Patria, patriotas y patriotismo
Nación, indígenas y
proyecto nacional
Artículo escrito para la Revista Zoom
http://revistazoom.com.ar/mapuches-patriotas-y-patriotismo/
Por
Guillermo Caviasca
A lo largo de mi vida conocí diversas formas de patriotismo transmitidas
por la escuela, por los medios de comunicación, en ámbitos políticos o
circuitos “paraestatales” de formación, ya sea de izquierda, de derecha o
nacionalista —o combinaciones—. Se trata de formas de patriotismo que operan en
la realidad actual, no históricas, y aunque algunas se presenten como
“originarias”, todas representan formas en las que se disputa el concepto de
“patria” y de “nación” en el presente —o en mí presente, que ya cuenta
cincuenta años—.
Una de las ideas más fuertes de Patria que conocí, y observo
muchas veces vigente, el “patriotismo oligárquico”. Surgido del liberalismo
posrosista, asociado a la posesión de la tierra por parte de una elite como
base material. Se asienta en una concepción geográfica, de fronteras claras, de
instituciones liberales completas y penetrantes en toda la sociedad con un
fuerte discurso simbólico unificador y legitimante del presente de la clase
dominante: la oligarquía terrateniente capitalista y exportadora. Posee un
folklore de respaldo que incorpora a “todos”, desarmados, subordinados y
“extinguidos”[1] bajo el manto de una Argentina homogénea, productora primaria
y felizmente asociada al capital inglés. Se trata de un patriotismo más bien
escolar pero de gran eficacia y exitoso en la construcción del Estado y de sus
instituciones modernas en lo relativo al contexto histórico. Su máxima
expresión es Julio A. Roca, eficiente y moderno, que eliminó las fronteras
internas, consolidó las externas y confirió a las instituciones de un carácter
nacional.
También conocí al “patriotismo peronista” originado en
concepciones militares de defensa nacional enmarcadas en la corriente
nacionalista de las primeras décadas del siglo XX, en cuyo legado se inscriben
obras como YPF, la mas grande y “famosa” (pero existen muchas más)[2]. Todas
estas obras se hallan alineadas en la idea de “hacer Patria”, de que abrevan
varios generales famosos como Savio, Mosconi, Baldrich, y que constituye una
corriente de importante penetración en las FFAA. Esta noción no sólo poseé un
origen “militar” sino que se combina con ideas circulantes de enorme fuerza,
como las de sectores de la izquierda nacionalista —cuyo paradigma representó
FORJA, aunque no sólo ella— y con una fuerte penetración en el movimiento
obrero que acentuó el sentido social de su formulación final: el origen de las
ideas de Patria del peronismo en el gobierno.
Este patriotismo se define en el orden de un Estado fuerte,
controlador de las riquezas y poseedor de las grandes empresas estratégicas
para el desarrollo industrial. Representa una concepción de Patria de mayor
densidad, generalizando, “la patria existe libre si hay un Estado que controle
las palancas básicas de la economía y garantice la integración justa de los
trabajadores a la nación —Estado unificador e integrador de las masas—”. Se
trata de la ideología oficial del peronismo original y, sin dudas, constituye
un proyecto con enorme fuerza en la historia al transformarse en ideología de
la clase obrera. Simboliza un patriotismo social que piensa en una Argentina
“grande con que San Martín soñó”, a la cabeza de países hermanos para
independizar a America Latina de las formas de “neocolonialismo”.
Del patriotismo peronista devinieron versiones de izquierda o
derecha, pero todas arraigadas en ese mismo origen. Algunas arraigadas en él de
modo explícito. Otras solo porque la génesis del peronismo está asociada a una
transición histórica de nuestra sociedad que cambió profundamente y dio lugar a
nuevos sujetos y a nuevas ideologías: a una nueva estructura económico-social.
Por ello nacieron nuevas visiones de la Patria en las corrientes de izquierda y derecha
que ya no tenían como referencia la Argentina oligárquica agro-pastoril. El
patriotismo de izquierda rescata fundamentalmente las razones sociales, el
origen clasista de la dependencia del extranjero. Y fundamenta las causas
nacionales de la industrialización e independencia, en el antiimperialismo.
Mientras que el de derecha, más conservador, tradicionalista y refractario al
conflicto social, pone su énfasis en cuestiones ideológicas y culturales,
adjudicando a la presencia de “ideologías exóticas” originadas en nuestra
estructura colonial (económica y mental) los problemas de formación de nuestra
nacionalidad y relegando a un segundo plano las cuestiones sociales y
económicas.
Existe también un “patriotismo malvinero” que surge de la guerra
de 1982 y se consolida con su derrota. Esa derrota desnudó una geopolítica de
“amigos y enemigos” estratégicos en la que Argentina se encontraba inmersa y
que para muchos no resultaba tan evidente hasta ese momento. Nada es más claro
que el sonido de las armas para develar de qué lado está cada uno. Este
patriotismo aparece difuso en algunos planos, pero establece a las claras que
Inglaterra y la OTAN
son los enemigos de la
Patria. Que la
Patria se constituye frente a esos enemigos. Y, con un
poquito de inteligencia, visualiza que los organismos financieros y el orden
que se asocia a la OTAN
es contradictorio con la “cuestión Malvinas”. Del mismo modo, con un mínimo de
agudeza, identifica el saqueo económico que ejerce el imperialismo sobre los
recursos del sur y el modo en que, sin demasiado esfuerzo, puede proyectar al
saqueo del continente. Tiene mucho de geopolítico y militar ya que se
referencia y realimenta de la ocupación militar de las Islas Malvinas y el
Atlántico Sur, como de la posible pérdida de soberanía sobre la Antártida.
Hasta existe un “patriotismo futbolero” que para muchos
intelectuales antipatriotas representa el posible antídoto y la canalización
inofensiva de los sentimientos patrióticos de las masas, imposibles de
eliminar. Una alternativa a todos los anteriores, como bien expresaba Luís
Alberto Romero en un artículo de La Nación publicado durante la era
menemista.
Indudablemente hubo otras formas de patriotismo que no operan en
el presente: el “yrigoyenista”, abandonado hasta declarativamente por los
mismos radicales; el anterior a la mal llamada “organización nacional”
(1852-1880), histórico y digno de estudio pero que sólo opera a través de las
interpretaciones que se hacen de él en todos los patriotismos anteriores.
Sin embargo nunca vi formas de patriotismo como las que aparecen
como relámpagos en los medios masivos y entre algunos funcionarios a raíz del
“conflicto mapuche” (adrede entre comillas)[3]. Un llamado explícito desde el
gobierno y los medios de comunicación a defender la Nación contra un pequeño
grupo de personas que supuestamente querría crear una nación independiente de
una parte del territorio argentino.
Sobraría decir que eso sería imposible, que no representa el
planteo de la amplísima mayoría de los aborígenes, al menos de los de hoy. Pero
quizás haya que aclararlo.
Primero deberían sumar a la rebelión a una parte de los
indígenas, o mapuches, de una determinada región; después, conseguir que esa
base humana fuera de una magnitud tal como para constituirse en alguna forma
jurídica con hipotético dominio territorial; y finalmente, conseguir apoyo
internacional —algo así como los kurdos de Irak o los kosovares contra Serbia
(apelamos a ejemplos cuya comparación con nuestro caso es ridículos, además de
ser reaccionarios)—. Se trata de mera fantasía puesto que, según se ve con
claridad, las formas jurídicas que sustraen parte de la soberanía en esas
mismas regiones y en otras —mucho más amplias, que deberíamos atender— son obra
de grupos empresarios y propietarios poderosos: “aborígenes” noratlánticos.
O sea, volviendo al punto, el patriotismo siempre se define
frente a un “otro”. Este patriotismo que emana en los medios se construye
frente a “los mapuches” rebeldes que quieren arrebatarle soberanía al Estado y
a los argentinos, resulta sorprendente por varias razones: ¿Por qué los
indígenas no serían argentinos? De hecho lo son, y ¿por qué no cuestionar, o
aunque sea enunciar, la extranjerización brutal de esas mismas tierras en otras
manos más pálidas?
Por otro lado, ni siquiera Roca y su generación crearon un
indígena enemigo de la nación para la identificación del sentimiento de
“patria” frente a ellos. Sino que las tribus indígenas, se consideraran ellas
mismas argentinas o no, fueron atacadas o subordinadas en función de la
ocupación territorial y la puesta en producción de la tierra bajo parámetros
terratenientes y la apertura al capital. El discurso macro que la englobaba era
“frente a Chile”. En realidad se trató de una carrera para ver quién
consolidaba el dominio territorial, hasta ese momento más o menos efectivo, que
se adjudicaba hacia el sur.
El patriotismo oficial y de los medios es nuevo. Nos dice que
“los mapuches son un riesgo de seguridad nacional” apelando al “patriotismo”
para suprimir ese riesgo. Resulta que los voceros de este mensaje son los
mismos —con nombre y apellido: Lanata, etc.— que consideran que ¡hay que
defender el derecho de los kelpers! —ese ínfimo grupo humano que se sostiene
gracias a los intereses geopolíticos de la potencia ocupante—.
Si todos los patriotismos que mencioné expresan algún tipo de
proyecto nacional —ya sea oligárquico, popular, elitista o de los oprimidos—,
entonces el patriotismo impulsado por los mensajes que emanaron del gobierno
respecto a los grupos mapuches del sur no conduce a resultados eficaces para la
consolidación de la “nación argentina” en un sentido estratégico.
El problema de todos los pueblos aborígenes se relaciona con la
falta de igualdad, con la discriminación y la cuestión de la tierra. Y el de la
tierra es uno de los principales problemas de la nación a lo largo de nuestra
historia. No es una cuestión aborigen. Sin pretender hacer de él una referencia
exclusiva, desde el planteo de las tesis del peruano Mariátegui —que escribió
para una sociedad en la que los indígenas poseén un peso demográfico y social
infinitamente superior respecto de la nuestra— asumimos los nacionalistas, los
revolucionarios, los progresistas, que la cuestión de los pueblos aborígenes
tiene, para quienes luchan por la liberación de sus patrias, un principio de
respuesta en las reformas sociales y en la incorporación de los indígenas a la
construcción de la nación hacia el futuro.
Mentiría si dijera que es la primera vez que veo este
patriotismo conformado contra los débiles. Lo vi por desgracia en otros países
de Latinoamérica y lo vi relacionado con cuestiones de inmigración. No respaldo
al indigenismo —ese anacronismo divisionista y ahistórico, en muchos casos
emanados de usinas noratlánticas y sus ONG— ni creo que las oleadas de
inmigrantes que vemos en el presente sean un consecuencia feliz del progreso
humano. Debemos tener políticas al respecto y no dejar esa cuestión a la
“libre” regulación del mercado. Es claro que las raíces —y mucho más que estas—
de los problemas que se pretenden instalar hoy con relación a los indígenas,
son de carácter económico y en segunda instancia, cultural; y para nada se
trata de una rebelión nacional que afecte a nuestra patria.
Una nación que margina, desplaza de la tierra, expulsa del
trabajo, arrebata el futuro a las comunidades, sólo genera desintegración,
rebelión, rechazo y diversas formas de resistencia. Algunas sanas, otras no,
pero todas como consecuencia de la exclusión y de la falta de proyectos para la
vida de los pueblos. O sea, la falta de proyecto nacional.
La dirigencia actual que encabeza un antiproyecto de ese tipo
sólo puede sostenerse con consenso a través de recursos ideológicos que la
legitimen, inventando un patriotismo antiindígenas que sin lugar a dudas
encontrara en los agredidos una respuesta de mayor aislamiento o quizás
resentimiento, y que genere identidades nacionales alternativas.
Quizás el gobierno que motoriza esta operación crea que es inofensiva,
dado el reducido número de los sindicados como rebeldes, o quizás no le importe
ayudar a la desintegración de nuestro país y tal desintegración sea una parte
de su antiproyecto. No lo sabemos.
Pero la patria se construye, como dijo Artigas hace ya 200 años,
con reformas que le otorguen bienestar al pueblo que es su sustancia, dando
tierra y trabajo “primero a los más necesitados”.
[1] La idea de
“extinguidos”, se refiere a la presentación de los indígenas como pueblos del
pasado, o folklore, tomándolos en cuenta como parte de la historia, pero
pasada, sin presencia ni biológica en la población ni histórica en la
conformación de la nación.
[2] No es cuestión de
hacer un detallado recuento de las áreas industriales impulsadas desde la
perspectiva de defensa nacional (la Fábrica Militar de Aviones, los Altos Hornos
Zapla, SOMISA, el complejo de Fabricaciones Militares, etc.). Lo que es
importante es señalar que fueron parte de un impulso patriótico y fundamentales
en la ruptura con el modelo agroexportador y en sentar las bases de un proceso
de industrialización integral.
[3] Entre comillas por
varias razones. Una, muy sencilla, porque el conflicto se origina en un
problema de apropiación de tierras por terratenientes extranjeros. Segundo
porque “mapuches” es una construcción étnica histórica. Abarca a comunidades
instaladas en la tierra desde muchas generaciones, otras que se “asumen
mapuches” y reclaman un territorio para si. Muy difícil es demostrar en muchos
casos su pertenencia a alguna etnia mapuche (categoría del siglo XX) existente
antes de 1880 ya que en el amplio territorio del sur existían diversas etnias
independientes entre si, la mayoría usaba el mapudungún como lengua. Pero ésta
había sido apropiada o impuesta durante el proceso de “araucanización” (proceso
que tuvo como causa motora y determínate en toda su extensión, a la presencia
españolea primero y criolla después). Este proceso duró más de un siglo, y en
las regiones de Los Andes neuquinos por lo menos un siglo más, dando lugar a una
formación social nueva y diversa, muy dependiente del espacio criollo y
profundamente interrelacionada con él
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