia formas de nacionalismo económico y reforma institucional que
permitan ganarse al pueblo; 2) reconstrucción de la legalidad tradicional
rehabilitando en sistema de partidos y salvaguardando lo más posible del
prestigio de la fuerza y del sistema liberal; 3) o avance hacia formas
represivas más extremas.
Las alternativas eran confusas y mezcladas
entre sí en muchos casos. Como mencionamos un período híbrido se vivió en los
meses de la presidencia de Roberto Levingston,
nombrado para concretar la segunda opción, pero que tomó algunas iniciativas
que parecían orientarse hacia la primera[10]. La
alternativa “profundizadora” es influenciada especialmente por el proceso
peruano, donde se propicia la abolición de las instituciones liberales, la
estatización, nacionalización y planificación de la economía y la formación de
organismos de masas que viabilicen la representación popular en la gestión del
proceso de cambio.
La
presidencia de Lanusse significo la puesta en práctica de la estrategia liberal
que buscaba una retirada ordenada. Para ello el general implemento el GAN (Gran
Acuerdo Nacional) con el que buscaba abrir el juego político para detener el
proceso de radicalización conseguir canalizar las energías sociales hacia la
salida electoral. Pero a su vez buscaba que esa salida electoral fuera
limitada, para que todas las luchas dadas por los antiperonistas desde el
propio levantamiento de 1951 no quedaran derrotadas. O sea lo que buscaba
Lanusse y su corriente era volver a la institucionalidad democrática sin que
esta implicara la derrota de la “revolución Libertadora”.
Esta
política acentuó la deliberación al interior de las FFAA y las conspiraciones
de los nacionalistas. Nuevamente el general Labanca encabezó una segunda conspiración esta vez
claramente “peruanista” en mayo de 1971, intentando sublevar varias
guarniciones (Labanca estaba en disponibilidad desde julio de 1969) presentando
un manifiesto de la “Revolución nacional” de la cual el se presentaba como
Jefe. El complot
fracaso y Labanca siguió operando políticamente desde la clandestinidad[11].
Los hechos de Azul y Olavarría
Las intenciones
de desbaratar la política de Lanusse y el GAN continuaron. El 8 de octubre de
1971, en coincidencia con el cumpleaños oficial número 76 de Perón, se desató
la rebelión en los cuarteles de Azul y Olavarría, contaba con el compromiso de
varias unidades del Ejército y la Fuerza Aérea. Según el coronel Ballester jefe del
regimiento de Río Gallegos, el grupo aspiraba a desplazar a Lanusse y los
liberales, profundizar la revolución en un sentido populista y convocar a
elecciones en un plazo breve.
La conspiración
según los datos conocidos, era paralela (no es claro el grado de conexión) a la
reciente del General Labanca. Tenia su origen en las unidades dependientes de la Primera Brigada de Caballería
Blindada de Tandil: los regimientos de tanques el regimiento 2 “Lanceros del
General Paz” de Olavarría, comandado por Florentino Díaz Loza[12], el Regimiento 10
de Azul “Húsares de Pueyrredón” cuyo jefe era el Coronel Manuel García y su
segundo Fernando De Baldrich (El Regimiento 8 de Magdalena no se vio afectado).
La conspiración se fue ramificando, relacionada con el grupo de los coroneles
recién pasados a retiro luego de la segunda intentona de Labanca. Entre ellos
los que habían quedado en actividad como el Coronel Horacio Ballester asentado
en Río Gallegos al mando del Regimiento 24 de infantería y otros complotados de
su grupo no descubiertos en diversas unidades militares del país como el
regimiento de Formosa. También en la Fuerza
Aérea había conspiradores, era parte del complot el comodoro
Pio Matassi jefe de la IV Brigada
Aérea (con una nutrida dotación de A4-B) asentada en Villa Mercedes San Luis y,
paralelamente, grupos de ultraderecha seguidores de Jordan Bruno Genta.
Según
testimonios de Díaz Loza[13] y Ballester[14] el estallido de la
rebelión sucedió de la siguiente manera. El trabajo de articular los diferente
grupos conspirativos maduró rápidamente los primeros meses de 1971 a partir de la toma del
gobierno por Lanusse. Varios hechos puntuales se sumaba para agitar las aguas
entre los nacionalistas: la activación de GAN, la aceptación de la mediación
británica en el tema del Canal de Beagle y la pronta reestructuración de mandos
que amenazaba dejarlos en malas condiciones, por traslados, pedidas de mando
efectivo o pases a retiro.
Díaz
Loza acuerda en agosto con Matassi, con quien lo unía una amistad previa,
sublevar a las FA. A su vez pudo haber tomado contacto con Levingston. Mientras
que Ballester mantiene un nutrido grupo de conspiradores y sostiene contacto
con Jorge Carcagno, para que se ponga a la cabeza de la rebelión. Sin embargo
Lanusse y los suyos trabajaron activamente en prevenir la rebelión. Sea porque
realmente estaban vinculados a Labanca o porque Lanusse aprovechó para
deshacerse de los díscolos, poco después de la intentona “peruanista”, pasaron
a retiro gran parte de los conspiradores del grupo de Ballester[15]. A esto se sumó la
negativa de Carcagno a hacerse cargo de la rebelión, lo que hizo desistir a
Ballester[16] de seguir hacia
delante con la asonada, y así lo acordó con Díaz Loza en un encuentro secreto
en Las Flores a mediados de setiembre. Sin embargo cuando el teniente coronel
regresó a Olavarria encontró que sus subordinados se encontraban decididos a
seguir adelante y Loza, con espíritu de caudillo, aceptó[17].
Como la
inteligencia militar parecía haber detectado el movimiento (y quizás como
consecuencia de esto) Díaz Loza se entera el 6 de que será relevado de la
jefatura entre el 8 y 10 de octubre[18]. Así se acelera la
operación y fija como fecha el 8 de octubre. Ese día planifica una actividad al
mediodía con el intendente de Olavarría como para dar cobertura al inicio de la
rebelión y evitar el relevo antes de ese día. La urgencia con que se termina
desatando el levantamiento hace que sea Fernando de Baldrich el que quede a
cargo de rebelar la unidad de Azul ya que su jefe, el coronel Manuel García se
encontraba en Buenos Aires. Baldrich avisa a García que debe presentarse con
urgencia en la unidad que la sublevación esta me marcha.
A las 14
hs. la sublevación estaba en desarrollo a las 15 30 comienzan a transmitirse
proclamas por las radio de Olavarría copada por rebeldes. A las 16 30 las
fuerzas de Loza ya estaban en marcha para unirse a las de Baldrich en Azul.
Cuando las unidades del Regimiento 2 llegan a Azul, Los hombres del Regimiento
10 habían cumplido el plan y se encontraban sublevados y emitiendo proclamas
por la radio de la ciudad tomada a las 15 hs. por una unidad militar. Pero ya en
ese momento se encontraba a cargo de comandante de la misma el Coronel Manuel
García regresado rápidamente desde Capital, como oficial en actividad de máxima
graduación debía hacerse cargo de la conducción de las operaciones
La
conducción del alzamiento fue caótica y con desinteligencias entre sus
participantes. Se habían hecho presentes en el lugar otros altos oficiales
conspiradores: los coroneles Ramón Molina (ex ayudante de campo del General
Lonardi y vinculado a los intentos de Labanca), José Luis García, Carlos Gazcón
y Gustavo Cáceres (inclusive el general Labanca, en la clandestinidad en ese
momento, llega para sumarse a la sublevación). Discuten hasta cerca de
medianoche el que hacer. Según
publicaciones de la época, Ramón Molina
y Manuel García disputaron desde el inicio la orientación de las
acciones militares. Mientras que Molina proponía tomar Mar del Plata para
garantizarse la radio de la ciudad que era la más poderosa de la región, García
se negaba, aduciendo que las unidades allí acantonadas era rebeldes si
necesidad de intervención (cosa que no paso ya que no se rebelaron justamente
porque nadie fue a proponérselos según le dijeron varios de los oficiales a los
rebeldes después de derrotados); también se propuso marchar a Bahia Blanca
(sede del V Cuerpo de Ejército y de la
Flota de Mar) tomar la ciudad y hacerse fuertes ahí para impulsar
la sublevación ya que en el camino hacia el sur no había unidades que pudieran
interrumpir el avance.
El Plan
de Díaz Loza (el hombre mas dinámico y respetado del grupo) era sublevar la
mayor cantidad de unidades de la zona y marchar rápidamente a la Ciudad de Buenos Aires para
tomar el control (supuestamente existían posibles adherentes al movimientos en
los cuarteles de la capital) deponer a Lanusse y instaurar un nuevo presidente
de carácter provisional “profundizar la revolución” y convocar a elecciones
completamente libres en seis meses. O sea atacar el centro del poder militar y
realizar así un golpe de efecto que asumía multiplicador. Pero las discusiones
duraron hasta cerca de medianoche. Se impuso finalmente la idea de avanzar a la
capital hacia la que se pusieron en marcha a las 5 30 de la mañana del día 9.
A la
cabeza marchaban las unidades de Olavarría, más atrás las de Azul. La columna
del regimiento 10 se dividió en dos grupos; el primero comandado por Baldrich
avanzaba a paso firme, mientras que el segundo comandado por García avanzaba
muy lento, “demasiado lento”[19],
según los más variados testimonios. De esta forma la rebelión se desgranaba y
García aducía que ante la posibilidad de represión había que quedarse cerca del
cuartel para organizar la resistencia, mientras que Molina y Baldrich insistían
que debían que llegar rápido a Buenos Aires para garantizar el éxito y la
extensión del movimiento antes de que la reacción se hiciera fuerte. La
situación llego al extremo de amenazas de Molina a García con su arma para que
este avanzara. García ordena el repliegue aduciendo que ya era imposible
avanzar dada la gran movilización de tropas realizada por Lanusse y encabezada
por el general Anaya (quien se encontraba al tanto de la conspiración), esto
hace que gran parte de las unidades rebeldes desistan de avanzar y retornen a
sus bases. Baldrich desobedece y se declara subordinado a Díaz Loza continuando
el avance con solo tres tanques y 150 hombres.
La
ausencia de la FA
fue otro factor determinante (en el plano militar) para el fracaso de la
rebelión. Existían en esta arma varios grupos de conspiradores, pero algunos
eran de ultraderecha y abandonaron la conspiración por sospechas de que en el
ejército había algunos oficiales “izquierdistas”. Sin embargo Pio Matassi jefe
de la base aérea de Villa Reynols (la mas poderosa del país) de ideas mas
amplias continuó. Pero las actividades conspirativas del mismo habían sido
delatadas y el Brigadier Rey (jefe de la fuerza) envió al comodoro a una misión
en Alemania e Israel a mediados de setiembre.
Cuando
este volvió la rebelión ya estaba en marcha. Inmediatamente intentó dirigirse a
su base, se embarcó en un avión de Aerolíneas Argentinas al que secuestró
desviándolo a Villa Reynold, donde no puede aterrizar porque el jefe a cargo de
la base ordena colocar obstáculos en la pista. Entonces se dirige al Plumerillo
donde había otra base aérea y consigue que se subleven los oficiales poniéndose
a sus órdenes. Pero allí no contaba con los A4-B como para intervenir
efectivamente y el paso del tiempo sumado al fracaso rápido de las tropas de
tierra hizo que su acción fuera inútil, debiendo rendirse y quedando detenido.[20]
Otros
dos intentos de acoplarse al levantamiento suceden en el resto del país. Uno en
Río Gallegos donde el coronel Ballester, que dudaba de que las informaciones
que recibía se relacionaran con “su” levantamiento o con otros conspiradores,
recibe muy tarde la confirmación de que los rebeldes eran sus compañeros. Esa
confirmación la recibe de parte del coronel José Luis García (a través de su
mujer), recién a la mañana del día 9. Entonces comunica por vía interna que se
plegaba a la sublevación y se dirige a la radio de la ciudad a comenzar a
emitir comunicados y dar inicio a la movilización de sus hombres. Pero en esos
momento los rebeldes de estaba rindiendo, y cuando sale de la radio un enviado
de la brigada le informa de esa situación, que él es el único rebelde del país,
con lo que Ballester depone su actitud. Su superior el general Manuel Rodríguez,
jefe de la IX
brigada intentará salvarlo ya que la vorágine de los acontecimientos impidió
que su rebelión se efectivizara e hiciera pública[21]. Pero la
información llegó a Lanusse y Ballester fue dado de baja y condenado a prisión,
mientras que el general Rodríguez fue pasado a retiro[22]. Otros intento en
filas del ejército se dio en Formosa donde el Teniente Coronel Luciano Lauría
intento rebelar a su regimiento el N 29 de infantería de monte que también
fracaso, fugándose a Paraguay emitiendo una declaración de ambiguo contenido,
donde mezclaba temor al avance del comunismo como consecuencia de la política
de Lanusse y reivindicaciones nacionalistas.
Los fracasos del levantamiento militar eran evidentes, si al inicio de la
sublevación los rebeldes contaban con unos 2000 hombres y las mas importantes
unidades de tanques del país, la seguridad de ser acompañados por otros focos
cuando la noticia se difundiera, mas el esperado concurso de la fuerza aérea,
la mañana del día 9 solo les quedaban 239 hombres y algunos vehículos
blindados.
Las
negociaciones para la rendición comenzaron. Según relatan revistas con llegada
a fuentes militares el día 9, el mayor Lizarrsu del regimiento de Olavarría se
trasladó a dialogar con el coronel Juan Carlos Colombo leal a Lanusse,
adjudicándose la representación de Baldrich y Díaz Loza. Allí se encontraban
Colombo y el general Virgilio Gorritz quien intimó al mayor e intentó que
quedara detenido, pero Colombo con el mando efectivo de su unidad aceptó la
propuesta de Lizarrasu de negociar. Concretaron una reunión en las cercanías de
Saladillo entre Colombo y Díaz Loza. Según la fuente no identificada que
informa de los hechos a Panorama[23]
Díaz Loza mostraba decisión a pesar de lo desfavorable de la situación en ese
momento para su alzamiento “nuestro regimiento nunca se ha rendido a sus
enemigos” insistía, mientras Colombo se mostraba conciliador buscando bajar los
decibeles[24].
Lo
cierto es que a causa del retraso, o por que las contradicciones ideológicas
entre los conspiradores eran tan profundas que no les permitían siquiera
resolver líneas generales de mandos consensuados, los rebeldes se vieron
rodeados rápidamente, aislados, y Baldrich se rindió. Ramón Molina paso a la
clandestinidad Lanzando una proclama el 12 de octubre en la que justificaba a
la guerrilla, acusaba al ejército de represor y señalaba como cobardes y
traidores a varios de los complotados entre ellos a García quien se había
reunido durante la marcha inicial con los diferentes jefes de escuadrones para
que desistieran. Retirando a sus fuerzas a Azul las unidades de García se
rindieron sin combatir. Sin dudas el Coronel había actuado de tal forma de
conservar el mando, trabar decisiones, y generar condiciones para el rápido
fracaso. El resto de las fuerzas al mando de Díaz Loza se rindieron dos horas
después pasado el mediodía.
Lannuse aprovechó la presencia de derechistas en el movimiento de forma
muy perspicaz. El mismo 8 de octubre a la noche habló en Cadena Nacional y
definió a los rebeldes: “Esconden sus reales vocaciones, reñidas con el
sentimiento argentino, detrás de su máscara de falso nacionalismo, y niegan su
dudoso cristianismo al desconocer a Dios, cuando desprecian al pueblo”. Uno de
los generales que flanqueaba a Lanusse en su alocución era Carcagno[25].
O sea como primer paso el líder liberal puso a sus críticos a su derecha (a la
derecha del GAN), y los aisló de todo el espectro político y sindical; e
inclusive los dejó solos dentro de la fuerza. Con esta situación del escenario
político logró movilizar paralelamente, en unas pocas horas, cerca de 10.000
hombres del Ejército, que aislaron las columnas rebeldes[26].
Consideraciones políticas de la
rebelión
Un tema
que no esta claro es quien seria el hombre que quedaría a cargo de la
sublevación, y por lo tanto de la presidencia si ésta tenía éxito. Muchos
indicios hacen pensar que ese hombre sería el general Jorge Raúl Carcagno quien
con moderación venia manifestando disidencias con la interpretación oficial de
la situación política y social del país. Ballester habla de los volantes que
llevaban la firma de “El comandante” y describe sus características:
“Llegó a ser comandante en jefe del Ejército, cargo en
el que desarrolló una destacada labor (…) Carcagno era nuestro cabecilla. Yo no lo
conocía personalmente, sólo cuando entré en el Ejército, en 1943, porque
Carcagno era el cadete de 5° año, era el encargado de la compañía (…). Era un
tipo decente, muy recto, de mucho carácter y muy, muy bueno. Pero Carcagno, a
último momento, no vio la cosa muy clara según parece… Y eso me lo dijo en Río
Gallegos, una vez que fue a inspeccionar, yo le dije que estaba listo para
salir cuando él dijera y él dijo que no, había desistido, porque no veía las
cosas bien, que le faltaba información… Bueno, yo estaba en Río Gallegos, ¿qué
podía saber? Mis amigos me mantenían informado lo mejor posible de lo que
pasaba, pero uno allá no era más un activo conspirador. Incluso Lanusse lo
nombró Jefe de Operaciones del EMG (…). Yo creo que fue para captarlo o para anularlo,
lo cierto es que nos quedamos sin comandante”[27].
La idea
de quien debía ser el jefe es pare también de las consideraciones en torno a
las heterogeneidad de los grupos conspiradores. Los gentistas de la FA querían a Coronel Raimundes,
en el ejército algunos hablan del recién derrocado General Levingston según
recoge el general Reinaldo Bignone en sus memorias, inclusive se habla del
General Anaya superior de todos los rebeldes y muy probablemente contactado
para la sublevación. Sin embargo el caso de Carcagno reúne características
especiales para ser el mas probable jefe o al menos el jefe elegido por en
grupo de conspiradores que contaba entre sus miembros a Ballester y Díaz Loza.
Si bien en esta etapa los nacionalistas
“peruanistas” adolecen de un grado de “sectarismo militarista” que les impide
ver el conjunto de los problemas sociales y políticos, lo cierto es que
Carcagno da con el perfil ideológico que este grupo tomará en nos siguientes
años y es sindicado como el jefe deseado por los mas activos. Quizás su desistimiento,
el hecho de que la operación fuera suspendida pero se terminara llevando a cabo
igual casi en forma sorpresiva para muchos de los complotados, hizo otros
nombres cobran fuerzas en forma de opción posible sin que ninguno llegara a ser
definido.
El que
te movió con rapidez e inteligencia fue Lanusse que sindicaría rápidamente a
los complotados como fascistas, oscurantistas, reaccionarios, y conseguiría
inmediatamente la solidaridad de todo el espectro político.
En
pleno llamado al GAN con su consecuente apertura a los partidos políticos, la
reacción de estos últimos frente a un posible golpe, así este se presentara
bajo la polisémica definición de “nacionalista” (por ejemplo Onganía se había
proclamado también nacionalista, y los rebeldes venían a “rescatar los
principios de la “Revolución Argentina”), fue monolítica cerrando de hecho
filas atrás de la versión lanusista de los hechos. La UCR y el Justicialismo
consideraron la asonada totalitaria y destinada
a “cerrar el camino de la institucionalización”. El dirigente cordobés
Ricardo Obregón Cano futuro referente del espacio político montonero calificó
al intento de “reaccionario, oscurantista y medioeval”. Posiciones similares
tuvo el Socialismo tradicional (PSD) calificando a los militares de nacionalistas
antidemocráticos. El Partido Comunista condenó al golpe como fascista
orquestado por la CIA
en consonancia con la política latinoamericana de los EEUU. Arturo Frondizi y el desarrollismo en general (Oscar
Alende, Rogelio Frigerio) repudiaron el intento pero fueron mas moderados en
sus condenas dado sus contactos con militares nacionalistas-desarrollistas que
estaban implicados en el clima de agitación en las FFAA desde hacia varios años
(los desarrollistas fueron paste de la experiencia de Levingston, no debemos
olvidarlo). Justificaron aduciendo el clima de “frustración del país” y
señalando la fractura horizontal existente en la fuerza. Los sectores de la Izquierda nacional (cuyo
referente era Jorge Abelardo Ramos) señalaron que “sin dudas entre quienes se
levantaron en Azul y Olavarría hay también jóvenes oficiales patriotas,
inquietos porque la economía argentina siga en manos de monopolios y por las
suerte de una elecciones cuyas reglas de juego limpio no están señaladas. Si es
así” responde el documento de la
PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional)
dirigiéndose sin dudas hacia interlocutores militares “esos militares
comprenderán que no hay liberación nacional sin el apoyo activo de las masas
populares”. El PDC (Partido Demócrata Cristiano) también fue contemplativo
advirtiendo que repudiar un golpe que supuestamente pretende una dictadura no
debería significar apoyar otra dictadura (la de Lanusse). Sugestivamente los
grupos mas vinculados a la libertadora orientados por el Almirante Rojas
condenaron a los insurrectos llamándolos “fascistas de izquierda”.
La
apertura electoral propuesta por Lanusse era un tema en el que todas las
tendencias políticas partidarias acordaban, sólo se estaba discutiendo la fecha
y la capacidad de Lanusse de imponer condiciones. Por lo tanto, los
complotados, aunque fueran “peruanistas” y tuvieran intenciones democráticas o
nacionales plausiblemente coincidentes con un amplio segmento de la sociedad,
no comprendían el nuevo escenario político que impedía comenzar (o recomenzar)
la “Revolución Nacional” sin apertura plena y sin Perón. Parece claro cuando
Ballester se autocritica que en sus planes rebeldes ignoraba la existencia de
una sociedad entorno a su unidad militar.
Así es
como Lanusse comprendió esto, y unió en el repudio a todas las tendencias
significativas de la política de entonces. Es probable que Carcagno desistió de
aparecer encabezando un levantamiento que requería, sino el apoyo, al menos la
neutralidad de las masas, pero que iba a encontrarse socialmente aislado y por
lo tanto condenado a la derrota. Probablemente tuviera una visión realista de
la situación y asumir que lo mejor era esperar y preservarse[28]. Su visión política
cuando le tocó reprimir el cordobazo fue sin dudas mucho más perspicaz que las de
sus colegas partidarios de una “conspiración comunista” atrás de los hechos de
Córdoba. En última instancia, el tiempo le dio la razón y llegó a la
comandancia de la fuerza, pero con una amplia cantidad de oficiales que podrían
haber ampliado sus bases de sustento separados del Ejército a los largo de
estas fracasadas sublevaciones.
Una
consecuencia de la asonada fue la oportunidad de Lanusse de reorganizar la
estructura de mandos de la fuerza, ascendiendo a puestos destacados a varios
oficiales que tendrán una actuación relevante pocos años después. Entre ellos
el coronel Arturo Corbetta, el coronel Guillermo Suárez Masón, el coronel
Riveros, el general Jorge Rafael Videla, el general Viola. Como vemos existe un
recambio de la estructura de mandos hacia un sector de la fuerza, fue derecha
liberal la que ocupó los espacios perdidos por los rebeldes nacionalistas.
Las
dudas sobre quien debía dirigir la sublevación muestra el grado de orfandad
organizativa y de diversidad ideológica de los complotados. Según el relato del
general Ricardo Etcheverry Boneo (un nacionalista católico), comandante de la
brigada, los oficiales de plana mayor del regimiento le plantearon la necesidad
de “profundizar la revolución” y uno le propuso que encabezara el alzamiento.[29] Como
vemos, los relatos coinciden en la existencia de descontento de los cuadros
inferiores y de algunos superiores,[30] pero
no en su orientación y dejan ver mas entusiasmo por rebelarse que ideas y
organización.
El
factor interesante a tener en cuenta, para delimitar las contradicciones de
“los nacionalistas” (bien aprovechadas por Lanusse), es entonces, su amplia
diversidad ideológica. Recuerda el entonces teniente Luis Tibiletti:
“El
libro que interpreta exactamente el pensamiento, la ensalada ideológica de un
militar de la década del setenta, es Las
armas de la revolución, de Florentino Diaz Loza. Ahí tenés exactamente
contados la cabeza de un militar cruzada por el nacionalismo, el Concilio
Vaticano, los curas del Tercer Mundo, el revisionismo histórico antiliberal, la Hora de los Pueblos, todo mezclado, ahí tenés un militar del
setenta. Y del otro lado (ríe) ¡el otro lado! Toda esta ensalada es lo que se
llamaba el ‘Ejército Nacional’, donde había nazis, de todo. Nac&pop, típicamente nac&pop. Después (el otro lado), una
conducción totalmente centralizada de tipos o profesionalistas puros o gorilas
redomados”.[31]
Según el
otro de los líderes del levantamiento, el teniente coronel Fernando de Baldrich,
jefe del Regimiento 10 de Caballería de Azul, se trataba de un “movimiento
nacional y cristiano con amplio sentido popular (…) Apoyamos la doctrina social
de la Iglesia
y las encíclicas papales” con el cual pretendía “reencauzar” la Revolución Argentina
que Lanusse estaba hipotecando al liberalismo y condicionar la salida
electoral. Y afirmaba en el comunicado oficial de su guarnición que: “Hoy, los
argentinos vemos con estupor e indignación cómo vuelven a ser puestas en
circulación viejas y gastadas palabras –democracia, libertad, sufragio- para
montar una nueva farsa electoral que le de el gobierno a una minoría
antinacional”. Declaración que, como vemos, tiene evidentes roces con la
descripción general que Ballester hace de los objetivos de la asonada, pero que
entra como lógica en el relato de Tibiletti[32].
De Baldrich reiteraba en sus proclamas invocaciones a
Dios, y afirmaba que los militares habían tomado el poder para realizar una
profunda revolución, sosteniendo que “la confabulación de intereses encumbrados
en las más altas jerarquías políticas y militares (están) conspirando contra la
nación”. Y seguía más adelante: “No queremos ser una filial de las usinas
internacionales del dinero, porque queremos una vida digna en un país libre
para nosotros, para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos”. Para
Baldrich sólo debía haber elecciones después de haber hecho la revolución. Con
este contexto de afirmaciones antidemocráticas, el jefe de Azul le acerca a
Lanusse los elementos necesarios para caracterizarlo como oscurantista. También
De Baldrich afirmaba que “Si alguna definición nos cabe. Es la de lonardistas. Queremos hacer
realidad el deseo de Lonardi deque no haya en el país vencedores ni vencidos”[33].
A que se refería el Teniente Coronel con esta afirmación. Por lo menos en lo
que cabe a su interpretación del alzamiento y los motivos de su participación
en el mismo vemos que es un nacionalista católico conciliador que se identifica
con la corriente que en 1955 se abrió del peronismo por los “excesos” de Perón
con la Iglesia
y por la “demagogia”, que fue receptiva al discurso contrario al las
inversiones extranjeras que Perón quería impulsar hacia el final de su
gobierno. Sin embargo que compartía con el peronismo la idea de armonía de
clases, nacionalismo, representación sindical de los trabajadores e
industrialización. Corriente que fue desplazada rápidamente por los liberales
furibundos antiperonistas, y que en general muestra arrepentimiento de su
accionar en el 55. Lo que Baldrich expresa como lonardismo puede ser
discutible. Pero creemos que a la luz de los hechos y del momento histórico
muestra más bien una decisión de enfrentar a los liberales y reestablecer lazos
con sectores del peronismo.
Algunos
investigadores colocan al otro de los líderes, el teniente coronel Florentino
Díaz Loza, en una posición de derecha (aunque más matizada que a Baldrich).
Para ellos, el jefe de las fuerzas asentadas en Olavarría mantenía una postura
netamente antiliberal, al considerar que el liberalismo era culpable de ser
anticristiano y al debilitar los lazos sociales, y abrir las puertas al
marxismo, que era necesario “recrear la nación sobre bases auténticas,
fidedignas, genuinas y reales (para ello había que) desprenderse drásticamente
de los dictados liberales, masones e internacionales de la sinarquía económica
e ideológica”[34]. Sin embargo, los
comunicados emitidos por su unidad se acercan mucho más a los que podemos
considerar una postura nacionalista populista y más democrática.
“A medida que transcurre el tiempo se estrecha cada
vez más el margen de la esperanza en una salida electoral libre y sana (…) Este
acto histórico viene a sentar las bases de un hecho revolucionario e
irreversible en el más corto plazo posible para luego entregar definitivamente
el gobierno a los representantes elegidos por el pueblo, sin pactos inmorales,
sin artimañas ni componendas de seudo dirigentes aprovechados de la política”.[35]
Mientras duró el levantamiento se emitieron once
comunicados en Olavarría, cede del que fue el jefe máximo Díaz Loza. Anunciaban
que estaba dispuestos a concretar la necesaria revolución nacional que debía
ser el preludio “a la convocatoria electoral a la ciudadanía argentina”, en el
segundo enunciaban que el país se encontraba en
“ruptura de la moral, la paulatina pérdida de los
valores del ser nacional, desnacionalización, injusticias de todo orden,
contubernios políticos inmorales, entreguismos a monopolios explotadores de la
economía y patrimonios argentinos, descontrol de la seguridad pública,
menoscabo del respeto, seguridad individual y muchos otros”[36].
Los comunicados de Olavarría insistían reiteradamente
en el gobierno de los monopolios y proponían un programa en el que el Estado se
hiciera cargo de la dirección de la banca, finanzas en general y pusiera
límites a la presencia del capital extranjero. Todos los comunicados tienen esta tónica y los participantes
afirman (el mismo Díaz Loza entre ellos) que pensaban en plazos de seis meses. Los
comunicados de Díaz Loza combinaban una propuesta nacionalista y estatista,
antimonopólica con leves matices antiimperialistas (esta faceta será
profundizada por Loza en sus publicaciones posteriores a ser separado de la
fuerza), con elementos tradicionales del nacionalismo católico referidos al
orden y unos ambiguos “valores morales”. Sin embargo el eje esta en la
necesidad de terminar con “los gerentes nativos de la Argentina colonial”, lo
cual ubica su rebelión en sintonía con la oposición a Krieger Vasena y otros
equipos sucesivos de gobierno vinculados a las grandes compañías monopólicas.
El coronel Ballester reconoce, cuando
lo indagamos especialmente sobre las características de estos oficiales, que
Loza
“era muy católico, muy religioso. Para mí era demasiado de derecha. De
Baldrich, que era el otro que estaba con él en esa, buen tipo pero de un nivel
intelectual más bajo. Era decidido pero… Mirá, en el libro Las armas de la revolución, Díaz Loza termina diciendo que, ‘al
final desperté, había amanecido y me di cuenta que había pasado una noche en
vela y no había hecho las oraciones de la noche…’ Llega a colocar eso, de tan
religioso que era”[37].
Rafael
Labanca recuerda a ambos y rescata a Díaz Loza con más firmeza que a Baldrich,
aunque señala insistentemente que ninguno se acercó a las definiciones de su
padre. Si bien el planteo de los coroneles rebeldes es irreal en el contexto
político, la identificación del grupo como reacción fascista parece más bien
exagerado, y un inteligente éxito de Lanusse a partir de un lenguaje fuera de
contexto y la heterogeneidad del grupo.
En el mismo sentido, los escritos de los coroneles Horacio
Ballester, Augusto Rattembach, José Luis García y Carlos Gazcón, afirman que el
levantamiento, si bien era diverso en sus componentes, tenía como objetivo
asegurar que Lanusse no condicionara la salida electoral, imponiendo un continuismo
liberal. La participación de Díaz Loza junto a Gulgilamelli en Estrategia, luego que saliera en
libertad con la amnistía de 1973, pareciera hacer verídica la visión
“peruanista” de este sector de los conspiradores. El peruanismo argentino, fue
un proceso que se dio dentro del ejército en el marco de las luchas políticas y
sociales que enfrentaron a la “Revolución argentina”; que nació a partir de
1969 en una combinación de sorpresa en muchos militares por la proliferación de
puebladas y guerrillas, con la realidad promonopólica del golpe que habían
impulsado. Tuvo su efímero apogeo entre el años 1972 y 1973 con su confluencia
parcial con los sectores más dinámicos del peronismo y con el acceso a la
comandancia del general Carcagno. Pero el enfrentamiento interno del peronismo
cortó su maduración y la agudización de la lucha y el enfrentamiento
guerrillero eliminó a los militares dialoguistas. Para 1975 las FFAA se
encontraba sólidamente encolumnadas tras sus mandos liberales y seguidores de la Doctrina de Seguridad
Nacional, convencidos de desarrollar la lucha antiguerrillera. Por eso cuando
hablamos de “peruanistas”, puede parecer exagerado a un lector poco informado,
sin embargo esta corriente se manifestó esos cortos años y desapareció con
rapidez de la misma forma que con rapidez se degradó la experiencia democrática
de 1973.
Durante su prisión en Magdalena, Florentino
Díaz Loza escribió Las armas de la Revolución, un
pequeño libro en el que narraba conversaciones ficcionadas en prisión de un
grupo de militares, identificados por su grado y el nombre de algún caudillo
federal del siglo XIX.[38]
El texto nos permite rastrear algunas de las características del pensamiento de
este grupo. En particular, su interpretación revisionista de la Historia Argentina,
basada en la lectura de autores como Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega
Peña, o José María Rosa. También puede identificarse la clara influencia de la
“Revolución Peruana” encabezada por el general Juan Velasco Alvarado y las
críticas a la política de seguridad continental de los Estados Unidos, a la que
adhería el Ejército Argentino. Sin dejar de criticar al marxismo, planteaba la
necesidad de superarlo, pero en una óptica más cercana al nacionalismo
velasquista que a la DSN;
rescatando a Argelia, Cuba, Perú, Bolivia, Chile, Egipto, cada pueblo, cada
nación, una revolución nacional propia y respetable.
Desde el
punto de vista político, debemos destacar que la corriente nacionalista de las
FFAA era muy heterogénea y a pesar de que hacia el año 1971 las ideas
“peruanistas” y de acercamiento al peronismo avanzaban, no debemos ignorar, por
ejemplo, la existencia también de “gentistas”,[39] minoritarios pero
cierta influencia, aunque el curso de la historia fuera en 1971 hacia “la
izquierda”. Es lógico que los “ultras” gentistas desconfiaran de que en este
movimiento militar hubiera tendencias populistas de izquierda o peronistas.
Ante un investigador, no necesariamente de izquierda, el gentismo suena
irracional, y algunas de las declaraciones con un énfasis nacionalista católico
y resonancias autoritarias de De Baldrich pueden oscurecer la mayor complejidad
de este movimiento militar[40], entre cuyas
cabezas había una mayoría de oficiales que terminó colaborando con en el
peronismo, dialogando con la “tendencia revolucionaria” y no con la derecha del
movimiento de Perón.
Pero el
clima de politización en las FFAA no se daba solo al interior del cuerpo de
oficiales. Según las informaciones que surgen de los testimonios y trascendidos
del interior de la fuerza, otro foco de agitación en el ejército fueron los
suboficiales que se manifestaron alto “nivel de politización” actuando
concientemente y no solo por disciplina en el apoyo a los rebeldes o poniendo
poco esfuerzo en las tareas de preparación de la represión a los mismos al
interior de las unidades leales[41].
Si bien el Ejército argentino no es una estructura aristocrática y clasista
como vulgarmente se cree, si es cierto que el cuadro de oficiales esta
compuesto abrumadoramente de sectores medios hacia arriba, mientras que el de
suboficiales de lo es al a inversa. En ese sentido el “peronismo” entre los
suboficiales era mayoritario y la influencia del sentir de los sectores
populares es directa en un contexto de politización. La revista montonera El Descamisado daría cuenta en 1973
varias veces de inquietudes entre los suboficiales de todas las armas[42].
Otra cuestión destacable en los efectos de la rebelión fue que Lanusse
reconoció que la movida de Azul y Olavarría acotó su margen de acción política.
Pese a la mezcolanza ideológica y las legítimas dudas sobre los objetivos
planteados que aparecen en las investigaciones, varios de los participantes
tuvieron en el futuro una actuación política democrática como militares
retirados, con vínculos con la izquierda y se mantuvieron en un nacionalismo
popular. Tal es así, que en un libro de autoría colectiva editado a principio
de 1987, los mencionados coroneles Ballester, Rattenbach, Gazcón y García
recuerdan en un breve párrafo ese alzamiento como clave para la salida
democrática: “La inteligencia de Perón y una pequeña pero trascendente
intentona militar contra el GAN y a favor de las elecciones sin proscripciones
(conocida con el nombre de sublevación de Azul y Olavarría) obligaron a Lanusse
–según sus propias expresiones- a tragarse sapos. Es decir, permitir el regreso
de Perón a la Argentina
y convocar a elecciones”[43].
Es difícil para nosotros afirmar si en ese momento los “revolucionarios
nacionales”, buscaban elecciones o “profundizar la revolución” antes de
entregar el poder y armaron su discurso, en clave democrática, después, junto
con su acercamiento al Peronismo[44].
Más adelante hacen propia la posición del General Carcagno en la X CEA. Los montoneros sobrevivientes recuerdan que
“hubo un trato bastante avanzado con gente que había participado en el golpe de
Olavarría en el año ’71, militares nacionalistas que se levantaron contra
Lanusse. Parece que alguno de esos tipos estuvo muy cerca de Montoneros”[45].
En el mismo sentido,
Perdía reconstruye la relación en el largo plazo:
“Los
coroneles de Azul y Olavarría (…) un grupo de oficiales donde están Ballester,
García, Rattembach… Y no me acuerdo qué otros, creo que eran 4 ó 5 coroneles, que
encabezaron un movimiento demandando a Lanusse que garantice las elecciones, que
asegure las elecciones, eso estuvo en marcha, llegó a haber exteriorizaciones
públicas, debe estar documentado, en los archivos se lo puede buscar (…). Esa
gente formó parte, después, del UALA[46].
Una institución que bancábamos nosotros y que dirigía Urien, que estaba
dirigida justamente a los sectores militares de América Latina. Y en Argentina,
su sostén, además de incluir compañeros nuestros adentro, Urien y otros
compañeros nuestros, era ese grupo de los levantamientos de Azul y Olavarría.
Este grupo era… aliado, digamos, con los cuales compartíamos. Ellos estaban con
la legalidad del proceso electoral, que los militares debían cumplir su palabra
y retirarse. Que no debían hacerle trampas a Perón ni al peronismo. Esa era la
posición, rápidamente, frente a otros sectores que estaban francamente en la
conspiración, procurando evitar el regreso de Perón y abortar el proceso
electoral, que era la actitud de otro sector militar”[47].
Ballester recuerda que
pudo haber contactos después del alzamiento de Azul y Olavarría entre ellos y
Montoneros, o grupos peronistas, especialmente en torno a la vuelta de Perón –de
hecho, Urien era montonero y estaba vinculado con Ballester-, pero los
contactos más estables fueron posteriores. Y Rafael Labarca afirma la alta
cercanía de su padre con Montoneros. Consideramos entonces que este
levantamiento contribuyó a definir los lineamientos de la corriente peruanista
y delimitarla de otros actores nacionalistas. A su vez, dejó en
claro que, para avanzar en sus propósitos, debían acercarse más al peronismo,
paso que fue el siguiente en darse por parte de esta corriente.
Conclusión
Cual era
la orientación política del levantamiento de Azul y Olavarría. Que buscaban los
militares que pusieron en juego su carrera y conmocionaron al país con una
movida tan audaz. Eran partidarios de la “Revolución nacional” y se pueden
definir con parte de esa corriente latinoamericana “peruanista” derivada por
izquierda de la doctrina de “seguridad y desarrollo”
Los partidarios de la Revolución Nacional
dentro de las FF.AA. no definieron su significado con claridad, quizás
justamente porque sugería cosas diferentes para cada tendencia dentro del
nacionalismo. La “Revolución Argentina” implantó una política represiva en lo social,
conservadora en lo cultural y promonopólica en lo económico. Indudablemente no
significaba lo mismo para Onganía, Guglialmelli u Osiris Villegas, militares
destacados del nacionalismo militar en 1966. Por eso en el setenta los
lineamientos de la
Revolución buscada por los militares nacionalistas comenzaron
a dividir aguas y se perfiló con más claridad un sector “populista”, para el
cual este concepto tenía un significado más preciso.
Era un gran salto hacia
delante, que se llevaría a la práctica mediante un proceso de nacionalización de
la economía, de desarrollo de las fuerzas materiales mediante grandes obras y de
planificación estatal. Los militares más audaces no dudaban en que era
necesaria la realización de una reforma agraria que eliminara a las clases más
parasitarias, en algunos países rémoras en general de antiguos modos de
producción o de la opresión colonial. Esta “revolución” debía implicar un
proceso de integración de las clases oprimidas a una nación, orgánica, a través
del trabajo, la organización y el logro de mejoras sustanciales que las
elevaran moral y culturalmente, potenciándola. Este cambio social incorporaría
a la nación a amplios sectores trabajadores alienados de la misma por Estados
de cuño oligárquico o colonial. Pero no una integración estática como para en
sector nacionalista tradicional, sino dinámica, movilizada, con participación
orgánica, aunque no clasista.
Para el general Brown,
“las categorías ‘revolución nacional` y ‘antiimperialismo’ aparecen en los
militares y están en la izquierda. Y desde los militares las podés encontrar en
Las lanzas de la revolución”, de Florentino Díaz Loza, jefe de los
levantamientos de Azul y Olavarría. Y ese es el nexo que permite la existencia
de una vinculación entre esta corriente de militares y sectores del peronismo
revolucionario y la izquierda. Allí recalcaba Loza que “Lo mas auténtico, lo
mas genuinamente nacional que poseemos son las masas trabajadoras. El peronismo
está compuesto principalmente por éstas. Esa es, pues, la base para el
movimiento popular nacional. No hablo del partido, sino del movimiento. Este
será entonces el Tercer Movimiento Histórico”[48]
Los procesos del Tercer Mundo
englobados como revoluciones nacionales fueron variados y de fronteras difusas.
Muchos de ellos fracasaron, o más bien fueron decepcionantes, pero los
nacionalismos árabes tuvieron una vida y un prestigio más prolongado hasta ser
arrasados a partir de la década del noventa. En América Latina la “Revolución Nacional”
se cruza con el “populismo latinoamericano” y tuvo su expresión en movimientos
nacionales policlasistas como el varguismo, el peronismo, el APRA y la
revolución de Velasco Alvarado, la revolución boliviana del ‘52, Torrijos en
Panamá y en la actualidad el proceso boliviano y venezolano. La manifestación
argentina de ese proceso es el peronismo del 45 y su continuidad hasta los
setentas. Los planteos de los militares de la década del 60 y 70 se aproximan a
un reencuentro embrionario con la tradición industrialista vía el desarrollismo
y buscan un acercamiento al “pueblo-nación” vía las nuevas experiencias
tercermundistas entre ella la muy cercana del Perú. Los militares nacionalistas
del periodo a lo largo del continente pueden ser identificados como
“peruanistas” sin temor a equivocarse, por ser esta la experiencia militar mas
desarrollada en el poder del Estado y que todos tomaban como referencia. Pero,
en Argentina, parten de la situación particular de la existencia de una
sociedad altamente movilizada y que identifica a las FFAA como partido de la
reacción, además de la existencia del peronismo como fuerza nacionalista de
masas que ya ocupa gran parte del espacio que estas fracciones militares
reivindican para si.
El levantamiento de Azul
y Olavarria es, en definitiva, la bisagra entre un nacionalismo militar aislado
del proceso social en su conjunto, que a partir de allí busca vincularse con el
movimiento de masas. Su posterior fracaso se encuadra en el fracaso en conjunto
del movimiento de masas al cual se vincula su destino en ese momento histórico
y es parte otro capítulo de nuestra historia.
Bibliografía, fuentes y entrevistas
AA.VV. (1987) Fuerzas Armadas Argentinas. El cambio necesario Bs. As. Galerna.
AA.VV. (2010) La construcción de la nación argentina: el rol de las Fuerzas Armadas
Bs. As. Min. Def.
Ballester, Horacio (1996) Memorias de un coronel democrático Bs.
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Día Loza, Florentino (1972) Las armas de la revolución Bs. As. Peña
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Ferrari, Germán (2009) Símbolos y fantasmas. Bs. As.
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Fraga, Rosendo (1988) Ejército: del escarnio al poder Bs. As.
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Guglialmelli, Juan Enrique (2001) Pensar con estrategia Lanus UNLA
Guglialmelli, Juan Enrrique (1971) 120 días en el gobierno Bs. As. Pleamar.
Lanusse, Alejandro (1988) Protagonista y testigo Bs. As. Marcelo
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Mazzei, Daniel (2012) Bajo el poder de la caballería Bs. As.
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Mercado Jarrín, Edgardo (1975) Seguridad, política y estrategia Bs. As.
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O`Donnel, Guillermo (1996) El Estado burocrático autoritario Bs.
As. Belgrano
Rouquié, Alan (1981) Poder militar y sociedad política en la Argentina Bs. As. Emecé
Villegas, Osiris (1963) Guerra revolucionaria comunista Bs. As.
Pleamar.
El Descamisado
(1973) N2 y N3
Estrategia
(1969) N1 y N2
Panorama
(1971) N234
Todo es Historia N351 (1996)
Ballester, Horacio (2014)
Brawn, Fabián (2014)
Flashkampf, Carlos (2006)
Jauretche, Ernesto (2014)
Labanca, Rafael (2014)
Perdía, Roberto (2010 y 2013)
Tibiletti, Luis (2003) Entrevista
Daniel Mazzei
[1] En un momento
inicial el golpe contó con un importante consenso que iba más allá de la pasividad.
Perón manifestó que había que “desensillar hasta que aclare” en señal que había
que ver el rumbo que tomaban los militares. Aunque poco tiempo después llamaría
a los peronistas a la lucha. Su pensamiento, según trascendidos, se puede
resumir en esta frase “esta bien Onganía; unificó al Ejército, lo ordenó, lo
aceitó. Pero eso no alcanza. Es como si César hubiera marchado hacia las Galias
para pavimentarlas”. Algunos de los futuros líderes de las FAR (Fuerzas Armadas
Revolucionarias), en ese momento militantes marxistas de Tercer Movimiento
Histórico, sacaban volantes que repartían en la universidad con expectativas en
la revolución argentina. Antes de la
Noche de que los Bastones Largos desvaneciera sus ilusiones
en militares nasseristas.
[2] En noviembre
de 1972 se produjo una rebelión de infantes de marina, encabezada por Julio
Urien, militante montonero en la marina y relacionada con los oficiales del
ejército que estudiamos aquí. Pero se encuentra inscripta en otro contexto.
[3] Jorge Raúl
Carcagno general a cargo de la brigada aerotransportada de Córdoba y hombre que
se encargó de las operaciones militares que permitieron la recuperación de la
ciudad por parte del gobierno, manifestó una interpretación diferente de los
hechos, negando que la revuelta fuera culpa de agitadores y adjudicando la
responsabilidad a la situación económica. Lo mismo hizo Guglialmelli en Estrategia. Hay testimonios sobre
jóvenes oficiales que manifestaron su disconformidad con la represión entre
ellos los famosos Julián Licastro y Fernández Valoni
[4] En las
revistas Estrategia N1 y N 2 se
encuentra el programa que Guglialmelli sostuvo hasta 1976. Pero también en el
discurso del general Jorge Carcagno en la CEA de Caracas en 1973, podemos encontrar las
líneas básicas del pensamiento de la corriente nacionalista que se delinea en
este periodo.
[5] Durante la
gestión de Levingston el general Guglialmelli asumió la dirección del CONADE
(entre junio y noviembre de 1970) e intento materializar sus ideas en
geopolítica y planificación económica. Como en otras ocasiones los técnicos
referentes del área economía del gobierno eran liberales promonopólicos que
desalentaron sus propuestas. Pero el general no era una personalidad de aceptar
pasivamente ser furgón de cola de políticas con las que no coincidía y se fue
del gobierno con escándalo. El mismo Guglialmelli edito 120 días en el gobierno Bs. As. Pleamar 1971, donde transcribe y
analiza una dura discusión del más alto nivel con los hombres del estabishment liberal convocados por la
presidencia (Alemann, Moyano Llerena, Dagnino Pastore, Blaquier, Anchorena,
Trozzo, etc.) en Junio de 1970. Poco después en octubre el liberal Moyano
Llerena seria reemplazado por el desarrollista Aldo Ferrer (que fue ministro
entre octubre de 1970 y mayo de 1971). El vivorazo que sacudió Córdoba en marzo
de 1971, fue la señal para que los liberales decidieran deshacerse del
contradictorio Levingston, cuya orientación política (continuar una
“revolución” que cada vez perdía mas sustento) y económica (vacilar entre desarrollistas
y liberales) no ayudaba a descomprimir la situación. Es necesario indicar que
el gobernador cordobés impuesto por la dictadura era profundamente
reaccionario, lo que suma nuevas evidencias de lo poco real de las expectativa
nacionalistas de “reencauzar la revolución”.
[6] Ver Mazzei,
Daniel (2015) “Soldados de Perón. Los jóvenes
oficiales del Ejército y el Peronismo durante
la ‘Revolución Argentina’” Mundo
nuevo. Nuevos mundos. La primera conspiración del general Labanca aún se
discute sobre su orientación. Era claramente antiliberal, pero los liberales lo
acusan de intentar una movida interna para sacar a Lanusse de la jefatura y así
reforzar a Ongania (se discute la implicación de mismo Onganía). Según
el entonces coronel Bignone el objetivo de Labanca era neutralizar el golpe que
pesaba dar Lanusse para colocar en la presidencia a Aramburu. Sin embargo los
liberales en general usan este argumento (de que todas las conspiraciones
estaban a su derecha) para aislar a los rebeldes, aun la misma muerte de
Aramburu es leído por estos en ese registro. Sin embargo en testimonios a autor
los hijos de Labanca afirman las convicciones nacionalistas antiimperialistas
de su padre, como su simpatía inicial por Montoneros.
[7] Brown, Fabián
(2014) entrevista de Guillermo Caviasca. El general Brown también indica la
vinculación (lo señala como revinculación) de muchos leonardistas fuertemente
opositores a Aramburu con el peronismo a partir de la hegemonía liberal. Se
refiere a una corriente católica nacionalista con cierto tinte “populista”.
[8] El General
Osiris Villegas, teórico de la lucha contra el comunismo y autor del clásico Guerra revolucionaria comunista advertía
en su trabajo que la implicancia de las FFAA en la política cotidiana y en los
conflictos sociales era uno de los objetivos de la infiltración comunista que
llevaría a las FFAA a disgregarse.
[9] Álvaro Alsogaray, representante más
conspicuo de las ideas liberales y hombre de la derecha militar liberal, se
horrorizaba en ese entonces de que el dirigismo, el estatismo, el
“antiimperialismo”, fueran una especie de sentido común en la sociedad, que
abarcaba peronistas, radicales, militares, sindicalistas, etc.
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