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El ejército en el poder
La “Revolución Peruana” un
ensayo de “Revolución nacional”
The
army in power
The
"Peruvian Revolution" an essay on "National Revolution"
Guillermo Martín Caviasca
UBA/UNLP
Resumen
Desde el año 1968 hasta 1975 se desarrolló en el Perú la denominada
“Revolución peruana”. Fue un proceso político iniciado a partir de un golpe
militar en el marco de las dictaduras de la década de 1960 que partían de la
necesidad de lograr la “seguridad nacional”. Sin embargo los militares peruanos
gobernaron haciendo explícita su intención de “nacionalizar la economía”,
“romper con la dependencia” y “fomentar la participación popular”. Así se dio
lugar a un gran debate en la izquierda argentina en torno a la relación de los
revolucionarios con los militares que adscribían a estas ideas en Latinoamérica
y en el propio país, como también sobre la verdadera naturaleza revolucionaria
de esos militares.
Palabras Clave
“Revolución nacional” -
peruanismo – Velasco Alvarado – Ejércitos latinoamericanos – Seguridad
nacional
Summary
From 1968 to 1975 the so-called "Peruvian Revolution"
developed in Peru .
It was a political process initiated from a military coup. within the framework
of the dictatorships of the 1960s that started from the need to achieve
"national security". However, the Peruvian military ruled by making
explicit its intention to "nationalize the economy", "break
dependency" and "encourage popular participation". This led to a
great debate in the Argentine left about the relationship of the
revolutionaries with the military that ascribed to these ideas in Latin America and
in the country itself, as well as the true revolutionary nature of these
military.
Keywords
"National Revolution" - Peruvian - Velasco Alvarado - Latin
American Armies - National Security
El ejército en el poder
La “Revolución Peruana” un
ensayo de “Revolución nacional”
1. Introducción
Entre 1968 y 1980 se desarrolló en el Perú el “Gobierno revolucionario
de la fuerza armada”. Este periodo se divide en dos fases perfectamente
definidas. Una, desde 1968 hasta 1975 bajo la presidencia de Juan Francisco
Velasco Alvarado, donde se llevaron adelante reformas que, según las propuestas
del equipo de gobierno, buscaban crear una nueva institucionalidad, una nueva
economía y una nueva sociedad civil. La segunda a cargo de Francisco Morales
Bermúdez, se orientó a paralizar o desarmar los proyectos de su antecesor.
El objetivo de este
artículo es presentar un análisis del periodo del gobierno del general Velasco,
a través de sus propios discursos y documentos, para desde allí caracterizarlo.
En relación directa con esto veremos la posibilidad de existencia de una
corriente militar latinoamericana que, surgida al calor de las doctrinas
francesas y norteamericanas e imbuida de la ideología de “seguridad y
desarrollo”, reflexionó en torno a éstas en una clave de dependencia y definió
un contorno diferente de tareas que las FFAA latinoamericanas debían llevar
adelante para superar la violencia, las crisis y atraso de sus sociedades.
Por último vemos que la
“Revolución peruana” fue objeto de debates en Argentina, tanto entre las
organizaciones revolucionarias como en el seno de las FFAA. ¿Era una vía de
revolución y progreso en un mundo que se consideraba en transición al
socialismo? O ¿era solo una estrategia de las clases dominantes para hacer
reformas que “modernizaran” la explotación del país y de la clase obrera? En
este artículo haremos una aproximación inicial a estos temas
2. Algunos problemas teóricos
Porque somos conscientes de que la transferencia de poder de los
minúsculos grupos oligárquicos a las masas populares es condición insoslayable
para la implementación de nuestro proceso revolucionario (...).alejado (...)
del concepto de simple gestión desarrollista al servicio de un estrato social
parasitario y explotador que deje intocado el cambio estructural de la sociedad
peruana y marchando hacia la concepción de un Estado representante indiscutible
de la sociedad en su conjunto y enmarcando la actividad revolucionaria de las
masas trabajadoras del Perú (...) dicha fuerza de trabajo constituye la columna
vertebral de nuestro proceso.[1]
Periodista: Una pregunta más, general. ¿Cuál es, según su punto de
vista, la salida política para el país?
Velasco: Si ya no hay revolución, entonces el gobierno militar ya no se
justifica. Debería haber pues un gobierno democrático ¿no?
Periodista: ¿O sea, virtualmente, una convocatoria de elecciones?
Velasco: Bueno, eso es lo único hasta la fecha inventado, ¿no?[2]
La reflexión del general peruano plantea la sustancia del pensamiento de
los militares nacionalistas “populistas”: la democracia (republicana
occidental) es conservadora, es un régimen para la estabilidad, con un cuerpo
normativo establecido, protector del régimen social vigente, no dúctil a los
cambios profundos y rápidos; la revolución, el cambio, requiere un régimen
autoritario capaz de realizar sin trabas.[3]
Esto no implica una valoración de la naturaleza del régimen; en esta
concepción, una democracia puede ser más o menos popular porque es sólo un
régimen político, y una dictadura (siempre excepcional) también puede ser
popular o reaccionaria.
Así el pensamiento de Velasco puede ser explicado mediante la idea
desarrollada por Antonio Gramsci, cuando el italiano habla de cesarismos
progresivos y reaccionarios[4],
y sobre la naturaleza del sistema que podía (y debía) instaurar un partido
revolucionario durante la transición a un nuevo sistema social. El autoritarismo
(para Gramsci no es malo en sí mismo) es el rasgo fundante de todo nuevo
sistema hasta que logra la hegemonía, o sea hasta que la sociedad civil es, también,
nueva. Este pensamiento puede encontrarse subyacente en toda la corriente de
militares latinoamericanos nacionalistas del periodo, y entre los militares
argentinos que asumieron ideas de “Revolución Nacional”, como Juan Carlos
Guglialmelli, Florentino Díaz Loza, Horacio Ballester, Juan Jaime Cesio, etc.
Eric Hobsbawm después de su visita a Perú en 1971, en pleno proceso de
“Revolución Nacional”, reflexionaba:
En tanto que las revoluciones pueden ser definidas como transformaciones
en las estructuras económicas, sociales e institucionales, el caso puede ser
considerado desde este punto de vista. Los generales ya han cambiado el Perú
más profundamente que los nazis cambiaron Alemania y Perón la Argentina.
(Estos paralelos no sugieren ningún símil entre estos regímenes; por el contrario
echan dudas sobre las fáciles predicciones de que los generales peruanos “se
dirigen hacia el fascismo”, sea lo que ello signifique). Por otro lado, en
tanto que las revoluciones pueden ser caracterizadas como movimientos de masas,
el proceso peruano claramente no pertenece a ellos. No es tampoco ‘una
revolución desde arriba’, como la colectivización de Stalin o la Revolución Cultural
de Mao. El proceso no implica la movilización masiva de las fuerzas populares
por el gobierno, así como tampoco una resistencia popular o adversarios
tenaces. Las masas están simplemente fuera del proceso transformador que se
lleva a cabo.
Hobsbawm señalaba: “¿Puede una Revolución, aún la Revolución Peruana ,
llevarse a cabo tan sólo tomando las riendas del gobierno y dirigirlo en la
dirección deseada?”.[5]
En general las discusiones e interpretaciones de este proceso tuvieron su base
en la atipicidad del mismo, ya que los golpes militares en América Latina, más
aún en los sesenta y setenta, suelen ser interpretados siguiendo a Guillermo
O`Donnell[6]
como respuesta a situaciones de “amenaza”, durante las cuales las clases
dominantes llamaban a su “gendarme armado” para defender el statu quo. Sin embargo, es evidente que
una interpretación de ese tipo no esclarece la comprensión del proceso abierto
en Perú en 1968.
Es por esto que su valoración fue
objeto de divisiones entre las organizaciones revolucionarias argentinas. Y su
influjo hizo eco en la relación con el cuerpo de oficiales local durante la
apertura democrática de 1973.
3. El golpe militar
Los militares peruanos aparecieron en escena de forma sorpresiva mediante
un golpe de estado el 3 de octubre de 1968 contra el gobierno presidido por
Fernando Belaunde Terry. Lo realizaron sin haberlo consensuado con la Fuerza
Aérea ni la Marina (ni en el conjunto del Ejército). Inmediatamente, decretaron
la nacionalización del petróleo sin indemnización, en manos hasta entonces de
empresas norteamericanas y británicas. El discurso de los militares no era
socialista, pero era profundamente reformista e iba acompañado de promesas de
cambios sociales, políticos y económicos importantes. En el marco de un mundo
donde los MLN y las revoluciones socialistas parecían avanzar, en muchos casos
conducidas por militares, lo de Perú generó una aceptación positiva en gran
parte de la izquierda. Pero también el debate con los que veían en esta
experiencia un intento de reformar el capitalismo dependiente para hacerlo
viable y frenar la revolución, como sostuvo el PRT en nuestro país.
El proceso peruano no debe ser
descontextualizado del resto de Latinoamérica; es un periodo de gobiernos
militares en varios países de la región, entre ellos Argentina y Brasil. Es
también el periodo de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) y de
la Tri-continental. La Revolución Cubana, y especialmente las tesis del Che
Guevara sobre hacer efectiva la consigna de que “la Cordillera de Los Andes se
transforme en la Sierra Maestra de América Latina”, sonaban como amenaza real a
las, en muchos casos, vetustas clases dominantes. Las tesis del Che impugnaban
directamente el monopolio de la fuerza a los militares y tenían una repercusión
importante en impulsar la acción de la juventud y en la intelectualidad
revolucionaria. Las situaciones de atraso y pobreza intolerables eran el
contexto estructural de las rebeliones populares, o situaciones evidentemente
explosivas, propicias para el desarrollo de conflictos sociales y revueltas
armadas. Inclusive desde los EE.UU. con el presidente Kennedy se impulsó la idea
de reformas “preventivas” que debían dar cuenta de situaciones de atraso
intolerables mediante la implementación de la “Alianza para el progreso”.
Perú era un campo aparentemente fértil para la guerrilla rural. En 1962
los campesinos de la cercanía de Cuzco comenzaron un proceso de toma de tierras
que se transformó en una insurrección. Esta fue derrotada por el ejército y en
1963 su líder Hugo Blanco capturado[7].
Sin dudas este movimiento que contó con gran apoyo entre los campesinos de la
zona era un alerta que los militares nacionalistas tomaron en cuenta para
impulsar la reforma agraria pocos años después. Seguidamente el ensayo
guevarista en Perú fue efectivizado por Luis de la Puente Uceda. No era una
experiencia aislada, ya que su organización, el MIR (Movimiento de Izquierda
Revolucionaria) fue creada con el aval del Che, quien a su vez había oficiado
de nexo con otros Mires que se habían fundado en América Latina, entre ellos el
argentino, del prestigioso intelectual Silvio Frondizi. Se atribuye la
intención del Che de hacerlo el “referente” de un posible movimiento
continental, rol que Frondizi no aceptaría y los Mires seguirían su propio
camino.[8]
En Perú, De la Puente dirigente del APRA encabezó la ruptura del muy aggironado partido de Haya de la Torre y
se lanzó a la lucha armada en la sierra. La experiencia fue aniquilada
rápidamente por el ejército y en ella dejó la vida su líder, en octubre de
1965. Eran las mismas FF.AA. que tres años después tomarían el gobierno,
expresando que levantaban idénticas banderas a las de De la Puente pero para
hacerlas efectivas por mejores y más eficientes medios. ¿Qué había de cierto en
las palabras de los militares peruanos? ¿Cuál era el origen y evolución de sus
ideas?
En Perú existía, desde el año 1951, el Centro de Altos Estudios
Militares (CAEM) fundado por el general José del Carmen Marín. Este general se
encontraba influenciado por las modernas teorías francesas que incluían la
vinculación de estrategia militar con desarrollo nacional. “La concepción del general Marín
(...) fue: no hay desarrollo sin defensa, ni tampoco hay defensa sin
desarrollo, es decir una conjunción de la concepción de desarrollo de un país
con la concepción de defensa de un país, se integran, esa es la base filosófica
del general Marín.”[9]
Edgardo Mercado Jarrín fue otro
de los generales líderes de la “Revolución Peruana”, que ocupó los más
destacados lugares de gobierno por debajo de Velasco, especialmente en política
exterior. Fue el exponente que junto a Carcagno impulsó las tesis heterodoxas
de la CEA de 1973. Afirmaba que para el CAEM “El Estado
cumple dos fines fundamentales, concomitantes e interdependientes en el desarrollo
de su política general: el bienestar general, finalidad suprema, y la seguridad
integral, finalidad consecuente” y afirmaba como corolario de esta tesis que
“para una sociedad en desarrollo, el interés nacional habrá de consistir en
alcanzar un nivel mínimo de desarrollo para su población, y mientras no se
alcance, su nivel de seguridad será incierto”. Las doctrinas que Marín discute
en los orígenes del CAEM descartan el sistema socialista sin discusión, se
asumen parte del mundo occidental y allí plantean las reformas.
No había defensa nacional sin desarrollo, y lo ejemplificaba: “¿Cómo se
le puede pedir a una persona que vive desnutrido, en un rancho de paja, que dé
la vida por la Patria?”. En ese sentido, la doctrina de la CAEM tenía como
objetivos el bienestar y la seguridad, para ello buscaba crear un “Proyecto Nacional”.
Marín decía: “El Estado es responsable de ambos, tiene pues el deber de
planificar dicho desarrollo, y de crear el ambiente y las condiciones
materiales favorables para que el sector privado participe en la ejecución
de los correspondientes planes con beneficio propio y del bien común”.
Parafraseando a Bolívar, Marín definía que, “en suma, el Bienestar es el fin
último que se persigue: el desarrollo de la potencialidad del país, el medio de
alcanzarlo, la planificación, el método técnico para realizarlo, no sólo ese
desarrollo sino el conjunto de la política del Estado”.
En esta escuela, con estas
preocupaciones, en medio de la instauración de la DSN en América Latina, con
los debates sobre desarrollo kennedianos, la difusión de la “Teoría de la
Dependencia”, el Concilio Vaticano II, y en el combate a la guerrilla, se
formaron Velasco y sus compañeros[10]. Por eso planteaba desde la
presidencia del Perú que:
Las tres medidas aquí planteadas
representan la mejor solución al problema de una creciente pobreza generalizada
que puede tomar virtualmente inevitable la alternativa de otras formas de
organización política y social, que no deseamos y cuya presencia en el actual
panorama latinoamericano podría significar serio peligro para la unidad del
continente. De crearse condiciones que hicieran ineludible tal alternativa,
ello sería responsabilidad central de quienes, ciegos a la evidencia de los
cambios sustanciales ocurridos en las últimas décadas, no saben comprender el
nuevo rumbo del mundo y el nuevo sentido de la realidad americana.[11]
Mientras que Mercado Jarrín
sintetizaba en su libro, Seguridad
política y estrategia que:
Función de la Política de Seguridad
Nacional es orientar (…) el potencial nacional, como instrumento integral de
acción estratégica, y concebir y conducir tanto interna como externamente en la
paz o en la guerra, las acciones estratégicas necesarias a fin de eliminar o
neutralizar los antagonismos que se opongan a la consecución o mantenimiento de
los Objetivos Nacionales (…) El logro del bienestar y la realización de una
política de desarrollo (…) para el tercer mundo, seguridad significa el derecho
soberano a disponer de sus recursos naturales y la adquisición de capacidad
financiera y tecnológica para alcanzar el desarrollo integral de su población
(…) significa la lucha contra toda forma de opresión, incluyendo el
neocolonialismo; y no excluye la defensa de nuestros intereses económicos, la
dignidad nacional y la oposición a ideologías ajenas a nuestra realidad (…)
cuestionamos la concepción tradicional de seguridad (que no consideraba) el
complejo fenómeno de la dependencia.[12]
En el marco de la discusión de ideas
sobre la “seguridad” y el “desarrollo”, el no deseado “comunismo” aparece sin
nombrarlo, como consecuencia natural de la injusticia y el sistema caduco,
cuando los pueblos se ven acorralados y no se les ofrece una salida de reformas
profundas[13]. El temor a la caída en un sistema
no deseado aparentemente terrible (ajeno a la idiosincrasia del país, fuente de
desorden, desorganización económica y, como consecuencia de debilidad
nacional), el comunismo, es similar al que manifestaba Perón en 1944 en sus
diversos discursos, aunque en un contexto diferente. El paralelo también es con
los militares “peruanistas” argentinos: las reflexiones en torno a desarrollo y
seguridad iniciadas en la ESG (cuyos primeros pasos se dieron, como en Perú,
con las doctrinas francesas) y la constante confrontación con el movimiento
popular, que llegó al extremo con el Cordobazo y se profundizó con la
guerrilla.
Recuerda el coronel Horacio Ballester
un dato interesante: “Le voy a decir algo que lo va a
sorprender. La cosa fue a la inversa (se refiere a la idea de “peruanismo” en
Argentina). Fueron los peruanos los que vinieron acá a ver qué habíamos hecho
en junio de 1966, lo copiaron y lo llevaron hacia allá. Si usted mira los
primeros documentos que sacó Velasco, va a ver que casi son una copia de los de
acá, sólo que le sacaron Buenos Aires y le pusieron Lima. Yo estaba en el
CONASE, con Villegas, cuando vino Velasco Alvarado y un grupo de oficiales
peruanos a buscar información de qué es lo que habíamos hecho acá y ellos lo
hicieron”.[14]
Sorprende que los peruanos se inspiraran en Onganía y que vieran a
Villegas en el CONASE. Sin embargo el debate sobre seguridad y desarrollo fue
muy intenso en nuestro país. En las filas militares dio lugar a diversas
interpretaciones, que no tenían necesariamente a la represión como eje. Tal es
así que la redacción de la Ley de Seguridad del Onganiato hablaba
sustancialmente de cuestiones ajenas a la represión, aunque un conjunto de
leyes y disposiciones complementarias si lo hiciera. Sin embargo, la evolución
de ambos procesos, el peruano y el argentino, fue distinta. Aún para sus
críticos más acérrimos, no hay una comparación posible en el devenir y los
intereses beneficiados en los dos casos.
Es probable que los militares peruanos se hayan sentido más
identificados con los argentinos que con los brasileños (otro proceso militar
desarrollista destacado del periodo). Esto es así no sólo por la afinidad
histórica, sino porque dentro de las diversas orientaciones que fluyeron al
interior de las FF.AA. argentinas, aparentaba haber sectores desarrollistas,
nacionalistas y con cierto tinte antiimperialista y antinorteamericano. Es
evidente que rápidamente la “Revolución Argentina” mostró su naturaleza
pro-monopólica y los peruanos aparecieron como realimentando las esperanzas de
“Revolución Nacional” en los militares más genuinamente nacionalistas. Los
primeros números de la Revista Estrategia, del general Guglialmelli,
aparecen con una dura crítica a la hegemonía de Krieger Vasena en el Onganiato,
y como contraejemplo presentan profusas menciones a los peruanos.
Ballester indica que para los brasileños el desarrollo se lograba sobre
el hambre de la población (y alineados a los EE.UU. y los monopolios), para los
militares argentinos la situación estaba en debate, y para los peruanos la
evolución fue a la inversa. Los mismos peruanos recuerdan haber dado
conferencias en Brasil a sus camaradas en el poder y que éstos les preguntaron,
sorprendidos, si su vía hacia “la seguridad y el desarrollo” no implicaba
riesgos de “comunismo”. Un elemento más a señalar es el devenir diferente entre
las dictaduras de los sesenta y las de los setenta. La causa es que tuvieron un
fundamento (económico) distinto: desarrollista para los sesentas, mientras que
las dictaduras de los setentas fueron neoliberales.
La idea central que orientó toda la política económica de Velasco fue
que era ineludiblemente necesaria una transformación radical de la economía
exportadora peruana. Que se podía lograr ese objetivo mediante un proceso
acelerado de sustitución de importaciones, y para ello se debía garantizar el
control nacional de excedente económico. Socialmente, entonces, había que
eliminar la capacidad y la existencia de determinadas fracciones de clase
ancladas en la vieja economía exportadora, asociadas al capital extranjero, y
reformar profundamente el sistema político, tanto en sus instituciones como en
sus bases de sustento social. Por eso suprimió el parlamento y las elecciones.
No prohibió a los partidos políticos pero les quitó relevancia institucional, y
buscó canalizar la participación popular a través de organismos sociales y
económicos organizados desde el Estado.
No nos debe sorprender y llevar a la descalificación por
“antidemocrático” a Velasco, o a pensar que su desprecio por la política
tradicional de partidos influyó en la valoración del régimen por los
revolucionarios argentinos, ya que ni al PRT, ni a Montoneros, ni a la mayoría
de la izquierda, peronista o no, estos temas “de forma” les preocupaban
demasiado. Las críticas se elaboraban en torno a si el “peruanismo” tendía al
socialismo o no; el tipo de régimen político era secundario. Velasco no tenía
intención de suprimir la propiedad privada, era explícito en esto. Aclaraba en
su mensaje de 1969: “Ella (la Ley General de Industrias que tendía a
reorganizar el funcionamiento de las relaciones entre capital y trabajo) de
ningún modo está orientada a perjudicar los intereses de los empresarios, sino
a compatibilizar esos intereses con los trabajadores en un marco de estricta
justicia”[15].
Se proponía estatizar áreas clave y hacer participar a los trabajadores de la
conducción de las empresas, para comprometerlos en su destino, eliminar los
conflictos y aumentar la productividad. Pero también ponía en discusión la
plena propiedad patronal y la discrecionalidad de la autoridad al interior de
las plantas. No hay que menospreciar el espíritu y las ideas que impulsaban a
los militares. Como expresaban en los escritos sobre las bases ideológicas de
la revolución peruana: “El trabajo es la fuente original de la riqueza”, y esta
definición puede ser la piedra basal de rispideces permanentes con la economía
de mercado liberal.
4. Breve análisis de
las políticas velasquistas
El contenido concreto de la “Revolución Peruana” debe constatarse en una
serie de medidas de gran impacto implementadas. No fueron sólo retórica, sino
que actuaban sobre las relaciones materiales de producción, sobre la
organización política de la sociedad, sobre la ideología que el Estado “bajaba”
a las masas, etc. Según Mercado Jarrín, el programa básico de acción de los
“peruanistas” a nivel continental, sería: poner límites al capital extranjero;
controlar el comercio internacional; eliminar la influencia de las
transnacionales en la sociedad local; luchar por la transferencia tecnológica;
exigir el fin del colonialismo en Belice, Malvinas, Panamá, etc.;
nacionalizaciones de empresas extranjeras y sectores clave de la economía;
rechazo firme a la identificación de los EE.UU. con los intereses de las
empresas transnacionales; afirmación de los derechos sobre las 200 millas
marinas; denuncia pública de la intervención de la CIA en los asuntos internos latinoamericanos, la
denuncia del imperialismo y asunción de la necesidad de romper con la
dependencia.
La primera medida anunciada fue la nacionalización del petróleo, pozos,
refinerías y demás integrantes del complejo hidrocarburífero. Esto lo enfrentó
desde el vamos a EE.UU., y fue acercando a Velasco hacia los países
socialistas, o más bien distanciándolo de Occidente. El golpe militar apareció
como una acción de rechazo a la política petrolera del gobierno de Belaunde
Terry de concesiones que favorecían a las petroleras extranjeras y que iban en
contra del consenso nacionalista. Dentro
de la misma lógica, en 1970 se sancionó la Ley General de Minería. Buscaba
otorgar al Estado los derechos preeminentes sobre todos los recursos del subsuelo.
Aunque no negaba la posibilidad de asociación con capitales privados, esto implicó
la nacionalización de varias minas.
En 1969, Velasco anunció el comienzo de la Reforma Agraria. Bajo el lema
de Tupac Amaru II “Campesino, el patrón ya no comerá de tu pobreza”, expropió
con indemnización los grandes latifundios y los repartió entre los campesinos,
intentado que la producción se realizara a través de formas de propiedad
asociativa tipo cooperativas, para evitar la atomización. El gobierno buscaba también
que el capital con el que se indemnizaba a los terratenientes fuera a
inversiones productivas modernas, que impulsaran el desarrollo económico
privado. El mismo año, se realizó la restructuración de la banca, que implicaba
un avance del Estado sobre la misma y la orientación hacia los fines del
“desarrollo” ansiado También se sancionó la Ley de Aguas, que complementaba a
la Reforma Agraria.
Rafael Labanca recuerda que Velasco le manifestó a su padre –el General
argentino Eduardo Labanca protagonista de varios alzamientos “peruanistas”- que
“la Reforma Agraria
fracasaba porque el campesino no bajaba (de su comunidad), le tenía tanto miedo
al capo del latifundio, al oligarca de la tierra, que no se animaba a bajar”. Proponía
“entonces, tecnificar y que el campesino se integre mediante la tecnificación.
O sea, una Reforma Agraria no con el concepto marxista sino más tipo tercera
posición”[16].
La Ley General de Industrias de
1970, generó grandes debates entre los revolucionarios. Allí, los peruanos
proponían crear formas de propiedad participada entre trabajadores y patrones
hasta llegar a un equilibrio del 50% en la participación accionaria, que se
reflejara en la gestión colectiva (patrón y obreros) de la empresa. La idea era
crear la “comunidad industrial” como sistema alternativo entre la propiedad del
Estado (totalitarismo comunista para los militares nacionalistas) y la
propiedad privada burguesa.
Fue otra de las reformas que
implico la acusación de “fascismo” a los militares, por el parecido a las
propuestas del “fascismo social” que, en un ejemplo extremo, podemos encontrar
en el intento de Mussolini en la República de Saló. Aunque estas ideas
“comunitarias” eran propias de sectores católicos, y también caras a la
concepción marxista mariateguista. Si embargo para Mussolini consistía en una
propiedad social compartida entre los trabajadores, empresarios y Estado y era
difundida como superadora del capitalismo, al que sin dudas limitaba, y el
comunismo al que entendía como propiedad estatal. Nunca pudo ser probado en
concreto, en el marco de la ocupación alemana y sus exigencias de productividad
forzada. Está claro que los militares peruanos buscaban un modelo “comunitario”
que chocaba contra el modelo “conflictivo” de la izquierda clasista, donde el
sindicato externo a la empresa rechaza compromisos (es bueno tener en cuenta
que ningún modelo existe puro).
En 1971, el gobierno militar anunció
la Ley de Nacionalización de la Industria Pesquera, una de las industrias
fundamentales del Perú. Lo que buscaba era evitar que las empresas se dedicaran
a la exportación y desabastecieran (o lo hicieran a altos precios) el mercado
interno. La última medida de gran impacto de Velasco fue la reforma de la
prensa peruana, en 1974, donde el gobierno establecía que los medios de alcance
nacional pasaban a ser propiedad de diferentes corporaciones: trabajadores urbanos, campesinos, docentes y estudiantes, profesionales,
trabajadores de servicios, intelectuales y Estado. Así la prensa privada
(duramente opositora) desaparecía del escenario nacional. Sin embargo, hasta
que el proceso de traspaso se afianzase, el Estado mantuvo los interventores en
los diarios, lo que llevó a que la reforma nunca se materializara: Velasco cayó
al año siguiente y Morales Bermúdez comenzó a desactivar todas las reformas.
La Revolución peruana, como toda “Revolución Nacional” buscaba ser, o
creía ser, “fundadora” de un nuevo orden que abarcaba lo económico, las
relaciones internacionales, lo político y lo cultural. En este último sentido
debía ser fundante, o más bien planteaba rescatar una identidad sepultada las
clases alienadas a lo extranjero y opresoras de la “verdadera” identidad
popular. La nacionalidad peruana necesitaba una identidad unitaria de su
pueblo-nación y allí aparece lo indígena, no como una vuelta al pasado, sino
como una raíz fundamental de lo nuevo, una síntesis de unidad nacional: la
identidad del Perú moderno es, para Velasco, “chola”. Lo “cholo” fue ganando
terreno hasta convertirse en la plataforma para una nacionalidad de las
mayorías, esto es, una nacionalidad popular frente a la cual las identidades
indígenas o criollas habrían perdido peso.
En este sentido se pensó la reforma educativa de 1972, iniciada con la
sanción de la Ley General de Educación, que fue otra de las políticas clave de
la “Revolución peruana”. Un objetivo era que los indígenas y hablantes de
lenguas originarias accedieran a una educación bilingüe, ya que ellos componían
casi la mitad de la población total del Perú. En 1975 se oficializó el quechua
como lengua oficial junto al castellano, pero tras la caída de Velasco esta ley
prácticamente no fue llevada a la vida cotidiana. Presentaba al proceso como
ejemplo de esa fusión entre el Perú milenario, la sociedad emergente y la nueva
Fuerza Armada. Durante el mensaje a la Nación con motivo del Día de la
Independencia de 1970, Velasco expresaba cuál era su visión del “pueblo”:
quiero (…) dirigirme, por vez primera, de modo personal al pueblo del
Perú. Porque esta revolución se inspiró en él, en su alto sufrimiento, en su antigua pobreza, en su sabiduría milenaria, en su vieja
esperanza y en su inviolada fe de justicia. (…) Al igual que mis camaradas de
armas, yo he vivido palmo a palmo, por duros largos años, la realidad de este
país que todos llevamos dentro. Y al igual que ellos, también aprendí a
descubrir las grandes injusticias, la profunda violencia, el duro agobio que
angosta la vida de los pobres. (…) nuestra revolución se hizo, antes que para
nadie, para los humildes y para los explotados. Esta es su esencia de justicia,
su verdadera raíz de perennidad y de grandeza.[17]
Otro campo en el que los militares buscaban encarar reformas radicales
era el de las instituciones estatales. Concebían el Estado de manera semejante
a la concepción gramsciana de Estado en sentido amplio (Estado-aparato
burocrático militar más sociedad civil). El gobierno planteó como objetivo
crear un nuevo modelo institucional alejado de la república democrática liberal
latinoamericana tradicional y una serie de instituciones de participación
popular nuevas. Planteaba Velasco a los oficiales del ejército en 1971: “la
concepción ideológica y doctrinaria de la Revolución Peruana, que es por entero
autónoma e incompatible con la de los grupos y partidos que defienden las
posiciones capitalistas y comunistas en cualquiera de sus formas”.[18]
A las reformas internas hay que agregarle la política internacional del
velasquismo. El gobierno de los militares peruanos intentó mantener una
posición “tercerista”, que en los hechos implicaba distanciarse “un poco” de
occidente y sostener relaciones normales con los países socialistas:
La nueva e independiente política internacional del Gobierno
Revolucionario (…) responder únicamente a los intereses nacionales (…) Dentro
de esta perspectiva, el Perú ha ampliado sus contactos diplomáticos,
comerciales y culturales con países de fisonomía política distintas, pero cuyos
mercados pueden abrirse a nuestros productos y cuya cooperación técnica y
económica nos puede ser muy útil.[19]
El tema es que esta posición de cierta neutralidad geopolítica, más las
numerosas expropiaciones, fueron tomadas por los EE.UU. como políticas que se
debían evitar y en algunos casos enfrentaron a ambos estados en conflictos que
llevaron a un distanciamiento mayor con occidente y un acercamiento de Velasco
a la URSS y Cuba: “Todos podemos colaborar dentro de un marco global de respeto
por las decisiones soberanas de cada país. América Latina rechaza toda forma de
intervencionismo”. Entonces Perú estaba alineado con Chile de Allende, Panamá
de Torrijos y enfrentado a Brasil y las dictaduras centroamericanas. En el año
1962 Osiris Villegas planteaba que este
tipo de posiciones, sea por complicidad o por ingenuidad, debían ser
combatidas, ya que eran parte de la estrategia mundial de dominación comunista
destinada a debilitar el bloque occidental y cristiano.
5. SINAMOS la nueva sociedad civil de la “Revolución nacional”
Velasco anunciaba
el 24 de junio de 1971 mediante el decreto ley 18896, la fundación de SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización
Social), que creaba instituciones para organizar múltiples aspectos de la vida de las
comunidades populares en el campo y la ciudad.
“Teníamos que
encarar el difícil problema de la participación del pueblo en su revolución. A
resolverlo se orienta la Ley de Movilización Social (...) No es nuestra
intención propiciar la formación de un partido político adicto al Gobierno
Revolucionario. Queremos contribuir a crear las condiciones que hagan posible y
estimulen la directa, efectiva y permanente participación de todos los peruanos
en el desarrollo de la Revolución. (...) mecanismos de acción enteramente
autónoma, más allá del alcance de las corruptas dirigencias políticas
tradicionales”.[20]
Los militares nacionalistas buscaban responder a una seria limitación a
sus propuestas de “revolución nacional”: la ausencia de masas populares que
fueran su base. SINAMOS serviría no sólo para alentar la movilización social
sino también para intentar controlarla y encausarla en favor de la “Revolución
Peruana”. Con sus oficinas en todo el país, buscó ser el organismo básico
donde las masas encontraran un lugar de participación y organización política
para apoyar las reformas. El gobierno militar acompañó todas las medidas con la
creación de organismos sectoriales, donde los trabajadores encauzaran sus
debates y participación. Se lo acusó de corporativista, de regimentar a las
masas tras el gobierno dictatorial, como también de querer hacer la revolución
desde arriba y de fracasar por ello. Muchas protestas de la izquierda y el APRA
tenían como objetivo del ataque las oficinas de SINAMOS.
Indudablemente el pensamiento de los peruanos evolucionó hacia otra
posición distinta a la de la Revolución Argentina y tuvo también otras
influencias, que a su vez realimentaron el pensamiento de la “Revolución
Nacional” en los militares nacionalistas del continente. En los militares
peruanos, la cuestión del “comunitarismo”, tan presente en el ala nacionalista
de la Revolución Argentina[21],
se encuentra problematizado con una orientación diferente, que complementa las
concepciones de estrategia, doctrina militar y geopolítica; y sin dudas se
cruza con la problemática de la construcción de la identidad nacional y la
ciudadanización del indígena, problema clave del Perú.
Velasco proclamaba que buscaba “democracia social de participación
plena”. La primera institución creada después de la Reforma Agraria fueron los
Comités de Defensa de la Revolución (CDR), multiplicados por todo el país de manera bastante
espontánea, ganándose ayuda del gobierno, del Partido Comunista
del Perú y de los sindicatos controlados por este partido, agrupados en la
CGTP. En teoría la “Revolución Peruana” buscaba rescatar los lazos comunitarios
de la tradición andina, el “colectivismo” del que hablaba Mariátegui,
recolocándolo en tiempos modernos, mediante la participación popular en el proceso económico con la autogestión cooperativa en el agro,
la industria, la prensa, etc. Influencia no orientada al comunismo sino al
“comunitarismo”. Nada de influencias exóticas. “En el Perú ha existido sólo una
tradición participacionista y, por tanto, verdaderamente democrática. Ésa ha
sido la tradición de las comunidades campesinas de orden prehispánico, cuya
profunda vitalidad, enraizada en el acervo creador del pueblo peruano, le
permitió resistir trescientos años de coloniaje español y siglo y medio de
explotación republicana”
Respecto a la política, postulaba su socialización, de modo que se
eliminaran las intermediaciones y las manipulaciones consideradas elitistas,
que eran los partidos políticos de todas las tendencias. Proclamaban hacer de
las relaciones de poder que implica toda acción política, un asunto de la vida
cotidiana, directamente conectado con las relaciones económicas, subsumirlas en
la vida corporativa, en las organizaciones sociales. Concepción que fue
interpretada como “fascista” por la oposición democrática y de izquierda. ¿Por
qué fascista? Porque al eliminar los principales vehículos de política en época
moderna, los “partidos políticos”, y fomentar el surgimiento de un nuevo tipo
de corporaciones sectoriales articuladas directamente por y en el Estado,
parecía eliminarse la idea de una sociedad civil independiente y subsumir al
individuo en su colectividad “productora”.
SINAMOS fue una estructura legal e institucional ambigua, entre aparato
político de legitimación, iniciativa estatal para impulsar las organizaciones
populares y organismo administrativo del que dependían importantes recursos
económicos y burocráticos para el desarrollo de las reformas –lo que implicaba
una relación directa con enormes cantidades de personas, desde campesinos
afectados por la Reforma Agraria hasta los nuevos pobladores de las ciudades.
Era la pieza fundamental sobre la que debían construirse las
organizaciones populares de nuevo tipo, que dieran sustento a la nueva sociedad
y continuidad institucional a la revolución militar, más allá del “momento de
transición” como se consideraba a sí mismo el gobierno de Velasco. Era el
intento concreto de los militares de crear nuevas organizaciones sociales, una
“sociedad civil” nueva, no liberal, de la “Revolución nacional”. Pero los
tiempos no respondieron a las expectativas de los militares, y las
organizaciones libres del pueblo no nacieron. Así, la Revolución Nacional debió
afrontar el combate político permanente, desde la izquierda, desde las viejas
clases dirigentes y la presión internacional, con una base social supuestamente
muy amplia pero que no aparecía en escena, ni disponía de organizaciones propias
más allá del impuso estatal. Las organizaciones de base creadas por la
revolución, como las Comunidades Laborales, las cooperativas agrícolas, la
Confederación Nacional de Comunidades Industriales (CONACI), etc., confrontaron
en forma permanente con oposiciones por izquierda y por derecha dentro de los
mismos sectores que debían organizar.
Carlos Franco, uno de los asesores civiles de SINAMOS, planteaba la
nueva conceptualización de revolución que se estaba experimentando en Perú. Criticaba
a la que denominaba “noción tradicional de revolución” (leninista), que
consistiría en la conquista del poder por un grupo o clase distinto al que
antes lo ostentaba, imponiendo una transformación de estructuras sociales,
económicas y políticas, pero en la que no se cuestionaban las características
formativas de la acción del sujeto que dirigía la toma del poder, ni las nuevas
relaciones de dominación que se producían tras su triunfo.
Según Franco, las ideas de
revolución manejadas tradicionalmente se relacionaban con la “toma” y
“centralización” del ejercicio del poder. Esto obstruía la participación
directa de la población en la gestión de los asuntos públicos, conllevando la
alienación de los ciudadanos a manos de quienes se postulaban como sus
representantes y libertadores: una crítica directa al concepto marxista-leninista
de toma del poder en consonancia con los líderes militares. Distinguía el
proceso revolucionario peruano de la anterior noción de revolución en los siguientes
términos:
En el Perú se ha replanteado el concepto de política al concebir el
poder no como objeto de conquista y ejercicio sino, fundamentalmente, de
transferencia. Conceptuada así, la noción de política permite restituir a la
noción de revolución aquello que la concepción tradicional le había sustraído.
(…) desmitificar la noción de revolución, reordenar la relación entre el poder
revolucionario y las bases sociales y sustituir la relación privada
(institución revolucionaria-poder) por una caracterizada por la progresiva
transferencia de poder a los grupos sociales de base[22]
Así elimina tanto al Partido Revolucionario como a la idea de
“destrucción” o de “conquista”, y diluye el carácter violento de la acción
militante, tan presente en los sesenta y
setenta. Estas definiciones sobre una revolución de nuevo tipo armonizaban con
otra de las preocupaciones de los militares, el tema del orden, de eliminación
del sistema liberal y con la idea de “comunidad”, presentada como participación
de las organizaciones sectoriales en la gestión de un nuevo Estado a crear
6. Economía y
dependencia en el pensamiento de los militares peruanos
Afirmaba Velasco que:
La doctrina peruana en problemas de cooperación económica se fundamenta
en la necesidad de desterrar para siempre todo tipo de presiones y
condicionamientos (…) Cancelar la tradicional dependencia de nuestro país es el
objetivo fundamental de la revolución nacionalista (…) Perú plantea la
necesidad de introducir modificaciones sustantivas en áreas importantes de la
acción internacional. En primer lugar, los términos del intercambio con los
países desarrollados.[23]
Es el “dependentismo”: una teoría que inspiró muchas investigaciones y
políticas de izquierda o antiimperialistas y que implicaba una vuelta de tuerca
sobre el desarrollismo o el nacionalismo a secas. Es esta concepción un puente
vinculante entre militares peruanos y argentinos, y también con los discursos y
políticas impulsadas por la izquierda peronista y latinoamericana en general.
Nos detenemos un poco para
presentar someramente los rasgos centrales de la teoría de la dependencia, que
es una de las influencias en el pensamiento “peruanista”. ¿Cuáles eran las preguntas fundamentales del dependentismo? Primera
pregunta clave: ¿Dónde radica la responsabilidad de nuestro atraso, en nosotros
o en el mundo exterior que nos explota? Segunda ¿cómo podemos progresar?
¿Imitando a otros (Occidente o Rusia), o trazando nuestro propio camino? La
respuesta que demos nos pone del lado del desarrollismo o del dependentismo.
En los escritos dependentistas, aparece claramente que la meta del
desarrollo económico es mucho más que un incremento en el ingreso per cápita.
Es, sobre todo, la “conquista de los centros de decisión”, que anteriormente
estaban en manos extranjeras, y una nueva aptitud para lanzarse, por cuenta
propia, a resolver en lo económico, lo político y lo intelectual. Por esta
razón, la búsqueda de desarrollo es, también, una búsqueda del
autodescubrimiento y de la autoafirmación, y queda, así, indisolublemente
ligada a un nuevo nacionalismo, que es un rasgo central de la época en el
escenario intelectual latinoamericano.
Entonces el problema de las
economías latinoamericanas no es un grado de evolución anterior al de las
economías más avanzadas, es decir, no es un problema de “subdesarrollo”, que
será eliminado por políticas destinadas a superar la brecha con los modelos
“desarrollados”, como las sociedades del occidente europeo, Japón o
Norteamérica (esta era la tesis subyacente en los intelectuales de la “Alianza
para el Progreso”). Por el contrario, debe ser ubicado en el tipo de
articulación establecido entre las economías centrales y las periféricas. Se
trataba de una vinculación asimétrica, puesto que los grados de poder y
dependencia que cada parte tenía en ella no estaban igualmente repartidos. Los
países latinoamericanos eran las partes “débiles” de la relación, mientras los
europeos o norteamericanos eran las partes “fuertes”. Nuestras economías
latinoamericanas se hallaban, así, dominadas por las economías más
desarrolladas, al imponer éstas las condiciones en las que se daba la
articulación. El resultado más visible y pernicioso de este dominio era la
dependencia.
La dependencia se define como
el conjunto de consecuencias derivadas de la relación entre dos países
desiguales en cuanto a su grado de desarrollo económico. La economía del país
más atrasado resultará en esta circunstancia, modelada de acuerdo a las
demandas del país más adelantado, y no según la conveniencia de su propio
desarrollo. Esta relación desigual entre centro y periferia se establecía bajo
una apariencia de igualdad en el mercado en el que las partes concurrían con
sus productos, pero mientras que los países centrales disponían de capital
acumulado por generaciones expresado en tecnología e industria avanzada (más
plus valor), los países periféricos disponían de materias primas, poca o
ninguna tecnología, pero sí abundancia de mano de obra barata. Esto hacía que
el intercambio fuera “desigual”, con la tendencia a acentuar las condiciones de
desigualdad, de dependencia.
La escuela dependentista tenía un enfoque
histórico. La dependencia se originó a partir del “el primer contacto” entre la
nación europea y la no europea. Si dicho contacto había sido de conquista y
sometimiento se inauguraría entonces una
fase de relación “colonial”. Ésta podía llegar a ser tan densa y profunda que,
incluso su ruptura, a través de una lucha exitosa por la independencia del país
colonizado, no garantizaba que la relación colonial efectivamente
desapareciera. Solía regenerarse bajo nuevas formas; para ello solamente
bastaba que el país antiguamente colonizado hubiese quedado entrampado en una
relación de consumo de los bienes del “civilizado”, y que los medios para
producirlos, como el capital, la tecnología de producción masiva y homogénea, y
la mano de obra especializada (o por lo menos algunos de ellos), no se hallasen
presentes dentro del país periférico. Así la antigua “colonia”
se habría convertido sólo en una “neocolonia”, proceso del cual
abundaban ejemplos. Esto operaba también deformando las relaciones sociales, económicas
y políticas internas. De este modo, el tipo de relación establecido entre un
país y el resto del mundo resultaba el factor más determinante de su historia, estructuraba
su tipo de Estado, de clases sociales, de acondicionamiento del territorio y de
relaciones económicas internas. Por lo tanto, la ruptura de la dependencia
debía ser la tarea principal que encararan los que buscaran el progreso
nacional, fueran o no socialistas.
En su famoso discurso en el
primer año de la revolución en 1969, esta tesis fue la estructuradora central
de las ideas y propuestas de Velasco.
(...) la estructura del comercio interamericano debe ser radicalmente
modificada para reducir y cancelar las barreras arancelarias que los productos
manufacturados latinoamericanos encuentran en el mercado estadounidense. (...)
se debe racionalizar la necesaria inversión de capitales extranjeros en
nuestros países. La inversión privada extranjera, si bien crea focos de
modernización económica, sirve en las actuales condiciones como mecanismo se
succión de riqueza de los países latinoamericanos. (…) somos en realidad
exportadores de capitales y financiadores del espectacular desarrollo de los
países altamente industrializados.[24]
También en Mercado se encuentra
con claridad el “dependentismo” y desde allí desprende el programa básico de la
“Revolución Peruana”. En el mismo sentido, los escritos y declaraciones de los
obispos latinoamericanos de la CELAM, y de la Iglesia después del Concilio
Vaticano II, incorporaban esta tesis como sustrato de su pensamiento económico.
En general, podemos ver que el “dependentismo” fue una de las influencias que
unificaban el pensamiento de los militares latinoamericanos partidarios de la “Revolución
Nacional”. Se evidencia especialmente en los militares argentinos como
Guglialmelli, Díaz Loza, Labanca, Ballester y Carcagno.
7. Nacionalismo,
socialismo y “Tercera Posición”
Los militares
peruanos se esforzaban en señalar que no eran ni querían ir hacia el comunismo,
que no eran marxistas ni socialistas en el sentido de los “socialismos reales”.
Por eso buscaron delimitar un campo ideológico propio. Respecto de las
fronteras entre socialismo y capitalismo, Velasco avanzó, por ejemplo, en su mensaje
a la “burguesía nacional” reunida en la Conferencia Anual de Directivos y
Empresarios (CADE) de 1969. En un discurso (que tiene cierto paralelo con el de
Perón de los cuarenta), se mostraba interesado en delimitar cuáles eran los
oligarcas y capitalistas enemigos y cuáles debían ser parte de la Revolución
Nacional Peruana:
Cuando hablamos de oligarquía no nos referimos en absoluto a los
industriales y empresarios que contribuyen a forjar la riqueza de este país y
que comprenden la necesidad de que el capital cumpla su responsabilidad social
en el Perú. La industrialización es esencial (...). El pequeño y mediano
industrial, y aún el gran empresario moderno, no integran esa oligarquía (…)
Son oligarcas los grandes propietarios de dinero y las finanzas que utilizan su
poder económico para comprar un poder político que sirva a sus intereses
económicos. Son oligarcas los que monopolizan la riqueza y forman verdaderas
argollas financieras para su solo beneficio y para aplastar a los pequeños y
medianos industriales.[25]
La respuesta del sector del empresariado no fue lo positiva que el
velasquismo esperaba. Leyes como las de “Comunidad Industrial”, la posición en
la arena internacional y las apelaciones a la organización más allá de los
partidos tradicionales, no despertaban la confianza necesaria en la clase
capitalista, aunque el gobierno se empeñaba en insistir que sus reformas
estaban orientadas a impulsar el desarrollo y la acumulación de capital
nacional. Pero también, como insistían muchos miembros del gobierno, ésta era
una etapa de transición. “¿A qué?”, se preguntarían los empresarios.
La ideología de la revolución intentaba ser original, alejada de los
sistemas burgueses tradicionales, de la democracia representativa y del libre
mercado; y, paralelamente, del que hoy conocemos como “socialismo real”: los
sistemas del comunismo de Europa del Este y la URSS.
El Gobierno Revolucionario (...) sigue una política
nacionalista, ajena a influencias y orientaciones foráneas (…) Queremos
soluciones peruanas a los problemas del Perú (…) No recibimos, ni tomamos, ni
aceptamos recetas ni orientaciones extranjeras (…) Por eso, alguna vez dijimos
que la Revolución Nacional que hoy estamos realizando, no puede ser descripta
ni calificada en términos surgidos de otros pueblos y otros continentes.[26]
La reivindicación “tercerista” es
cara a la iglesia católica, o a amplios sectores de ésta, en los sesentas
estaba influenciada por las definiciones de Concilio y de la CELAM, cercanas a
un “comunitarismo” de “izquierda” más que a uno “medioevalista”. La reivindicación
nacionalista aparece como alternativa ideológica desde una óptica integral y
tercerista: “Luchamos por reivindicar la auténtica independencia de nuestro
país frente a las presiones de cualquier imperialismo, económico o de otro
tipo, venga de donde venga”.
La nación entera sólo podrá florecer y ser grande cuando dentro de ella
la explotación de los más en manos de los menos haya sido desterrada para
siempre (…) De bien poco valdría (el) dinero sin el esfuerzo generoso de los
brazos que hacen la riqueza y que debe tener acceso a ella. Esta no es una
posición de extremismo, sino de justicia. El propósito de la Revolución no es
destruir sino construir.[27]
Una parte de la izquierda en ese momento recurría a la oposición
violenta: “Nunca tuvimos ni tenemos necesidad de una política de represión
contra nadie (…) Quienes en su delirio ilusamente añoran horas de
clandestinidad (…) están trágicamente equivocados (…) no obstante las formas
demenciales de comportamiento político (…) serán drásticamente sancionadas”.[28] Serían reprimidos con dureza. Una polémica entre el PRT y Montoneros
fue sobre qué era “izquierdismo” y qué era “conciliación”.
Al respecto Mercado
planteaba: “Controlados los movimientos guerrilleros de América latina (...) la
acción subversiva se realiza actualmente en la generalidad de los casos, a
través de infiltración y proselitismo en los partidos, agrupaciones sociales e
instituciones tradicionales, y en algunas regiones mediante terrorismo,
bandidaje, sabotaje, etc.” Y se pregunta si en la lucha antisubversiva debe
prevalecer la política o la acción militar; respondiéndose que la solución esta
en encontrar las “vulnerabilidades” de los Estados: el atraso y la dependencia
que permiten el surgimiento de la subversión. Cierra su reflexión “En el estado
latente de subversión que vive América Latina, sin embargo, aún no ha podido y
no podrá en el futuro cercano impedirse la libertad de acción de los gobiernos”[29]. Cualquier
revolucionario guevarista argentino difícilmente podía adscribir a estas
definiciones[30].
La crítica a la izquierda más radical es similar
a la que explicitó Carcagno en Caracas: la subversión tiene razones en la
pobreza y el atraso, es en parte justificada, no es la represión el método de
eliminarla, pero hay una subversión que es una “enfermedad” y que no queda
“otro remedio” que combatirla.
La
“Revolución” no se presenta con un programa preciso, tiene más bien un
“sentido”: terminar con el viejo Perú y fundar uno nuevo. La izquierda radical
llamaba a esto la “indefinición ideológica”, destinada justamente a ocultar que
en el fondo eran sólo una versión de la ideología burguesa (que realizaría una
“revolución pasiva”). Por el contrario, para el grupo gobernante es la virtud
que define su rol revolucionario y fundador de lo nuevo y distinto a los
sistemas existentes: “De allí que (…) carezca de sentido histórico real
inquirir el rótulo exacto que (…) debería tener el tipo de sociedad que estamos
tratando de construir (…) Lejos de utopías, esta revolución tiene conciencia
clara de su rumbo. No va hacia una sociedad capitalista ni hacia una sociedad
comunista de importación”, afirmaba Velasco.
Sería una “tercera ideología” en creación, propia del país y que emana
de sus condiciones específicas, pero insisten en que es “revolucionaria”.
Existe revolución (…) cuando sus estructuras tradicionales se
transforman, cuando se alteran los regímenes de propiedad, cuando se transfiere
el poder económico y, por ende político, de unos a otros grupos sociales,
cuando se modifican sustantivamente las seculares relaciones de subordinación y
dependencia, cuando emergen vigorosamente grandes sectores al escenario social
y político con nuevos sentidos e intereses económicos comunes (…) y todo esto
está ocurriendo en el Perú.[31]
8. Cierre
La definición de los “peruanistas” sobre qué es una “revolución” fue
otro elemento de debate entre Montoneros y el PRT. ¿Qué significaba el cambio
de estructuras en los setenta? Hemos presentado brevemente una serie de
propuestas políticas, definiciones ideológicas y medidas de gobierno cuya
lectura en la segunda década del siglo XXI parecen sumamente radicales. La
amplia mayoría coincidiría hoy que con medidas de este tipo estaríamos en
presencia de una revolución, de un intento de cambio radical o de un proceso
que tiene una clara orientación antiimperialista y hasta socialista. Pero en
plena época de influencia del guevarismo, transición rápida al socialismo,
desaparición también rápida de la burguesía y destrucción de las antiguas
FF.AA., para muchos las propuestas de Velasco sonaban como tibias reformas o
engañifas.
La clave estaba en la aceptación del “populismo” como una posible forma
de desarrollo de procesos de cambio social e independencia nacional que
acercaran al socialismo, o la convicción de que esas reformas eran en realidad
un antídoto. Remitiendo a Gramsci: cual era el sentido de la “Revolución
Peruana”; de esas formas de totalitarismo que se manifiestan en períodos de
crisis revolucionaria, cuando la revolución o la reacción recurren a métodos de
gobierno extraordinarios y reorganizan la sociedad. Por eso la acusación de
fascismo pesaba sobre los militares peruanos y provocó grandes debates, como
presentamos al principio con el planteo de Hobsbawm.
El gobierno de Velasco intentó buscar una respuesta propia a los
desafíos planteados para superar el atraso y la dependencia. Lo hizo con
elementos de “organicismo”, “comunitarismo” típico en el pensamiento militar
nacionalista (y católico) del periodo, pretendía dar respuestas a las preguntas
claves sobre los problemas de subdesarrollo, y a los problemas del orden. Los
militares peruanos se definían a sí mismos como “nacionalistas” sin más
rótulos. El nacionalismo, como pilar de
la ideología “peruanista”, se manifiesta en esta tesis fundamental sobre la
universalidad, permanencia y obligatoriedad de los “Objetivos Nacionales”,
planteada por Mercado. “Todas las naciones, cualquiera sea la ideología que
presida su organización política, tienen aspiraciones e intereses que se
materializan en objetivos nacionales”. Los objetivos nacionales se basaban en
el “interés nacional”, crean una geopolítica al servicio de estos y eran
“totales”.
Pero el general peruano reconocía que: no existía consenso nacional en
torno a lo qué es el interés nacional. Y que los intereses de las naciones son
en muchos casos contrapuestos. Para el primer punto, Mercado afirmaba que el
verdadero interés nacional se basa en una razón esencial de toda acción
política: “las mayorías nacionales, las masas, a las que hay que interpretar y
promover”. Y agregaba que en Perú la necesidad de desarrollo, tanto económico
como social no es “aún comprendido por todos”.
Las ideas de los militares peruanos que presentamos fueron la base de lo
que se dio en llamar “corriente peruanista” de militares latinoamericanos. En
Argentina estuvo representada por una evolución de grupos de militares que
fueron parte de la “Revolución Argentina” en 1966. Estos, contrariados con la
evolución pro-monopólica en lo económico y reaccionaria en lo social, se
apartaron de ella, en forma ruidosa o más silenciosa. Se acercaron al
peronismo, especialmente a sus fracciones más combativas (como Montoneros. con
los que compartían varios presupuestos básicos) y tuvieron su momento de máximo
encumbramiento con la llegada de Jorge Raúl Carcagno a la comandancia en
ejército en 1973.
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Villanueva Benavides, C. (2012). Historia
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Entrevistas
Ballester,
Horacio. Entrevista realizada el 20/02/2013 en Villa Ballester, Provincia de
Buenos Aires. Entrevistador: Guillermo
Caviasca
Labanca,
Rafael. Entrevista realizada el 6/09/2014 en CABA. Entrevistador: Guillermo
Caviasca.
Revistas
Cristianismo y Revolución N 29, Junio 1971. Buenos Aires.
Lucha Armada en Argentina N 3, Junio, Julio, Agosto 2005. Buenos Aires
[1] Palabras de Juan Velasco
Alvarado citadas por Roberto Carri. Carri, R. (1971).
"Revolución Peruana y Peruanismo". Cristianismo y Revolución Nº 29 (junio 1971), pp. 46-47.
Buenos Aires.
[2] Hildebrandt, C.
(1981). Cambio de palabras, 26
entrevistas, p.110. Lima: Mosca Azul. Estas
palabras de Velasco fueron pronunciadas el 3 de enero de 1977 poco antes de
morir a Cesar Hildebrandt.
[3] Podemos asimilar esta idea a la doctrina del
“decisionismo” de Karl Schmitt la que sostiene que en circunstancias críticas
la realización del derecho depende de una decisión política vacía de contenido
normativo. Desde los críticos de izquierda (que mencionaremos mas adelante) se
aplica la categoría gramsciana de “revolución pasiva” para explicar estos
procesos como una “revolución-restauración”. O sea cambios destinados a sacar
al sistema capitalista de su crisis mediante transformaciones profundas que no
alteren la naturaleza de clase del sistema pero si lo modernice mediante una
acción política radical. Esto se concatena con la represión o neutralización de
la oposición socialista. Creemos que la idea de “revolución pasiva”, al igual
que la categoría “bonapartismo”, si es utilizada para analizar los regímenes
nacionalistas latinoamericanos, debe serlo con mucho cuidado y reformulada, ya
que su historicidad no da cuenta de algunas especificidades de las formaciones
sociales del continente. Nosotros vemos la acción de los militares de estas
tendencias como consecuencia de la crisis del sistema más que como su antídoto,
o al menos como una evolución contradictoria en las condiciones sociales de
países dependientes. Una influencia que desarrollamos mas adelante es la del Concilio
Vaticano II y su repercusión en nuestro continente especialmente en filas
militares. Para el debate en profundidad de las cuestiones teóricas y del campo
de las ideas que hacen a los movimientos militares nacionalistas de este periodo
ver: Caviasca, G. (2017). La hipótesis
Carcagno, Buenos. Aires: Punto de Encuentro.
[5] Hobsbawm, E. J.,
(1971) "Peru: The Peculiar Revolution" en Bethell, L. (2016). Viva la revolución: Hobsbawm on Latin America. London: Little,
Brown. (pp. 334-361). Hobsbawm,
E. (1972). "Perú: la Revolución
peculiar",
Lima: DESCO en Sánchez, J. (2002). La Revolución Peruana :
ideología y práctica política de un gobierno militar 1968-1975, pp. 259-162.
Sevilla: Universidad de Sevilla. Durante su estadía en el Perú Hobsbawm
escribió tres artículos “Generals as revolutionaries” (1969), “What’s new in
Peru” (1970) y “Peru: The peculiar
revolution” (1971) recopilados por
Leslie Bethell.
[7] Hugo Blanco era dirigente del Partido Obrero
Revolucionario y del Frente de Izquierda Revolucionaria organización cuyos
análisis y balances de la situación peruana inspiraban al PRT-ERP. Hugo Blanco
fue liberado por Velasco con el objeto de sumarlo al apoyo de sus reformas,
pero se enfrentaron y partió al exilio.
[8] Renique, J. (2005). “De la traición aprista al gesto
heroico de Luis de la Puente Uceda y la guerrilla del MIR”. Revista Lucha Armada en Argentina N° 3 (junio,
julio, agosto 2005), pp. 78-99 Buenos Aires. Caviasca, G. (2005). “Arturo
Lewinger y los orígenes de las FAR”. Lucha
Armada en Argentina. Op. cit., pp. 82-97.
[9] Villanueva Benavides, C. (2012). “Aproximación a la
vida del general José del Carmen Marín, el proyecto nacional y la política
peruana” Disponible en: http://carlosvillanuevabenavides.blogspot.com.ar/2012/04/aproximacion-la-vida-delgeneral-jose.html [visitado agosto 2017].
[10] Una crítica
contemporánea a Velasco, que adoptó el PRT y que aún se toma como referencia,
es la del sociólogo Aníbal Quijano. Quijano, A. (1971). Nacionalismo, Neo Imperialismo y
Militarismo en el Perú. Buenos Aires: Periferia. Se pueden encuadrar
dentro de la idea presentada más arriba de “Revolución pasiva”.
[11] Velasco Alvarado, J. (1969). “Mensaje a la nación
con motivo de la promulgación de la ley de reforma agraria” en Velasco, J.
(1973). La Revolución Peruana, pp. 28-35. Buenos Aires: EUDEBA.
[12] Mercado Jarrín, E. (1975). Seguridad
política y estrategia, Buenos Aires: Schapire
[13] Escribía Mercado que “Hoy América Latina rechaza al comunismo, a partir de una posición
renovadora, (…) entiende que hay nuevas alternativas (…) deja atrás la
persecución de los adversarios ideológicos”. Mercado, E. (1975). Seguridad
política y estrategia. Op. cit., p. 185.
[14] Ballester, Horacio. Entrevista realizada el 20/02/2013
en Villa Ballester, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Entrevistador
Guillemos Caviasca.
[15] Velasco, J. (1973).
La Revolución Peruana. “Mensaje a la
Nación en el 148 años de la independencia nacional 28 de julio 1969”. Op. cit.,
pp. 28-35.
[16] Labanca, Rafael. Entrevista realizada el 6/09/2014, en
CABA, Argentina. Entrevistador Guillermo
Caviasca. Rafael Labanca se integró a Montoneros.
[21] Osuna, F. (2017). La
intervención social del Estado. Buenos. Aires: Prohistoria. Estudia la
competencia entre diferentes corrientes de ideas dentro del Ministerio de
Acción Social durante la “Revolución Argentina”. Una de ellas el “comunitarismo”,
emparentada con las ideas “peruanas”.
[22] Franco, C. (1975). La revolución Participatoria, Lima: Mosca Azul. Sánchez, J.
(2002). La Revolución Peruana: ideología
y práctica política de un gobierno militar 1968-1975, Sevilla: Universidad
de Sevilla, p. 127.
[26] Velasco, J. (1969). “Mensaje al la nación 28 de
julio de 1969”. Disponible en: http://www4.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1969.pdf [visitado
agosto 2017]
[28] Velasco, J. (1970). “Nuestro pueblo comienza a ser
el gran protagonista de su historia” Disponible en: http://www4.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1970.pdf
[visitado
agosto 2017]
[30] Velasco, J. (1973). “Mensaje a la Nación en él 149
años de la independencia nacional 28 de julio 1970”. Op. cit., p. 90. Mercado,
E. (1975). Subversión y seguridad. Op. cit., p. 192.
[31] Velasco, J. (1970). “Nuestro pueblo comienza a
ser el gran protagonista de su historia” Disponible en:
http://www4.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1970.pdf [visitado
agosto 2017]
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