La historia como verdad necesaria
La centralidad de un Estado-Nación con características propias, que ordene en su interior el desarrollo de la lucha de clases según el momento histórico, y la distribución del poder económico y social, es esencial para entender el concepto de relato e historia en nuestro país y en América Latina.
Por Guillermo Martín Caviasca*
(para La Tecl@ Eñe)
Dos son los poderosos motores que mueven la historia (no la historia investigación, sino la historia vida humana). Esos motores generan su potencia a partir de dos conflictos básicos. Uno es el conflicto entre “comunidades” y otro en el conflicto entre grupos al interior de la comunidad.
(para La Tecl@ Eñe)
Dos son los poderosos motores que mueven la historia (no la historia investigación, sino la historia vida humana). Esos motores generan su potencia a partir de dos conflictos básicos. Uno es el conflicto entre “comunidades” y otro en el conflicto entre grupos al interior de la comunidad.
En términos marxistas podríamos decir que son las luchas nacionales y las luchas de clases. Pero no son suficientes esas categorías, y además no abarcan con claridad la cuestión de la “comunidad”, ni de los diferentes grupos en que se dividen las personas tanto dentro, como supra comunitariamente. Ya que la “nación” es también una categoría histórica; y la “clase” puede simplificar demasiado y terminar ocultado la realidad. Por ejemplo: si Marx afirmaba que la contradicción fundamental de la sociedad antigua era entre señores y esclavos, seria imposible comprender la historia de Roma si no vemos que las luchas principales se desarrollaron entre “patricios y plebeyos”, la esclavitud solo explica la forma dominante de apropiación del excedente y, solo en parte, la ideología, pero no la política, ni siquiera toda la economía.
El conflicto básico que ordena a todos los demás es la lucha, al interior de cada agrupamiento humano y contra otros agrupamientos, por la apropiación, organización y distribución de los bienes naturales, producción material, cultural y simbólica. En cada periodo histórico existe una forma “típica” de organización humana, tribus, ciudades, imperios, reinos, repúblicas, con formas de participación y legitimación diversa, más o menos restringida. La forma organizativa de la comunidad, de quienes en su interior “resuelven las cosas”, es parte de la vida social colectiva, implica en cada momento la resolución de ese conflicto estructurante.
En la época moderna el agrupamiento humano típico es el Estado-nación, quienes en su interior resuelven, como lo hacen, de como se establecen relaciones de fuerzas, o como se transforma o se construye otro tipo de agrupamiento, es una de las claves de la historia.
Esto no niega la posibilidad y existencia de otros agrupamientos al interior, en disputa o supra nacionales, pero ninguno de ellos borra la centralidad del Estado en toda una época histórica hasta hoy, ni niega tampoco que otras forma de organización humana anteriores (llamémoslas o no estado) tuvieron estas mismas contradicciones y función. Puede haber sociedades sin “estado burgués”, pero no las hay sin estructuras que organicen alguna forma de distribución del poder, de legitimación, de las formas de organización productiva, sin sistemas de sanciones a los que violan la legalidad, sin forma de lucha contra otras comunidades. La “explotación” no explica “toda” la función del “estado” ni de todas las formas de estado, ni siquiera del tipo de uso de la fuerza por parte de las diversas comunidades a lo largo de la historia. Son varias las formas y caminos concluyentes que llevaron a la formación de los estados modernos: cambios ideológicos, económicos, jurídicos, militares, tecnológicos, geográficos. La sociedad no se simplificó internamente, ni se homogeneizo mundialmente. El capitalismo mundial se hizo más complejo y competitivo, y las sociedades englobaron más diversas formas de organización y conflicto, que hacen que el conflicto fundamental parezca, a veces, perderse de vista...
En la era del capitalismo las clases propias en que se divide la sociedad bajo este sistema son el “segundo” (pero segundo no implica menos importante o posterior) tema que ordena la historia. Es la lucha de clases. No solo ella, pero es una forma fundamental. Ni necesariamente solo, ni siempre, entre las clases que en el modelo simplificado constituyen el eje de la producción social. Como mencionamos antes no fue la lucha de los esclavos la que movilizo los cambios de la sociedad esclavista, o la de los campesinos la más destacada forma de lucha en las sociedades medievales. Aunque sí fue un motor central de la expansión de las anteriores la lucha por la apropiación de esclavos o campesinos por parte de la clase rectora del sistema en cuestión.
Pero es sin dudas la lucha entre las clases en que se divide la sociedad la que, expresándose de diversas maneras, da el tono a cada momento de la historia y especialmente dentro del capitalismo, es la lucha entre “obreros” (en un sentido amplio, de trabajadores productivos) y “patronales” (en el sentido mas restringido que “burgueses”, mas bien de los grupos dominantes dentro de la comunidad) la que nos define la naturaleza del Estado y cómo en el interior de la nación se distribuye el poder económico y social. A través de ella se da la disputa por la organización y distribución, de lo que “soberanamente” le pertenece a la comunidad.
La relación de fuerzas constituida en cada etapa no es una cuestión secundaria. Define tanto las características especificas de cada estado nación, como las relaciones entre diferentes “comunidades nacionales”, la forma y limites de la explotación entre clases y naciones, etc. No todos los Estados nacionales son iguales, ni en su interior las clases (u otros grupos humanos) se desarrollan de la misma manera. El tipo de Estado define las posibilidades y equilibrios de la "comunidad". Es la expresión de esa "relación de fuerzas", que en parte y a veces, queda definida por la legislación y por un "sentido común" de “como deben ser las cosas”. Por eso, la historia avanzó siempre a partir de luchas fundamentales por la construcción de Estados que expresaran una relación de fuerzas mas favorables a algún grupo social, que expresara un marco jurídico mas amigable a el interés de una clase o un bloque de clases y grupos sociales, específico. Los cambios en el Estado, son fundamentales y expresan una conclusión de un proceso de luchas en la que se llega a un nuevo equilibro de fuerzas. La dominación que el estado viene a expresar no es indiferente ni neutral para ninguna de las clases, ni expresa unívocamente a la clase dominante en lo económico. Tampoco en Estado es similar en todas las sociedades sino que expresa a las complejas formas de organización, relación de fuerzas interna, desarrollo económico, composición social, historia y cultura, de cada sociedad.
Entonces la comprensión de cómo es la comunidad propia, su historia, el sentido de sus relaciones internas y externas, su estructura, permite actuar en la forma de consolidar o alterar hacia algún lado la relación de fuerzas propia que se materializa en el Estado, la legislación y el "sentido común". Es imposible entender la sociedad argentina, el tipo y desarrollo del estado, sin estudiar las diferencias con la mayoría de los países de America latina. Sin entender la historia particular de esta región del mundo, cómo, cuáles fueron las bases materiales y humanas con las que se modeló, casi de la nada, un Estado y se comenzó a dar forma una nación, hace solo 200 años.
Sobre historia, compromiso político y nación
Creemos que la historia, aceptando la definición de Marc Bloch, es "ciencia de los hombres en el tiempo". La tomamos como una herramienta que se enlaza con todos los aspectos de la vida humana, que puede impulsar ideas fuerza en la sociedad, sentidos de lo posible, lo justo, o lo necesario. Esto es así porque toda historia es “historia contemporánea”, busca en el pasado las herramientas para construir el presente, y lo hace sirviendo una idea, un interés social visible u oculto. Pero esto no niega el carácter "verdadero" (de acercamiento a la verdad) o "científico" del conocimiento humano.
La historia como idea que cada sociedad se hace de si misma, de donde viene, de su tiempo y del mundo en el que vive, es ideología. Aún respetando su carácter científico y excluyendo la literatura propagandística, aporta al cambio o a la conservación, en un sentido o en otro (a veces a una clase oprimida le “sirve” la tradición y la “conservación” más que el cambio). A veces el cambio es la profundización o modernización del statu quo. La historia nos enseña a los argentinos mucho al respecto.
Si vamos al tema del cambio en nuestra era podemos afirmar que en "teoría", la revolución, o los procesos de transformaciones profundas, son primero, nacional/democráticos o "Revoluciones nacionales" (que están emparentados pero no son lo mismo) y después socialistas. Por lo general en los países dependientes los procesos se liberación son "revoluciones nacionales". La función de las “Revoluciones nacionales” es construir el Estado, definir la nación, desarrollar la economía independiente y elevar a las masas en todos sus aspectos.
Si tomamos el pensamiento de Trotsky, sobre él intentan basar sus políticas algunas fuerzas antiestatales que rechazan la construcción de la nación y que cuentan con gran peso en la izquierda argentina, consideraba que la revolución democrática evolucionaba en su mismo desarrollo en revolución socialista (o encerraba esa posibilidad en el mismo proceso revolucionario). Era su idea de la "revolución permanente". Pero en Trotsky los procesos de cambio no comenzaban como revolución socialista, ni en un mundo etéreo de una comunidad mundial, ni en la construcción política se era ajeno al estado nación. Claro, el pensamiento del revolucionario ruso no dudaba de que una vez desatado el proceso de cambio el objetivo era llevarlo sin vacilación al socialismo y hacerlo mundial. Es el debate planteado por Gramsci en trono al “napoleonismo revolucionario”, o por Mariátegui en torno a las características propias internas de cada nación para la construcción de su modelo de revolución.
El hecho de que muchos procesos no hayan llegado al socialismo sino que se hayan quedado en su etapa de revoluciones nacionales, impuso en muchos militantes de esa corriente la idea de traición o fracaso. Y eso los lleva a rechazar los cambios nacionales, y la construcción del Estado nacional. Nada más equivocado e irreal.
De ese pensamiento no deberíamos dudar en deducir, otra cosa, que la lucha por la construcción y definición de nuestra comunidad nacional frente a otras comunidades nacionales antagónicas, es una tarea primordial: la liberación de la opresión nacional, sea ésta como se de en cada época. Y, de la misma forma, la lucha nacional de los oprimidos y especialmente de la clase trabajadora contra sus explotadores tiene un contenido nacional, por lograr el ejercicio de la soberanía sobre el territorio que reivindica como propio su Estado y por lograr que la relación de fuerzas dentro de ese Estado sea hegemónicamente favorable a ella. En realidad el contenido “universal” es el económico, el “clasista”, que opera en la historia sobre reivindicaciones sectoriales y solo indirectamente sobre la estructura de la formación social. El cambio histórico “general” es el que hace al proyecto nacional, “político”, que opera sobre transformaciones generales de la estructura del estado, de las relaciones de fuerzas en el conjunto nacional, y desde allí, regional y mundial.
Historia y relato
Técnicamente “historia” son los datos duros y “relato” la forma de organizarlos. Sin embargo a caballo del posmodernismo, de la fragmentación y del avance de concepciones “lingüísticas” que divorcian la forma en que se expresa la escritura de la historia de su base material científica, la idea de relato se corrió hacia “invención”, o “construcción” donde relatos antagónicos pueden ser equivalentes en términos de verdad, no solo de intereses de clase.
Hay muchos relatos (de izquierda o derecha) que toman selectivamente o “inventan” un “guión” que les sirva para apoyar su táctica inmediata. Estos relatos se alienan, no liberan. “La verdad nos hará libres”, afirmó Artigas (parafraseando a Jesucristo). La historia debe conducir a ella si sirve como herramienta de liberación, pero si la verdad no existe, es maleable al extremo, se pierde todo punto de referencia, los proyectos antagónicos parecen equivalentes, solo sujetos a criterios de propaganda, de mejor articulación del relato. Eso no es así. Existe una verdad verificable, beneficios y perjuicios materialmente demostrables.
Por eso necesitamos una historia científica, militante, comprometida con los oprimidos y con el progreso material y moral de las personas. No un "relato" amateur. El concepto relato afecta sustancialmente a la idea de verdad. Se acerca más a la idea de verosimilitud, equivalente a cualquier otra novela verosímil, sólo sometida como criterio de verdad a la capacidad del enunciador de hacerla creíble.
Cuando nació el “Revisionismo” nacionalista en la primera mitad del siglo pasado, surgió como una contestación a la historia profesional liberal. Lo hizo con un discurso potente, que llegó a penetrar en sectores del pueblo por dos razones. Una porque la historia oficial era la que legitimaba el statu quo injusto y dependiente. Y segundo porque se basó en un arsenal de fuentes sacadas a la luz que le daban una potencia de rigurosidad, o al menos de fuerte mentís al discurso histórico liberal.
El revisionismo inicial intentaba dar respuesta a uno de los temas básicos, la dependencia de nuestra nación. Algunos revisionistas, una nueva generación y otros marxistas dieron una vuelta de tuerca más e introdujeron en la matriz revisionista la cuestión del pueblo y sus luchas, como sujeto. A caballo de la masacre de ideas que produjo el “proceso”, la historia académica liberal se renovó y contraatacó desde los nichos universitarios fuertemente controlados por una elite intelectual demo liberal acorde a la democracia aggiornada nacida en los ochentas. Pretendieron “blindarse” con la creación de reglas autorrepoductivas del campo.
Con la crisis del 2001, estallaron los esquemas y reglas vigentes. Y el surgimiento del kirchnerismo dio bautismo local al concepto de “relato”. Uno nuevo con el que se buscó combatir la visión liberal antipopular y apátrida. Sin embargo un relato, fluye y carece de materialidad, o su materialidad depende del enunciador a la cabeza de la burocracia estatal. El relato kirchnerista, siguiendo a Laclau, tomó elementos de lo fragmentario para construir hegemonía política. Y con un fuerte sesgo cultural difundió una nueva épica nacional y democrática. Pero perdió de vista la rigurosidad que se necesita para la construcción de una verdad perdurable, para un proyecto nacional de un Estado popular potente y que altere las bases materiales de las relaciones de fuerzas; de la misma forma que mantuvo a lo fragmentario en el centro de la construcción política, evitando la consolidación de organizaciones de clase capaces de proyectar poder político en el largo plazo. No construyó “contrahegemonía” en el sentido propiamente gramsciano. Por ello no consiguió “ponerle la cabeza al Chacho” como decía Jauretche respecto de proyectos que no alteraban de fondo la interpretación del pasado, en paralelo a no alterar en concreto, de fondo, la estructura presente.
Nuestro desafío es la capacidad de construir una historia superior al relato, verdadera y científica. Un hecho histórico debe su bautismo al sobrevivir el paso del tiempo, puede ser porque queda en la memoria popular, o porque es rescatado por alguna institución, o porque algún investigador (o no) los sacó del olvido. Sin embargo, no por eso es verdadero, ni siquiera “significativo”. Un “hecho histórico” significativo es todo lo que afecta a grandes masas de gente. Pero a su vez la utilización de ese hecho, ese dato, esa estadística, ese recuerdo, sólo es popular cuando es articulado de forma que saque a la luz causas, explicaciones y experiencias útiles para que el pueblo pueda actuar con conciencia sobre la realidad material de la nación de la que es sujeto. O sea que le permita pasar de ser “objeto” a ser “sujeto”.
Una historia científica y popular debe ser la base de la “revolución nacional”. De un proyecto de contenido social contrahegemónco. De una visión geopolítica independiente del lugar de argentina en el mundo. Una historia que sea como una caja de herramientas de las grandes masas nacionales. Hoy debe tener como eje la construcción de una historia nacional que fortalezca nuestra identidad colectiva de Argentinos y latinoamericanos y les de herramientas políticas, organizacionales, económicas y culturales a los oprimidos para luchar por ser sujetos de su Estado y su nación. Les reponga las experiencias del pasado para lograr su liberación. Ayudando a resolver los "dos conflictos básicos", que hacen al tema de la construcción de la "comunidad" nacional y de como se establecen las relaciones de fuerza en su interior, en el sentido del progreso de las mayorías.
Buenos Aires, 6 de enero de 2017
*Dr. del Departamento de Historia de la UBA- Docente UBA UNLP
No hay comentarios:
Publicar un comentario